
del muro sur del crucero de San Martiño de Mondoñedo y esculpida en uno de sus capiteles.
El rico y Lázaro
19 Había cierto hombre rico que se vestía de púrpura y lino fino, celebrando cada día fiestas con esplendidez. 20 Y un pobre llamado Lázaro yacía a su puerta cubierto de llagas, 21 ansiando saciarse de las migajas que caían de la mesa del rico; además, hasta los perros venían y le lamían las llagas. 22 Y sucedió que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham; y murió también el rico y fue sepultado. 23 En el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio a Abraham a lo lejos, y a Lázaro en su seno. 24 Y gritando, dijo: «Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua y refresque mi lengua, pues estoy en agonía en esta llama». 25 Pero Abraham le dijo: «Hijo, recuerda que durante tu vida recibiste tus bienes, y Lázaro, igualmente, males; pero ahora él es consolado aquí, y tú estás en agonía. 26 Y además de todo esto, hay un gran abismo puesto entre nosotros y vosotros, de modo que los que quieran pasar de aquí a vosotros no puedan, y tampoco nadie pueda cruzar de allá a nosotros». 27 Entonces él dijo: «Te ruego, pues, padre, que lo envíes a la casa de mi padre, 28 pues tengo cinco hermanos, de modo que él los prevenga, para que ellos no vengan también a este lugar de tormento». 29 Pero Abraham dijo: «Ellos tienen a Moisés y a los profetas; que los oigan». 30 Y él dijo: «No, padre Abraham, sino que si alguno va a ellos de entre los muertos, se arrepentirán». 31 Mas Abraham le contestó: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán si alguno se levanta de entre los muertos» (Lucas 16,19-31).
Si nos adentramos poco a poco en esta parábola lo primero que observamos es que el propio título con el que a menudo se ha identificado, ya nos conduce a error, pues lo correcto sería titularla “parábola del hombre rico y el pobre Lázaro” (en lugar de “el rico Epulón y el pobre Lázaro") pues ésta no nos habla de un rico llamado Epulón y un pobre llamado Lázaro, quizás en ese matiz se encuentra ya parte de la clave de su comprensión. La palabra epulón no aparece en el texto original griego, aunque igualmente se considera tradicional, pues es probable que haya sido incluida por Pedro Crisólogo, arzobispo de Rávena del siglo V. La palabra epulón hace alusión al nombre de uno de los rangos dentro de los cuatro colegios sacerdotales romanos. ‘Épulos’ eran los convites sagrados a cuyo cargo estaban los epulones romanos, por tanto el significado que la RAE recoge definiéndolo como un hombre que come y se regala mucho, seguramente tenga que ver con esta significación primitiva, que ya en la interpretación de Pedro Crisólogo quedó vinculada a alguien que utiliza las riquezas (la comida) para un lujo desenfrenado y egoísta.
El evangelio de Lucas recoge una vieja historia contada desde antiguo en Egipto y narrada por Jesús. En el contexto judío de su época, la clase adinerada y pudiente estaba representada por el sumo sacerdote y los componentes del sanedrín, por lo que es probable que la parábola hiciese alusión a la aristocracia sacerdotal judía y a los fariseos. El añadido que hace Pedro Crisólogo en el siglo V actualiza la parábola en relación al contexto romano de su época, en el que las clases pudientes, a diferencia de la época de Jesús, pasan a estar representadas por los altos cargos de la curia romana. Pero la palabra epulón no ha pretendido en esta parábola pintar ningún antagonismo de clases, ni dividir el mundo en buenos y malos. Precisamente lo que llama la atención del cuento es que no se diga en ningún momento que el rico fuese malo, o que el pobre fuese bueno, el evangelio no dice que el rico hiciera algo malo, tampoco que hubiera abusado de los demás; o que hubiese conseguido sus riquezas de manera inmoral, que pudiera ser el caso, desde luego, pero el evangelio no lo dice, eran lo que eran: un rico y un pobre, con la salvedad de que el rico no tiene nombre y el pobre sí. Este detalle en apariencia secundario nos da la clave para su comprensión, pues es de las pocas parábolas, sino la única, en donde aparece un nombre propio. Lázaro, abreviatura de Eleázaro (Eleazar), significa precisamente «el ayudado por Dios», es también el nombre de un fiel y cercano amigo de Jesús, hermano de Marta y María en la comunidad de Betania, perseguido por haber sido signo del poder de Cristo. En la tradición judía, el nombre se considera una conexión entre la persona y Dios, es una manifestación de su alma y hasta cierto punto, profético. Para los judíos el nombre es la llave de nuestra alma, captura nuestra esencia. El Midrash nos enseña que a pesar de que la revelación se acabó después de que se terminó de escribir la Biblia, todavía hay una pequeña área en donde podemos experimentar un cierto aspecto de profecía. Esto es, cuando elegimos un nombre para nuestros hijos. Los nombres de nuestros hijos son el resultado de una colaboración entre nuestro esfuerzo y la respuesta de Dios, es por eso que la palabra en hebreo para ‘nombre’, shem, tiene el mismo valor numérico que la palabra en hebreo para ‘libro’, sefer, esto es, 340. Para la tradición judía un nombre significa ser portador de un patrimonio, una historia, una identidad, por tanto ya podemos empezar a intuir hacia dónde nos conduce la comprensión espiritual de dicha parábola.
