Simbolismo xacobeo

Santiago Apóstol s.XV • Valentín Montoliu
El Apóstol, vestido de peregrino, apoyado en su cayado en ademán de peregrinaje, es astro brillante en el camino de la fe.

Entre las tesis que tratan de dar explicación al origen de la leyenda y la tradición xacobea, a menudo se emplean criterios excesivamente cuantitativos frente a los cualitativos, el prisma moderno predomina sobre el tradicional, se pretende conocer el producto de una época prescindiendo de sus parámetros y criterios, tan diferentes de los nuestros. Parece lógico que se utilice con tanta frecuencia el concepto de propaganda como clave explicativa de la creación y difusión de la leyenda xacobea, reduciéndola casi exclusivamente a una fórmula para contrarrestar la invasión cultural musulmana, pues en efecto, la propaganda es la herramienta más utilizada en nuestra época. Pero para que la propaganda pueda mantenerse en el tiempo a lo largo de los siglos, tal como lo demuestran el esplendor que aún hoy vive el Camino de Santiago, ha tenido que deberse a algo más, por otro lado, incluso nuestro concepto de propaganda tendría muy poco o casi nada que ver con el concepto de propaganda de la Edad Media. No nos cabe ninguna duda de que más allá de la propaganda y la ideología está el mito. El gran espejo en el que un pueblo se mira para “recrearse” una y otra vez es el mito originario, el pueblo gallego sigue mirándose y recreándose en ese gran espejo que es el mito xacobeo y su simbolismo. Por suerte, en los últimos años se han comenzado a recuperar muchos de los valores conceptuales y literarios del mito como portador de verdad, al lado de otrsustraídos. s no menos significativos, aunque ciertamente en Galicia vayamos todavía muy por detrás. El mito traslada una verdad esencial, mientras que la propaganda traslada una mentira interesada.

Aunque la tradición del enterramiento del Apóstol en Gallaecia es anterior a su descubrimiento por Teodomiro, obispo de Iria, los documentos que relatan tal hallazgo y el traslado del cuerpo desde Jerusalén son posteriores. Como es habitual en la cosmovisión del momento, la tradición oral va de la mano de la tradición escrita, y no siempre es fácil separarlas. A partir del siglo VI se extiende la creencia de que los apóstoles estaban enterrados allí donde habían predicado y la tradición occidental atribuye a Santiago la evangelización de Hispania. Eso justifica que antes del descubrimiento (inventio) circularan escritos que recogieran antiguas tradiciones transmitidas posiblemente por la Iglesia visigoda y señalaran el Finis Terrae como el lugar de enterramiento de Santiago. El Breviarum Apostolorum es la fuente más antigua en la que se atribuye a Santiago la predicación en el occidente de Hispania y su enterramiento en A(r)ca Marmarica; fué redactado en el sur de Francia o en el norte de Italia hacia finales del siglo VI o principios del VII. El monje inglés Beda el Venerable sitúa, a principios del siglo VIII, el posible enterramiento del cuerpo de Santiago en Galicia, lugar occidental de Hispania. El texto de Beda fue redactado unos cien años antes del descubrimiento del sepulcro, que tuvo lugar en los años 820-830 en la actual Compostela. La primera mención relevante de la translatio es del monje francés Floro de Lyon, quien señala hacia los años 840-850 que el cuerpo de Santiago fue trasladado a Hispania y puesto a salvo “en sus últimos confines”, donde, añade, es objeto de gran veneración. Las afirmaciones de Beda y Floro comienzan a dar cuerpo a una serie de relatos de la traslación que dan respuesta al sorprendente hecho de la presencia de la tumba de un apóstol de Cristo en tierras tan lejanas y extremas como las gallegas. 

