Pascua


Si algo define al Cuarto Evangelio es precisamente la capacidad para ver a Jesús desde una perspectiva diferente a la de los otros evangelios, esa es la perspectiva del Discípulo Amado.

Todo el Cuarto Evangelio es una narración del camino del discipulado, en el que se nos enseña a identificar el misterio. La Pascua es el centro gravitatorio de todo el cristianismo, es el eje central en torno al cual todo lo demás cobra sentido, de modo que el Cuarto Evangelio se construye como una pieza musical in crescendo, a partir del desarrollo de pequeños motivos y palabras que van creciendo a medida que se acerca la Pascua definitiva, el momento de la Crucifixión, Muerte y Resurrección de Cristo. Todo el libro se divide a su vez en dos libros o secciones, de la misma manera que también la Pascua se divide en 3 pascuas, a las cuales se hace referencia en el capítulo 2, en el 6 y en el 19.

Tenemos, por una parte, el Libro de las Señales y por otra el libro de la Hora.

EL LIBRO DE LAS SEÑALES
(Capítulos 1-12)
Cambio de agua en vino
Curación del hijo de un funcionario
Curación de un paralítico
Multiplicación de los panes y los peces
Caminar sobre las aguas
Curación del ciego de nacimiento
Resurrección de Lázaro

EL LIBRO DE LA HORA
(Capítulos 13-21)

Los 12 primeros capítulos forman el primero de los libros y en ellos Jesús realiza 7 señales o signos que van apuntando hacia el segundo, el libro de la Hora o el libro de la Gloria. El simbolismo del número 7 está muy presente en el Cuarto Evangelio, 7 son las veces en las que Jesús dice “Yo soy”: pan de vida, luz del mundo, puerta de las ovejas, buen pastor, la resurrección y la vida, el camino, la verdad y la vida, y la vid verdadera.

En el evangelio de Juan son menos los milagros que hace Jesús con respecto a los sinópticos, y además tienen la particularidad de que a estos milagros se les llama señales o signos, pues su función trata de trascender la función del milagro, es decir, la de poner solución al problema de una persona o personas. La función de la señal es apuntar en el camino hacia otra cosa, hacia un gran evento que está más allá de lo particular, con el objetivo de trascender y conducirnos al momento de la Gloria o de la sublimación, el clímax de la historia. Las 3 veces en las que se habla de la Pascua en el Evangelio de Juan nos muestran anticipos con los que ir preparando al discípulo y al lector para la comprensión de la Pascua definitiva. La primera de las pascuas aparece en el capítulo 2, cuando tiene lugar la conversión del agua en vino, se trata de una celebración de boda en Caná de Galilea, en un lugar remoto, una fiesta anónima y en un lugar perdido, es ahí donde Jesús revela por primera vez su gloria.

Esta primera señal milagrosa la hizo Jesús en Caná de Galilea. Así reveló su gloria y sus discípulos creyeron en él. (Jn 2:11)

Ya desde el capítulo 2 el autor nos alerta de que necesitamos estar atentos a la gloria de Dios en lo aparentemente más insignificante, no en lo espectacular, ni en lo predecible, sino en lo inesperado e insignificante. Con este relato de la conversión del agua en vino empieza a anunciarnos que así va a ser como veremos la gloria de Dios, en lo insignificante, en un Cristo aparentemente derrotado, por ello es necesario entrenar la mirada para poder verlo, para identificarlo. De hecho, en las bodas de Caná solamente se enteraron del milagro los sirvientes y los discípulos, ni siquiera el maestre sala, que era el encargado de saber de dónde venía el vino, ni tampoco los novios, ni los invitados se enteraron, sólo se dieron cuenta los sirvientes, los más insignificantes de toda la fiesta, el resto de personas no notaron que la Gloria había pasado por delante de ellos, les pasó por su lado sin enterarse.

En el capítulo 6 se nombra la segunda de las pascuas que entendemos tiene lugar en el segundo año de la predicación de Jesús, es aquí cuando se relata la multiplicación de los panes y los peces.

Y tomó Jesús aquellos panes, y habiendo dado gracias, los repartió entre los discípulos, y los discípulos entre los que estaban recostados; asimismo de los peces, cuanto querían. 12 Y cuando se hubieron saciado, dijo a sus discípulos: Recoged los pedazos que sobraron, para que no se pierda nada. 13 Recogieron, pues, y llenaron doce cestas de pedazos, que de los cinco panes de cebada sobraron a los que habían comido. 14 Aquellos hombres entonces, viendo la señal que Jesús había hecho, dijeron: Este verdaderamente es el profeta que había de venir al mundo.