En otro pasaje del evangelio lucano Jesús resume con exactitud el significado de esta parábola:
Vosotros pretendéis pasar por gente de bien delante de los demás, pero Dios sabe lo que hay en vuestro corazón; y aquello que la gente juzga valioso, para Dios es sólo basura (Lc 16,15).
Según el Midrash, cuando completemos nuestros años en esta tierra y nos enfrentemos al juicio celestial, una de las preguntas más poderosas que nos preguntarán será: ¿cuál es tu nombre? y ¿le hiciste honor a tu nombre?. El rico goza en el mundo de la apariencia, pero sufre en el mundo espiritual, sin embargo el pobre sufre en el plano de la apariencia y goza en el espiritual. Son estas dos realidades, cercanas en el plano físico pero insalvables en el plano espiritual, las que nos traslada el contexto escatológico de la vida tras la muerte. Sobre el hades se dice que es un lugar de oscuridad debajo de la tierra; otros dicen que el hades es la salida del alma de lo que se ve a lo que no se ve y es invisible. La frontera entre esas dos realidades que cada uno de los personajes de la parábola representa, está marcada por un gran abismo, por un lado lo visible encarnado en el rico y cubierto por lujosas ropas, y por otro lado lo invisible encarnado en el pobre y desnudo, pero conectado con su ser, como lo demuestra el hecho de estar en el seno de Abrahám, lugar que para los judíos es un equivalente de la resurrección cristiana. Pero hay dos tipos de muerte, la física y la espiritual, la muerte del espíritu es la que hace surgir un abismo insalvable entre ambas realidades. Jesús enseñó que no debemos temer la muerte física, sino que debemos preocuparnos más por la muerte espiritual.
No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman más bien al que puede destruir alma y cuerpo en el infierno (Mt 10,28).
De nuevo una interpretación generalizada en la comprensión actual del cristianismo choca frontalmente con lo que se dice en esta parábola cuando nos detenemos a escucharla con atención. Pareciera que Dios no tiene misericordia ni escucha el lamento del condenado que tan solo pide unas gotas de agua. Las mismas migajas que antes el pobre esperaba del rico, ahora el rico se las demanda al pobre. Esta historia nos ofrece las dos caras de una visión reflejada en una misma realidad, ante los ojos de lo aparente por un lado y ante los ojos del espíritu por otro, el ojo exterior y el ojo del corazón. ¿Por qué no se compadece del castigado, precisamente una religión que promulga la compasión? Quizás Orígenes (condenado por la Iglesia) nos diese sobre esto alguna respuesta con su término “apocatástasis”, en el que ahora no nos detendremos. Pero lo que parece ponerse en evidencia en esta parábola es que todas las enseñanzas de Cristo son para poner en práctica en esta vida y no en la otra. Al revés de lo que mayoritariamente se ha extendido, la escatología tradicional no habla de una vida diferente de esta, sino que marca dos planos de realidad opuestos, ambos presentes en esta vida, en apariencia cercanos, pero a distancia espiritual muy grande. El rico se percata de su desgraciada suerte cuando ya no hay remedio, ni siquiera el diálogo con Abrahám es ya verosímil, puesto que en la eternidad ni hay espacio ni hay tiempo. La respuesta de Abrahám es tan concluyente como sobrecogedora: «Y además, entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a vosotros, no puedan; ni de ahí puedan pasar donde nosotros». San Agustín puso el acento en este matiz de la predicha situación irreversible: «Cuando esta vida haya transcurrido, no habrá lugar para la corrección. Esta vida es como un estadio; o vencemos en él o somos vencidos» (Sermón 113B, 3). Antes de la muerte ambos se hallaban muy cerca, el pobre a la puerta del rico, el rico a unos metros del pobre (en quien jamás se había fijado), pero ahora les separa un gran abismo, de manera que no pueden hablar entre sí, el rico epulón ha sucumbido a la muerte espiritual mientras que el pobre Lázaro ha renacido a la vida. El hombre rico y epulón había tenido toda la vida para relacionarse con Lázaro, pero ahora ya era tarde. En esta vida es donde se nos da la oportunidad de pasar de un nivel espiritual a otro, en donde se nos da la oportunidad de resucitar y de ver donde antes no veíamos. Después de muertos no hay ya posibilidad de vencer a la muerte.
