Naturaleza Sagrada


“Ningún médico puede decir que una enfermedad es incurable. Al decirlo, reniega de Dios, reniega de la Naturaleza, desprecia el Gran Arcano de la Creación. No existe ninguna enfermedad, por terrible que sea, para la cual no haya Dios previsto la cura correspondiente”.
Paracelso

Paracelso fue un médico, alquimista y astrólogo suizo-alemán del siglo XVI, influyó en el desarrollo de la farmacología y la comprensión de las propiedades curativas de las plantas medicinales. Se caracterizó por integrar plenamente modernidad y tradición, siempre buscando nuevas soluciones, sin someterse a la tradición, adelantado a sus contemporáneos y siempre a contracorriente, sin embargo se mantuvo firme en los conceptos arcaicos de comprensión del mundo, entendiéndolo a la manera de los grandes sabios de toda la humanidad, como una totalidad y no como parcelas separadas. Defendió la empatía como premisa para la cura, empatía que comenzaba por su capacidad extraordinaria de observar la Naturaleza, a la que consideró como el mejor profesor posible. A esta capacidad de observación se le conoce como "observación adámica", consiste en la capacidad para observar algo como si fuese la primera vez que lo vemos. Es también la capacidad que debe trabajar el artista, entendiendo la palabra artista como la cualidad intrínseca a cualquier profesión, pues es la capacidad que da sentido a todo lo que hacemos. Nuestra sociedad, al relegar estas cualidades a una única profesión, no solo pervierte esta profesión, de paso pervierte también al resto.

"Como dijo Eric Gill, «por una parte tenemos al artista interesado sólo en expresarse a sí mismo; por otra, esta el obrero privado de todo sí mismo que expresar». A menudo se ha pretendido que las producciones de las «bellas» artes son inútiles; parece una burla calificar de libre a una sociedad, donde sólo los hacedores de cosas inútiles, y no los hacedores de cosas útiles, pueden llamarse libres, a no ser en el sentido de que todos somos libres de trabajar o morirnos de hambre. Así pues, la mejor explicación de la diferencia existente entre los objetos de los museos y los de los grandes almacenes se encuentra en la noción de una artesanía vocacional enteramente distinta del mero ganarse la vida trabajando en un empleo, que pueda ser cualquiera. Nosotros hemos llegado hasta el punto de divorciar el trabajo de la cultura, y de considerar la cultura como algo que debe adquirirse en las horas de ocio; pero donde el trabajo mismo no es su medio sólo puede existir una cultura irreal y de invernadero; si la cultura no se muestra en todo lo que hacemos, no somos cultos. Nosotros hemos perdido esta manera vocacional de vivir, la manera de la que Platón hacía su tipo de Justicia; y no puede haber mejor prueba de la profundidad de nuestra pérdida que el hecho de haber destruido las culturas de todos los demás pueblos a los que ha alcanzado el contacto letal de nuestra civilización."
A. K. Coomaraswamy
 
La capacidad artística de observación de Paracelso le permitió detectar, fijándose en los patrones de la naturaleza, qué plantas podían ser medicinales y cuales no, para ello era necesario fijarse en el arquetipo propio de las plantas, este arquetipo muestra que lo habitual en las plantas es que el olor y el color esté generalmente en la flor, no en el resto de la planta. Pero cuando se rompe este arquetipo, entonces es que algo reclama nuestra atención, si nos encontramos, por ejemplo con plantas cuyo olor o color se encuentra ya en las hojas, o incluso en sus raíces, como es el caso de la cúrcuma, entonces ya tenemos algunas pistas para descubrir sus capacidades curativas.

“Las estrellas son la forma y la matriz de todas las hierbas, y cada estrella del cielo no es otra cosa sino la espiritual prefiguración y representación de una hierba. Cada hierba o planta es una estrella terrestre que mira al cielo y cada estrella es una planta celeste bajo una forma espiritual y solo difiere de las terrestres por la materia. Plantas y hierbas celestes están orientadas hacia la tierra y miran directamente las hierbas que han procreado infundiéndoles alguna virtud particular según su mutua simpatía.” Paracelso

La flor y el fruto de una planta tienen que ver con el fuego y con el aire, es decir, con lo espiritual, las hojas y el tallo con el agua y la vitalidad, la raíz tiene más que ver con la estructura física, con el mundo mineral. El simbolismo de los vegetales tiene un gran paralelismo con el simbolismo del hombre, ambos tienen una estructura vertical que se eleva hacia al cielo, frente al mundo animal que mantiene su columna vertebral en paralelo a la tierra. El simbolismo del árbol, como el del resto del mundo vegetal, nos habla de la necesidad de un enraizamiento profundo gracias al cual es posible elevarse hacia el cielo, la parte visible del árbol a menudo nos hace olvidar su parte invisible, pero no era así para quienes desarrollaron una capacidad de enraizamiento profundo de la visión, es decir, la capacidad para ver más allá de lo aparente. El árbol ha sido en todas las mitologías un símbolo del axis mundi, que atravesaba y comunicaba los tres mundos de la realidad sagrada: el cielo, la tierra y el inframundo. No debemos olvidar que la palabra cultura proviene precisamente de 'cultivo', es por ello que la representación de vegetales en la descripción simbólica del hombre arcaico y tradicional está al servicio de una visión sagrada del mundo. En el proceso de germinación, desarrollo, florecimiento y donación de los frutos de las plantas, las fuerzas telúricas se encuentra con las cósmicas y se concilian, las raíces se nutren de las diosas lunares y terrestres, mientras que las ramas lo hacen de los dioses solares y celestes. La dualidad es expresada e integrada en toda su magnitud a través del simbolismo de los vegetales.

