Fariseos

Moisés y la serpiente de bronce. Pintura de Alphonse François, basada en un grabado de Gustav Doré


No dejan de sorprendernos las extraordinarias conexiones entre el psicoanálisis y los textos bíblicos, de alguna manera me llegan estas maravillosas sincronicidades por las cuales el mundo de pronto tiene un poco más de luz. Una de las cosas que más me ha fascinado del simbolismo es la capacidad para entretejer relaciones y conexiones, esa red que es la propia del amor, por la cual la vida se sostiene más allá del tiempo y el espacio. Cuando me topo con una de estas conexiones, no importa los siglos de distancia ni las geografías espaciales que pueda haber entre una y otra idea, o entre una y otra persona, porque cuando nos movemos en el ámbito de la intensidad y la asociación, como en el de la cualidad y la unidad, esas estructuras propias de nuestro mundo, como son el tiempo o el espacio, la cantidad y la diversidad, se vuelven insignificantes, secundarias. El fruto de esa ruptura no es otro que saborear un poco del éxtasis que produce la libertad.

Mientras analizaba el pasaje del fariseo Nicodemo con Jesús, apareció, por casualidad, esta frase de Lacan en mi dispositivo, de dos maneras diferentes, ambos hacen referencia a un fenómeno muy actual, el de quedarse a medias:
La aspiración revolucionaria es algo que no tiene otra oportunidad que desembocar, siempre, en el discurso del amo. La experiencia ha dado prueba de ello. A lo que ustedes aspiran como revolucionarios es a un amo. Lo tendrán.
Quizás, entre estas aspiraciones revolucionarias (que están tan de moda en los tiempos líquidos que vivimos) y el interés que despertó Jesús con sus milagros entre muchas de las personas de su tiempo, no haya a penas diferencias. La verdadera revolución de Jesucristo iba mucho más lejos de lo que muchos estaban dispuestos a llegar, ese quedarse a medias en el camino conecta con las aspiraciones tan limitadas propias de nuestro tiempo a las que hace referencia Lacan, no dejan de ser un lugar similar al de la figura del fariseo y su hipocresía, tal como se refleja en diferentes pasajes del Nuevo Testamento. Vamos a analizar el pasaje del encuentro entre Nicodemo y Jesús, el cual nunca dejará de ser actual.


Resumen
Según nos cuenta el Evangelio de Juan, Jesús había hecho muchos milagros en Jerusalén durante la fiesta de la pascua, de tal manera que "muchos creyeron en su nombre". Pero su fe estaba basada casi exclusivamente en los milagros, en la fascinación, y por esta razón, Jesús "no se fiaba de ellos", ni los reconocía como discípulos auténticos. Nicodemo, que era un "importante" entre los judíos, había empezado a intuir que Jesús era un maestro venido de Dios, por este motivo quiso saber más de Él, y le hizo una visita privada. El Señor aprovechó la ocasión para enseñarle que el convencimiento intelectual por sí solo no puede salvar a nadie, es necesario algo mucho más profundo, "es necesario nacer de nuevo".
El viento sopla donde quiere, y oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu.

Fariseos
Los fariseos pertenecían a la sección más estricta y quisquillosa de la religión judía, los más rígidos y férreos cumplidores de la Ley. A pesar de que pretendían cumplir la Ley, la realidad es que habían sustituido la Palabra de Dios por sus propias tradiciones, y se conformaban con un cumplimiento meramente externo. Así que, aunque la palabra fariseo significaba puro o separado, esta pureza sólo era externa, por lo que en muchas ocasiones el Señor los acusó de hipocresía, exhibicionismo y de tener una actitud de santurrona superioridad sobre el resto de las personas. Nicodemo, además de ser fariseo, era una figura preeminente, con autoridad, respetada e importante en la época. Formaba parte del Sanedrín, que era la corte suprema de Israel, en donde se administraba justicia en base a la ley mosaica, compararlo con lo que sería hoy un ministro queda bastante fuera de lugar, pues el nivel de los ministros actuales no llega ni al 5% del nivel que tenían estas personas en la época de Jesús, pero quizás para hacernos una idea del valor de reconocimiento social que podía tener, sí nos pueda servir. Jesús dice de Nicodemo que era "maestro de Israel" (Jn 3:10).

Si había alguien entre los judíos del que se pudiera esperar que conociera la voluntad de Dios para el hombre, éste debería haber sido Nicodemo. Sin embargo, a través de la conversación con Jesús, vemos sus tremendas dificultades para comprender las verdades espirituales que le intentaba enseñar. 
En su momento nadie habría dudado de que en efecto Nicodemo alcanzaría el cielo, sin embargo, no fue así para Jesús, Él vio la realidad de Nicodemo, y la realidad es que Nicodemo estaba perdido.