Debemos tener en cuenta el contexto propio en el que surge esta tradición, pues los relatos prodigiosos y sobrenaturales son habituales y comunes para dar forma a los mitos que explican muchas de las realidades del momento, a veces se cree erróneamente que son de origen popular, sin embargo, suelen ser relatos originados en los grandes centros de conocimiento, la explicación de la realidad a través del relato mítico es una manera propia de la Antigüedad de acceso al conocimiento. El tema de la barca y los viajes sobrenaturales no era nuevo ni especialmente propagandístico, al contrario, podemos ver otro ejemplo en el el relato literario de navegación prodigiosa que fue La Navegación de San Brandán, monje evangelizador irlandés del siglo VI (484-578) y abad del monasterio de Clonfert, cuya leyenda influirá mucho en los relatos hagiográficos de Europa occidental; se trata de un texto que cabe interpretarse como un viaje iniciático y purificador en busca del Paraíso Terrenal. Tuvo su trasvase cultural a Galicia en el monje gallego Trezenzonio. La leyenda de Trezenzonio proviene de un manuscrito en Latín del siglo XI, Trezenzonii de Solistitionis Insula Magna, donde aparece recogida una historia de aproximadamente el siglo VIII, sobre la búsqueda del paraíso y la existencia de las islas de los muertos en las costas del occidente de Europa. Trezenzonio relata su viaje a una isla paradisíaca tras observarla en un espejo del Farum Brigantium, el monje divisa desde el primitivo faro romano de A Coruña (Brigantium) hasta la isla paradisíaca de Solistición (donde el sol se esconde, puesto que en el Paraíso la luz es perpetua y no existe ya ni sol ni oscuridad). Relato místico que trata del viaje espiritual, en búsqueda personal del más allá. El viaje no es otro que el de un alma guiada por su fe a través de un mar de pasiones desconocido y lleno de peligros. Su destino es el Paraíso y este lugar sólo le es revelado a algunos privilegiados. La leyenda del Apóstol está enmarcarda en esta tradición de los viajes espirituales, recogemos aquí un pequeño resumen extraído de esta página

De acuerdo con los Hechos de los Apóstoles, en el año 44, mientras predicaba en Jerusalén, Santiago fue apresado por orden de Herodes Agripa I, quien ordenó su decapitación. Fue, por tanto, el primer apóstol en sufrir martirio.

La tradición narra que Santiago Alfeo (‘el Menor’) recogió la cabeza de Santiago y la entregó a la Virgen María para que la custodiase. Hoy esta reliquia se conserva en la Catedral de Santiago en Jerusalén, perteneciente al Patriarcado Armenio. En cuanto a su cuerpo, sus discípulos lo recogieron y partieron en un barco a buscar un lugar apropiado para darle sepultura. En esta embarcación mágica, que no llevaba tripulación ni precisaba de guía, atravesaron el Mediterráneo y llegaron hasta las costas atlánticas.

Atracaron en el puerto de Iria Flavia, en los confines de la tierra entonces conocida, donde quedó la barca amarrada a un poste de piedra, lo que explica el origen etimológico del nombre de la villa de Padrón (pedrón). El territorio estaba dominado por una reina pagana, la Raíña Lupa. Los discípulos le pidieron un carro y una yunta de bueyes para transportar el cuerpo de Santiago. Ella, taimadamente, los envió a un monte próximo en el que pacían rebaños de toros bravos. Pero en lugar de embestirlos, los toros se acercaron dócilmente a los discípulos y se dejaron poner el yugo. Se dice que la Raíña Lupa, impresionada por este y otros prodigios, se convirtió al cristianismo.

Con el cuerpo del santo en la carreta, los toros echaron a andar sin ser guiados. En el lugar en que se detuvieran sería enterrado Santiago. Los discípulos Teodoro y Atanasio quedaron como custodios del sepulcro, y a su muerte fueron enterrados junto al Maestro. El lugar de arcis marmaricis quedaría olvidado varios siglos en la espesura del monte Libredón hasta que Paio, un eremita que habitaba esos parajes, vio una noche un resplandor que señalaba la situación exacta del templo. La fecha del hallazgo es para algunos investigadores el 813, para otros del 820 al 830. Poco podía imaginar aquel ermitaño que su descubrimiento sería el germen de una de las más florecientes ciudades de la Europa medieval, de una nueva Ciudad Santa y de una hermosa Catedral que convocaría a los fieles de toda Europa.

