Todas las creencias que giran en torno a Dios, tanto acerca de su existencia, como de su no existencia, como de su imposibilidad de ser conocido, implican una determinada forma de vida, es decir, implican una metafísica que se traduce en una forma de vivir, en una historia concreta. No se trata de una opción personal que cada cual es libre de practicar en su casa, sino que implica una forma de relacionarse con el mundo, y de aspirar, como sociedad, a un tipo de mundo o a otro. Las grandes religiones de Occidente fueron conscientes de lo que esto implicaba, pasaron de una noción de Dios más o menos fantasiosa y supersticiosa a una comprensión por la cual es posible observar las consecuencias directas materiales, individuales y sociales del resultado de apostar por una u otra creencia. La misma aparición de la agricultura y la ganadería condujo a un cambio que afectó directamente al concepto de Dios que se tenía hasta el momento. Este entrelazamiento entre forma de vida y creencia es la base de la tradición monoteísta que ha asentado las bases de nuestra cultura: la idea de que la Revelación tiene lugar en el seno de la historia concreta de los hombres. La Revelación da a la historia un sentido, una dirección. Los hombres y los pueblos que no pueden interpretar la historia, no tienen conciencia del papel que les corresponde, no saben qué actitud tomar en los períodos de crisis. Tomar conciencia de las propias creencias se vuelve, por tanto, una forma de comprender la historia.
Esta creencia mayoritaria inmersa en nuestra sociedad es la que ha llevado a poner en duda todas las afirmaciones heredadas del mundo antiguo y del medieval, pues ha entendido que la historia es el resultado de una lucha por el poder, y que por tanto, los ganadores son los que cuentan siempre la historia. Este enfoque ha llevado a cuestionar todas las historias que se habían dado por ciertas hasta el momento, pues al comprender la lucha por el poder como único criterio de realidad no cabría la posibilidad de que las historias que han llegado hasta nosotros lo hayan hecho por su utilidad para nuestra vida, sino que lo han hecho con el único fin de ganar poder.
Por ejemplo, en el libro "El código Da Vinci", se dice que fue Constantino el que, de manera autoritaria, arbitraria y despótica, impuso un canon de Escrituras Sagradas cristianas, eliminando a todos los enemigos, con una única motivación política y sin motivos intrínsecos. Por supuesto, este libro se trata de una ficción y no se sostiene en ideas científicas, sin embargo, son ideas que provienen de una base de creencias que fundamentan nuestra sociedad. Otros autores serios y estudiosos, antes que Dan Brown, han sostenido una versión de los orígenes del canon bíblico que va en esta línea. Entienden que el canon bíblico es el resultado de la victoria de un grupo sobre todos los demás. Se trata del modelo más frecuente e internalizado por casi cualquier persona en la actualidad, para explicar el origen del canon bíblico, del cristianismo y de la Iglesia. La gran mayoría de los estudiosos hoy han trasladado a la sociedad la idea de que el cristianismo, muy diverso y plural en sus orígenes, fue la consecuencia de la victoria de uno de esos grupos que se impuso al resto por la fuerza física, no por la fuerza de las ideas, sino por la fuerza del poder político y del dinero y así impuso su versión de lo que había enseñado Jesús.
No negaremos que este revisionismo constante propio de nuestra época, en ocasiones no haya sido positivo, es evidente que existen elementos de verdad en estas hipótesis, y que incluso esta visión crítica, reticente y sospechosa, a veces nos ha llevado a conocer incluso con mayor profundidad y más ricamente las verdades transmitidas por la tradición. Los primeros estudios modernos críticos de la Biblia empiezan, de forma más masiva, en el siglo XIX. Ahí aparece un autor protestante alemán, Ferdinand Christian Baur, que plantea una tesis que tuvo un gran éxito y que sigue ejerciendo enorme influencia en la actualidad. Estudió en profundidad la primera carta a los Corintios de San Pablo, y uno de los elementos que aparece más claramente en esta carta es la división de los cristianos en la comunidad de Corinto, motivo por el cual Pablo los tiene que llamar a la unidad. Unos dicen "yo soy de Pedro", otros "yo soy de Pablo", otros "yo soy de Apolo" y otros "yo soy de Cristo". Había, al parecer, cuatro grupos en la comunidad de Corinto. Baur lo simplifica un poco y dice que en realidad estos grupos se podrían reducir a dos, el de Pedro y el de Pablo. Este modelo, posteriormente, lo empieza a aplicar a otros libros bíblicos, a los Hechos de los Apóstoles, a las cartas de Pablo, etc. y construye toda una descripción de los orígenes del cristianismo en base a la síntesis de la lucha entre Pedro y Pablo, petrinismo y paulinismo. El primero sería más judío y apegado a la ley de Moisés y a la observancia de los preceptos de la Torá, y el segundo sería la apertura a los gentiles sin exigirles el cumplimiento de los preceptos de la ley, diciendo que la ley ha quedado superada.
