Simbolismo xacobeo: barca/tumba

Continuando con el simbolismo xacobeo queremos hoy adentrarnos en el simbolismo de la barca/tumba y el arca.

Aquel día, cuando llegó la noche, les dijo: Pasemos al otro lado. Y despidiendo a la multitud, le tomaron como estaba, en la barca; y había también con él otras barcas. Pero se levantó una gran tempestad de viento, y echaba las olas en la barca, de tal manera que ya se anegaba. Y él estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal; y le despertaron, y le dijeron: Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos? Y levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: Calla, enmudece. Y cesó el viento, y se hizo grande bonanza. Y les dijo: ¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe? Entonces temieron con gran temor, y se decían el uno al otro: ¿Quién es éste, que aun el viento y el mar le obedecen? (Mc 4,35-40)

La barca es uno de los más antiguos símbolos cristianos, representa la coyuntura espiritual de cada ser humano, sin la cual cualquier proyecto de vida se hunde o puede ser vencido por una tempestad. La barca pone de relieve que lo importante es con qué fin navegamos, a donde vamos, porqué y cuál es el destino del viaje. Pero además qué estamos dispuestos a hacer durante la navegación por los demás que están abordo.

«Se escucha en los precipicios el eco atronador de tus cascadas; los torrentes de agua que tú mandas han pasado sobre mí» (Salmos 42,7)

En este pasaje, David nos habla de los niveles de profundidad espiritual que experimenta, sumergido en un océano de Dios que lo ha tapado por completo. Así como en la orilla las olas nos golpean con más fuerza y pueden llegar a herirnos, lo mejor del océano se disfruta en la profundidad, de igual manera que lo más grande de Dios se conoce en intimidad y comunión profunda.

Origen

Los símbolos cristianos que, a principios del siglo tercero, nos ofrece Clemente de Alejandría son básicamente el pez, la paloma y la barca, sin hacer referencia en ningún momento a la cruz o el crucifijo. Como nos cuenta Eliseo Ferrer en su blog: 
Sorprende el hecho de que durante los cuatro primeros siglos de nuestra era no se representara plásticamente la cruz en ninguno de los ámbitos de los diferentes cristianismos. Ni en los primeros lugares de reunión, ni en las primeras iglesias y basílicas, ni en los espacios abiertos se reprodujo por ninguna parte el arcaico símbolo de la cruz. En realidad, hay que reconocer que no hubo manifestaciones plásticas ni signos externos de ningún tipo en el cristianismo hasta las décadas finales del siglo segundo; fechas a partir de las cuales se usaron, como iconos identificativos de pertenencia al grupo, las figuras del Buen Pastor, el Pez (o el pan y los peces), el Ancla y la Paloma; todos ellos signos de una espiritualidad cuyos referentes conducían al espacio mitológico y astral propio de la época. Incluso, la planta de las primeras iglesias no tuvo tampoco carácter cruciforme, a pesar de lo que se cree, sino cuadrangular, rectangular o circular, al estilo de las construcciones públicas romanas (basílicas), reconvertidas a partir de la época del emperador Teodosio en templos cristianos.

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El constructo de la cruz como signo de redención a través de la muerte y la sangre de un dios-hombre asesinado, tal y como apareció en el cristianismo de la Iglesia, no tuvo su origen, según algunos autores, entre los que me encuentro, y según el mismo cardenal Daniélou, en un supuesto instrumento de suplicio y ejecución. Respondió a una construcción teológica derivada del simbolismo místico del gnosticismo, de carácter cósmico, de un signo que aparecía ya en el Neolítico como representación y esquema del año solar y de las cuatro esquinas del mundo: un emblema del sol que era, a la vez, símbolo de resurrección del cosmos. Según Jean Daniélou, nos encontramos en presencia de un esquema mítico y teológico, de una representación simbólica.

Y así como la cruz ya era, antes del cristianismo, un símbolo universal que había sido utilizado desde la más remota antigüedad, también el resto de elementos que empezó a utilizar el cristianismo primitivo no eran especialmente nuevos, sino que se utilizaron formas paganas ya conocidas, con nuevas claves simbólicas que tampoco contradecían a las anteriores. Temas como la vid (Baco), el pastor (Moscóforo), el orante, el pez, etc... ya se utilizaban anteriormente, pero la significación y simbolismo cristianos las renuevan y las resignifican. Para un cristiano la vid no tiene que ver con las fiestas de Baco, significa la sangre de Cristo que da vida, esa sangre de Cristo también se simboliza a través del vino, por eso no se contradice con el simbolismo pagano, sino que lo integra y lo completa. El trigo, en el mundo clásico era atributo de Ceres y símbolo de abundancia, la iconografía cristiana lo completa además con el Cuerpo de Cristo. La manzana, atributo de Venus en el mundo clásico, enlaza a su vez con el simbolismo del fruto prohibido del jardín del paraíso heredado de la tradición hebrea en la figura de Eva, más tarde complementada con la Virgen María asimilada en el cristianismo como la nueva Eva. También la vieira había sido atributo de Venus y símbolo de la fertilidad o fecundidad en la iconografía cristiana.

Los primeros cristianos heredan la tradición anicónica judía que rechazaba la representación de Dios y de los personajes de la Historia Sagrada, por tanto la progresiva evolución hacia la aceptación de las imágenes que hoy nos parece tan evidente en el mundo cristiano caminó de la mano de una inmersión plena en la cultura pagana greco-romana. A menudo suelen verse estas dos religiones como enfrentadas, y sin embargo desde el punto de vista simbólico, ambas están integradas y contenidas, de manera que el cristianismo pueda considerarse también una evolución e integración del paganismo. Ninguna tradición surge de la nada, sino que es precisamente fruto del proceso de asimilación de lo recibido o transmitido.

El cristianismo asimiló la cultura clásica para la expresión de sus contenidos, y la belleza se aceptó como forma de elevar el alma y estimular la vida interior y la fe, por lo que el primer arte cristiano o el arte paleocristiano fue en esencia un arte simbólico, es decir, la imagen tenía un valor en función de su significado, pues el contenido o mensaje se consideró más importante que la forma.

El origen etimológico de la voz griega symballein nos habla de aquello que se lanza para unir, para religar. Así pues symbolum es la parte que necesita de otra para ensamblarse generando reconocimiento mutuo y unidad.
Con otras palabras podemos afirmar que la doctrina cristiana no existe en forma de frases separables, sino en la unidad del símbolo, como llamaba la primitiva Iglesia a la profesión bautismal. Éste es el lugar de estudiar más de cerca el significado de la palabra. Simbolum viene de symballein, que significa concurrir, fusionar. El trasfondo de la imagen es un rito antiguo: dos partes unibles de una sortija, de un bastón o de una placa eran signos por los que se reconocía a los huéspedes, a los mensajeros, a los representantes; poseer una arte del objeto daba derecho a una cosa o a recibir hospitalidad 7 . Symbolum es la parte que necesita otra con la que unirse, creando así reconocimiento mutuo y unidad. Es expresión y posibilidad de unidad. (Introduccion al cristianismo. Joseph Ratzinger. Cap,"la fe como simbolo",pag 84).

Por tanto el primitivo arte cristiano surgió a partir de representaciones sencillas tomadas de otras culturas en las que se priorizó el contenido simbólico. Poco a poco fue evolucionando hacia representaciones más complejas y más propias que a la vez fueron perdiendo simbolismo y por tanto conexión con los significados profundos de su contenido espiritual. Las imágenes, como el hombre, también se corrompen.

Barca

De esta misma manera, podemos hablar del simbolismo de la barca como heredero de una difusión atlántica de un elemento arcaico que impregna la tradición xacobea, pero que no es sustancial ni genuino de ella, sino que ha sido incorporada como lo hicieron también los primitivos símbolos cristianos, en un proceso de asimilación por el cual los ámbitos culturales distintos llegan a compartir o unificar rasgos de origen diferente para compatibilizarlos. Acerca del simbolismo de la navegación y de la barca René Guenon nos dice lo siguiente:

Cabe señalar todavía que hay aquí a la vez una semejanza y una diferencia con el simbolismo de los cuatro ríos del Paraíso terrestre: éstos fluyen horizontalmente por la superficie de la tierra, y no verticalmente, según la dirección “axial”; pero tienen su fuente al pie del “Árbol de Vida”, el cual, naturalmente, es el mismo “Eje del Mundo” y también el árbol sefirótico de la Cábala. Puede decirse, pues, que los influjos celestes, descendiendo del “Árbol de Vida” y llegando así al centro del mundo terrestre, se difunden inmediatamente por éste en la dirección de los cuatro ríos; o bien, reemplazando el “Árbol de Vida” por el “río celeste”, que este río, llegando a tierra, se divide y fluye según las cuatro direcciones del espacio. En tales condiciones, el acto de “remontar la corriente” podrá considerarse como efectuado en dos fases: la primera, en el plano horizontal, conduce al centro de este mundo; la segunda, partiendo de aquí, se realiza verticalmente según el eje, y ésta es la considerada en el caso precedente; agreguemos que las dos fases sucesivas tienen, desde el punto de vista iniciático, su correspondencia respectiva en los dominios de los “pequeños misterios” y los “grandes misterios”. El segundo caso, el del simbolismo de la travesía de una a otra ribera, es sin duda más frecuente y más generalmente conocido; el “paso del puente” (que puede ser también el de un vado) se encuentra en casi todas las tradiciones y también, más particularmente, en ciertos rituales iniciáticos; la travesía puede efectuarse también en una balsa o en una barca, lo que corresponde entonces al simbolismo muy general de la navegación . El río que se trata de atravesar así es más en especial el “río de la muerte”; la orilla de donde se parte es el mundo sujeto al cambio, es decir, el dominio de la existencia manifestada (considerada en particular, más a menudo, en su estado humano y corporal, ya que de éste debemos partir de hecho actualmente), y la “otra ribera” es el Nirvâna, el estado del ser definitivamente liberado de la muerte. En cuanto al tercer caso, el del “descenso de la corriente”, el Océano5 debe aquí considerarse no como una extensión de agua que atravesar, sino, al contrario, como el objetivo o meta que ha de alcanzarse, y por lo tanto como una representación del Nirvâna; el simbolismo de las dos riberas es entonces diferente que en el caso anterior, e inclusive hay en ello un ejemplo del doble sentido de los símbolos, pues ya no se trata de pasar de una a otra, sino de evitarlas igualmente a ambas: son, respectivamente, el “mundo de los hombres” y el “mundo de los dioses”, o bien, dicho de otro modo, las condiciones “microcósmicas” (adhyâtma) y “macrocósmicas” (adhidévata).

Coomaraswamy osbserva, a este respecto, que el símbolo de la barca salvadora (en sánscrito nâvâ en latín navis) se encuentra en la designación de la “nave” de una iglesia; esa barca es un atributo de san Pedro después de haberlo sido de Jano, así como las llaves. Esta barca de Jano podía navegar en los dos sentidos, hacia adelante o, hacia atrás, en correspondencia con los dos rostros de Jano mismo. El arca ha sido considerada a menudo como una figura de la Iglesia, así como la barca (que fue antiguamente, junto con las llaves, uno de los emblemas de Jano; es, pues, ciertamente, la misma idea que encontramos expresada así en el simbolismo hindú y en el simbolismo cristiano.

Como quiera que fuere, en tanto que Jano era considerado dios de la iniciación, sus dos llaves, una de oro y otra de plata, eran las de los “grandes misterios” y los “pequeños misterios” respectivamente; para utilizar otro lenguaje, equivalente, la llave de plata es la del “Paraíso terrestre”, y la de oro, la del “Paraíso celeste”. Esas mismas llaves eran uno de los atributos del pontificado supremo, al cual estaba esencialmente vinculada la función de “hierofante”; como la barca, que era también un símbolo de Jano, han permanecido entre los principales emblemas del Papado; y las palabras evangélicas relativas al “poder de las llaves” están en perfecto acuerdo con las tradiciones antiguas, emanadas todas de la gran tradición primordial.


No podíamos dejar de lado tampoco la tradición celta con respecto al simbolismo de la barca, pues en el caso de Galicia, es probable que parte del simbolismo de la barca llegara a nosotros a través del cristianismo celta, es importante matizar esta cuestión, pues a menudo también se utiliza el celtismo como una especie de arma identitaria galleguista que se enfrenta al cristianismo, cuando el celtismo en Galicia, como en tantos otros sitios, ha llegado a través del cristianismo. Los bretones de Hispania fueron un grupo étnico de origen celto-británico que se asentó en el noroeste de la península ibérica durante los siglos V y VI. Su lugar de origen fue la provincia romana de Britania, y aunque en un principio pudiera entenderse su asentamiento en el noroeste peninsular como resultado de una huida de las invasiones germánicas, sin embargo los asentados en la Bretaña francesa (Armórica) ya habían encontrado un lugar seguro, y más cercano a los insulares. Por eso cabe preguntarse por el motivo que los llevó a desplazarse a un lugar tan lejano. Gildas Bernier, entre otros muchos autores, introduce el factor religioso: quizás se trató de reforzar el catolicismo, propiciado por la monarquía católica de los suevos, constantemente amenazada por el arrianismo visigótico. Young acepta la idea de refuerzo frente a la presión goda, pero no desde un punto de vista religioso, sino militar. Los bretones habrían firmado -según este autor- algún tipo de pacto o «foedus» con los suevos, para reforzar la retaguardia sueva. Creemos que estos dos factores, el religioso y el militar es muy probable que estuvieran unidos, pues la función de la guerra exterior en conexión con la guerra interior es una manera simbólica propia de la Antigüedad de comprender la función sagrada de la guerra. Este carácter sagrado de la guerra nada tiene que ver con la comprensión instrumental y mecánica propia de las guerras modernas, incompatible del todo con cualquier simbolismo, quizás sea esa también la razón por la cual las guerras en la modernidad se hayan vuelto tan despiadadamente destructivas. 

Los bretones parecen haberse concentrado en el tercio norte de la actual provincia de Lugo, el norte de A Coruña y el Occidente asturiano. Según el Parroquial Suevo, documento administrativo redactado probablemente con ocasión del Concilio de Lugo (569), el área de asentamiento de los bretones se extendía por los territorios del Monasterio Máximo y por el área de las Asturias. La cita literal es la siguiente:
Ad sedem Britonorum ecclesias que sut intro Britones una cum monasterio Maximi et que in Asturiis sunt.

Llegaron incluso a fundar un obispado, el de Britonia (en la actualidad, Santa María de Bretoña, en Pastoriza) y el mencionado monasterio, el de Máximo, que podría haber sido la Basílica de San Martín de Mondoñedo, situado en la circunscripción de Foz. Esta sede fue mencionada por primera vez por las actas del primer concilio de Braga, celebrado en 561, donde se cita la presencia de un obispo denominado Maliosus, y por los documentos del Concilio de Braga (572), donde aparece el mismo obispo, cuyo nombre se transcribe esta vez como Maeloc o Mahiloc. Por los restos constructivos y sepulcrales hallados pertenecientes a los siglos VI y VII en la Basílica de San Martín de Mondoñedo muchos estudiosos opinan que el monasterio Máximo pudo haberse ubicado allí, coincidiendo con la época de esplendor del monasterio. Otros opinan que se pudo haber situado en la antigua iglesia parroquial de Santa María de Bretoña, principalmente por la semejanza lingüística.

Basílica de San Martín de Mondoñedo, en el municipio de Foz, está considerada como la catedral más antigua de España, ya que en el siglo IX fue sede de dos obispados del reino de Galicia: uno trasladado desde Dumio, en el distrito de Braga (Portugal), y otro trasladado desde Bretoña, en la provincia de Lugo.​

Además de Bretoña, en el área norte de A Coruña nos encontramos también un Bertoña, hay topónimos con una raíz semejante más lejos: otra Bretoña al norte de Pontevedra y una Bertonia en el sur de Lugo. Además, hay un Bretón cerca de Oviedo y un Bretios y un Bertios en Lugo. No necesariamente esos topónimos tengan que remitirnos a la colonización bretona, pero al margen de estas raíces bret-, no existe una toponimia en la zona en la que podamos distinguir elementos lingüísticos bretones. Por otro lado, Alonso Romero ha relacionado las «barcas de pedra», a las que las tradiciones locales relacionan con los santos, con sus homólogas británicas y bretonas. Hay estudiosos que cuentan las cuatro tradiciones de Muxía, Misarela (Pobra do Caramiñal), Padrón y San Andrés de Teixido, pero dejan fuera una especialmente importante por estar situada en el centro mismo del área atribuida a los colonos bretones, se trata de la leyenda del Conde Santo, en Vilanova de Lourenzá.

En el caso de Muxía y San Andrés de Teixido, hay acantilados rocosos ricos en formas cuya visión favoreció la extensión de la leyenda entre la tradición popular, forma de rocas que remedan partes de una nave o naves volteadas por el mar. La tradición popular de Muxía aceptaba que la Virgen María, “Nosa Señora da Barca”, llegó en una barca de piedra para dar ánimos al apóstol Santiago en su labor evangelizadora, y cuyo timón y vela de material pétreo, se conservan en el pedregal local, visibles a los visitantes. La vela es la llamada Pedra dos Cadrís, por la vieja creencia de que curaba dolencias renales y lumbares a quienes pasaban ritualmente por el hueco natural que se forma debajo de ella, creencia que se encuentra también en lugares de Irlanda, y que sintoniza bien con la cultura de la piedra del mundo antiguo. En San Andrés de Teixido la leyenda cuenta que hasta allí llegó el apóstol Andrés en una barca de piedra, y el imaginario popular vio en sus acantilados los restos de la pétrea nave del santo volteada sobre las aguas una vez cumplida su misión.

Caso singular es la Barca de piedra de San Juan de Misarela; en el cauce del río Barbanza, en la parroquia de San Isidro de Posmarcos, concello de A Pobra do Caramiñal (A Coruña), en la confluencia con el llamado río das Pedras, enfrente de las ruinas del monasterio de San Juan de Misarela, se puede ver varada una barca de piedra granítica de unos cinco metros de eslora. Dice la leyenda que es la barca en la que llegó a aquel lugar San Mauro, fundador del eremitorio de Misarela, huyendo de sus perseguidores los legendarios mouros. Lo más relevante es que aparecen barcas de piedra en otros puntos del litoral atlántico de Europa, como Bretaña, Gales y Cornualles, y especialmente los encontramos en leyendas hagiográficas de Irlanda y de la Bretaña francesa, donde las naves pétreas traen héroes, guerreros y otros personajes mitológicos. 

Recogemos aquí algunos apuntes sobre el impacto de la tradición celta que recoge Pablo Río en la revista internacional de Arte - Cultura y Gnosis, Symbolos.

El impacto de los celtas en la historia antigua de Europa se hizo sentir durante menos de dos siglos, desde la conquista del norte de Italia en el siglo V (Roma fue asaltada el año 396 a. de C.) hasta el saqueo del santuario de Apolo en Delfos en el año 279 a. de C. Poco tiempo después quedaría sellado el destino de los celtas, atrapados entre la expansión de las tribus germánicas y la presión de Roma. Su poderío no dejará ya de declinar. Pero los celtas eran herederos de una protohistoria singularmente rica y creadora.

La tradición de la que hablamos transmite el mensaje de modo oral, a modo de poemas y canciones, algunas de las cuales se han recopilado como códices, es decir desde los más arcaicos, anteriores a los que se hicieron en la Edad Media, y que básicamente están relacionados con la llegada de los tuatha, o sea de los distintos grupos de estos pueblos, primero a España y posteriormente a Irlanda y en último término a la totalidad de las islas británicas. Sin embargo hay numerosos vestigios de su estadía en Francia y en otros sitios de Europa. Se ha observado su parentesco cultural con la mitología griega descrita por Hesíodo en Los Trabajos y los Días acerca de sus misteriosas apariciones, aquí y allá, en los mitos de las cinco razas y en términos generales en el panteón, del cual parece destacarse Hermes como dios principal, según se opina.

Sin embargo se ha de tener en cuenta que los griegos pudieron beber en las mismas fuentes que los celtas, y con esto nos referimos a la Tradición Atlante, de la cual se nutrieron otros integrantes como los propios egipcios y caldeos que fueron ramas separadas de ella, como asimismo lo fueron los precolombinos, del otro lado de la mar.

Por todo ello creemos que los celtas tuvieron un papel intermediario y relevante, manteniendo viva la llama del conocimiento, entre su origen hiperbóreo y la civilización atlante. Participaron de una espiritualidad común y contribuyeron a la confluencia de corrientes que acoge la Tradición Hermética. Aunque será principalmente a través del cristianismo con el que se ensamblará, pues éste también atesora una simbólica universal que es inherente a todo espíritu tradicional.

Lo que queremos decir aquí es que la tradición celta podría considerarse probablemente como uno de los “puntos de unión” de la tradición atlante con la hiperbórea, después del final del período secundario en que la tradición atlante representó la forma predominante y como el sustituto del centro original ya inaccesible para la humanidad ordinaria.

Para el saber iniciático toda la creación es sagrada, y así lo expresan todas las cosmogonías de los pueblos tradicionales. Lo sagrado está indisolublemente ligado al misterio. Si a ello añadimos el correr de los siglos, no puede extrañarnos que muy poco sepamos –desde la perspectiva de la arqueología y/o de las fuentes documentales– acerca del profundo conocimiento que tenían los druidas, los sacerdotes de la tradición celta. Su papel en el transcurso del Kali Yuga ha permeado la simbólica de un saber procedente de antiquísimas fuentes de conocimiento que esta casta sacerdotal mantuvo y transmitió durante siglos, a través de la transmisión oral ágrafa y los códices petroglifos; también a través de la mitología y los relatos heroicos. Un conocimiento siempre ligado al equilibrio entre el Cielo y la Tierra; esto es a la naturaleza, la soledad y la historia sagrada de Occidente. Fue precisamente por este carácter iniciático que pudo transmitirse, gracias a “la existencia de poderosos colegios sacerdotales depositarios de las tradiciones sagradas que mantenían con un rigor formalista”.

A causa de la prohibición ritual de la escritura, no disponemos de ningún texto sobre la religión de los celtas continentales redactado por un autóctono. Nuestras únicas fuentes son las pocas descripciones de los autores grecolatinos, junto a un gran número de monumentos figurativos, la mayor parte de época galorromana. En contrapartida, los celtas insulares, concentrados en Escocia, el País de Gales y sobre todo Irlanda, produjeron una abundante literatura épica. A pesar de haber sido compuesta después de la conversión al cristianismo, esta literatura prolonga en gran parte la tradición mitológica precristiana. Lo mismo cabe decir a propósito del rico folclore irlandés.

Destaca, asimismo, la importante herencia celta en la novela caballeresca o Roman artúrico en el tiempo que los galos convivían y guerreaban con los anglosajones y normandos: Tristán (s. XII d. C.), Chrétien de Trois y los lais bretones.


La integración que se dió en las islas británicas entre cristianismo y celtismo fue transmitada a la región mindoniense gallega a través de este asentamiento de Britonia del que Santa María de Bretoña, en Pastoriza, es una herencia toponímica entre otras. Esta herencia se evidencia también en la tradición de la barca de piedra y en una leyenda que enlaza con la navegación prodigiosa del Apóstol Santiago pero que sin embargo ha sido mucho menos conocida, se trata de la leyenda del Conde Santo de Vilanova de Lourenzá. Cuenta la leyenda que su sepulcro, al igual que el del apóstol Santiago, era una barca de piedra que partió de Palestina. Los Lourenzá son actores directos de la cimentación de Santiago como bandera de la cristiandad.

Leyenda del Conde Santo

Osorio Gutiérrez, más conocido como Conde Santo, vivió en el siglo X. Era de familia noble y rica, pariente de reyes y obispos, guerrero contra los moros. En el 969 enviuda y con más de 60 años de edad, funda el Monasterio de San Salvador de Lourenzá y decide profesar como monje benedictino. Después de su muerte y a consecuencia de los efectos que se le atibuyen a sus restos y al magnífico sarcófago de arte paleocristiano en el que se guardan sus restos, nace la leyenda y la santificación popular. Cuando los monjes benedicitinos de Lourenzá esperaban la canonización del fundador, llegó la desamortización y fueron expulsados del monasterio. A pesar de no ser santo oficial, con el culto autorizado por el obispado mindoniense, el ayuntamiento de Lourenzá le dedica su fiesta principal en el último fin de semana de agosto, y rememora sus andanzas con una recreación teatral. Se sabe que Osorio Gutiérrez viajó a los Santos Lugares al final de la vida y que fue entonces cuando compró el sarcófago de mármol gris en el que reposa. Se cuenta que estando en Jaffa vio siete moros labrando un hermosísimo sarcófago decorado con estrígilos y un crismón en el centro de la cara principal. Por 500 siclos de oro, una cantidad exagerada para la época, lo compró e hizo que lo porteasen hasta el mar. Con la punta del báculo le hizo una marca en señal de posesión, selló la tapa y ordenó al sarcófago que se dirigiera a Lourenzá. El sarcófago obedeció; navegó el Mediterráneo y el Atlántico, y llegó al puerto de Moreda, antiguo nombre de Foz. El entonces obispo mindoniense, un tal Teodomiro, lo fue a reconocer, mandó que lo subieran a un carro y que se lo llevaran a su residencia pero, ni doce ni veinte hombres que lo intentaran, no pudieron con él. –El tiempo descubrirá para quien ha ser el sarcófago –dijo el obispo. Cuando regresó el conde de su viaje de peregrinación, mandó dos jóvenes a recogerlo y ellos solos, sin otra ayuda, montaron en un carro los dos mil kilos de peso y lo llevaron a Lourenzá. Poco después murió el conde y nació el mito.


Sarcófago

Sarcófago del Conde Santo en la capilla de Nuestra Señora de Valdeflores, en la iglesia de Santa María, en Vilanova de Lourenzá

Se trata del único sarcófago paleocristiano que se conserva completo actualmente en Galicia. Fue realizado en el siglo VI, muy anteriormente a su llegada a Vilanova, por artesanos de talleres aquitanos. La presencia de esta pieza en Lourenzá es probable que demuestre la existencia de unas relaciones culturales y comerciales bastante intensas entre la costa gallega y la de Burdeos. El propio material evidencia que el sarcófago es una pieza de importación, ya que en Galicia se carecía del mármol gris azulado en el que está labrado.

Destaca su sencillez ornamental, aunque en el frente del sarcófago es significativa la decoración de estrígilos, en forma de yugo o de 3, dispuestos a ambos lados del crismón, motivo central como tema cristiano, que se encuentra dentro de una triple corona de laurel. Como hemos visto, en los primitivos años del cristianismo el simbolismo era mucho más rico e intenso, surgen en estos año el anagrama de Cristo, o crismón, dentro de un contexto pagano en el que resultaba habitual la permutación o sobreimpresión de la cruz griega y la «cruz platónica» (X). Esta cruz, en su variante de ocho brazos y contorneada por un círculo, es muy similar, en sus formas, a la rueda samsāra o la rueda del dharma. El diseño elemental del crismón resulta de superponer una ji y una ro, las dos primeras letras del nombre de Cristo en griego koiné: Χριστός (Khristós, “el ungido”). En otras versiones, la X se sustituye por la Τ (tau) haciendo así una pequeña cruz latina. El crismón aparece a veces acompañado de otros elementos, como las letras α (alfa) y ω (omega), la primera y la última del alfabeto griego, que representan a Cristo como principio y fin de todas las cosas. El crismón incorpora antiguos significados que ya estaban en símbolos caldeos, fenicios, hebreos, celtas y griegos, pero que se engarzan perfectamente dentro de los valores que ensalza el primitivo cristianismo.

Grabado en cobre por Varin, con el tema del baño romano y el estrígil, 1773

La habitual decoración de estrígiles, formas en S, según Elvira Barba, se creó por un deslizamiento semántico. El estrígil era un utensilio con hendiduras en S que utilizaban los atletas clásicos para limpiarse el barro de su cuerpo tras los Juegos. De aquí que se utilizara en los sarcófagos como una forma simbólica de limpieza (tema que de lo pagano pasará a la figuración paleocristiana). Pero, como hemos visto anteriormente, aunque este tipo de decoración haya podido estar relacionada en un principio con este útil de higiene personal pagano, sin duda el componente simbólico que el cristianismo aportará lo cargará de una significación mucho más rica. De hecho si nos detenemos a contar el número de ondulaciones en forma de 3 obtenemos en total el número 33, el cual no nos parece una casualidad, teniendo en cuenta la importancia y el simbolismo del número 3 dentro del cristianismo. Mucha gente sabe que Jesús tenía 33 años en el momento de su crucifixión. Pero además es también un número sagrado muy presente en el Antiguo Testamento. El número 33 aparece una y otra vez al momento de las más profundas promesas de Dios. Pero a diferencia de otros números sagrados, el 33 suele encontrarse oculto. La 33ª vez que se usa el nombre de Noé en las Escrituras es cuando Dios hace un pacto especial con él para no volver a destruir el mundo entero con un diluvio. (Gén 9,12). La 33ª vez que el nombre de Abraham aparece en la Biblia es cuando Isaac, el hijo de la promesa, nace cuando él tiene cien años (Gén 21,5). La 33ª vez que aparece el nombre de Jacob es cuando él tuvo la visión de la escalera que llegaba al cielo (Gén 28,12). El número 33 es en esencia dos tres. En hebreo, tres está representado por la letra guimel ג de la raíz gamal גמל que significa “repartir a, dar”. El término “gemilut hasidim”: la práctica de la bondad amorosa hacia los demás, también proviene de esta misma raíz. Esa es la esencia que guía la promesa de Dios a Noé, Abrahám y Jacob.
Estos pasajes nos conducen al tema de la Alianza que parece también simbolizarse tanto en el arca como en la barca, ambas son un semicírculo que flota sobre las aguas, y que se completa con otro semicírculo (el arco iris) en las aguas superiores para sellar la alianza. También del encuentro entre dos circunferencias surge el símbolo de la vesica piscis o mandorla, el pez fue, desde los orígenes, un símbolo de Cristo no solo por esconder un acróstilo de Cristo, las iniciales de la palabra pez, en griego, coinciden con las iniciales de la expresión griega Iesus Xristos Theou Uios Soter (Jesucristo, Hijo de Dios, salvador), sino más bien por el simbolismo geométrico que encierra. La vesica piscis es un símbolo antiguo formado por la superposición de dos círculos del mismo tamaño, de modo que el centro de cada círculo se encuentra en la circunferencia del otro. La forma resultante en el medio parece una almendra, un ojo o un portal. La geometría sagrada de la que deriva esta figura se relaciona directamente con uno de los grandes números revelados a los egipcios, la raíz de 3. Por tanto el número 3, junto con las formas sinuosas en S (que también recuerdan la forma de un yugo suave) que están presentes en la decoración de éste y tantos otros sarcófagos paleocristianos, tienen un simbolismo presente en la figura de la vesica piscis, símbolo de la unión de los opuestos y entrelazamiento de los reinos espiritual y físico. También es significativo que haya podido utilizarse el dibujo del pez precisamente dejando la figura incompleta, pues se ha dicho que cuando los apóstoles salían a predicar y llegaban a algún lugar, dibujaban la mitad de un pez en la arena o en el barro; si allí había cristianos, ellos completaban la otra mitad del dibujo y eran reconocidos como tales por los apóstoles, muy similar por cierto a la función del symbolon (σύμβολον)griego. La vesica piscis es el portal del nacimiento, la intersección de lo divino y lo mundano, la dualidad en la unidad y la unidad en la dualidad, es también un símbolo femenino que más tarde se asociaría a la Virgen María, a quien mejor se le aplica la idea del yugo suave y la carga ligera. Por otro lado, el área donde se juntan los ríos Tigris y Eufrates, lugar donde tradicionalmente se encontraría la ubicación original del Edén o Paraíso, queda en la latitud 33º 30’N, donde actualmente se encuentra Irak, cuyo capital Bagdad, se encuentra en la latitud 33º 33’N. También encontramos en el sarcófago una decoración con una rosa sexifolia, que nos transmite la idea de una coincidentia oppositorum, una completa integración de los opuestos, la unidad del Espíritu y la Materia, que en la Rosacruz se resume con la máxima Ad Rosam per Crucem – Ad Crucem per Rosam (A la Rosa por la Cruz, a la Cruz por la Rosa”).


