Simbolismo Xacobeo - Santiago triple: guerrero, peregrino y apóstol

Beato de Fernando I, en donde aparecen representados los instrumentos de cuerda pulsada tocados en homenaje al Cordero místico, y aplicados en la liturgia. También se puede apreciar, en el estilo, una notable influencia celta.


Hay una tendencia en los estudios modernos a indagar excesivamente en la historia de los textos sagrados, buscando hechos que probablemente a nadie le importaron cuando surgió la necesidad de poner por escrito determinadas tradiciones. La transmisión oral a menudo ha estado por encima de la transmisión escrita, precisamente para que los relatos puedan ser encarnados por cada persona y no queden relegados a la ocurrencia literaria de una determinada personalidad, los textos son para vivirlos desde el interior no para indagar externamente en los detalles biográficos sin interés. Pero si nos paramos a observar cuales han sido los resultados en el caso de una tradición cuyos contenidos escritos estuvieron específicamente prohibidos, como es el caso de la tradición celta, observamos que probablemente esta particularidad haya derivado en una difusión significativamente duradera y arraigada en el tiempo, de manera que el misterio y la magia que la caracterizan se haya introducido silenciosamente en la médula de prácticamente todas las culturas europeas. 

Ninguna tradición que se considere verdaderamente sagrada puede estar más interesada en la parte egoica o de la personalidad, que en su contenido mítico y sapiencial, por eso, cuando los estudios modernos se regodean especialmente en los aspectos externos tales como quién escribió tal cosa o si la ortodoxia prefirió manipular los textos para su propio beneficio, o si no pudo ser que tal persona viviera o muriera en tal sitio, pierden el rumbo del gran valor simbólico de los textos, a través de los cuales también es posible llegar a la verdad histórica, una verdad que no está precisamente en los detalles. Si ponemos como ejemplo la autoría del Cuarto Evangelio, como la del libro del Apocalipsis por parte del apóstol Juan, vemos que ha desatado suficientes estudios y debates racionalistas en los que a menudo se olvida que el sentido último del nombre, desde un punto de vista tradicional, no se aplica a una identidad o individualidad especial, sino que apunta a un conjunto de ideas, es decir, lo que señala el nombre de Juan son las ideas que engloban a una rama de la tradición específica, no a quién las dijo. Asimismo, este debate enfangado se verá trasladado al caso de Santiago, sobre si es posible que fuera enterrado aquí o allá o es posible que viniera a evangelizar o no, nos perdemos en los detalles cuando lo más grande está justamente en lo extraordinario e imposible de su misión. Hoy vamos a analizar las conexiones entre el simbolismo cristiano de la tradición jacobea en relación con algunas particularidades de la tradición celta, esa ramificación que la teología jacobea integró y reavivó a partir de un legado legendario profundamente rico.

Santiago triple: Guerrero, Peregrino y Apóstol

La representación iconográfica de Santiago fue una de las más ricas y diversas en toda la tradición cristiana, es insólito el caso de un retablo mayor en el que aparece en tres versiones distintas el santo titular de un templo. Son tres las grandes dimensiones en las que se articula la figura de Santiago: Apóstol, Peregrino y Caballero. La expansión de su culto por Europa y, desde el siglo XVI por América, propició que su imagen se adaptara a las diferentes necesidades devocionales y políticas del momento, entrelazando los aspectos de su triple condición.


Santiago Apóstol, Santiago Peregrino, el más austero y humilde, ataviado con sombrero jacobeo y bastón de caminante.
Santiago Caballero o Santiago matamoros.
En este estilo barroco tan excesivamente recargado dificilmente una puede fijar la atención demasiado, por lo que el valor simbólico de esta triple dimensión del santo apenas se aprecia. Por otro lado no deja de ser significativo que precisamente la representación iconográfica de Santiago Apóstol se haya ido "peregrinarizando" con el tiempo, lo cual es un reflejo de la realidad histórica en la que los valores espirituales e intelectuales que representa el apóstol han sido absorvidos por los aspectos turísticos y placenteros de la peregrinación.


