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domingo, 17 de mayo de 2020
sábado, 16 de mayo de 2020
Cuarentena XXI
"Cuando un paciente acude al médico, presenta una queja, y ésta se transforma en demanda de curación. La demanda puede enmascarar un deseo de hacer fracasar al médico, o la aspiración de lograr que él le confiera un status privilegiado, el de inválido, por ejemplo. Es propio de la función del médico establecer, después de examinar al paciente, un diagnóstico, un pronóstico y un tratamiento, que pone en juego una mirada clínica y un oído atento. La posición del médico supone que el facultativo sabrá responder a la demanda del paciente, es decir, comprender los engaños y las trampas que aquella demanda oculta (esto vale tanto para la psiquiatría como para la medicina en general). Lo que se denomina medicina psicosomática no es otra cosa que el desciframiento de lo que el enfermo da a entender con su síntoma. Se trata de una palabra que remite a una mirada, a ciertas voces: desde el lugar de ese cuerpo dolorido el sujeto interroga al saber médico, exige la revelación de la naturaleza de un mal escondido, enmascarado. Hay una distancia que es difícil definir entre el saber objetivado de un mal objetivable, que la ciencia sabe cómo atacar, y lo que ese cuerpo sufriente (ese cuerpo que encuentra los límites de su goce en el sufrimiento) puede darle a entender al médico y revelarle al sujeto como verdad (verdad que huye). Al nivel del dolor se sitúa en una forma de encuentro entre el médico y el enfermo que le otorga, más allá de lo que se acostumbra a describir en términos de relaciones interpersonales, un cierto privilegio a algo que es del orden de la estructura del sujeto que habla, es decir de ese sujeto deseante cuya verdad puede manifestarse en un lugar diferente de aquel donde la buscamos. Esta verdad, censurada por la conciencia, surge en el síntoma o en las distorsiones del discurso."
lunes, 11 de mayo de 2020
sábado, 9 de mayo de 2020
Cuarentena XIX
¿Cómo traducir el odio a la estupidez de Deleuze al campo de la inteligencia corporal? Creo que cualquiera que se acerque a la obra de Deleuze comprenderá que en ella no se invita a odiar a aquellas personas de comprensión más lenta, a las que les resulta arduo visualizar una operación lógica anodina e inofensiva. La stupidité o la bêtise es más bien la inteligencia nefasta. No es tan estúpida la persona que no entiende algo como la persona que pone su inteligencia al servicio de algo perverso y nefasto que perjudique la creación rizomática, el extrañamiento, la diferencia. El filósofo coreano Byung-Chul Han da este ejemplo para comprender la estupidez en el marco del pensamiento de la diferencia. Dice que el más potente de los ordenadores es estúpido a pesar de la gran cantidad de datos que puede computar en tiempos récor porque le falta otredad, le falta la capacidad de vacilar, de perder el tiempo, le falta la capacidad de ser afectado por cosas que no están en sus parámetros. Inteligencia es leer entre, es desarrollar una comprensión sobre la marcha (Han 2014, 127). No es realizar operaciones lógicas sino improvisar ahí donde la lógica común no se aplica o donde se carece de guía clara. Entre personas que comparten el mismo suelo conceptual, la inteligencia circula como los datos en un ordenador. Si una persona no es capaz de explicarle Nietzsche a alguien que nunca oyó este nombre antes, aunque sea un experto reconocido, tiene una comprensión estúpida del asunto, pues no sabe cómo relacionar su saber con la otredad. ¿Traducción al movimiento? El desarrollo de una técnica particular no ayuda necesariamente a relacionar el cuerpo con la otredad. La técnica no genera cuerpos inteligentes de por sí, incluso puede entorpecer la inteligencia, la relación con lo otro. Imaginemos a un gran solista de danza clásica en una discoteca bailando reggaetón. En resumen, la inteligencia tiene que ver con el despliegue de la singularidad en relación a lo que la extraña, la pierde, la pone en duda o patas arriba. La inteligencia del movimiento no es distinta."
martes, 5 de mayo de 2020
domingo, 3 de mayo de 2020
sábado, 2 de mayo de 2020
Cuarentena XVI
La visión, mayoritariamente extendida como dogma, de que son los gérmenes los causantes de la enfermedad se contrapone a otra visión, estigmatizada como superstición, que habla de la teoría del terreno, o el medio ambiente, la ecología interior y un ecosistema humano que facilita o dificulta las condiciones necesarias para que se desarrolle la enfermedad, entendida ésta como un proceso de adaptación. El primero de los enfoques es ese del que nos hemos nutrido a lo largo de nuestra vida (al menos en España) y que nos hace pensar en términos bélicos acerca de un enemigo que se encuentra al acecho y dispuesto a atacarnos, esta idea nos hace creer que cuanto menos expuestos estemos a esos agentes provocadores de enfermedad más seguros estaremos, o de que las enfermedades se combaten a base de artillería farmacológica. Se trata de una guerra contra un enemigo exterior que no es otro que la propia vida.
Y toda esa manera inconsciente de entender la salud se cortocircuita cuando comprobamos que esos gérmenes acechantes son caprichosos como un dios maligno que ataca a unos sí y a otros no (lo que creíamos que nos protegía resulta que no) y que la salvación no está en nuestras manos (al menos antes la religión ofrecía una salida de salvación mediante el arrepentimiento, ahora ya ni eso). También la reforma luterana eliminó cualquier tipo de salvación posible, al entender que el listado de justos y pecadores estaba escrito desde el inicio de los tiempos, y no existía posibilidad de redención, tan sólo la posibilidad de aparentar en vida la pertenencia a la lista de los justos.
Conscientemente creemos tener superada y dominada nuestra irracionalidad, aferrándonos a la medicina y a la ciencia como opositora fulminante de la religión, pero inconscientemente acabamos por convertirnos en eso que despreciábamos de partida, y nuestra vida se convierte en pura superstición. La superstición de que estaremos mucho más seguros evitando el contacto con enfermos y en última instancia, por lógica aplastante, estaríamos también más seguros muertos.
Inmersos en esas lógicas, estamos acostumbrados a decir cosas como "fulanito me contagió el catarro" o una gripe o lo que sea. La enfermedad se entiende como culpabilidad, y el enfermo como un rechazado, un pecador, en ese sentido (y con toda la razón) todos rechazamos esa culpabilidad propia, pero si recae en el otro ya no nos importa tanto. Si es el otro el culpable o el pecador entonces sólo tendremos que aislarnos de él para estar tranquilos.
Pero existen también en el mundo muchas otras científicas y virólogas y médicas y biólogas y todas esas palabras tranquilizadoras para aquellos a los que les aterra lo espiritual, que no tienen ese enfoque culpabilizador de la vida. Que se acercan al misterio de la vida sin la ególatra pretensión de dominarla, someterla, y reducirla a una lucha entre buenos y malos, tienen una visión mucho más racional e integrada de la vida, menos infantilizada, que entiende la necesidad de la enfermedad sin estigmatizarla ni culpabilizarla, de la vida como un proceso de dependencia necesaria entre opuestos que se complementan, y de la necesidad de profundización en ellos.
Si en épocas de superstición religiosa el camino del conocimiento fué la ciencia, en épocas de superstición científica el camino del conocimiento será el espiritual.
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