La dualidad es a la vez lo más alejado y también lo más próximo a la unidad, el camino de regreso que nos conduce de lleno al simbolismo propio de la semilla. El mito de la semilla, que es también el del huevo cósmico, es la prefiguración del Uno. A partir del principio absoluto que es la Nada, o la potencia plena, lo que Hesíodo denominó Caos en su cosmogonía griega, esa nada en la que nada tiene nombre, porque nada significa y nada manifiesta, allí, de pronto, y por un misterio que aún hoy desconocemos, aparece la semilla, el cosmos, el punto, el Big Bang, el huevo cósmico, el Verbo divino, la Palabra, la flor de loto... en ella hay vida latente y vida contenida, hay cosmos y hay caos. El cosmos aparece en un paréntesis del caos, el cosmos es una posibilidad del caos. Desde el punto de vista del mito, la creación es algo que está sucediendo permanentemente, el crecimiento de una planta, como de cualquier ser vivo, es la metáfora de la creación misma, que está ocurriendo todo el rato. Todos los mitos de muerte y resurrección como también todos los procesos de la naturaleza, están hablando constantemente de estos procesos de katábasis y anábasis (descenso y ascenso graduales), el secreto entre lo vivo y lo muerto, que pasa por un regreso y una inmersión plena en el caos. Una semilla tiene que morir, tiene que secarse, para poder generar vida y perpetuar la morfología. El ciclo de la muerte y la resurrección está presente en casi todos los mitos, es el gran conflicto simbólico trascendente.

Al surgir el Uno, surge también la dualidad, porque todo lo que no es uno se opone al uno. La dualidad está implícita en la unidad. En la semilla está contenida ya toda la posibilidad de cosmos posterior, al fijarnos en los patrones morfológicos que más se repiten en las semillas nos fijamos también en los patrones simbólicos de la realidad, es muy sintomático que precisamente la distribución de las semillas en la planta no siga patrones ortogonales, sino que a menudo siga patrones en espirales, que giran en torno a un centro, espirales en una dirección y en otra. Según nos explica Jaime Buhigas en sus conferencias magistrales sobre geometría, la espiral en sí misma (desde los celtas, o en oriente, los romanos...) es el símbolo de la eternidad, la espiral viene del infinito pequeño y va al infinito grande, resultando en que quizás lo de abajo sea como lo de arriba, y el infinito pequeño sea en el fondo el mismo infinito que el grande. En la espiral encontramos implícito el infinito, que no es otra cosa que el caos, la espiral viene de un sitio imposible de alcanzar y va a un sitio imposible de alcanzar, en ese recorrido podemos observar un patrón concreto de crecimiento, de expansión y de manifestación. Tal como nos lo explica Jaime, la infinita fragmentación de un infinito a otro (que es el mismo en realidad) se hace en base a un número concreto, se trata del número áureo o número fi, las espirales en las que se estructuran la morfología de la semillas son espirales de progresión geométrica, que crece en base a un número, el número de oro, el cual alberga en sí mismo la idea de equilibrio y de proporción, presente también en el simbolismo del cuerpo humano. Este número áureo que estructura toda la morfología del ser humano, es además el número que mejor une los opuestos, integra la dualidad y regresa a la unidad, es, por supuesto, un número inconmensurable. 

Hablar de cualquier ser vivo es hablar de la Vida misma, cualquier cosa viva tiene que ver con cualquier cosa viva, por eso la necesidad de expresar con palabras todo lo que sucede a nuestro alrededor, pues son las palabras las que nos enseñan a nosotros, no al revés. Al estudiar la geometría natural presente en la naturaleza es interesante por tanto comprender el estudio del número vinculado a una forma, no a una cantidad. Desde el punto de vista simbólico, el uno es todo, es la totalidad, no se puede multiplicar, la unidad solo puede ser fragmentada, es divisible pero nunca multiplicable. La geometría nos da la base para meditar sobre todas estas ideas. Al expresar con palabras los patrones presentes en todo el funcionamiento morfológico de la naturaleza pareciera que se ajustan a la perfección también al funcionamiento de nuestra alma y de nuestro espíritu. Si en la actualidad hemos perdido el significado simbólico de las espirales presentes en tantos petroglifos a lo largo de la geografía gallega, es que hemos perdido también una comprensión que nuestros antepasados captaron a partir de la observación, es decir, a partir del respeto hacia la naturaleza. No hace falta grandes cosas para comenzar a cambiar nuestra manera de entender el respeto hacia la Naturaleza, ni grandes movilizaciones, ni organizaciones ecologistas, no somos nosotros quienes pueden salvarla, tan solo pararse a observarla mínimamente llegaría para descubrir que es ella la que nos salva a nosotros.