El simbolismo del viaje, en la tradición jacobea enlaza especialmente con el simbolismo de la guerra, relación que se ha visto reflejada exteriormente en los hechos históricos, como es el caso de los peligros que corrían los peregrinos durante el viaje y su necesidad de defensa a riesgo incluso de perder la vida, el vínculo entre las órdenes de caballería y su función protectora del peregrino estuvo especialmente presente en la Edad Media. Es en esta triple condición: guerrera, iniciática y sacerdotal en donde confluye la tradición cristiana con las tres principales castas del mundo celta: la casta guerrera, la de los artesanos y la de los druidas. Como hemos visto en anteriores entradas, el desarrollo teológico del apóstol Santiago en torno al camino de peregrinación y al simbolismo del viaje iniciático estuvo especialmente relacionado con la necesidad de recoger una herencia tradicional celta, que en el caso de las Islas Británicas había seguido un proceso que agrupó el misticismo celta con los nuevos ritos cristianos, desarrollando una enorme literatura en la que se integraron parte de las historias de transmisión oral celta. En el caso de Galicia, la Península Ibérica y Francia, dicha herencia celta fue recogida por la ruta de peregrinación que había sido ya utilizada desde la prehistoria con un marcado y profundo sentido sagrado, iniciático y transformador. Por eso nos atrevemos hoy a establecer una relación entre esta triple representación iconográfica del Apóstol Santiago que se desarrolló en la Edad Media y la triple división de las castas celtas.

Santiago Apóstol en el parteluz del Pórtico de la Gloria, Santiago de Compostela

Apóstol
La iconografía de Santiago más antigua es la que lo representa como apóstol, con túnica, pies descalzos y en las manos el libro del Nuevo Testamento, es así como lo vemos en la figura sedente del parteluz en el Pórtico de la Gloria. Esta figura, en origen, tenía un gemelo en el altar mayor, otro Santiago Apóstol (hoy muy modificado) que marcaba longitudinalmente, de oeste a este el eje simbólico que se encuentra también entre el centro y su circunferencia. Desde el punto de vista tradicional, la puerta representa el punto de tránsito entre dos realidades: la exterior, simbólicamente caótica y profana, y la interior, que representa el orden sagrado. Cuanto más atrás vamos en el tiempo, más presente está este simbolismo en la construcción de los templos, hoy a menudo desvirtuado. Cruzar el umbral de un templo o de cualquier edificio sacro significaba a nivel simbólico que se penetraba en la propia identidad profunda. Existe una relación entre la función simbólica de la puerta como posibilidad visible y externa, y el centro, lo más profundo e invisible que da sentido a todo el conjunto. De ahí que entre la puerta del templo y el altar, situado en el Sancta Sanctorum, exista la misma relación que entre la circunferencia y su centro pues, aun siendo los elementos más alejados, son, de alguna manera, los más próximos, ya que se determinan mutuamente y se reflejan.

Por otro lado, el simbolismo de la peregrinación, tal como nos recuerda René Guenón, alude al conocimiento de los "pequeños misterios" que se adquiere recorriendo "la rueda de las cosas", inmerso en las leyes del devenir en el que el propio camino te sumerge. Este conocimiento que hace alusión al transcurrir exterior de la rueda se encontraría precisamente vinculado con ese punto fijo que es el centro de la rueda, inmutable e invariable del que depende y en el que ya no participan las revoluciones del Universo manifestado. Podríamos establecer este simbolismo reflejado en la iconografía del Santiago Peregrino y el Santiago Apóstol, en alusión uno a la rueda del devenir cósmico y otro al centro inmutable de contemplación y soledad.