15 Pero entendiendo Jesús que iban a venir para apoderarse de él y hacerle rey, volvió a retirarse al monte él solo. (Jn 6,11-15)

En este momento la gente lo aprecia por los milagros, es decir, por sus méritos, está fascinada con él, lo quieren porque les da comida, pero él no es ese tipo de rey, por eso se aleja de la tentación de dejarse hacer rey según las expectativas y las formas de este mundo, al igual que hizo con las tentaciones del desierto, en este momento Jesús se retira. A medida que avanza el relato, la gente ya no quiere saber nada de él, en el momento en que comienza a desvelar su misterio la cosa cambia y lo que antes era fascinación ahora se vuelve desprecio. Jesús muestra su verdadera naturaleza y por ello la gente se aleja de él.

Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. 54 El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero. (Jn 6, 53-54)

Al escuchar estas palabras, las personas empiezan a considerarlo loco, la gente lo abandona, y solo quedan sus discípulos.
Entonces los judíos contendían entre sí, diciendo: ¿Cómo puede este darnos a comer su carne?
De esta manera queda patente que hay muchas personas que disfrutan del milagro, pero muy poquitas que entienden las señales, muy pocos entienden que el verdadero corazón de Jesús está en estos mensajes, no en los panes y los peces multiplicados. Los últimos que se quedan se ven ante la confrontación del misterio de Jesús, y no entienden.

Al oírlas, muchos de sus discípulos dijeron: Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír?
Y dijo: Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre. 66 Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él. 67 Dijo entonces Jesús a los doce: ¿Queréis acaso iros también vosotros? 68 Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. 69 Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. (Jn 6, 65-69)

Aunque todos gozaron del milagro, muy pocos pudieron ver a donde apuntaban esas señales. A través de estas señales en las dos pascuas previas a las de Jesucristo, con la transformación del agua en vino y la multiplicación de los panes y los peces, el Discípulo Amado nos está guiando a captar el verdadero sentido de la última pascua, en un camino que va in crescendo, hacia la Pascua en la que Cristo será crucificado, y hacia la última de las señales a las cuales apuntaban las otras 7, la Resurrección. El Discípulo Amado nos enseña que podemos aprender a ver la gloria de Dios donde parece que está ausente, nos enseña que serán muy poquitos los que se van a dar cuenta de lo que realmente está pasando, nos enseña que el reino de Jesús es muy diferente a los reinos de este mundo, y nos enseña que el reinado de Jesús está conectado a un misterio que se da en su carne y en su sangre. Las señales nos fueron preparando para abrir los ojos a lo que iba a pasar en la tercera pascua. Pero, así como en los otros evangelios se narra la institución de la Eucaristía en la última cena, el relato cambia por completo en el Evangelio de Juan y no hay santa cena ni Eucaristía, sino que en su lugar aparece el lavamiento de los pies de sus discípulos. Lo que falta en la última pascua había sobrado en las 2 pascuas anteriores, pues en el capítulo 2 habíamos leído que Jesús convirtió 600 litros de agua en vino (una cantidad exagerada de vino) y en el capítulo 6 leemos que sobra tanto pan que llenan 12 canastas. Este exceso de pan y de vino apuntan a la pascua definitiva, en la cual Jesús se vaciará por completo al lavar los pies a sus discípulos.

Lo primero que notamos en el momento en que llega la hora, en este Evangelio, es que Jesús no es víctima, si en los sinópticos podíamos pensar que Jesús quedaba, de alguna manera, atrapado en un sistema político y religioso, en este Evangelio lo que vemos es todo lo contrario, Jesús no es víctima de nadie. El Señor enfrenta la cruz con total convicción de su misión, Jesús sabe que llega su hora e incluso avisa a Judas de que no llegue tarde a hacer lo que tiene que hacer, incluso estando crucificado aún le queda tiempo para decirle al Discípulo Amado que se haga cargo de su madre.

La ironía en el Cuarto Evangelio es verdaderamente rica, una ironía que nos fuerza a salir de la manera habitual de ver las cosas, para poder ver un sentido más profundo en los textos. Por ejemplo, cuando Judas, el que traiciona a Jesús, lo va a buscar al monte de los olivos, va acompañado de una corte de 600 soldados, un número exageradísimo de soldados para una persona que está orando en el huerto, tranquilamente y que no ofrece ninguna resistencia.
Resulta verdaderamente irónico el ridículo que hace Judas.