Otro aspecto fundamental de la parábola, está recogido también en el evangelio de Lucas con estas palabras:
No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos (Lc 5, 31).
Si entendemos la comida como alimento del espíritu, también podríamos decir que no tienen necesidad de Cristo sino los hambrientos. Aquellos que se consideran saciados harán de lo espiritual un mero adorno, complemento de su apariencia. ¿Por qué decir bienaventurados los pobres, felices los que no tienen? ¿Acaso la pobreza es un bien? ¿Defiende quizás Jesús la miseria y el hambre? Por supuesto que no, porque la pobreza a la que hace alusión es a la del espíritu. Para acercarse a Dios hay que tener hambre, hay que ser pobres de Espíritu, estar necesitados. La pobreza, sin intención de romantizarla, puede interpretarse como una forma de "falta" que moldea el deseo. La carencia es un elemento estructurante del sujeto. Cuantas veces escuchamos a las personas decir que hacen todo lo que está a su alcance para que a sus hijos "no les falte nada". En general esta expresión refiere a las faltas materiales por encima de las faltas afectivas. El resultado de esto es justamente el aplastamiento del otro, de arrebatarle su capacidad deseante ya que está todo dado. El actor Roberto Benigni dijo una vez una frase con la que me identifico plenamente (aunque haya tardado años en poder identificarla):
Mis padres me dieron el regalo más grande de mi vida: la pobreza
Transformar la carencia en algo que moviliza es además uno de los puntos centrales de la práctica psicoanálitica. La ética del no todo. Uno podría revertir ese mantra y decir "ojalá que a mis hijos les falte y que por tal razón puedan ir tras ello". La pobreza o la carencia, al imponer límites materiales, puede protegernos de caer en un goce desmedido, permitiendo estructurar un deseo en torno a metas simbólicas en lugar de satisfacciones inmediatas. Se trata de una compleja operación psíquica en la que la pobreza, como experiencia de carencia, es resignificada como un espacio liberado para el movimiento y la creatividad del sujeto. Este es también el verdadero sentido de la pobreza de la que habló Jesucristo. Porque si creemos que lo poseemos todo, si nos creemos buenos porque no le hacemos mal a nadie, ningún movimiento se producirá en nuestra alma, nada se transformará. Todo camino a la salvación, al amor, a la libertad o a la verdad comienza precisamente con un movimiento en el alma. Quien recibe a Dios es aquel que puede sentir la necesidad en la tierra, aquel que puede reconocerse en falta:
Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber; fui huésped y me recibisteis (Mt 25,35).
Por otro lado, también es inevitable ver en el texto una analogía entre el rico y el pueblo judío, pues es quien tiene por padre a Abraham, a Moisés representando la Toráh y a los Profetas, representando a los libros proféticos o Nevi’im. Muchas veces olvidamos que cuando Cristo predicó no existía el cristianismo, su predicación estaba inmersa en el contexto judío y las duras críticas que hizo a muchos de ellos estaban inmersas en una religión de la que él formaba parte. El texto parece decirnos que la revelación de Moisés y los Profetas es suficiente para quien esté ávido de conocimiento, sin embargo, para quienes viven sometidos a la imagen poco importa que Jesús resucite de entre los muertos, pues si no escucharon a sus maestros no escucharán tampoco al Mesías («si no escuchan a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán si alguno se levanta de entre los muertos»), y entre ambos no hay ni enfrentamiento ni contradicción alguna. El mensaje de Cristo nunca fue rompedor con la tradición de la que formaba parte, pues no hay diferencia entre lo que los profetas revelaron y la revelación de Cristo, y esto es lo que nos informa de que su mensaje fue plenamente esotérico, por más que no podamos negar que una religión se sustenta también en el plano exotérico.