Santiago Apóstol representado en el Códice Calixtino

Druidas
Este centro inmutable se encuentra también presente en el simbolismo de nuestros ancestros celtas los druidas, posiblemente una de las más avanzadas de todas las clases intelectuales entre los pueblos de la Europa antigua. En Gran Bretaña e Irlanda los celtas, al convertirse a la nueva religión que llegaba con San Patricio, adoptaron la escritura y pagaron con ello el precio de la pérdida de su oralidad. Muchos druidas comenzaron a fundirse con la nueva cultura, algunos se convirtieron, incluso, en sacerdotes de la nueva religión y continuaron existiendo como una clase intelectual de la misma manera, enriqueciendo con ello al cristianismo e impregnándolo de un profundo legado de conocimientos de los cuales eran herederos. Se ha dicho que el recorrido del Camino Francés es posible que proceda de una época muy anterior al cristianismo. Un trazado muy antiguo, del que subsistía un vago recuerdo como camino de las estrellas y respecto al cual se conservaba una tradición. Mucho antes de la Era cristiana, alguien supo bastante sobre topografía, geografía y astronomía, y lo supo con una técnica suficiente como para poder jalonar este recorrido. Es preciso, pues, admitir que existieron gentes que poseían una ciencia superior a todo lo que los prehistoriadores han podido imaginar de nuestros lejanos antepasados. Para buscar información en la materia tan misteriosa y compleja como es el mundo celta, traemos el estudio sobre los druidas de Arturo Sanchez Sanz. Para este autor los druidas constituían una casta dentro de la sociedad celta con responsabilidades en funciones preferentemente intelectuales, por lo que, es posible que en un primer momento y en la Edad del Bronce, sus miembros fueran considerados como sabios y sabias de los antiguos ancestros celtas, pero que con el tiempo, sus funciones se desarrollaron alejándose de las consideraciones iniciales, en una diversidad social más amplia en la que además de sacerdotes, hubo también ministros de la religión, depositarios de la tradición, intermediarios entre los dioses y los hombres, jueces, médicos, etc. y que englobaba en ella, también, las figuras de los bardos y vates.
Cesar nos dice que conocían las estrellas, su movimiento, el tamaño del universo y el de la tierra, pero también eran participes de dicha opinión Estrabón, Diodoro Sículo, Cicerón, Plinio o Tácito entre otros; estos nos explican que conocían bien el movimiento lunar y como este afectaba a las plantas, animales y mareas, predecían las estaciones con exactitud; también conocían bien el curso de los doce signos del zodiaco (se sabe que en el s. II d.C. los celtas britanos conocían el zodiaco en la forma en que nosotros lo hacemos hoy día) y los planetas que en su movimiento pasaban por ellos, así como el nombre de cientos de estrellas. Pero sobre si dichos conocimientos fueron desarrollados por los druidas celtas o llegaron a estos a través de otras civilizaciones (como la babilonia a través de los griegos), ello es difícil de precisar, ya que existen autores que apuestan por ello, pero otros afirman, partiendo de la base de que las grandes construcciones megalíticas relacionadas con estas prácticas son consideradas como protoceltas, que dichos conocimientos fueron iniciados por sus antepasados y desarrollados hasta que llegaron a ellos.
 
René Guénon nos habla del papel respectivo de las dos corrientes que contribuyeron a formar la tradición céltica: 
en el origen, la autoridad espiritual y el poder temporal no estaban separados como funciones diferenciadas, sino unidos en su principio común, y se encuentra todavía un vestigio de esa unión en el nombre mismo de los druidas (dru-vid, "fuerza-sabiduría", términos respectivamente simbolizados por la encina y el muérdago)[383]; a tal título, y también en cuanto representaban más particularmente la autoridad espiritual, a la cual está reservada la parte superior de la doctrina, eran los verdaderos herederos de la tradición primordial, y el símbolo esencialmente "bóreo", el del jabalí, les pertenecía propiamente. En cuanto a los caballeros, que tenían por símbolo el oso (o la osa de Atalanta), puede suponerse que la parte de la tradición más especialmente destinada a ellos incluía sobre todo los elementos procedentes de la tradición atlante; y esta distinción podría incluso, quizá, ayudar a explicar ciertos puntos más o menos enigmáticos en la historia ulterior de las tradiciones occidentales.

Esta progresiva separación entre el poder espiritual y el poder temporal la vemos también en la doble derivación sacerdotal a partir de la orden de Melquisedec en el judeo-cristianismo. Melquisedec, al partir y bendecir el pan y el vino (Gen 14,18-19) se convierte en una prefiguración de Cristo, el cual sería el heredero de la orden sacerdotal primordial, la que integra en sus funciones el poder real (rey) y la autoridad espiritual (sacerdote), la Paz y la Justicia son, en efecto, los ideales respectivos de la autoridad espiritual y del poder temporal. Además, Abraham, al darle el diezmo a Melquisedec, también inaugura o anticipa la creación de un nuevo tipo de sacerdocio, derivado de este, que se inicia con la orden de Aarón, y que todavía no existía.

También en el Nuevo Testamento hay dos usos principales de la palabra apóstol. La primera se refiere específicamente a los doce apóstoles de Jesucristo. La segunda en términos generales, se refiere a otros individuos que son enviados para ser mensajeros y embajadores de Jesucristo. Esa posición única como herederos directos de las enseñanzas de Jesucristo la vemos expresada también en Apocalipsis 21,14.

Y el muro de la ciudad tenía doce cimientos, y sobre ellos los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero.

El número 12, de clara referencia apostólica (a su vez heredado de la tradición judía y las 12 tribus de Israel), se encuentra también en una leyenda relacionada con el Camino de Santiago, se trata de los 12 paladines de Carlomagno, el nombre genérico de los doce caballeros legendarios de la corte de Carlomagno, tal como narran los cantares de gesta y, sobre todo, la Chanson de Roland. El cantar de Roldán es un poema épico escrito entre los años 1040 y 1115 en lengua de oil (romance) y atribuido a un religioso, un monje normando llamado Turoldo. La similitud del argumento con el ciclo artúrico que en Gan Bretaña (incluida la Bretaña francesa, por entonces inglesa) glosa las aventuras del rey Arturo y sus Caballeros de la Mesa Redonda es evidente, ambas herederas de la tradición oral celta, y ambas cristianizadas. 

Bardos
Por otro lado, también conviene hacer alusión a la figura de los bardos, un rango menor dentro de la progresiva estratificación que se dará entre los druidas. Un bardo era la persona encargada de transmitir las historias, las leyendas y poemas de forma oral además de cantar la historia de sus pueblos en largos poemas recitativos. Quizás tampoco sea del todo descabellado poner en relación la figura del bardo celta, poeta y cantor, con el momento en que la cristiandad, tras integrar en su seno a la tradición celta, empieza a aceptar los instrumentos musicales aplicados a la liturgia. Hasta el momento, la visión purista de los Padres de la Iglesia, heredera del judaísmo, identificaba los instrumentos con usos paganos y veían el canto como la forma más pura y perfecta de entonar los salmos e himnos de alabanza a Dios. Pero esta visión irá suavizándose con el tiempo, hasta que en el siglo VIII aparecen Los Comentarios del Apocalipsis de San Juan, del Beato de Liébana (786), en los que San Juan narra su visión del cielo: 
“Alrededor del trono había veinticuatro tronos; y vi sentados en los tronos a veinticuatro ancianos, vestidos de ropas blancas, con coronas de oro en sus cabezas”, “Y cuando hubo tomado el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero; todos tenían arpas, y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos”, “Y cantaban un cántico nuevo […]”, “Y oí una voz del cielo como estruendo de muchas aguas, y como sonido de un gran trueno; y la voz que oí era como de arpistas que tocaban sus arpas”, “Y cantaban un cántico nuevo delante del trono […]”

Los textos literarios del Beato de Liébana están iluminados por deliciosas miniaturas en las que se nos muestran diversos instrumentos musicales de cuerda pulsada que se tañían en homenaje al Cordero místico. La increíble belleza de estas miniaturas ha provocado en muchos una doble dimensión visionaria, en la que las formas, a la par que los textos, también profetizan. Los Beatos contenían la complejidad misma de lo que anunciaban, si hoy nos parecen puros productos de la imaginación, es porque la liturgia que los suscitaba no nos es familiar; por eso atribuimos a la invención lo que estaba incluido en la observación.

Beato de Facundus

Beato de San Miguel de Escalada

Beato de Manchester

Comenzaron, por tanto, a representarse a los 24 ancianos junto con sus instrumentos en los manuscritos iluminados de la época, y las primeras manifestaciones escultóricas se darán en tramos del Camino de Santiago: abadía de Moissac, catedral de Olorón e iglesia de Saint-Pierre d’Aulnay, lo que no hace extraño pensar que la Ruta Jacobea, que ya era vía de transmisión cultural, justifique que los músicos pétreos empiecen a proliferar en los templos que pueblan este itinerario. Esta influencia francesa es responsable de introducir en el Pórtico a los Ancianos músicos del Apocalipsis de San Juan.

El Pórtico de la Gloria representa el conjunto escultórico de músicos e instrumentos musicales de la Edad Media más completo y perfecto de los que se conocen, sirviendo de referencia no solo en Historia del Arte, sino en Historia de la Música.

Pero Beato, el monje asturiano abad del monasterio de Santo Toribio de Liébana, además de contribuir a introducir los instrumentos musicales en la liturgia y en las representaciones artísticas en torno al Camino, jugó un papel crucial como gran promotor del culto a Santiago en la Península Ibérica. Lo hace en dos obras diferentes, los ya mencionados Comentarios al Apocalipsis de San Juan, y el himno O Dei verbum, ubicado entre los años 784 y 785. En la primera establece la predicación ibérica de Santiago, siendo el segundo texto hispano que lo afirma, tras una primera atribución a San Isidoro (s. VII). En la segunda obra, que algunos autores no acaban de considerar suya, lo cita por primera vez como patrón hispano. Los dos textos son anteriores en unos cuarenta años al descubrimiento del sepulcro de Santiago. Beato fue también uno de los impulsores al trono de Alfonso II, frente al sector político-eclesiástico que optaba por condescender y adaptarse a los musulmanes. También mantuvo una amistad con Alcuino de York, el abad de Tours, que era el consejero de Carlomagno. Beato se consideraba el heredero de la palabra del Apóstol Santiago, y fue el máximo defensor de su función evangelizadora de España en un momento en el que la aglutinación en torno a una figura sagrada de tal relevancia infundió unidad y espíritu frente a los árabes. No deja de ser curioso que dicha unidad y vigor espiritual fueran infundidos a partir del prodigioso y visionario texto del Apocalipsis, obra atribuida al hermano de Santiago. 

El exótico y misterioso expresionismo de las miniaturas de los beatos del periodo prerrománico se ha atribuido a una conjunción de influencias artísticas que van desde lo tardorromano y bizantino, lo visigótico, lo carolingio y, por supuesto, lo musulmán de Al-Andalus. Pero igualmente es destacable el origen celta de la función evangelizadora del manuscrito iluminado. Fue en Irlanda donde empezó a desarrollarse el arte de iluminar o decorar los textos sagrados, que en muchos casos sirvieron para la difusión de la fe entre personas iletradas. 

El libro de Durrow ( 650-680) es el primero de los Libros del Evangelio totalmente decorados. Una obra maestra del arte cristiano medieval, un fiel testigo de la espiritualidad y el simbolismo que caracterizaron a la cultura y el cristianismo celta.


En el Códice Calixtino se aprecia una cierta influencia celta en el simbolismo de formas entrelazadas.

El libro céltico es abstracto, geométrico y sumamente complejo. Los diseños geométricos se entrelazan, tuercen y llenan el espacio con densas texturas. Las páginas completas con dibujos decorativos y entrelazados se denominaron páginas de alfombra por su semejanza con los dibujos densos de las alfombras orientales. Se encuentran solo en manuscritos insulares y se cree que eran meditaciones visuales que acompañaban la lectura de los evangelios. La misma minuciosidad y detallismo que habían usado los orfebres celtas se vio trasladada a las bellísimas miniaturas de los suntuosos manuscritos iluminados, como es el caso del Libro de Kells o el Evangeliario de Echternach. En sus imágenes se evidencia la influencia oriental, principalmente las del arte copto, también se cree que existió una conexión directa entre el primer cristianismo irlandés y el arte bizantino de los monasterios de Egipto. 

La función del druida, como la del guerrero y la del bardo parecen estar entrelazadas, además de entre sí, también con el simbolismo del viaje, pues aquel que se adentra en los peligros de la búsqueda del conocimiento necesita enfrentar las duras pruebas con las que el mundo trata de impedir este acceso al conocimiento. Las proezas heroicas y guerreras, como los triunfos en las batallas, eran ensalzadas y cantadas por los bardos, encargados de amenizar fiestas y celebraciones, recitando, en prosa o en verso los logros de los guerreros como también las alabanzas a los dioses. Esta función mayoritariamente vinculada a la tradición oral de los bardos, a partir de la introducción de la escritura por parte del cristianismo, probablemente se haya trasladado en parte a la función que ejercieron los maravillosos códices iluminados con los que también se infundía valor y fuerza espiritual a todos aquellos guerreros dispuestos a adentrarse en los peligros de la búsqueda del conocimiento. No cabe duda de que la función del arte, a lo largo de la historia, ha estado vinculada a la historia de la espiritualidad, para tratar de hacer visible lo invisible, comprensible lo incomprensible, o expresable a lo inexpresable. 

Guerrero

Vi cuando el Cordero abrió uno de los sellos, y oí a uno de los cuatro seres vivientes decir como con voz de trueno: Ven y mira. 2 Y miré, y he aquí un caballo blanco; y el que lo montaba tenía un arco; y le fue dada una corona, y salió venciendo, y para vencer.