 

La reina Lupa viendo pasar el cuerpo del Apóstol Santiago - s. XV

Huida de Teodoro e Atanasio - s. XV

 

Embarque en Jaffa del cuerpo de Santiago el Mayor. Martín Bernat. 1480 - 1490



Al profundizar en la riqueza simbólica del mito se pueden observar algunas coincidencias con el carácter y la cultura del pueblo gallego, más allá del camino físico, podríamos hablar de un camino espiritual por el cual el carácter gallego está atravesado. Nos iremos adentrando, poco a poco en la enorme riqueza simbólica de esta tradición.


SIMBOLISMO

Este-Oeste /Centro-Periferia 

El centro espiritual de Santiago de Compostela no puede explicarse sin comprender su derivación del centro Primordial que es Jerusalén, hablamos siempre desde un punto de vista espiritual, no político. El propio relato es un camino que une ambos centros, la leyenda de la traslatio del Apóstol es la primera peregrinación a Compostela y su punto de partida es Jerusalén. El camino es de este a oeste, como el recorrido del sol en el cielo. Esta relación entre el nacimiento y el ocaso es a su vez un símbolo que nos recuerda a Cristo, pues él es alfa y omega, principio y fin.

“Yo soy el alfa y la omega, aquel que es, que era y que va a venir, el Todopoderoso” (Ap 1,8); “No temas, soy yo, el Primero y el Último, el que vive; estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos” (Ap 1,17-18); “Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Ultimo, el Principio y el Fin” (Ap 22,13) .

En nuestro mundo solemos orientarnos a partir del norte, sin embargo para el mundo antiguo, el punto de orientación era el este, que se encontraba al frente, el oeste detrás, el sur hacia la derecha y el norte a la izquierda. Esta importancia como punto principal de orientación se debe a la salida del sol, y desde el punto de vista de todas las tradiciones antiguas, el sol es el símbolo del verdadero "Centro del Mundo" o Principio divino.
Por otro lado la relación del este con el centro nos lleva a la relación del oeste con la puerta, que es la periferia de la circunferencia, la puerta siempre nos anima al viaje, al tránsito, nos aventura al misterio, a traspasar el umbral de la pregunta. Existe una relación entre la función simbólica de la puerta como posibilidad visible y externa, y el centro, lo más profundo e invisible que da sentido a todo el conjunto. De ahí que entre la puerta del templo y el altar, situado en el Sancta Sanctorum, exista la misma relación que entre la circunferencia y su centro pues, aun siendo los elementos más alejados, son, de alguna manera, los más próximos, ya que se determinan mutuamente y se reflejan. Esto se advierte en la decoración arquitectónica de las catedrales, en las que, con frecuencia, la portada es semejante al retablo del altar mayor. Puerta del Cielo es también una de las advocaciones en las letanías de la Virgen que evoca el simbolismo de lo femenino. La puerta es un símbolo femenino por su invitación a profundizar en el misterio, y de esta conexión con el simbolismo mariano también Galicia es un claro referente.

Este

En la Biblia, el Jardín del Edén se encontraba al oriente (Gen 2,8), y su entrada miraba hacia allí (Gen 3,24). Después de pecar, Adán y Eva dejaron el huerto y fueron hacia el oriente (Gen 3,24). Caín continuó este traslado hacia el oriente (Gen 4,16), que culminó con el movimiento de la raza humana en esa dirección (Gen 11,2-4).
El este tiene un simbolismo ambivalente, aunque es la dirección que define el camino de regreso al origen, la ubicación del jardín del Edén como símbolo de seguridad e incorruptibilidad, también fue para los profetas un símbolo de exilio babilónico, el lugar al que Dios fue para redimir a su pueblo (Ez 10,18-19; 11,22-23). El oriente llegó a ser el lugar desde el que Dios interviene para traerles la salvación:

El sexto ángel derramó su copa sobre el gran río Éufrates; y el agua de este se secó, para que estuviese preparado el camino a los reyes del oriente (Ap 16,12)

Oeste

El oeste u occidente simboliza elementos negativos y positivos. Al oeste de la tierra se encontraba el mar, que representa el mal y la muerte (Dan 7,2-3). A su vez, el término “mar” a menudo se refería al occidente (Num 3, 23). Es también el lugar de las tinieblas porque es allí donde se pone el sol (Sal 104,19-20). El oeste indica el ocaso y recuerda que hasta el final la vida es el bien más preciado a proteger.