La función de toda religión verdadera es abrirse paso cuando otras decaen o se corrompen, así lo había hecho el judaísmo frente a la multitud de creencias que proliferaban en los pueblos de su entorno. Pero la corrupción que atravesaba el judaísmo cuando Cristo extendió su mensaje logró evolucionar en un cambio fundamental tras la destrucción del Segundo Templo y que evitó su desaparición, fue el paso del judaísmo sacerdotal al judaísmo rabínico. En el caso de otras tradiciones con las que el cristianismo se encontró, tales como la tradición greco-romana o la tradición celta (la única tradición propia de Europa Occidental) llegaban a su fin, y al cristianismo le correspondió actuar en el plano exotérico diciendo que no hay más religión que la cristiana, a la vez que en el plano esotérico rescataba todo lo que debía ser conservado de las anteriores tradiciones. Esta exclusividad está justificada desde el punto de vista exotérico solo cuando va a acompañada del plano esotérico que lo equilibra. Jesucristo, fue, para el judaísmo, un estabilizador del plano esotérico en la tradición judía. El plano exotérico se ocupa de conservar y de ofrecer al pueblo una estructura firme en la que pueda cada uno desarrollarse acorde a su nivel, pues no todos pueden acceder al plano esotérico. Todos los trabajos tradicionales como también el folclore ofrecen a las personas medios a través de los cuales realizarse espiritualmente, sin necesidad ni siquiera de ser creyentes, esta es la función de toda tradición verdadera. El pueblo judío era rico porque había recibido una gran cantidad de bienes espirituales de Dios, y sin embargo, esa riqueza, según demuestra la parábola, puede fácilmente invertirse, y aquellos que su prepotencia de “elegidos” designa como pobres y míseros, puedan ser en la verdad profunda del corazón, los verdaderos ricos y elegidos.
¡Qué difícil es que los que tienen riquezas entren en el Reino de Dios! Es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el Reino de Dios (Lc 18, 24-25).
Contexto de San Martiño de Mondoñedo
Una de los aspectos que llama la atención en esta iglesia es que haya sido catedral y no se haya desarrollado en torno a ella un núcleo importante de población. Seguramente este lugar tuvo un valor sagrado al menos ya desde el s IV, y al menos desde que tenemos documentación, parece que su función como lugar de refugio y protección fue también primordial, si tenemos en cuenta que fueron varias las veces en su historia que sirvió para resguardar a quienes huían de invasiones en sus lugares de origen. Una de las ideas preconcebidas que fácilmente tenemos sobre el arte en las iglesias, se rompe en San Martiño de Mondoñedo, pues a menudo creemos que las historias representadas tanto en el interior como en el exterior de los templos, tenían una intención moralizante respecto al pueblo. Y sin embargo lo que comprobamos en San Martiño de Mondoñedo es que las pinturas cubrían exclusivamente la parte del espacio esencialmente dedicado al clero: el coro del crucero. De esto nos informa el extraordinario estudio de Manuel Castiñeiras que invitamos a leer porque no tiene desperdicio.
Mentres que en Château-Gontier as escenas do Antigo e Novo Testamento ocupan indistintamente os dous brazos do transepto, en Mondoñedo había unha certa polarización entre o brazo sur, visiblemente dedicado a temas neotestamentarios, e o norte, que supomos cuberto con escenas veterotestamentarias. Pódese lembrar que Christian Davy subliña que a decoración en Château-Gontier debe entenderse no contexto da dobre función monástica e parroquial do templo, pois os ciclos figurados só se localizan na ábsida e no transepto, isto é, no espazo do edifcio reservado aos monxes da comunidade beneditina, mentres que a nave, exenta de pinturas, lugar dos fregueses. Como veremos, esa dobre función litúrxica do templo tamén afecta a San Martiño de Mondoñedo, onde existía un coro reservado aos cóengos –o transepto– que cadra co espazo pictórico, mentres que as naves eran propiamente o lugar dos fieis. Ambos os dous estaban mesmo separados por canceis de pedra, como pode verse nas trazas do encaixe de laxes de división nos primeiros machóns do templo.
transepto (coro de canónigos) y las naves (pueblo).
