Antes de comenzar haremos una pequeña introducción acerca del simbolismo sagrado del templo, el que estuvo como referente en toda construcción románica. La construcción de un templo cristiano, desde un punto de vista tradicional, obedece a criterios de orden cosmológico y teológico, y no a la inspiración individual de un arquitecto. Aunque hoy se haya perdido esta comprensión del templo, es indudable que se encontraba en el arte románico, el cual convierte el templo cristiano en un libro abierto para quien quiera pararse a leerlo. En el Románico se expresa también una de las características esenciales del templo, heredadas de la tradición judía y egipcia, y es que está hecho según un arquetipo celeste, el cual es comunicado a los hombres a través de un profeta. Es el caso por ejemplo de Besabel y Oliab, elegidos como arquitectos del Arca del Alianza:
Los ha llenado de habilidad para hacer toda clase de obra de grabador, de diseñador y de bordador en tela azul, en púrpura y en escarlata y en lino fino, y de tejedor; capacitados para toda obra y creadores de diseños (Ex. 35, 35).
También el caso de Salomón, a quien su padre David da las reglas recibidas por Dios:
David dio a Salomón, su hijo, el modelo del pórtico, de sus dependencias y oficinas, de las salas, de las cámaras y de la casa del propiciatorio, y también el modelo de todas las cosas que le habían sido inspiradas por el Espíritu que estaba con él... (1 Cro 28, 11-12).
Tú me ordenaste, dijo a Dios Salomón, edificar el templo en Tu santo monte, y un altar en la ciudad en la que moras, según el modelo ¿el santo tabernáculo que Tú habías preparado desde el comienzo... (Sab 9, 8).
Por su parte, Ezequiel recibe en una visión la descripción del templo que se ha de edificar; percibe un ser sobrenatural que sostiene una caña de medir, que le da al profeta, al propio tiempo que su descripción, todas las medidas del templo. Y, finalmente, dice Dios a Ezequiel:
Y tú, hijo de hombre, describe a la casa de Israel este templo... Que midan su traza... Hazles ver la forma de este templo, su disposición, sus salidas y sus entradas, todas sus figuras y todas sus ordenaciones, todas sus formas y todas sus leyes; y ponlo por escrito ante sus ojos para que guarden todas sus disposiciones y todas sus ordenaciones y las pongan por obra (Ez. 43, 10-11).
Toda arquitectura sagrada se reduce, en realidad, a la operación de la «cuadratura del círculo» o transformación del círculo en cuadrado. La función del edificio comienza por la orientación, que es ya en cierto modo un rito, pues establece una relación entre el orden cósmico y el orden terrestre o, aun, entre el orden divino y el orden humano. El método tradicional y, podemos decir, universal, pues se le encuentra dondequiera que haya una arquitectura sagrada, fue descrito por Vitrubio y fue practicado en Occidente hasta el fin de la Edad Media: los cimientos del edificio se orientan hacia un gnomon que permite localizar los dos ejes (cardo, norte-sur, y decumanus, este-oeste). En el centro del emplazamiento escogido se levanta un palo, alrededor del cual se traza un gran círculo y se observa la sombra que se proyecta sobre este círculo; la separación máxima entre la sombra de la mañana y la de la tarde, inclina el eje este-oeste, y dos círculos centrados sobre los puntos cardinales del primero indican, por su intersección, los ángulos del cuadrado. Este último es la cuadratura del círculo solar. Es importante recordar de forma precisa las tres operaciones de la fundación, a saber: el trazado del círculo, el trazado de los ejes cardinales y la orientación y el trazado del cuadrado de base, pues ellas son las que determinan el simbolismo fundamental del templo, con sus tres elementos correspondientes a las tres operaciones: el círculo, el cuadrado y la cruz, por mediación de la cual se pasa del primero al segundo.
El círculo y el cuadrado son símbolos primordiales. Al nivel más elevado, en el orden metafísico, representan la Perfección divina bajo sus dos aspectos: el círculo o la esfera, en la que todos los puntos están a la misma distancia del centro, que no tiene principio ni fin, representa la Unidad ilimitada de Dios, Su Infinidad, Su Perfección; y el cuadrado o el cubo, forma de todo cimiento estable, es la imagen de Su inmutabilidad, de Su Eternidad. A un nivel inferior, en el orden cosmológico, estos dos símbolos resumen toda la Naturaleza creada, en su ser mismo y su dinamismo: el círculo es la forma del cielo, más en particular de la actividad del cielo, instrumento de la Actividad divina, que rige la vida en la tierra, la representación de la cual es un cuadrado porque, respecto al hombre, la tierra es, en cierta forma, «inmóvil» y pasiva, y «se ofrece» a la actividad del Cielo. Hay aquí un doble simbolismo, cosmológico y ontológico a la vez: el Cielo y la Tierra –orden cosmológico— son las formas exteriores, el último grado si se quiere, de la Manifestación o Creación, los dos polos de la cual los constituyen la Esencia universal y la Substancia universal, representadas en el orden corporal por el Cielo y la Tierra, respectivamente. El hombre es el centro de esta creación, él la sintetiza y establece un vínculo entre lo Alto (Esencia-Cielo) y lo Bajo (Substancia-Tierra).
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La puerta de acceso al templo es uno de los elementos de mayor importancia en la simbología del templo sagrado. Se trata de la frontera entre el mundo exterior, caótico y profano, y el mundo interior, que representa el orden sagrado. Cuando renunciamos a nuestra esencia, autenticidad y nobleza personal, entonces podría decirse que entramos por la puerta de atrás. También en Apocalipsis 3,20 podemos leer:He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.
Cruzar el umbral de un templo o de cualquier edificio sacro significa, a nivel simbólico, que se penetra en la propia identidad profunda. La puerta siempre nos anima al viaje, al tránsito, nos aventura al misterio, a traspasar el umbral de la pregunta, nos invita a conocer. Puerta del Cielo, es una de las advocaciones en las letanías de la Virgen que evoca el simbolismo de lo femenino, por su invitación a profundizar en el misterio. El simbolismo de la puerta de acceso a un templo sagrado nos recuerda la relación entre el centro y la periferia, pues existe una relación entre la función simbólica de la puerta como posibilidad visible y externa, y el centro, lo más profundo e invisible que da sentido a todo el conjunto. De ahí que entre la puerta del templo y el altar, situado en el Sancta Sanctorum, exista la misma relación que entre la circunferencia y su centro pues, aun siendo los elementos más alejados, son, de alguna manera, los más próximos, ya que se determinan mutuamente y se reflejan. Esto se advierte en la decoración arquitectónica de las catedrales, en las que, con frecuencia, la portada es semejante al retablo del altar mayor. La puerta es, ella misma también, un resumen de todo el templo, si nos fijamos en su estructura vemos que su base rectangular reproduce la misma base de la planta del templo (tierra), y su parte redondeada representa la bóveda y la cúpula (cielo), como también el cierre semicircular de la girola. El santuario de la iglesia bizantina y románica tiene realmente el aspecto de caverna sagrada, con su bóveda en la que señorea el Cristo Pantocrátor, como en el tímpano del pórtico. La puerta es, por tanto, un símbolo cósmico, pero también un símbolo místico, pues así como la puerta es un resumen del templo, también lo es del Cuerpo de Cristo:
Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos (Jn 10,9).
En relación a la conexión entre centro y periferia que evidencia la puerta en el simbolismo sagrado, podemos ver también un vínculo con algunos de los conflictos históricos de Galicia.
Muchas veces se ha hablado de la condición periférica del noroeste peninsular que parece caer como una losa especialmente en Galicia, que desde el siglo XIX parece estar en conflicto con la centralidad, lo cual revela una cierta envidia de la condición de centralidad, entendida como sinónimo de importancia. Y aunque la herencia nacionalista del XIX sigue haciendo mella en una particular forma de leer el significado de la importancia, por ejemplo, del Reino Suevo (primer reino cristiano de la Península), la óptica moderna nos traslada un cambio en la comprensión historiográfica de estos acontecimientos, que durante la Alta Media en Galicia, nos revelan un territorio muy dinámico y conectado con otros grandes centros del momento como la Europa mediterránea, oriente, Bizancio, o la cultura atlántica de las Islas Británicas y la Bretaña francesa. A través de la comprensión simbólica del espíritu tradicional propio de este tiempo podemos también encontrar argumentos de base a la hora de dar significado a estos acontecimientos. Creemos que la cosmovisión propia de la modernidad racionalista es proyectada a menudo sobre otros periodos de la historia en los que existieron otras cosmovisiones. Si para nosotros hoy, el centro es sinónimo de importancia, para la cosmovisión medieval, sin embargo, la periferia era un reflejo del centro, es decir, no trataba de convertir lo periférico en central, sino que otorgaba a la periferia toda su importancia transformadora y particular, esencialmente derivada del centro.El valor del noroeste peninsular en la Alta Edad Media venía derivado del valor de la función de los Finisterrae, (además de en Galicia, en torno al Atlántico, existen varios Finisterrae, cargados del mismo simbolismo y función primordial). Esta condición de fin de un mundo es justamente la que atrajo el interés de una cosmovisión que veía en esos lugares fronterizos la posibilidad de traspasar un umbral a partir del cual salir transformado, resucitado. Esa condición de frontera con el Otro Mundo, de lugar liminal y psicopompo, es lo que dio a estos lugares su importancia simbólica totalmente trascendental y en conexión con el centro, las relación de estos lugares con los centros espirituales del momento en el plano histórico es un reflejo de esta relación simbólica que a partir de la geometría sagrada se expresa en el vínculo entre la circunferencia y su centro, los dos puntos aparentemente más lejanos son en realidad los más próximos.
Hemos hablado de un friso vegetal, generalmente una vid, esculpido en la arquivolta o sobre los montantes, paralelamente a lo que ocurre con la representación del Zodíaco. Sólo que aquél ocupa siempre una posición "interior", en el fondo de los ensanchamientos del nicho, mientras que éste se sitúa sobre su borde "exterior". Ello es así porque este friso no es más que una estilización del Árbol del mundo, símbolo ancestral de la humanidad, como el nicho, y que a menudo tapiza interiormente a éste. En el templo cristiano, este árbol es una vid, porque el propio Cristo se ha asimiliado a ella: Yo soy la Vid (verdadera)..." (Jn 15,1). Una feliz coincidencia más entre el simbolismo sagrado eterno y el simbolismo propiamente cristiano.
Delicadas y elegantes formas talladas en el mármol en alusión a la vid, como símbolo de Cristo
En toda la iglesia se observa una gran unidad arquitectónica y decorativa, lo cual parece un indicio claro de que fue levantada por el mismo taller en una única campaña constructiva y seguramente en un periodo relativamente corto de tiempo. Es muy probable también que, tal y como han apuntado varios estudiosos, el proyecto original hubiese sido sensiblemente distinto y haber tenido una mayor proyección en altura con un cuerpo superior fortificado. Efectivamente, resulta llamativo, en el exterior, las proporciones un tanto achaparradas que presenta hoy la iglesia. También en el interior se han observado indicios de esta mayor proyección en altura. Encontramos, en la contrafachada, una estrecha galería practicada en el grosor del muro cuyos muros laterales esperaríamos que estuviesen unidos en la parte superior por un arco, como ocurre en otros edificios de similar cronología como San Nicolás de Portomarín o Santo Estevo de Ribas de Miño (O Saviñao), de forma que bajo él se pudiese abrir un gran rosetón o una ventana para iluminar el interior.
respondió Juan, diciendo a todos: Yo a la verdad os bautizo en agua; pero viene uno más poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de su calzado; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego (Lc 3,16).














