⁷Todos los ríos fluyen al mar,pero el mar nunca se llena;los ríos fluyen y fluyen siemprehacia el mismo lugar.⁸Todas las cosas hastían, nadiepuede explicarlas:no se harta el ojo de ver ni el oído deoír.⁹Lo que fue se repetirá,lo que se hizo se hará.Nada hay nuevo bajo el sol.¹⁰Alguien puede decir: «Mira, eso síque es nuevo». Pero no, eso ya suce-día en los siglos que nos prece-dieron. ¹¹No hay recuerdo de losantiguos ni quedará memoria de losvenideros entre las generacionesque les sucedan.Eclesiastés, 3, 7-11
Aunque no sabemos ni cuándo ni por quien fue escrito este libro sapiencial, se le atribuye al rey Salomón, el cual reinó en el s. IX a. C. Quizás, la frase que mejor lo resuma sea:
Desde el s. IX antes de Cristo hasta nuestros días cuántas veces habremos creído que había algo de nuevo en lo que hacíamos, y sin embargo, el ser original es aquel que vuelve a decir lo que otros han dicho ya, pues para comprender es necesario volver a pronunciar. Como también otros han caminado ya antes, aprender a caminar es volver a poner un pie delante de otro, con todo lo que siempre tiene de sorpresa esta actividad tan elemental. Comprender es volver a pronunciar, además comprender es siempre sorprender, es una invocación de la alegría de vivir. La vida vence a la muerte a través de la comprensión, de la re-unión, pues comprender es además penetrar, concebir, entender, encender, interpretar, discernir, intuir, vislumbrar, adivinar, captar, dar luz.
Esta trágica aventura de Lucifer concierne directamente al ser humano de aquí abajo. Ciertamente, Lucifer es el portador de la Luz. Representa la luz celestial original que ha caído en la oscuridad de este mundo, en donde ya no brilla, sólo se consume. El ser humano, caído también, debe coger ese fuego, esa antorcha, y levantarla de nuevo, devolverla a su lugar original para que brille sin consumirse. De no hacerlo, esa luz seguirá agonizando en el interior de cada hombre y acabará por extinguirse, no sin antes haberle consumido, quemado, abrasado. Sorprende, al principio, constatar que es la misma luz la que da vida y la que nos consume. Cabe recordar, sin embargo, que su acción depende del lugar donde la coloquemos, o mejor aún, donde nos coloquemos.
Según una vieja tradición mediterránea, recogida por Proclo y Plutarco, en el Adytum de un templo de Sais (Egipto) existía una enorme estatua de la diosa Isis con un tupido velo negro cubriendo su rostro, acompañada de la enigmática frase: “Yo soy todo lo que ha sido, es y será, y ningún mortal ha levantado mi velo”.
13 Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último.
14 Bienaventurados los que guardan sus mandamientos, para que tengan derecho al árbol de la vida y para que entren en la ciudad por las puertas.
15 Pero los perros estarán fuera, y los hechiceros, los fornicarios, los homicidas, los idólatras y todo el que ama y practica la mentira.
16 Yo, Jesús, he enviado mi ángel para daros testimonio de estas cosas en las iglesias. Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella resplandeciente de la mañana.
17 Y el Espíritu y la Novia dicen: ¡Ven! Y el que oiga, diga: ¡Ven! Y el que tenga sed, venga; y el que quiera, tome gratuitamente del agua de la vida.
Apocalipsis, 22:13:17
El origen etimológico de la palabra Apocalipsis tiene que ver con desvelar el velo. El velo o las puertas son el traspaso de un umbral, la conexión con una realidad que está más allá de lo evidente, más allá de lo visible, de lo aceptable para los sentidos y para la consciencia, más allá de lo expresable y de lo terrible, de todo lo que tratamos en vano de ocultarnos y negarnos a nosotros mismos.
El Apocalipsis es el último libro del Nuevo Testamento, en él se narra la Parusía o segunda venida de Cristo. El autor se identifica a sí mismo dentro del libro como Juan, en condición de desterrado en la isla de Patmos por haber dado testimonio de Jesús. Aunque en el Apocalipsis no se haga referencia al apóstol Juan de los Evangelios, la mayoría de los Padres de la Iglesia primitiva así lo identificaron, afirmando que el autor de este libro inspirado fue el propio Evangelista, discípulo de Jesús. Así mismo, también es cierto que el concepto de autoría de la época es bien diferente al que tenemos hoy en día.