El significado positivo del occidente está asociado con el Tabernáculo y el Templo de Israel. Aunque su frente daba al oriente, se requería avanzar hacia el oeste para ingresar. En ese sentido, el occidente señalaba la unidad restaurada con Dios; un regreso al Edén. Cuando los israelitas viajaban para llegar hasta el Templo y adorar allí, miraban hacia el oeste y tenían el sol saliente a sus espaladas. Este movimiento había comenzado con Abraham, que dejó el oriente y viajó hacia Canaán, que estaba al occidente, en obediencia a la voz divina (Gen 11,31). Una vez que los exiliados fueron liberados de sus enemigos del oriente, viajaron hacia el occidente, de regreso a la tierra de Israel, el viaje se convierte en símbolo de la bendición divina. En esa travesía, el Señor mismo viajó con ellos:
Allí noté la gloria del Dios de Israel que provenía del oriente haciendo un ruido tan fuerte como el de un mar enfurecido. Su gloria iluminó la tierra. 3 Fue como la visión que había visto antes, como la visión que vi cuando Dios vino a destruir la ciudad, como la que vi junto al canal Quebar. Me incliné rostro en tierra. 4 Luego la gloria del SEÑOR entró en el templo por la puerta que da hacia el oriente (Eze 43,2-5).

La naturaleza ambivalente de los símbolos de los cuatro puntos cardinales es también una característica propia de la geografía gallega, tan profundamente ambigua y diversa como sus propios habitantes. En cierto sentido, los puntos cardinales señalan más allá de los puntos terrestres, para referirse al conflicto cósmico entre el bien y el mal, entre felicidad e infelicidad, entre luz y oscuridad o vida y muerte, el simbolismo no deja de repetirnos de diferentes maneras que en toda felicidad existe un sustrato de infelicidad y en toda infelicidad un sustrato de felicidad.

Jacob

Pero el viaje de peregrinación que inician los discípulos de Santiago tiene otros referentes en los grandes caminos que han protagonizado los relatos más importantes de la Biblia, tales como la salida de la esclavitud de Egipto hacia la emancipación, el camino hacia la Tierra Prometida, o el regreso del exilio en Babilonia, pero es que la promesa de la tierra prometida había sido hecha en un primer lugar a Abraham, y renovada luego a su hijo Isaac, y al hijo de este, Jacob, nieto de Abraham. Del nombre Jacob deriva el actual Santiago, del latín Sanctus Iacobus, literalmente San Jacobo, como también Jacob dió lugar al nombre que terminó designando al pueblo de Israel.

El nombre de Jacob proviene de la palabra para talón en hebreo (ya’aqôb/âqab), pues este recibió su nombre porque nació agarrado del calcañar de su hermano, implica el significado de un "agarrador de talones", "usurpador" o "uno que engaña". Las Escrituras ciertamente ilustran la tendencia de Dios a cambiar las cosas y a obrar de la manera más inesperada. Esto es evidente cuando Jacob, el hermano menor, logra robar la primogenitura de su hermano Esaú y recibir la bendición de su padre. Jacob no debería haber tenido éxito en ninguna de estas empresas, pero desafió la estructura social de la época y se convirtió en el antepasado de Jesús. Génesis 25 es una encarnación perfecta del dicho cristiano tan repetido: los caminos de Dios no son nuestros caminos. Y así como Esaú encarna el prototipo de masculinidad clásica: un hombre al que le gusta salir a cazar, es enérgico, con mucho pelo y fuerte; sin embargo Jacob, el cual encarna al futuro pueblo elegido de Dios, a él le gustaba quedarse en casa y cocinar, contraponiendo el estereotipo de masculinidad. Igual que Dios le había cambiado el nombre a Abram para convertirse en Abraham, también se lo cambia a Esaú, que pasa a ser Edom (rojo), y a Jacob que se convierte en Israel (el que lucha con Dios). Este proceso de cambio de nombre que en latín se denominó “nomem omen” (el nombre es un presagio) fue muy común en la antigüedad y también en la Biblia.