En el simbolismo de la semilla encontramos que es necesario que algo muera, desaparezca o se niegue a sí mismo, para que otra cosa pueda nacer, algo se oculta, para que otra cosa múltiple exista. El punto deja de existir, y a partir de él surge la circunferencia, el centro hace posible la circunferencia, la genera y después se esconde. La circunferencia es la unidad manifiesta, la manifestación de Dios o teofanía. Los infinitos puntos de la circunferencia están todos ordenados, todos a la misma distancia del centro que los creó, al desaparecer el punto (o la semilla) se genera la multiplicidad ordenada en torno al centro. Ese orden o patrón presente en toda manifestación nos da pistas sobre el camino de regreso al centro, que ahora está escondido, y que el racionalismo moderno ha dado por muerto. Las infinitas direcciones que apuntan a un centro, van en dirección centrípeta y centrífuga. En el punto y en la expresión radial del punto aparece la gestación de la expansión absoluta unida a la regresión absoluta. En el punto estaba todo, y el punto explotó (Big Bang) y entonces, como la flor, de manera centrífuga, se expandió, pero si todo va para fuera, como la ley de la dualidad se tiene que cumplir, también todo va para dentro. Algo se hace grande porque otra cosa se hace pequeña, para que una cosa se expanda infinitamente algo igual y al revés se tiene que comprimir infinitamente.

Para la teología medieval, "Dios es una esfera inteligible, cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna", Borges lo ejemplifica con la cita de 1Reyes 8,27: "El cielo, el cielo de los cielos, no te contiene".

A partir del punto y la circunferencia como símbolos del principio y de la manifestación, podemos comenzar a fijarnos en todo lo que las plantas tienen para contarnos acerca de esto.

Palmira Pozuelo nos habla de cómo descubrir el círculo y la espiral en las plantas, también ella ha utilizado esta capacidad artística para descifrar estas formar particularmente presentes en las plantas compuestas (Asteraceae). Ésta es la familia del crisantemo, la dalia, el diente de león, el girasol, la caléndula, la manzanilla o la margarita, se reconoce con facilidad por sus típicas inflorescencias: flores fértiles en el centro y estériles en el exterior.


Las fuerzas del círculo o de la espiral que está presente en esta familia de plantas, se traducen en algunas áreas sanadoras: por ejemplo el sabor amargo propio de estas plantas, la lechuga, la escarola o la endivia, nos pone en conexión con la vida, con el apetito y los procesos digestivos. Desde el punto de vista de las tradiciones religiosas, es común, especialmente en la zona del Mediterráneo y del creciente fértil, que en las épocas vinculadas al nacimiento de la naturaleza, es decir, a la regeneración de la naturaleza que se da en el equinoccio de primavera (también en conexión con la regeneración espiritual), se ingieran hierbas amargas, el caso más típico es el de la pascua judía, las cuales eran un símbolo de la amargura de la esclavitud, las hierbas amargas simbolizan el anhelo de renacimiento, el apetito por la Vida, también los ayunos propios de esta época están en relación con los procesos de depuración y regeneración. 

Estas plantas también colaboran en la sanación del hígado, el órgano encargado de protegernos de todo aquello que es ajeno a la vida. Estas plantas favorecen las funciones del hígado, son grandes depuradoras. El cardo mariano, la bardana, la achicoria, por ejemplo, crecen en los desechos del ser humano, crecen cerca de las casas, en las afueras de los pueblos, son grandes depuradoras. 





En las plantas que nacen de manera espontánea alrededor de donde una vive se pueden leer y comprender muchas claves simbólicas espirituales, durante el primer año de mi estancia en Doncos el jardín se cubrió por completo de esta maravillosa planta que es el diente de león, lo cual no se repitió en el segundo año. Muchos la consideran una mala hierba entre los jardines, sin embargo su humildad nos revela cosas más sutiles y elevadas, aunque solo sea por su habilidad para hacer volar sus semillas. El diente de león es un símbolo de la renovación y la energía transformadora, es un símbolo de la capacidad para encontrar la belleza en lo simple, que es a la vez lo más elevado. El diente de león nos invita a desear y hacer que encuentren su dirección los deseos, conectarnos con el Deseo es conectarnos con la energía de la Creación y de la Vida. Simboliza el amor, el gozo pleno, la lealtad y los sueños. El diente de león posee una poderosa energía que le permite crecer en los lugares de mayor dificultad para germinar. Quiere decirnos que no nos rindamos porque solo con observarlo recordamos el majestuoso brillo del Sol y la felicidad que irradia, simboliza nuestra facultad para ser libres y respetar nuestro deseo más profundo.





Referencias:

Muchas de las ideas expresadas en esta entrada provienen de esta conferencia que iremos desgranando poco a poco, su riqueza es inagotable, y estamos profundamente agradecidos  tanto a Jaime Buhigas como a Palmira Pozuelo, por su enorme generosidad y su capacidad para compartir los conocimientos: