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martes, 21 de abril de 2020
jueves, 16 de abril de 2020
lunes, 13 de abril de 2020
viernes, 10 de abril de 2020
Cuarentena X
La fase oscura de la Luna debía de entenderse como la dimensión invisible de la que surgía lo visible –donde la nueva vida se gestaba en el vientre de la vieja-, de la que renacía la luna vieja convertida en la luna nueva. Por lo tanto, el descenso de Inanna a los dominios de su hermana, que señala un vínculo entre el Gran Arriba y el Gran Abajo, reúne en una sola visión los dos aspectos de la diosa lunar: los ámbitos de las tinieblas y la luz, de la muerte y la vida. Cuando Inanna ha renacido y el círculo vuelve a empezar, se establece una distinción entre fases y ciclo, entre lo que vemos en el cielo y lo que debemos tener en mente para dar sentido a lo que vemos y a lo que no.
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Es posible que la facultad del pensamiento abstracto surgiera de la idea de que la Luna no tenía tres fases sino cuatro. Las tres fases visibles exigen una cuarta invisible para volver al principio, completar el ciclo y empezar de nuevo. Cuando la fase oscura de la Luna se incluye como parte invisible del ciclo continuo, el astro deviene objeto del pensamiento, no de la visión; idea, no objeto inmediato de los sentidos. En el lenguaje del mito, tanto Inanna como su hermana Ereshkigala reciben el nombre de Reina del Inframundo, pero en ese inframundo Inanna, la hermana del mundo de la luz, La Luna Brillante, es un cadáver, no una reina, y el principio vital del ciclo continuo es conservado in potencia por la hermana oscura, Ereshkigal, la Luna Negra, la única que puede vivir en el inframundo. En el mundo de luz que existe arriba, Ereshkigal fue antaño una diosa del grano, pero ahora vive en las tinieblas, como la fase de gestación en la que la simiente del fruto del año anterior se transforma en el brote del año siguiente.
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Los motivos básicos de este mito se repiten en muchos relatos posteriores sobre el entrelazamiento de la muerte y la vida: Isis y Osiris, Deméter y Perséfone, Cibeles y Atis, Afrodita y Adonis (muerto también por un jabalí), e incluso la Bella Durmiente del cuento de hadas europeo.
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Al relatar el mito íntegro de Isis y Osiris a los griegos del siglo I d.C., Plutarco encontró paralelismos entre Osiris y Dioniso e Isis y Deméter, como los primeros cristianos los encontraron entre Osiris y Jesús e Isis y María.
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Osiris vence a la muerte, pero sólo gracias al amor de Isis. Podría decirse que Isis es la Luna como ciclo, como la vida eterna de la zoé, mientras que Osiris es la Luna en sus fases, como bíos, la forma de la zoé que vive y muere en el tiempo. Isis, su hermana-esposa, se convierte en madre, que lo devuelve a la vida, primero insuflándole el aliento vital con el viento de sus alas y después recomponiendo su cuerpo desmembrado. En el templo ptolemaico de Dendera hay una incsripción que dice: “Él (Osiris) se despierta del sueño (de los muertos), vuela como el Ave Bennu y ocupa su espacio en el cielo como la Luna”. Horus, su hijo, concebido después de que Isis lo haya devuelto a la vida, se convierte en bíos ocupando el lugar de su padre, como la forma de Osiris manifiestamente renovada, que batalla cada mes con las tinieblas de Seth. A Horus se lo llama “El Niño Mayor (…), El que Circula (…), tu nombre es Luna”,
Cada año, a partir de la Dinastía XII, y probablemente mucho antes, se organizaba una fiesta en el templo de Osiris en Abidos para celebrar su resurrección y la que concedía a todos los seres. Llegaban gentes de todo Egipto para participar en la pasión de su vida y muerte; en el momento culminante, el rey, con ayuda de cuatro bueyes y con el brazo sujeto por la diosa Isis, elevaba el tronco de un enorme árbol al clamoroso grito de “Osiris se ha alzado”. La columna o pilar Dyed, como se la llamaba, que al alzarse se convertía en el Árbol de la Vida, sostenía las cuatro ramas cruzadas de las cuatro partes del universo y las cuatro fases de la Luna.
El cristianismo también elevaría un Árbol de la Vida, en forma de Cruz, para los dos mil años siguientes, con vistas a celebrar la “Resurrección del Cuerpo y la Vida Eterna”. Jesús, el hijo de la Virgen María, también murió, fue enterrado y descendió al infierno, hasta que el tercer día resucitó, siguiendo el ciclo de la Luna. Su resurrección coincide, como las demás, con el renacimiento de la Tierra, la fiesta de la Pascua, ligada a la primera luna llena después del equinoccio de primavera, como reflejo del paso del invierno a la estación florida.
La luna, símbolo de transformación.
Jules Cashford.
Perséfone, Dante Gabriel Rossetti -1874
Comiendo uno de los 6 frutos del inframundo por los cuales quedó obligada a regresar a él cada 6 meses, una granada por cada mes.
Deméter y Perséfone. Figura de terracotta, perteneciente al período Helenístico, datada en el año 100 a.C. en Myrina (Asia, Turquía)
Gather Ye Rosebuds While Ye May, John William Waterhouse - 1909.
Perséfone recogiendo flores, acompañada de algunas ninfas
El despertar de Adonis, John William Waterhouse (1899-1900)
Sleeping Beauty, by John Collier - 1921
Cibeles, consideraba la personificación de la fértil tierra, una diosa de las cavernas y las montañas, murallas y fortalezas, de la Naturaleza y los animales (especialmente leones y abejas).
Construida entre los años 1777 a 1782, los artistas encargados de su ejecución fueron Francisco Gutiérrez (figura de la diosa y el carro), Roberto Michel (los leones) y el adornista Miguel Ximénez, de acuerdo con el diseño de Ventura Rodríguez.
Dormición de la Virgen María, retablo de la Resurrección, temple sobre tabla, Jaime Serra, hacia 1361-62, monasterio de la Resurrección del Santo Sepulcro, Zaragoza
The Sleeping Beauty, Sir Edward Coley Burne-Jones - 1890
Osiris como dios de la Luna con una luna creciente y una luna llena sobre la cabeza. Sostiene el pilar Dyed, con el signo de la fuerza surgiendo de él. El mayal y el cetro a la izquierda y a la derecha del pilar son símbolos de su poder. Templo de seti I, Abidos, ca. 1300 a.C.
El rapto de Proserpina, de Gian Lorenzo Bernini entre los años 1621 y 1622
La Bella Durmiente. De Louis Sussmann-Helborn. 1880
Izquierda: escultura del despertar de Osiris. Derecha: estatuilla de Isis con su hijo Horus. Crédito: Jean-Pierre Dalbéra / Flickr / Walters Art Museum / Wikimedia commons.
Isis, Osiris & Horus (trilogía sagrada)
miércoles, 8 de abril de 2020
Cuarentena VIII
He experimentado ambas circunstancias, la de cruzar el charco con miedo e inevitablemente salir empapada y la de cruzarlo con claridad mental y terminar la caminata sin una mancha de barro en las botas.
La histeria es una forma de rechazo a lo femenino, y podemos perder nuestra potencia luchadora si nos dejamos dominar por ella. Estamos acostumbrados a la utilización de consignas y máximas que deben servir “para todos”, lo cual no deja de promover una “moralidad” peligrosa, y un universal que no acepta lo imposible de definir o de conocer. Seguimos jugando a ser dioses, utilizando el ejercicio del poder frente a la impotencia de las dificultades, que se traduce en una dejación de las responsabilidades de cada sujeto, y de la creación de “culpables” o de “cínicos”.
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