La dimensión de lo humano

Adán y Eva. Miniatura del Beato del Escorial realizado en el 
scriptorium de San Millán de la Cogolla entre el año 950 y 955

La génesis de lo divino implica a su vez una consideración de la génesis de lo humano, van intrínsecamente de la mano. Para muchos antropólogos, la historia de las civilizaciones no es más que la historia de las diferentes consideraciones que el ser humano ha tenido de la divinidad, de sí mismo y de la naturaleza. La consideración de lo humano va de la mano a su vez de su capacidad de percepción de lo infinito, pues al lado de la percepción limitada de la realidad, el ser humano tiene también una capacidad de percepción de lo infinito. Hace dos mil años el filósofo y escritor romano Lucio Apuleyo de Madaura decía que: “uno a uno, todos somos mortales. Juntos, somos eternos.” Este rasgo de considerar la eternidad en relación a un pueblo, a una colectividad, es algo característico de la Antigüedad. Los dioses no eran una experiencia individual, sino que lo eterno tenía que ver con el ser colectivo, es en la comunidad donde residía la posibilidad de lo divino. A este respecto me gustaría apuntar que la cultura tradicional gallega vivió plenamente inmersa en esta concepción colectiva de lo divino, de manera que, sin necesidad de ser creyente, todos los trabajos y la cultura que se derivaron de esa forma de vida, como también la lengua, estaban conectados, de una forma u otra con lo divino, eso es lo que le ha dado la enorme belleza y singularidad a pesar de que hoy se rechace justamente la parte divina y se reivindique todo lo demás.

Pero para atender a la consideración de la génesis y esencia de lo humano, qué mejor que acudir precisamente al Génesis, allí encontramos la primera descripción que nos narra cómo fue creado el hombre, o como se concretó la comprensión de lo que significa ser humano.

Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y ejerza dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados, sobre toda la tierra, y sobre todo reptil que se arrastra sobre la tierra. 27 Creó, pues, Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. 28 Y los bendijo Dios y les dijo: Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sojuzgadla; ejerced dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra. 29 Y dijo Dios: He aquí, yo os he dado toda planta que da semilla que hay en la superficie de toda la tierra, y todo árbol que tiene fruto que da semilla; esto os servirá de alimento. 30 Y a toda bestia de la tierra, a toda ave de los cielos y a todo lo que se mueve sobre la tierra, y que tiene vida, les he dado toda planta verde para alimento. Y fue así. 31 Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera. Y fue la tarde y fue la mañana: el sexto día (Gen 1, 26-31).

En este primer relato de la creación del hombre aparece la palabra hebrea “Elohim” (אֱלֹהִים), literalmente significa “Dioses”, el cual es el nombre más común para Dios usado en el Antiguo Testamento en hebreo. El término “Elohim” ha causado mucha controversia entre los teólogos y lingüistas. Tanto judíos, cristianos como musulmanes creen que solo hay un Dios, pero la Biblia en hebreo se refiere a Dios como “Elohim”, usando los pronombres plurales “nosotros”, “nos” y “nuestro”.

Pero no solo se hace referencia a la divinidad en plural, también se hace referencia a lo humano en plural, pues al crear al ser humano, se especifica: “varón y hembra los creó”, de manera que la diversidad o pluralidad de sexos parece estar implícita en la creación del Hombre Universal.

Tener la “imagen” o “semejanza” de Dios significa que fuimos hechos para parecernos a Dios, ninguno de los otros seres que Dios crea está hecho a su imagen y semejanza, sólo el hombre. Adán no se parecía a Dios en el sentido de que Dios tuviera carne y sangre, la imagen y semejanza hace referencia a las cualidades universales, es decir a las espirituales, no a las individuales, el cuerpo de Adán es un reflejo de Dios en cuanto que fue creado con perfecta salud y no estaba sujeto a morir. La imagen de Dios (del latín imago dei), se refiere a la parte inmaterial e inmortal del hombre.

Esta imagen de Dios se ha traducido en cada una de las tres religiones monoteístas, en comprensiones más o menos diferentes acerca de la posibilidad de representar a Dios, en todas es un tema de gran importancia y complejidad. Ni el judaísmo y ni el islam permiten la representación de Dios con imágenes, en el islam existen 99 nombres de Dios que sirven para hablar de él, pero sin definirlo (son atributos), porque para los musulmanes Dios no puede ser una idea, menos aún una imagen. Lo que pretende el 'aniconismo', que así se llama la prohibición islámica de representar imágenes de personas o animales en el arte sacro, es prevenir la idolatría y la reducción de categorías eternas e intangibles a un lenguaje finito y material. La cuestión de la idolatría se encuentra muy presente también en los textos del Antiguo Testamento y por tanto también en el judaísmo.

En cambio en el cristianismo, la otra rama del monoteísmo abrahámico, se pasa al lado contrario y desarrolla una enorme iconología. La base teológica de esta proliferación de imágenes entre los cristianos radica en el misterio de la encarnación. El cristianismo sostiene que, con la encarnación, Jesús se convierte en la imagen viva de Dios. Por lo tanto, representar a Dios bajo apariencia humana ya no es una blasfemia ni una desacralización. Al principio, sin embargo, en la Iglesia naciente también se conserva la prohibición de las imágenes divinas porque los cristianos heredaron la tradición judía anti icónica. Las primeras representaciones icónicas cristianas son posteriores a la época de los apóstoles y no representan directamente a la divinidad, sino motivos simbólicos como el ancla o el pez. Y las imágenes esculpidas aparecen sólo en el siglo IV. De hecho, se producen resistencias a admitir las imágenes y la controversia contra los enemigos del culto a las imágenes (la querella iconoclasta) dura del 725 al 842. La cuestión se zanjó en el Concilio de Nicea, que, en el año 787 "justificó el culto de las sagradas imágenes", precisando que "el honor tributado a la imagen va dirigido a quien está representado en ella".

En la Edad Media, la Iglesia católica acepta las imágenes no sólo de Dios y de Cristo, sino también de la Virgen y de los Santos, mientras la Iglesia ortodoxa se limitó a permitir los iconos pintados, manteniendo la prohibición de las estatuas. En la Reforma del siglo XVI, los protestantes abandonan las imágenes, aunque los luteranos mantuvieron la cruz, pero sin crucificado y sin que pueda ser objeto de culto.

Ahora bien, si en Génesis 1 leíamos el primer relato de la creación del hombre, en Génesis 2 leemos otro relato diferente, parece que ya en la propia génesis del ser humano está implícita la dualidad, la creación del hombre que arranca nada más empezar a leer la Biblia nos ofrece en verdad 2 relatos, que además se oponen entre sí.

Estos son los orígenes de los cielos y de la tierra cuando fueron creados, el día que Jehová Dios hizo la tierra y los cielos, 5 y toda planta del campo antes que fuese en la tierra, y toda hierba del campo antes que naciese; porque Jehová Dios aún no había hecho llover sobre la tierra, ni había hombre para que labrase la tierra, 6 sino que subía de la tierra un vapor, el cual regaba toda la faz de la tierra. 7 Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente (Gen 2,4-7).

Pasamos del primer capítulo del Génesis en el que se describe la creación de los cielos y la tierra y el hombre como culminación de ésta, a un segundo capítulo en el que todavía no había sido creada ninguna planta ni ninguna hierba, ni había hecho Dios aún llover sobre la tierra, cuando insufló el aliento de vida a un trozo de barro hecho de tierra y agua. En este segundo relato, a Dios ya no se le llama Elohim, sino que se le identifica como Yahvé (es posible que el primer relato pertenezca a una tradición más antigua). Este segundo relato conecta con el relato de Prometeo y la idea de insuflar aliento vital a la materia. El aliento vital es el aire, la tierra y el agua presentes en el barro, y además, el elemento que falta, el fuego, símbolo del espíritu. La concepción trina del hombre, como alma cuerpo y espíritu está prácticamente en toda la concepción de las religiones del Mediterráneo. Hay pues una idea clara de lo que es la organización del ser humano, el alma tiene una dimensión corporal y otra dimensión espiritual, con puntos de intersección que se solapan, el alma es por tanto un puente de unión entre cuerpo y espíritu. El fuego vital es la recepción del espíritu.

Por tanto coexisten en el relato del Génesis estos dos conceptos del hombre, por una parte como identidad y unión plena con la divinidad y por otra parte, con una marcada distancia y separación de la divinidad que es el resultado de la ley impuesta por Dios en el jardín de Edén, la comprensión del origen del hombre es dual. En el segundo relato, aparece la dimensión mortal del hombre en estrecha relación con la ley, pues transgredir la ley dictada por Dios convierte al ser humano en mortal.

Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase. 16 Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; 17 mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás (Gen 2,15-17).

Con respecto al capítulo 1 del Génesis, vemos que también hay diferencias en la comprensión de los sexos, en el segundo relato aparece la parte femenina del hombre como complemento de éste, del uno nace el dos, por tanto se especifica la separación y dualidad entre los sexos, los cuales estaban unidos en el primer relato.

El significado de la palabra Adán en hebreo podría traducirse como ser humano, que puede ser tanto hombre como mujer, habla de un genérico. De hecho, los judíos tienen el concepto del Adam Kadmon o hombre primordial, como arquetipo o ideal del ser humano, el hombre entendido como ser genérico, aquello a lo que aspiramos como el culmen de la perfección humana. Por una parte el hombre pleno como colectivo, hecho a imagen y semejanza de Dios, y por otro lado el hombre como un ser distante de la divinidad, individual, y mortal.

No deja de ser curioso que la ideología de género, a través de lo que ha llamado lenguaje inclusivo, aconseje prescindir del genérico masculino y otras formas que han considerado erróneas. Atendiendo a la comprensión de lo humano heredada a través de los siglos, esta tendencia moderna, más que incluyendo, estaría excluyendo, para quedarse sólo con la visión individual y mortal del ser humano.

En hebreo, además, existen otras dos palabras para hombre y mujer, que son las que se utilizan en el capítulo 2 del Génesis. Ish e ishshah (hombre y mujer) son los dos lados de la totalidad humana. Y todavía hay otras dos palabras para indicar la sexualidad, macho y hembra, que tienen una dimensión más síquica, como de colectivo, es decir no es como el macho y la hembra de una especie animal. Al aplicar la palabra macho o hembra, trascendiendo lo fisiológico llegaríamos a la idea de hombre y mujer, pero si todavía trascendieramos más, entonces llegaríamos al Adam Kadmón.


Las fuentes de la tradición sobre este personaje se remontan a la antigua Sumeria, la tradición Hermética y el Egipto Helenístico (Filón de Alejandría), el Rigveda. Este personaje es una alegoría recurrente en casi todas las culturas. Sin embargo en la tradición cabalista se cita al Cantar de Cantares como la fuente de este conocimiento.

En el relato de la dimensión individual del hombre es donde aparece el paraíso, como un símbolo de ese estado de completud previo, o unión con la divinidad, un paraíso que se pierde a partir de la caída. La caída es la consciencia de la falta, el ser humano se siente incompleto, necesita un propósito, una meta que alcanzar, una necesidad de crecimiento, de estudio, de éxitos, etc… Lo que falta, entre otras cosas, es el gran misterio de la finitud de la vida, eso ya genera una insatisfacción permanentea, la búsqueda de la inmortalidad del ser humano es una constante, se encuentra ya en Gilgamesh, el poema mitológico más antiguo que tenemos. La manifestación de la insatisfacción humana aparece con el enfrentamiento del hombre con la muerte, porque acaso si me voy a morir, ¿cómo he de vivir?

La caída es la consciencia de la muerte, esa es la gran falta: “trabajarás con esfuerzo y parirás con dolor”, en el Corán además de parir con dolor se dice que también habrá riesgo de morir, sabemos que históricamente el porcentaje de madres o hijos que morían en el parto fue abundante. Con la caída se produce por tanto la consciencia de la finitud, como también la consciencia de pecado y de esclavitud. Al ser expulsado del paraíso aparece entonces una misión fundamental, la de recuperar el estatus perdido. La clave del ser humano será la relación entre estas dos realidades que están presentes en estos dos relatos de la creación del hombre: el ser humano infinito y el ser humano finito.

Según la propuesta judía, el hombre, fruto de esta expulsión, se ha separado de Dios, esta distancia de la relación con Dios se salva con la Alianza. Para el judaísmo, la divinidad está separada de mi, y para poder relacionarme con ella, ésta se tiene que revelar, y se revela en la figura del profeta con quien Dios se comunica. Pero Dios habla con el profeta porque quiere hablar con el pueblo, por tanto la Alianza no es con el individuo, la alianza es con el colectivo, lo que importa es el vínculo con el pueblo, por eso, de entrada, el judaísmo no tiene gran interés en el misticismo, en la experiencia individual del hombre con Dios, porque precisamente el judaísmo entiende que lo que tenemos que trascender es el Adán del relato 2 para ir al Adán del relato 1, que es el colectivo o universal. El judaísmo es la gran religión de los pactos, de los contratos o los pactos, que son la forma de relacionarse con Dios. Cuando Dios no se revela, el hombre está perdido, para los judíos la mayor condena ocurre aquí, cuando se rompe o no hay pacto o no tengo con quien pactar.

Para la comprensión cristiana el pacto es una persona, Cristo es el enlace entre el Adán del Edén y el Adán primero o universal, entre lo finito y lo infinito. El cristianismo es en sí una Nueva Alianza que disminuye la distancia entre Dios y el hombre, el hombre va a hacia Dios pero además Dios va hacia el hombre, tanto que llega a hacerse hombre. La idea de Cristo como salvador es también innovadora, aunque en el fondo no es diferente del concepto de unión con la divinidad que ya existía en el judaísmo. La idea de salvador tiene que ver con la resurrección, Cristo es el salvador de la muerte, esa mortalidad que empezó con la expulsión, dando lugar a una religión salvífica. Las tradiciones cristianas, por ese relato de la muerte y resurrección de Cristo, entienden que todo lo que se hace aquí es una especie de candidatura para conseguir la salvación en la otra vida.

El Islam conecta más con el judaísmo en la comprensión de la relación de la divinidad en este mundo, sin necesidad de esperar a la vida después de la muerte, por eso la representación del paraíso es completamente sensorial, Alá está presente en todo, en el placer, el deleite, el gusto, la belleza, la exquisitez, la poesía. Para el judaísmo, la idea de un Dios sacrificado, humillado y despreciado es intolerable, un rey es alguien como David o Salomón, con éxito y poder. El judaísmo se lleva mejor con el poder y el éxito mientras que el cristianismo con el fracaso y el sufrimiento, al menos desde un punto de vista exotérico.

El islam abraza la idea pelagiana que considera que el ser humano no necesariamente hereda la condición caída de Adán y Eva. Los descendientes de Adán tienen la posibilidad de crear y hacer el jardín del paraíso en la tierra. Para el islam, un niño que nace está en absoluto estado de perfección, es uno con Alá, y es, según crece, que va perdiendo ese estado de gracia y entrando en la caída. La dimensión universal en el islam se traduce en que cualquiera puede ser musulmán, incluso sin saberlo, porque la creencia está asociada a una forma de vida, no a un dogma ideológico, y por tanto quien viva acorde a esa creencia ya puede ser considerado musulmán.

Aunque generalmente nos interesa más el plano esotérico, y por tanto todo lo que en verdad nos hace ver que cada religión aporta maneras diferentes de hablar de lo mismo, hoy traemos algunas diferencias en el plano exotérico, que realmente han generado carácter y cultura en torno a ellas.



Referencias

Apuntes del curso impartido por Jaime Buhigas: Religiones monoteístas, encuentros y desencuentros