3 Cuando abrió el segundo sello, oí al segundo ser viviente, que decía: Ven y mira. 4 Y salió otro caballo, bermejo; y al que lo montaba le fue dado poder de quitar de la tierra la paz, y que se matasen unos a otros; y se le dio una gran espada.

5 Cuando abrió el tercer sello, oí al tercer ser viviente, que decía: Ven y mira. Y miré, y he aquí un caballo negro; y el que lo montaba tenía una balanza en la mano. 6 Y oí una voz de en medio de los cuatro seres vivientes, que decía: Dos libras de trigo por un denario, y seis libras de cebada por un denario; pero no dañes el aceite ni el vino.

7 Cuando abrió el cuarto sello, oí la voz del cuarto ser viviente, que decía: Ven y mira. 8 Miré, y he aquí un caballo amarillo, y el que lo montaba tenía por nombre Muerte, y el Hades le seguía; y le fue dada potestad sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada, con hambre, con mortandad, y con las fieras de la tierra (Ap 6, 1-8)


Así como en Galicia el hecho de haber sido una de las provincias menos romanizadas de la península, favoreció su rápida cristianización, esta particularidad se hizo mucho más evidente en el caso de Irlanda, pues ésta nunca había sido romanizada, lo cual favoreció la conservación de la cultura celta, la cual volvió después a ser exportada a Europa a través del cristianismo. Los monjes cristianos irlandeses preservaron la dureza norteña típicamente celta, eran mucho más estrictos que sus compañeros europeos. Se formó una fórmula hibrida conocida como abadía-obispado. Este modelo rompía totalmente con la regla romana, formando un cristianismo nuevo que mezclaba el mundo celta y el cristiano. Los nuevos monjes cristianos eran en su mayoría de origen celta, y formaron las primeras comunidades como un verdadero clan, como una gens celta. Además, oraban de memoria, mientras realizaban postraciones y genuflexiones, que podían ser comunes o individuales. Crearon un tipo de oración única de Irlanda, conocida como los loricae, una especie de rezos improvisados.

Al mismo tiempo, no habían olivado el aspecto guerrero celta y frecuentemente se enfrentaban dos monasterios por disputas territoriales y de poder. También preservaron su pasado legendario celta. El mayor ejemplo de monje heroico es Brandán, abad de Clonfert, que nació como héroe de la mitología celta y la literatura cristiana lo convirtió en monje y santo. Según su leyenda, se embarcó en un curragh, el barco típico irlandés, y cruzó el mar Atlántico para encontrar el paraíso. Otro guerrero mitológico celta es Fionn mac Cumhaill, también conocido como Finn o Find mac Cumaill, nombre transcrito como Finn McCool, fue un cazador y guerrero mítico que aparece también en las leyendas de Escocia y de la isla de Man, logró pescar al «salmón del conocimiento», un pez en el que estaba depositada toda la sabiduría del mundo. El santo irlandés es el guerrero consumado, el que ha superado la gran lucha de la vida, el que ha recorrido hasta el final el camino de la penitencia, y ha alcanzado una vida que es unión cotidiana y total con Dios. Sus marcas son la sabiduría (la profecía), el poder (los milagros) y la caridad (la ternura).

El historiador griego Diodoro de Sicilia (siglo I a. C.) y narrador de la batalla de las Termópilas afirma que el mejor combatiente de uno de los clanes celtas avanzaba ante las líneas enemigas antes del combate y retaban al más valeroso de sus oponentes a combate singular blandiendo sus armas para aterrorizarlo. Antes de que comenzara la lucha, se entonaba un canto a las alabanzas del que va a combatir y burlarse del enemigo para así desmoralizarlo. El encargado de hacerlo era el bardo de la tribu. Una vez vencido el enemigo, se le cortaba la cabeza y se la ataba al caballo para regresar a su clan y mostrarla como botín de guerra. Entonces el bardo entonaba una plegaria sobre el muerto y una canción de victoria.

Que la figura del guerrero celta haya sobrevivido en la iconografía de Santiago matamoros, de alguna manera integra el ideal heroico de la cultura celta, y da un reconocimiento al valor sagrado de la guerra que estaba inmerso en la tradición celta.


Este relieve románico, situado en una portada del crucero de la catedral de Santiago de Compostela, es una de las primeras representaciones artísticas que existen de este apóstol en la batalla de Clavijo.