Camino-logos-relación

En relación al simbolismo del camino podríamos decir que también el gran mito por excelencia de la tradición griega, encarnado en el viaje del héroe, esconde una significación más profunda propiamente del camino, es el paso que posibilita la trascendencia entre dos puntos que son el origen y el destino. Siempre que hay dos elementos hay también un tercero y ese tercero es la relación entre ambos, que no es ni uno ni otro ni la suma de los dos, es otro diferente que pertenece a otra dimensión, no es casualidad que la divinidad cristiana se haya expresado a través de la Trinidad. Si empezásemos a recorrer el planeta en dirección este terminaríamos llegando al oeste, pues el este o el oeste no son lugares fijos, de la misma manera que cada nota musical encierra a su vez a todas las demás, (en virtud de eso que se llaman los armónicos) también todos los puntos cardinales están encerrados, a su vez, en cada uno de ellos.

El logos o la relación es lo que posibilita su conocimiento, de la misma manera que también la relación es lo que posibilita medir y establecer cantidades, pues el número en sí solo no nos dice nada, lo que hace que 1 kg no sea lo mismo que 1 g, no es el número, si no la relación. Para saber si algo es grande o es pequeño, necesitamos siempre una relación. De los gallegos se dice habitualmente que no saben si suben o bajan, y en verdad no se puede saber sin un tercer elemento que establezca la relación comparativa. El lenguaje es relación también, porque una palabra tampoco tiene un significado fijo, sino que se construye en base a la relación que establece con otras palabras y con otros signos, ya no digamos en base a la entonación de cada hablante. Esta particularidad del lenguaje es la que utiliza el psicoanálisis para la cura, puesto que a partir de la revelación de significados nuevos o de nuevas relaciones se producen también cambios en la estructura psíquica, es decir, en nuestros patrones o paradigmas mentales.

Otro ejemplo de relación particularmente gallega se da en el caso de la medida tradicional para calcular el área de la tierra (conocida como ferrado), ésta era originalmente un recipiente de madera rectangular que medía el volumen de cereal que era capaz de producir la tierra. El valor de la tierra no eran los metros cuadrados, sino su capacidad productiva. Por este motivo, la variación del ferrado en Galicia es enorme, desde los terrenos más fértiles de los valles a los más pobres de áreas montañosas, puede oscilar entre los 400 o 700 m2 de superficie, un claro ejemplo de cómo, desde el punto de vista tradicional, la cualidad está por encima de la cantidad, pues no siempre 2+2 son 4. 

Para un pitagórico el logos sería por lo tanto la relación o razón que existe entre dos magnitudes. A menudo los problemas que surgen entre dos personas vienen dados precisamente por ese tercero invisible que es la relación, no es ni uno ni otro, sino que es el logos. El logos cruza una de las barreras filosóficas más formidables, es la línea que separa a lo objetivo de lo subjetivo.

También en geometría se establecen relaciones, por ejemplo entre el segmento y la diagonal de un pentágono regular, el logos o la razón que los pone en relación sería el número fi o número de oro (el cual está presente también en el cuerpo humano). Una analogía sería repetir el mismo patrón de relación que se establece entre esos dos elementos, de manera que el mismo número genera multiplicidad de formas. Por ejemplo, el número áureo aplicado en cada uno de los segmentos del pentágono regular, nos da a su vez otro pentágono, y así hasta el infinito. 



Hay infinitas flores que responden a esta geometría, por ejemplo la rosa, serían todas ellas versiones materiales de esta idea platónica, geometría sucinta en el orden universal, o paradigma, por este motivo podemos decir que Platón es pitagórico. La ley o logos es la unidad escondida en la multiplicidad, un solo número genera la multiplicidad de formas. Para un pitagórico esta es la prueba definitiva, a través de la poética geométrica, de que en la unidad se encuentra la multiplicidad y en la multiplicidad la unidad, el Evangelio de Juan lo expresa diciendo: "En el principio era el Logos, y el Logos era con Dios, y el Logos era Dios”. Y un poco más adelante el lector se entera de que el logos se hizo carne, con esta palabra la comunidad joánica designó al Dios que aún no se había expresado encarnándose. Pero es que el logos pertenece a “arriba”, mientras que la carne pertenece “abajo”. La palabra es el espíritu que se transforma en materia. Comunicarse es uno de los actos de voluntad que goza de mayor alcance. Sin palabra (y por tanto sin carne) el espíritu no se puede manifestar. El ser humano, a través de la palabra, puede tratar de expresar lo que en algún momento de su historia resultó para él inexpresable. Lo que era inexpresable, mediante el logos, pude volverse expresable.