Judas, pues, tomando una compañía de soldados, y alguaciles de los principales sacerdotes y de los fariseos, fue allí con linternas y antorchas, y con armas. 4 Pero Jesús, sabiendo todas las cosas que le habían de sobrevenir, se adelantó y les dijo: ¿A quién buscáis? 5 Le respondieron: A Jesús nazareno. Jesús les dijo: Yo soy. Y estaba también con ellos Judas, el que le entregaba. 6 Cuando les dijo: Yo soy, retrocedieron, y cayeron a tierra. 7 Volvió, pues, a preguntarles: ¿A quién buscáis? Y ellos dijeron: A Jesús nazareno. 8 Respondió Jesús: Os he dicho que yo soy; pues si me buscáis a mí, dejad ir a estos; (Jn 18, 3-8)

Jesús ya sabía todo lo que iba a suceder, por tanto él mismo es el que sale a su encuentro, para preguntarles a quien buscan. Pero cuando Jesús dice “yo soy”, todos los soldados retroceden y caen al suelo. El mismísimo nombre que Dios le había revelado a Moisés, Jesús lo repite 3 veces, y en ese momento se caen 600 soldados al suelo. Jesús no necesita de espadas ni de armas, con dos palabras podría derrotar a sus enemigos, él no es víctima. La escena continúa en los juicios de manos de Pilato, Anás y Caifás. En el interior del palacio de Pilato está Jesús, pero fuera están los líderes religiosos, por eso Pilato entra y sale constantemente, por lo visto, los líderes religiosos no quieren entrar en la casa de un romano impuro, para no contaminarse porque querían celebrar la pascua, es decir, no tienen ningún problema en matar a un inocente, de una manera muy turbia, pagando 30 monedas de plata, pero sin embargo, se niegan a entrar allí donde verdaderamente está quien podría purificarlos, en donde quizás podrían experimentar la verdadera pascua. Toda la escena resulta hasta cómica, Jesús no tiene miedo, no mendiga en ningún momento mientras habla con Pilato, las propias palabras de Jesús sumen a Pilato en una crisis existencial, el cual acaba por preguntarse ¿qué es la verdad? Dos veces presenta Pilato a Jesús ante la multitud, creyendo que se está burlando de Jesús, sin saber que sus palabras lo que hacen en realidad es revelar el misterio de Cristo.

Y salió Jesús, llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Y Pilato les dijo: ¡He aquí el hombre! (Jn 19,5)

Era la preparación de la pascua, y como la hora sexta. Entonces dijo a los judíos: ¡He aquí vuestro Rey! (Jn 19,14)

La unión de las 2 naturalezas de Cristo, o unión hipostática de Cristo, nombrada por un romano, en crisis existencial, que sin saberlo, estaba siendo portador de la verdad. Sin saberlo, y sin creerlo está siendo un actor en un drama existencial que lo excede, Pilato es una pieza fundamental en el proceso de coronación de Cristo y por tanto en su misterio.

