No existe el infinito: el infinito es la sorpresa de los límites. Alguien constata su impotencia y luego la prolonga más allá de la imagen, en la idea, y nace el infinito. El infinito es el dolor de la razón que asalta nuestro cuerpo. No existe el infinito, pero sí el instante: abierto, atemporal, intenso, dilatado, sólido; en él un gesto se hace eterno. Un gesto es un trayecto y una trayectoria, un estuario, un delta de cuerpos que confluyen, más que trayecto un punto, un estallido, un gesto no es inicio ni término de nada, no hay voluntad en el gesto, sino impacto; un gesto no se hace: acontece. Y cuando algo acontece no hay escapatoria: toda mirada tiene lugar en el destello, toda voz es un signo, toda palabra forma parte del mismo texto.
Cruzar esa puerta, pequeña, dispuesta como los recuerdos que se levantan sobre el monte para enmarcar y conservar. Los recuerdos son redondos, El deseo es afilado, es el río. Es el mar el único que se permite la agresividad. Mirarlo frontalmente y atreverme a nombrarlo.
Comenzar de nuevo cada vez que pestañeo, como si el cerrar de los párpados fuera una especie de control-z, una vuelta a empezar desde cero, un rayo que ilumina y que ciega sin saber cuándo comienza uno o cuándo termina el otro. Los párpados no tienen la misma culpa ni la misma ligereza, se deslizan pesados para cerrarse, pero deben levantar un peso mayor cada vez que vuelven a abrirse, como si sus pestañas cargaran más cantidad de polvo difícil de borrar, como si al cerrarse dejaran una huella sobre el soplo que intentan mantener vivo. "El parpadeo es interrupción, interior y exterior al ojo, asume ceguera más busca luz. A la intermitencia entre aparición y desaparición hace referencia el parpadeo, pero también indica algo que estorba al ojo, como, por otra parte, alude a un esfuerzo por mirar mejor, entre la luz y la sombra."