Antecedentes
Pocos días antes del encuentro con Nicodemo, Jesús había protagonizado la expulsión de los mercaderes del templo, esto tuvo que ser aplaudido por muchos judíos que sufrían los abusos que aquellos ladrones cometían en el mismo templo de Dios, seguramente se sintieron reconfortados con esta imagen de Jesús como un salvador "revolucionario" que iba contra los abusos e injusticias. Juan añade que "muchos creyeron en su nombre". Ahora bien, ¿en qué consistía esta fe? Probablemente implicaba que estaban de acuerdo con la denuncia que acababa de hacer en el templo contra todo el comercio que allí se hacía y que todos los israelitas tenían que sufrir en silencio. Y también incluiría su admiración y asombro por las grandes obras de poder que Jesús hacía, como sus milagros de sanidad o la expulsión de demonios.

Sin embargo la frase en el Evangelio de Juan que dice "Pero Jesús no se fiaba de ellos" nos da pistas acerca de que no sea precisamente ese tipo de fe la que buscaba Jesús. Podemos ver muchas semejanzas entre ese tipo de fe de la que no se fiaba Jesús y la fe que invade nuestros tiempos a través de los discursos ideologizantes. La imposible ideología cristiana que corrompió a la Iglesia Católica, ha permitido que sea precisamente la ideología la que ha tomado las riendas de la religión en la actualidad, una religión que hoy es ejercida por líderes políticos, falsos representantes de la ciencia e influencers.

El propio Marx afirma que la ideología genera una falsa conciencia sobre las condiciones materiales de existencia del hombre. Hace vivir al ser humano en una fantasía y bloquea ese "dejarse inquietar", que no es más que dejarse interpelar por el Espíritu Santo. Pero ¿cómo debería de ser esa fe entonces? Para contestar la pregunta, el pasaje de Nicodemo hace referencia al episodio bíblico descrito en el libro de Números 21,4-9 en el que los israelitas habían hablado contra Dios y Moisés, cuando caminando hacia la Tierra Prometida se desanimaron por el cansancio y la falta de comida. El Señor envió entonces serpientes que provocaron la muerte de muchos como castigo. Arrepentidos, pidieron perdón a Moisés, a quién Dios ordenó que colocase una serpiente en un asta para que cada vez que alguien fuese mordido por una de esas víboras, consiguiera la salvación simplemente mirando el animal de bronce. Podemos estar seguros de que su mirada no sería fría, intelectual o sentimental. Forzosamente tenía que ser una mirada angustiosa, como la del que sabe que en mirar le va la vida. De esa misma manera nos invita Jesús a mirar la Cruz, con un deseo ardiente que sobrepasa los límites de la razón lógica.

La fe de este tipo de personas que representaba Nicodemo estaba muy lejos de ser la verdadera fe que salva. La fe que ellos tenían se basaba en milagros, y tal vez en el hecho de estar de acuerdo con Jesús en que hacían falta algunas reformas drásticas dentro del judaísmo, como la que había empezado en el templo. Pero esto, es algo muy diferente a la fe de los auténticos creyentes y que se destaca en los versículos anteriores: (Jn 2:22) "creyeron la Escritura y la palabra que Jesús había dicho". Jesús nos deja claro que no todo tipo de fe salva. Santiago dice por ejemplo, que "también los demonios creen y tiemblan" (Stg 2:19). Y el evangelio de Juan nos proporciona varios casos que ilustran el hecho de que, no todo el que dice creer, es un auténtico creyente. El Señor se enfrentó con algunos de los judíos que le seguían porque sus motivaciones no eran las correctas: (Jn 6:26) "Respondió Jesús y les dijo: De cierto de cierto os digo que me buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os saciasteis". Y en otra ocasión: (Jn 8:31) "Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos". Aparentemente creían en él, pero cuando comenzó a exhortarles a permanecer en su Palabra, inmediatamente manifestaron todo el odio que pudieron contra él: (Jn 8:48) "Respondieron entonces los judíos, y le dijeron: ¿No decimos bien nosotros, que tú eres samaritano, y que tienes demonio?".

A esos judíos les pasaba lo mismo que a mucha gente en la actualidad: son atraídos por todos los elementos espectaculares, pero no creen en nada. El problema de todas estas personas es que se quedan a la mitad del camino. Necesitan de un amo que les indique en que deben creer y en que no. La diferencia entre un amo y un maestro es que el segundo no basará su autoridad en falsas promesas. Muchos se pararon fascinados ante los milagros y no llegaron a conocer a Cristo. Personas que buscaban una solución a algún problema temporal, pero no estaban interesadas en la verdadera liberación de su alma. Este tipo de personas, frecuentemente hacen todo tipo de manifestaciones muy entusiastas, pero con el tiempo se puede ver que han sido atraídas a Cristo de una forma superficial, y que nunca han llegado a tener una fe auténtica. También el apóstol Pablo le hizo una advertencia a la iglesia de Corinto: "Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos" (2 Co 13:5)
. No sea que el Señor nos tenga que decir como a la iglesia de Sardis:

 "Yo conozco tus obras, que tienes nombre de que vives, y estás muerto" (Ap 3:1).