Dibujo del sarcófago del Conde Santo, extraído de aquí

Precisamente, es esta decoración de rosas y la forma de flanquear el sarcófago con las columnillas lo que evidencia su origen aquitano y su datación del siglo VI, según nos cuenta Silvia Martínez Couce.

A través del mito del Conde Santo y su sarcófago de decoración paleocristiana podemos viajar en el tiempo hacia un período en el que los símbolos cristianos eran un poco más arcaicos y por tanto más cargados de simbolismo, entre ellos podemos comprobar que el símbolo de la barca y el pez se encuentran unidos desde sus orígenes, antes de que la cruz y el crucifijo fueran signos de identidad y reconocimiento universal entre los cristianos católicos. El pez (ichthys) poseía un variado y múltiple simbolismo, que abarcaba desde la acepción astrológica que supuso la entrada temporal en el signo de Piscis dentro del gran año solar (precesión), hasta la representación de las aguas y las inundaciones del Nilo como clave de regeneración anual del cosmos. Es así mismo interesante notar los paralelismos entre el mito del Apóstol y el de Isis, que peregrina por las orillas del Nilo para reconstruir el cuerpo desmembrado de Osiris que también había sido expulsado en un sarcófago o barca/tumba que recorrió las aguas del Nilo.

Enterada de lo que había pasado, Isis, comenzó a buscarlas, se subió a una barca hecha de papiros y recorrió el río: en cada lugar donde descubría una parte del cadáver, mandaba erigir un sepulcro.

La única parte del cuerpo de Osiris que Isis no llegó a encontrar fue el miembro viril.

Inmediatamente después de haberlo arrancado, Seth lo había arrojado al río y los peces se la habían comido.

En lugar de este miembro, Isis fabricó una imitación, y así consagró la diosa el falo.

Ayudada por Anubis, recompuso el cuerpo de Osiris y, con su magia, Isis volvió a la vida a su esposo, pero no a la vida de los mortales, sino como rey de los muertos.

Entonces Isis mantuvo con Osiris contacto carnal y engendraron a Horus. Osiris, regresó al mundo de los muertos pero adiestró a Horus para la guerra y el combate, a fin de que vengara a sus padres y recuperase el trono de Egipto.






Referencias