Esta tensión es indudable que está en los libros bíblicos, como se observa en el incidente entre Pedro y Pablo que se refleja en la carta a los Galatas. Pero Baur entiende estas diferencias de manera dialéctica, aplica la dialéctica hegeliana a los orígenes del cristianismo, y concluye que el cristianismo proviene de una oposición entre la afirmación de la ley y la negación de la ley. Baur, además, estudia el Evangelio de Mateo, y saca una conclusión interesante según la cual considera que esta disyuntiva entre ley y no ley ya se encontraba en el propio Jesús.
17 No penséis que yo he venido a anular la ley de Moisés o las enseñanzas de los profetas. No he venido a anularlas, sino a darles su verdadero significado (Mt 5,17).
18 Porque en verdad os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, no se perderá ni la letra más pequeña[a] ni una tilde de la ley hasta que toda se cumpla. 19 Cualquiera, pues, que anule uno solo de estos mandamientos, aun de los más pequeños, y así lo enseñe a otros[b], será llamado muy pequeño en el reino de los cielos; pero cualquiera que los guarde[c] y los enseñe, este será llamado grande en el reino de los cielos. 20 Porque os digo que si vuestra justicia no supera la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos (Mt 5,18-20).
Por tanto, ¿cómo se entiende, entonces, que Jesús conduce a la plenitud de la ley de los Profetas, es decir, que supera la comprensión de la ley y por tanto no hace falta cumplir la inmensidad de preceptos que estaban en la ley judía, y al mismo tiempo también dice que hay que cumplir hasta el más mínimo precepto? El petrinismo y el paulinismo se pueden apoyar los dos en Jesús, puesto que Jesús no era dualista, sino que todo su discurso está sostenido sobre la aparente contradicción y su tensión creativa. San Pedro o Santiago desarrollaron más el aspecto de cumplir la ley, y San Pablo desarrolló la idea de que la plenitud de Cristo implicaba que la ley judía estaba superada, al menos en un sentido. Tampoco las afirmaciones de San Pablo son simples, sino que todo su desarrollo es muy profundo y complejo, no se puede simplificar como si simplemente rechazara la ley.
Walter Bauer es otro autor, de nombre similar, que escribe en la primera mitad del siglo XX sobre los orígenes de la ortodoxia cristiana, en un libro titulado "Ortodoxia y herejía en el cristianismo temprano", y que desarrolla el modelo teórico en continuidad con Baur. Bauer era consciente de que sus tesis iban a romper un consenso antiquísimo sobre el origen de la ortodoxia y de la heterodoxia, que tuvo su comienzo en la "Historia Eclesiástica" de Eusebio de Cesarea. Eusebio presentaba una Iglesia original, unida y única, que se fue dividiendo en distintos grupos heréticos, mientras que Bauer defiende que la ortodoxia es el producto de la heterodoxia. Esto es, que fueron la disensión y las múltiples interpretacionse de la doctrina cristiana lo que llevó, en un proceso paulatino, a la formación de un cuerpo doctrinal ortodoxo. En este punto, es interesante la obra de esta autor porque ciertamente rompe una corriente historiográfica demasiado apegada a la idea de que la ortodoxia es un cuerpo de creencias original y la herejía una desviación de ello. Sus tesis aportan luz en la comprensión del camino que recorrió el primitivo cristianismo, y que además está reflejado en los propios Evangelios, de la diversidad se pasó a la unidad, de la heterodoxia se pasó a la ortodoxia, este camino es verdaderamente el camino de regreso a la divinidad.
El error de las corrientes tradicionalistas que explicaron con excesivo celo el proceso de evolución del cristianismo, condujo a que por otro lado, se hayan desarrollado en la modernidad corrientes de autores que se hayan sentido atraídos por los herejes, cuyo enfoque se ha visto beneficiado en las últimas décadas por el descubrimiento de nuevos textos gnósticos, se trata de la publicación de los manuscritos descubiertos en la biblioteca egipcia de Nag Hammadi, en los años 60 y 70. Todo esto ha contribuido a exaltar a los herejes como personas modernas y más cool, a diferencia de la ortodoxia que se ve como anticuada y conservadora, la cual, en ocasiones, frente a muchos argumentos racionalistas y críticos, no supo desarrollar argumentos de peso.