Toda la crucifixión de Cristo, en el Evangelio de Juan, es un proceso de entronización, es una parodia de los procesos de entronización de los líderes de este mundo, un proceso en el cual todo se invierte, y allí donde parece que Jesús es derrotado, el Discípulo Amado nos enseña a ver el triunfo sobre los poderes de este mundo. Y si en el capítulo 6 Jesús se escapaba porque su reino no iba a ser impuesto a la fuerza, ni a través de milagros muy llamativos, en este momento, Jesús ya no se escapa, el camino al trono no sería a través de la gloria de este mundo, sino a través de la gloria que muy pocos pueden ver, y que se manifiesta en una aparente derrota. Jesús se sube a la cruz, coronado como rey del ilógico reino de Dios, el mismo Pilato había proclamado "aquí tienen a su rey" y los soldados lo visten, a modo de broma, con un manto real y una corona, crucifican al rey y a su lado ponen a dos ladrones, que son como dos súbditos, uno a cada lado, y si aún no nos quedaba claro que la cruz es un trono, Pilato coloca un cartel a los pies de la cruz.
Escribió también Pilato un título, que puso sobre la cruz, el cual decía: JESÚS NAZARENO, REY DE LOS JUDÍOS. 20 Y muchos de los judíos leyeron este título; porque el lugar donde Jesús fue crucificado estaba cerca de la ciudad, y el título estaba escrito en hebreo, en griego y en latín. 21 Dijeron a Pilato los principales sacerdotes de los judíos: No escribas: Rey de los judíos; sino, que él dijo: Soy Rey de los judíos. 22 Respondió Pilato: Lo que he escrito, he escrito. (Jn 19, 19-22)
Es fascinante la ironía de la que está cargada todo el Evangelio de Juan, pues siempre nos recuerda que es en lo aparentemente imposible, allí donde nadie se lo espera, allí donde nuestros prejuicios no nos dejan ver, donde se revela el misterio, pues es Pilato, el romano impuro que nada tenía que ver con la religión judía quien termina por hacer cumplir la profecía, nombrando triplemente, en hebreo, latín y griego (igual que el triplemente Santo de Isaías) a Jesús como rey de los Judíos, además de recordarles a los sacerdotes judíos que "escrito está" y ni una letra se puede cambiar. 
Antes de morir, Jesús dice unas últimas palabras, pues se da cuenta de que todavía le queda alguna profecía por cumplir.
Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba consumado, dijo, para que la Escritura se cumpliese: Tengo sed. 29 Y estaba allí una vasija llena de vinagre; entonces ellos empaparon en vinagre una esponja, y poniéndola en un hisopo, se la acercaron a la boca. 30 Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: Consumado es. Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu.

El propio Jesús es quien entrega su espíritu, ni siquiera lo matan, el decide cuando quiere entregar su espíritu. Nadie puede quitarle la vida.

18 Nadie puede quitarme la vida sino que yo la entrego voluntariamente en sacrificio. Pues tengo la autoridad para entregarla cuando quiera y también para volver a tomarla. (Jn 10,18)

Nos queda claro, en el Evangelio del Discípulo Amado, que Jesús nunca es víctima de las circunstancias, él entrega voluntariamente su vida. Todo el relato es paradójico e ilógico, para enseñarnos a ver la gloria donde no la esperábamos, a ver lo increíble donde otros pasan de largo, detrás de lo aparente o detrás de la escena. Al Discípulo Amado le encanta dejarnos pistas en su Evangelio, quiere gente que lea el evangelio en profundidad, no superficialmente, nos invita a un conocimiento de Jesús más profundo.

Y en esta historia épica, el maestro de Galilea, después de hacer una serie de milagros, de enseñar y de mostrar algunos aspectos de lo que había venido a hacer, es torturado, es sacrificado y es muerto. Después del sábado de lamento, el domingo llega con el cierre de una historia y la apertura de otra nueva. La Resurrección es la apertura del espíritu, es la piedra base sobre la que se asienta todo lo demás. Estos tres días, viernes, sábado y domingo santo son los tres días básicos, el tema más tratado en toda la historia del arte. Ningún otro evento ha atraído la imaginación de tantas personas a lo largo de la historia. 

La burla de Cristo, esta asombrosa obra de Fra Angelico parece estar muy en línea con el espíritu del Cuarto Evangelio. En la parte superior se está llevando a cabo una Pasión de Cristo muy particular. En un fondo que parece un croma, el artista sitúa cabezas y manos alrededor de Jesús. El autor no cree necesario pintar el resto de cuerpos. La cabeza escupe en el rostro de Jesús y las manos lo abofetean y apalean. Mientras, Cristo, con los ojos vendados, soporta la surrealista paliza con serenidad.

Pero así como nosotros conocemos el final del cuento, los discípulos no lo conocían, no sabían nada de lo que iba a suceder, a pesar de que Jesús se lo había dicho muchas veces y les había mostrado las señales y los signos, ni siquiera así estaban preparados, los discípulos, a pesar de estar tanto tiempo con Jesús, no aprendieron a reconocer que el reino de Jesús no es de este mundo. Y cuando llega la hora de la muerte, lo abandonan, tienen mucho miedo, no entienden, y creen que llega el fracaso y el final del proyecto del reino de Dios. Era tan grande la inversión de valores que estaban presenciando en ese momento, lo único que podían ver en esa cruz era vergüenza y escarnio, cuando lo que verdaderamente estaba sucediendo era la revelación de la gloria.