En una pequeña iglesia del corazón de Os Ancares, en San Fiz de Donis, la cual es probable que no haya sido tan pequeña, encontramos unas pinturas murales en su interior que nos hablan de la importancia de esta localidad como núcleo aglutinador de la comarca, conocida popularmente como la catedral de Donís. Si acaso en nuestra infancia hemos crecido con un sinfín de películas y ficciones apocalípticas, en la infancia de los niños de este rincón abandonado de la montaña de Os Ancares crecieron (hace ya unos siglos) con esta bella lectura del símbolo universal narrado por Juan de Patmos y representado a todo color en el interior de la iglesia. Poco sabemos de estas pinturas, más que una restauración llevada a cabo en dos fases, la última del 2008 que permitió rescatar estos frescos murales que permanecieron tapados durante siglos. Las actuaciones consistieron en la renovación de la cubierta y del pavimento, eliminación de humedades, instalación de nueva iluminación, restauración del retablo y recuperación de las pinturas murales que estaban tapadas con cal.
En el caso particular de Juan de Patmos (autor legendario del último libro de la Biblia) lo esencial del mensaje revelado que recibe el autor sagrado es que el mundo será restaurado, pero no políticamente o socialmente, sino que el mundo será restaurado en Dios. Ciertamente, tal y como apuntábamos más arriba, las revelaciones que transmiten los profetas no hablan de lo que pasará mañana, sino que narran simbólicamente la disolución de este mundo y la venida del siguiente; una venida que puede ser aquí y ahora. Más aún: sólo puede ser aquí y ahora. Ese mundo regenerado no participa de este tiempo ni de este espacio; por eso se habla de un cielo nuevo y de una tierra nueva (Apoc. 21, 1-8). En los términos del judeocristianismo hablaríamos del Tiempo Mesiánico. Es lo que conocemos en otras culturas como la Edad de Oro.
En términos temporales, un futuro caótico tal y como lo describe la literatura distópica post-apocalíptica únicamente se puede considerar como el final de un mundo, su disolución, pero no como el destino de la humanidad. Es decir, la distopia solo puede ser pre-apocalíptica, pero nunca post-apocalíptica, porque después del cumplimiento de esa revelación, el tiempo y el espacio son otros.
Cielo nuevo y tierra nueva
21 Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. 2 Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. 3 Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. 4 Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron.
5 Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas. 6 Y me dijo: Hecho está.
Apocalipsis, 21: 1-8
11 Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos.
12 Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras.
13 Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras.
14 Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda.
15 Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego.
Apocalipsis, 21: 11-15
Honor a ti, gran dios, señor de las dos verdades. He acudido a tu presencia. Al llegar he visto tu perfección. Te conozco, conozco tu nombre y conozco el nombre de los cuarenta y dos dioses que están contigo en esta sala de las dos verdades, que viven como guardianes de los malvados, que beben su sangre en este día en que se juzga nuestro temperamento ante el Ser bueno.
El simbolismo de la literatura escatológica tradicional es mucho más profundo de lo que habitualmente se ha trasladado en nuestros tiempos, una visión a menudo literalista que transmite una ficción acerca de la vida después de la muerte. Sin embargo, desde una interpretación que reuna en su conocimiento los cuatro niveles de interpretación o acercamiento divino, más propia del simbolismo tradicional, podríamos hablar de una 2ª Venida como de un segundo nacimiento, aquel que se da en quien muere a las apariencias de la consciencia del yo y sus limitaciones, para traspasar un umbral (o más bien infinitos umbrales) hacia una realidad que está más allá de lo evidente, más allá de lo visible, de lo aceptable para los sentidos y para la consciencia, más allá de lo expresable y de lo terrible, de todo lo que consideramos horrible y que tratamos en vano de ocultar o negar a la consciencia. Una eternidad, y por tanto una plenitud, que comienza a realizarse en el tiempo, pues ésta es una iniciación con respecto a una iniciación siempre por venir, siempre inalcanzable. Permanecer en el vacío es la clave para engendrar la plenitud, la condición de nunca haber andado todo el camino, la disponibilidad para recibir.
A partir del siguiente planteamiento, os dejamos el acceso al artículo completo.
La cultura occidental posmoderna imagina y desarrolla múltiples escenarios tras el acaecimiento del apocalipsis. En la literatura o en el cine, por ejemplo, es fácil encontrar historias sobre una humanidad alienada por máquinas inteligentes o relatos que exponen conflictos relacionados con la eugenesia. Esta tendencia hacia la distopia parece hundir sus raíces en la pérdida del sentido que ha padecido el género apocalíptico. Es como si las visiones que legaron todos los profetas de la tradición judeocristiana, islámica e incluso del mazdeísmo, al ser recogidas por la cultura moderna y posmoderna, hubieran quedado reducidas a su expresión más pobre. Así las cosas, hasta la ciencia ficción más alternativa no deja de ser una prolongación más o menos original de la visión literalista de las narraciones de los antiguos profetas, cuyas revelaciones se plantean en términos histórico-temporales. Este artículo busca recordar la definición tradicional de “apocalipsis”, la cual excluye cualquier distopía de orden social.De esta definición veremos que se deriva una serie de consecuencias, como la apocatástasis, noción que fue abandonada muy pronto por la institución eclesiástica pero que aún pervive en los márgenes de algunos caminos espirituales.
Referencias