Cada 23 de mayo tiene lugar en la Catedral compostelana una misa que conmemora el milagro de la aparición del Apóstol Santiago en la legendaria Batalla de Clavijo. El aura de misticismo que envolvió a la mitológica contienda fue clave no solo para potenciar la tradición jacobea e impulsar las peregrinaciones sino también para justificar el Voto de Santiago y su nombramiento como Santo Patrón de España, de su arma de Caballería y del Reino de Galicia. 
Cuenta la leyenda, que el rey Ramiro I, heredero del reino galaico-astur había aumentado su política belicista contra el invasor debido a su negativa de pagar el "Tributo de las cien doncellas" impuesto por el Emirato Omeya de Córdoba. Un día el Apóstol Santiago se le presentó en sueños, diciéndole: ten valor, en tu ayuda y mañana, con el poder de Dios, vencerás a toda esta muchedumbre de enemigos, por quienes te ves cercado. Así mismo, el Apóstol le aseguró que, en el momento de la batalla, ambos ejércitos le verían en el cielo vestido de blanco, sobre un caballo del mismo color y portando en la mano un estandarte blanco. El 23 de Marzo de 844, según la leyenda, se produjo la batalla y las tropas cristianas derrotaron a los musulmanes. Desde aquel día, según Jiménez de Rada se utilizó esta invocación: ¡Dios, ayuda y Santiago!

En el siglo XII nacería la Orden de Santiago, que junto a las de Calatrava y Alcántara, (y posteriormente Montesa), conformarían las órdenes religiosas y militares que favorecieron la repoblación cristiana en los nuevos territorios. La de Santiago se encargó de la protección de los caminos que conducían al sepulcro compostelano, sin olvidar las funciones hospitalarias en el camino. Cada 25 de julio un grupo de estos nobles Caballeros de Santiago, Calatrava, Alcántara, Montesa y Malta, (que todavía subsisten hoy en día), escoltan la procesión del relicario de Santiago a su paso por el Obradoiro.

Desde luego no es un santo políticamente correcto. En el año 2006, cuando comenzaban los aires de la corrección política, se decidió ocultar con un conjunto de lirios blancos las cabezas degolladas de los musulmanes, algunos con sorna, lo apodaron el Santiago Mataflores. En el año 2020, el Matamoros desaparecía definitivamente del Camarín situado en la nave de Azabacherías. Hoy la imagen del Caballero, algo apartada y denostada, puede visitarse en la Capilla del Alba, un pequeño y desconocido oratorio rococó situado en el Claustro.


Pero queda claro que sin la función guerrera del Caballero de Santiago tampoco las otras 2 dimensiones hubieran sido posibles. El espíritu guerrero de la Batalla de Clavijo fue recogido en los versos iniciales del “Himno al Apóstol Santiago”, escritos por Juan Barcia Caballero hace algo más de un siglo. 

Esta función guerrera parece ser un reflejo de esas condiciones convulsas y tiempos turbulentos que surgieron con la caída del Imperio Romano, en el que mientras la Iglesia del continente luchaba por mantener la paz frente a las invasiones, la lejana y aislada Irlanda florecía a una civilización nueva, no romana, sino céltica en la que los clanes guerreros de antaño habían recibido a los misioneros y estos habían creado una nueva iglesia adaptada a las necesidades de ese mundo rural y tribal propiamente celta: una iglesia no urbana ni diocesana, sino monástica que se extendería al resto de Europa y que produjo las maravillas de los manuscritos iluminados, la fascinante literatura heroica o la personalidad de San Columbano, con el que florecieron también las reglas monásticas de Francia, Suiza e Italia junto con el inicio de las leyendas jacobeas. El cristianismo monástico irlandés entendió la penitencia no como una condición precaria de aquel que ha caído en desgracia, sino como un camino progresivo hacia una mayor perfección, es el simbolismo propio del viaje penitencial que se trasladó al Camino jacobeo de peregrinación. Y sobre la riqueza simbólica del viaje iniciático en la tradición celta cristiana seguiremos ampliando en próximas entradas.
Referencias

https://simbolismoyalquimia.com/miscelanea/guenonguerrasanta.htm
https://www.reneguenon.net/OscarFreire/OscarFreireIntuicionIntelectual
https://www.monografias.com/trabajos107/simbolos-fundamentales-ciencia-sagrada-rene-guenon/simbolos-fundamentales-ciencia-sagrada-rene-guenon7
https://www.labrujulaverde.com/2021/08/la-leyenda-de-los-doce-paladines-de-carlomagno