Según afirma Simon Young en Britonia: Camiños novos, los celtas-británicos que se mencionan en el continente en los siglos V y VI son frecuentemente soldados. Estos monjes celta-britones e irlandeses, misioneros del mar, cuya vocación misionera está bien acreditada, se establecieron en un monasterio, situado sin duda, como señalan prestigiosos autores, en el castro de Mindonio o Mindunieto, el actual San Martiño, que así se llama desde que allí llegaran los monjes dumienses en el siglo VIII. Un centro religioso compuesto por monasterio y catedral que, caso único en el cristianismo medieval, no llegó a dar nacimiento a un centro urbano en su entorno, a pesar de su larga permanencia en el tiempo; más de 1300 años como monasterio, es decir desde el 400 al 1700, y de 650 años como sede, primero personal, britonia, y luego residencial, Mindunieto, desde el año 550 al 1113, fecha del traslado de la sede a la actual Mondoñedo.
Por tanto, una de las hipótesis plausibles es que a este monasterio hubiera arribado el abad-obispo Mailoc en el siglo VI, acompañado de otros monjes celtas que salían de su tierra con el objetivo precisamente de evangelizar. Una de las características propias de los monjes ingleses y sobre todo irlandeses fue precisamente la de salir de su tierra para no volver nunca más, debían renunciar al más tierno amor que sentían por su tierra, pues vieron en él un impedimento para la libertad que no habían visto antes los padres del desierto. Los irlandeses vivían un aprecio por su tierra, por su hogar, por el lugar de su pertenencia, que era muy intenso. Así pues, existía un vínculo, un afecto mundano, un yugo terrenal que levantar aún después de abrazar la obediencia, la pobreza y la castidad, el más arduo de los sacrificios. Y dentro de las funciones que habitualmente tenían los monjes celtas que salían de sus tierras era precisamente la de evangelizar, fue así como este monasterio de Mindunieto dio origen a una sede episcopal, según el modelo céltico de monasterio-diócesis de carácter personal. A juzgar por la extraordinaria movilidad que más tarde tuvieron algunos obispos, sucesores de Mailoc en la sede, cabe pensar que estos obispos-abades estuvieron en constante movimiento en su actividad misionera pero conservando siempre una residencia concreta. Fue así como nació una diócesis de carácter personal, diferente del modelo romano de obispado-diócesis de carácter territorial, con un abad-obispo el frente.
Por otro lado, después de trasladada la sede episcopal a Mondoñedo (Vilarmaior do Val de Brea), este lugar siguió funcionando como retiro de obispos, y en conexión con la sede principal, la cual, no por casualidad heredó su nombre. Creemos por tanto que la primitiva función personal-residencial del monasterio bretón se mantuvo incluso pasados los siglos y plenamente integrado con el cristianismo ortodoxo. De alguna manera el aspecto que incluso hoy día conserva parece recordarnos más a un fortín que a una catedral.
Hemos querido hacer todo este recorrido del contexto histórico para establecer conexiones con el significado de la parábola que hoy hemos traído para analizar. Y verdaderamente, aunque muchos consideren descabellado hacer estas conexiones, lo cierto es que podría verse en esta escena representada tanto en las pinturas como en el capitel, un mensaje más dirigido al poder eclesiástico que al pueblo, más aún si consideramos que las pinturas estaban situadas precisamente en un espacio reservado al clero. Se añade sentido a esta teoría si además le agregamos que la parábola nos habla precisamente de los peligros asociados al poder de las riquezas que en la época de Jesús y también en el siglo V. encarnaban las clases pudientes del poder eclesiástico. Así como Jesucristo se preocupó por los líderes judíos que establecían su poder en torno al sanedrín, y Pedro Crisólogo por los de la curia romana, así también podríamos ver una preocupación similar en San Martiño de Mondoñedo. Así mismo, otro de los puntos de conexión que se pueden establecer con la interpretación de esta parábola está relacionado con la tradición celta de la que este lugar es heredero. Las palabras de Jesús que en la parábola nos dicen "si no escuchan a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán si alguno se levanta de entre los muertos", hacen alusión a un vínculo esotérico que toda tradición verdadera establece con la Tradición Primordial. De la misma forma, los antiguos druidas celtas herederos de los conocimientos que habían atesorado durante siglos sus antepasados, no tuvieron ningún prejuicio ni impedimento para continuar su labor a través del cristianismo, a riesgo precisamente de no poder transmitir sus conocimientos en el interior de una tradición que había llegado a su fin (la celta). Desde luego cabe preguntarse por el motivo que facilitó un proceso de evangelización cristiana tan rápido en las Islas Británicas.