Ya al comienzo de su ministerio había advertido Jesús que su camino iba a ser un camino bastante irónico: 

Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que sea levantado el Hijo del Hombre, para que todo aquel que cree, tenga en Él vida eterna. (Jn 3,14-15)

Ese “ser levantado” tenía un sentido doble, tenía el sentido de ser levantado en la cruz, ser levantado en humillación significaba también ser levantados en la gloria.

Tras la muerte llega el momento en que los discípulos abren sus ojos al Cristo revelado y resucitado. En los sinópticos tenemos la historia de los discípulos de Emaús, los cuales caminaban con Jesús y no lo reconocían, es en el momento de partir el pan cuando sus ojos se abren. En el Cuarto Evangelio, el momento en que la venda cae de los ojos lo protagoniza una mujer: María Magdalena. 

Ella acude a la tumba cuando todavía estaba oscuro (aún no había abierto los ojos), pero allí ve a los ángeles, uno a los pies y otro a la cabecera, esta visión de los ángeles hace que María ponga en palabras los motivos de su aflicción, la cual esconde en su interior una revelación mayor que poco a poco va descubriendo, la primera pregunta que le formulan los ángeles y que ella puede escuchar: “mujer, ¿por qué lloras?” provoca que se de la vuelta, ese darse la vuelta es un giro interior que termina por convertir su aflicción en alegría, al darle la vuelta a su aflicción es entonces cuando puede ver a Jesús. María confunde a Jesús con un jardinero, porque ella, al igual que la otra María también nos conduce a un jardín que es anticipo de la ascensión a los cielos. Si en el jardín de Edén, Eva había sido la semilla de la oscuridad en la luz, ahora María será la semilla de la luz en la oscuridad, en ese jardín, en el que Cristo se convierte en el nuevo Adán, para redimirnos del pecado original. Es entonces, después de la visión del jardinero, cuando logra reconocerlo, él vuelve a preguntarle por qué llora, por segunda vez pone en palabras lo que la razón le dicta, y por segunda vez vuelve a girarse, entonces, cuando Jesús la llama por su nombre, entonces ella comprende lo imposible, se deja penetrar por el triunfo de lo imposible. María reconoce la voz del buen pastor cuando la llama por su nombre, por el oído María es quien de superar las funciones de la inteligencia óptica, y ello le permite dar una respuesta inmediata.

Cuando había dicho esto, se volvió, y vio a Jesús que estaba allí; mas no sabía que era Jesús. 15 Jesús le dijo: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que era el hortelano, le dijo: Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré. 16 Jesús le dijo: ¡María! Volviéndose ella, le dijo: ¡Raboni! (que quiere decir, Maestro). (Jn 20,14-16)

3 A este le abre el portero, y las ovejas oyen su voz; llama a sus ovejas por nombre y las conduce afuera. 4 Cuando saca todas las suyas, va delante de ellas, y las ovejas lo siguen porque conocen su voz. 5 Pero a un desconocido no seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños». (Jn 10,3-5)

La vista y el oído, aunque relacionados en su función, operan de modos muy diferentes: la inteligencia óptica, para pensar, crea una imagen en nuestra mente, es indirecta, analítica y secuencial, mientras que la auditiva es directa, sin imagen, y evoca una respuesta inmediata. Es ella la que percibe patrones de relación y configuraciones en el espacio. Es asimismo ella la que se asocia con el hemisferio derecho del cerebro, mientras que la vista, de carácter temporal, se asocia con el izquierdo, que mide y analiza de manera racional, para emplear una descripción simbólica. Es este "modo derecho" o "manera recta" lo que permite penetrar en el aspecto esotérico del símbolo, y comprender su sentido inmediatamente, porque puede percibir opuestos en simultaneidad. De la misma manera que Eva había prestado su oído a la serpiente, también se ha dicho que María engendra por el oído al escuchar las palabras del ángel. Fue a mediados del siglo IV, Efrén de Siria el que presenta el concepto de "conceptio per aurem" o concepción por el oído en un par de himnos, donde la voz de Dios llegó al oído de María a través del ángel, haciéndose visible en Jesús. También esta otra María engendra la visión de Cristo Resucitado a través del oído.

No es casual tampoco que el Evangelio de Juan y la tradición de esta comunidad cierre el Nuevo Testamento. Orígenes dijo de él que es la consumación de los otros 3, así como los Evangelios son la consumación de las Escrituras del Antiguo Testamento. Algunos lo han llamado El corazón de Cristo, otros el evangelio espiritual, en Europa lo llaman el seno de Cristo. El evangelio de Juan toca el mismo corazón de Cristo.