Los grandes sabios de la humanidad han sabido transformar en expresable lo inexpresable, leer en la naturaleza los patrones de funcionamiento del cosmos, que no son más que las leyes mediante las cuales los elementos entran en relación. El conocimiento de estas leyes permite una mayor independencia de los números y las cifras, por eso hoy el sistema tecnocrático en el que vivimos basa su poder de control en desligar la cualidad de la cantidad, así el ser humano se vuelve manipulable. 


Tierra de los muertos

El propio origen de la denominación de Compostela también nos trae al simbolismo del oeste que veíamos anteriormente. Crónicas del siglo XI la llamaban "compositum tellus”, o "tierra compuesta o hermosa”, un eufemismo para referirse a cementerio. Hay teorías que apuntan a la suma del sufijo diminutivo -tella a las palabras componere, "enterrar", o composta, "cementerio", esto ocurre en textos de Virgilio.
Esta conexión con el cementerio fácilmente es extensible a toda Galicia, en el caso de Santa Mariña de Augas Santas (Ourense), las tumbas se extienden por las calles y se pueden ver los sepulcros junto a las paredes de las casas, la convivencia con los muertos está presente en todo el territorio de Galicia, desde la "Costa da morte" hasta la "illa dos mortos" en Areoso, ¿es acaso una casualidad que Santiago viajara desde Palestina, Tierra de los vivos, a Galicia, Tierra de los muertos?

Por otro lado, la celebración del culto en los inicios del cristianismo ha estado asociada a los lugares de enterramiento, fueron precisamente las catacumbas los lugares de reunión de los primitivos cristianos, en un principio se dio el nombre de catacumbas al cementerio de San Sebastián, aquel lugar donde los primeros cristianos de Roma habían enterrado provisionalmente los cuerpos de San Pablo y San Pedro, en un momento en que temieron que les fueran sustraídos. Las catacumbas fueron galerías subterráneas que algunas civilizaciones mediterráneas antiguas ya habían utilizado como lugar de enterramiento. Tras el edicto de Milán del 313, el cristianismo dejó de estar en la clandestinidad y las muchas catacumbas se convirtieron en lugares de peregrinación, los cementerios pasaron a realizarse en la superficie. El arte cristiano nació asociado al culto funerario en las catacumbas para venerar a los muertos, especialmente a los mártires. En su origen fueron lugares de sepultura, pero la celebración de ritos funerarios y el hecho de ser lugares apartados permitió el uso libre de los símbolos cristianos. Las futuras iglesias cristianas construirían criptas bajo el presbiterio para guardar las reliquias de los santos. Esta  época en la que la condición clandestina pareció relegar los inicios del culto cristiano al interior de la tierra parece reflejar asímismo el proceso de muerte y renacimiento que se da en el propio simbolismo de la gruta. La tumba ha estado, desde sus orígenes, en el cristianismo asociada no sólo a la muerte, también al nacimiento, así aparece tantas veces la cuna del niño Jesús en el interior de la gruta representada como una cuna/tumba en los iconos ortodoxos, pues el nacimiento de Jesús es ya una prefiguracioón de su muerte. Para renacer o resucitar es necesario morir primero. También ha sido representada, en el arte cristiano, la calavera a los pies de la cruz de Jesucristo, como símbolo de redención del pecado de Adán, significa el nacimiento de un hombre nuevo. Gólgota significa en hebreo calavera. Según la tradición judeocristiana, el monte del Gólgota fue el lugar donde esta enterrado Adán, hombre por el que entró el pecado y la muerte. Por este motivo, allí donde yacen los restos mortales del primer hombre pecador, se izó la Cruz en la que el Hijo de Dios, Jesucristo muere para redimirnos del pecado original y rescatarnos de la muerte.