Nicodemo
Cuando Nicodemo acude a ver a Jesús reconociéndolo como maestro, sin duda estaba dando un gran paso. Podemos imaginarnos la cantidad de prejuicios que tuvo que superar este anciano miembro del Sanedrín para reconocer a un galileo, sin formación en las escuelas de los rabinos de Jerusalén, como un Maestro enviado de Dios, y venir a consultarle sobre temas espirituales de máxima importancia. Todo esto tenía que ser muy comprometido para él, así que, no es de extrañar que tal vez por esto eligió la noche para no ser visto por sus compañeros del Sanedrín cuando fue a ver a Jesús.

El texto dice que "respondió Jesús y le dijo", pero realmente, Nicodemo no había hecho ninguna pregunta. Jesús es capaz de responder a los interrogantes del alma que se encuentran en cada uno, un interrogante al que muchos no tienen el valor de dar la suficiente importancia. Jesús demuestra a menudo más amor por las personas del que esas mismas personas sienten por sí mismas. Jesús responde la pregunta que tu deberías hacer pero que no la haces porque ignoras, desatiendes o no entiendes tu necesidad. La misma pregunta que Perceval no formula y que hubiera podido salvar al Rey Pe(s)cador de su extraña enfermedad de desgano, envejecimiento e impotencia.

En su respuesta, Jesús fue directamente a la clave del asunto: el hombre en su estado actual no puede salvarse por sí mismo, tal como creían los fariseos, sino que le hace falta una nueva naturaleza. La idea de nacer de nuevo encerraba mucho más de lo que Nicodemo pensó en un principio. El Señor le explica que si nacía de la misma manera que la primera vez, todo acabaría siendo igual al final. Era necesaria una nueva naturaleza.

Jesús le dice a Nicodemo que incluso a pesar de su religiosidad, a pesar de su decencia, a pesar de su estricto cumplimiento de la ley, a pesar incluso de la buena opinión que tenía acerca de Él, con todo, Nicodemo necesitaba nacer de nuevo, nacer del agua y del espíritu. Jesús pone a Nicodemo en el grupo de los que no creen, por más que él dijera de si mismo que sí creía. Nicodemo pensaba que alcanzar el cielo era una tarea que dependía de él y su voluntad, no estaba dispuesto a aceptar la idea de que en verdad él no era la gran pieza indispensable que creía ser, esta soberbia le impedía alcanzar niveles mucho más altos de sabiduría.

Pero ¿qué podía significar eso de nacer del agua y del Espíritu?

Nicodemo no pensaría que Jesús le estaba hablando del bautismo cristiano, puesto que éste todavía no existía. En cambio, es muy probable que lo relacionara con el bautismo de Juan el Bautista, pues éste en su predicación, relacionaba los dos conceptos del agua y el Espíritu:
(Jn 1:33) "El que me envió a bautizar con agua, aquél me dijo: Sobre quien veas descender el Espíritu y que permanece sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo".
Nicodemo, como un principal entre los judíos, conocía bien el ministerio que había llevado a cabo Juan el Bautista. Y seguramente, como fariseo había sido uno de los que había rechazado el ser bautizado por Juan: (Lc 7:30) "Mas los fariseos y los intérpretes de la ley desecharon los designios de Dios respecto de sí mismos, no siendo bautizados por Juan". Pero ¿por qué este rechazo? Pues básicamente, porque el bautismo en agua de Juan iba acompañado por un llamamiento al arrepentimiento genuino y a no conformarse con el hecho de que porque fueran descendientes de Abraham, ya estaban preparados para la venida del Mesías (Mt 3:7-9), y estas dos cosas, no las quisieron aceptar los fariseos. Ellos se creían justos y por eso no quisieron participar de un bautismo que implicaba reconocer que no lo eran. Así que prefirieron pensar que por ser hijos de Abraham, ya estaban dentro del Reino de Dios. Nicodemo para nacer de nuevo, debía cambiar el concepto que como fariseo tenía de sí mismo, y aceptar el diagnóstico divino.

Pero mientras que el arrepentimiento es algo que nosotros podemos hacer, el nacer del Espíritu, es algo que sólo puede hacer Cristo en nosotros: "él es el que bautiza con el Espíritu Santo" (Jn 1:33). Este nacimiento del Espíritu tiene que ver con la regeneración (Tit 3:5-6). Sólo el Espíritu de Dios puede operar en el hombre este cambio radical que nos convierte en hijos de Dios: (Jn 1:12-13) "Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios". Nicodemo debía dejar de confiar en que por su propia voluntad, y por su razón lógica podía cambiar su naturaleza pecaminosa. Esto era imposible. Sólo por medio de la regeneración del Espíritu, el hombre caído puede recibir la Vida y elevarse por encima de las limitaciones de su naturaleza adámica. 
¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de robo y de injusticia. 26 ¡Fariseo ciego! Limpia primero lo de dentro del vaso y del plato, para que también lo de fuera sea limpio.

27 ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia. 28 Así también vosotros por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad. (Mateo 23:13-28)

La renovación por el Espíritu no viene a poner parches en la dañada naturaleza humana, sino a hacer hombres nuevos. No basta con ciertos cambios superficiales, es necesaria una  transformación radical de la mente, el corazón y la voluntad del hombre, que lo prepare para entrar en su reino, esa transformación no está al alcance de cualquiera. 


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