Aunque también debemos apuntar que el término gnóstico resulta confuso, y sería necesario diferenciar el concepto actual de gnosticismo del concepto antiguo de gnosis, pues el propio Orígenes dice de sí mismo que es gnóstico, pues defiende la gnosis del verdadero Jesucristo, algo que también dice Clemente de Alejandría. La categoría actual de gnosticismo deriva de la cosmovisión racionalista que da predominio a la razón, por este motivo el concepto de gnóstico actual difiere del concepto de gnóstico antiguo. El gnosticismo modernos es lo que el cristianismo consideró herejía, es decir, la comprensión por la cual la salvación vendría a través del conocimiento y de la razón, una comprensión del mensaje de Jesús intelectualista que enfrenta razón y fe y que ya estuvo en los inicios del cristianismo.
Fruto del descubrimiento de libros gnósticos en la biblioteca de Nag Hammadi, se encontraron con la diversidad cristiana de la que había hablado Bauer. Es lo que hizo que el libro de Bauer fuera traducido al inglés y alcanzara un éxito abrumador. La hermenéutica de la sospecha triunfa en el ideario colectivo moderno. El descubrimiento de estos libros parecen confirmar la idea de Bauer de que tan solo conocíamos 4 Evangelios porque los demás los habían quemado. Constantino, o la comunidad de Roma o un Papa se habría encargado de eliminar la competencia para así contarnos su versión de la historia, una versión falsa, simplificada, engañosa, para favorecer al propio grupo. Esta teoría sostiene que el poder de Roma y la unificación de la ortodoxia unicamente integró la oposición entre Pedro y Pablo por beneficio político y económico, presentándose como heredero de dos cosas que en realidad son incompatibles. El modelo de Bauer entiende que esta diversidad era incompatible unas con otras, y que solo se hizo compatible por el interés de poder. Este es, quizás, el punto más importante, pues el cristianismo ortodoxo nunca ha negado la diversidad, por algo existen cuatro Evangelios y no uno, pero esta diversidad propia de la ortodoxia cristiana no es dialéctica hegeliana, es diferencia en comunión, es expresión de comunión, pues las revelaciones de todos ellos, aún siendo diferentes, no son incompatibles.
No podemos negar que el estudio crítico del siglo XIX y XX, con su escepticismo y su puesta en duda de los valores tradicionales nos ha ayudado enormemente a reafirmarlos, pues ciertamente siempre se debería desconfiar de toda expresión idealizada que diga que todos somos amigos y nos llevamos bien. Esto no implica que la aceptación de la diferencia sea imposible, algo que sí parece estar en la base de la comprensión postmoderna, según la cual el dualismo solo se supera mediante la imposición de la fuerza. Es así que la deriva victimista actual es el resultado de la voluntad de poder entendida como eje en torno al que se estructura el pensamiento moderno. Todas las versiones de la historia que nos habrían llegado, serían, desde este punto de vista, fruto del relato de los vencedores sobre los vencidos, lo cual tiende a posicionar a muchos estudiosos a favor de los vencidos, unicamente por el hecho de ser derrotados, no porque tengan razón o no, sino porque como han sido derrotados merecen más nuestra compasión. Esta nueva versión de los hechos ha sido muy bien acogida por la cultura popular, pues nuestra cosmovisión se sostiene precisamente en una metafísica a partir de la voluntad de poder como eje central que da sentido a la existencia. La cultura moderna mira con recelo y sospecha todo lo que tenga que ver con autoridad, ha desechado la noción clásica de autoridad para sustituirla por el poder. El factor determinante de la historia sería, según esta metafísica, la lucha por el poder, y ésta la única explicación de las cosas, que podría resumirse en la siguiente frase: "no estamos conversando para ponernos de acuerdo o buscar la verdad, estamos hablando, gritando o callando para ver quien gana." En esta frase sencilla se resume gran parte de las maneras de relacionarse en el mundo actual, presentes en prácticamente todos los ámbitos labores como también en las relaciones de pareja y las relaciones familiares.
De esta manera, si la realidad última y lo que define al hombre es la voluntad de imponerse a los demás, también se verán así todos los procesos históricos. En este modelo está supuesto que no puede haber motivos intrínsecos, de ideas, para decir que una interpretación de Jesús es mejor que otra, y que lo único que decide quien gana es la fuerza, la violencia, el poder, o el dinero. Es así que el historiador, el arqueólogo o el antropólogo moderno está profundamente condicionado por la cultura y el pensamiento de su época, y en la actual lo que prevalece es una metafísicia nietzscheana o de Foucault, que entiende que lo que quiere, en el fondo, cualquier persona, es imponerse, dominar, antes que buscar la verdad. Se trata de un prejuicio moderno que no hace más que conducirlo con más fuerza a esa misma lucha de poder que critica.
Pero además del modelo de oposición existe también el modelo de la comunión, de la aceptación de la diferencia, y es algo que realmente no está en nuestra voluntad racional. Esta posibilidad de llegar a aceptar la diferencia y por tanto la posibilidad de entrar en comunión, se encuentra en la génesis misma de la simbolización del mundo que un ser humano realiza desde que nace.