Ciprés

Y si hay un símbolo que identificamos de forma unívoca con el cementerio es el ciprés. Según los Evangelios, Jesús se transfiguró en una montaña junto a Pedro, Santiago y Juan, en ese momento se produce el cambio de apariencia de forma mortal a forma glorificada, el tránsito entre lo de abajo y lo de arriba. Tradicionalmente, se representa el ciprés en esta escena de la transfiguración para dar testimonio de la trascendencia de Jesús. En la portada de Platerías de la Catedral de Santiago también aparece representado Santiago junto a los cipreses, vinculándolo con la escena de la Transfiguración y su importancia como uno de los apóstoles más próximo a Jesús. 

Esta imagen de Santiago entre cipreses se encuentra ubicada en el friso de la portada de Platerías. Frente a su posición actual, resulta probable que esta imagen estuviese pensada en origen como parte del programa decorativo destinado a la portada occidental, dentro del grupo de la Transfiguración. De ello nos da cuenta el Libro V del Códice Calixtino: "Allí aparecen también Santiago, Pedro y Juan, a quienes el Señor reveló su Transfiguración con preferencia a todos los demás." Texto extraído de: https://artsandculture.google.com/asset/saint-james-among-cypress-trees-master-of-the-transfiguration/wgGknsR_pLnjPQ


 Según nos cuenta Plinio, el ciprés era ya utilizado desde la antigüedad, una rama del mismo en las casas era señal de luto en época clásica. El color oscuro de sus hojas como también del tronco y el hecho de que sea perenne expresan de manera elegante la gravedad de los cementerios. El ciprés supura unas gotas de resina, que se han querido ver, en ocasiones, como lágrimas dedicadas a los que allí reposan. Destaca el suave olor que desprende, que para San Bernardo era como el aroma de la “buena reputación”. También le hace adecuado para estar en el cementerio, el crecimiento en vertical de sus raíces, es decir, que penetran hondamente en el subsuelo por lo que no lo levantan y, de esta forma, no se producen rupturas de sepulturas.

Su larga vida, como la forma de lanza que apunta hacia el cielo lo convierte en un símbolo del camino al más allá, un símbolo de ascensión y de eternidad. Incluso su forma de lanza tiene una explicación mitológica que nos narra Ovidio en sus Metamorfosis. Cyparissus era un joven cazador de la isla de Ceo (isla de las Cícladas, en el Egeo), amado por Apolo, que se encariñó con un ciervo particularmente amable, consagrado a las ninfas de la campiña de Cartea (una ciudad de la isla). Un día, durante un viaje de caza, él, creyendo que era salvaje, golpeó accidentalmente al venado con su lanza y lo mató. Al darse cuenta del error, Cyparissus, afligido e inconsolable, a pesar de los repetidos intentos de Apolo, pidió a los dioses poder llorar para siempre: así se transformó en un árbol milenario, con forma de lanza, llamado ciprés por su nombre, que Apolo decretó que era a partir de entonces para consolar a los muertos. Entre los diversos pueblos primitivos y entre los griegos lo consideraban como uno de los atributos de Hades y de otras divinidades infernales femeninas, tales como Cibeles, Perséfone, Afrodita, Artemis, Envinome, Hera, Atenea.

En el Génesis, se nos presenta al ciprés como un símbolo de perdurabilidad y fortaleza. Se menciona cómo Noé utilizó la madera de ciprés para construir el arca que resistió el diluvio durante cuarenta días y cuarenta noches.

Constrúyete un barco de madera de ciprés, con habitaciones y cúbrelo con brea por dentro y por fuera (Gen 6,14).

La imagen del ciprés se asocia con la protección divina y la capacidad para sobrellevar las adversidades. En el libro de Isaías se profetiza que el desierto se convertirá en un paraíso, y junto con otros árboles, el ciprés crecerá en medio de tierras baldías.

Plantaré cedros en el desierto;
acacias, mirtos y olivos.
Plantaré también cipreses,
pinos y abetos en la tierra seca (Is 41,19).

Esta visión nos transmite un mensaje de esperanza, pues incluso en los lugares más insospechados surge la belleza y el florecimiento. 

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