Hostilidad vs angustia


Angustia, August Friedrich Schenck

La hostilidad es del registro del odio, frente a lo siniestro que está ligado a la angustia. La angustia protege del terror del vacío que provoca la ausencia de reconocimiento, en el terror el sujeto no puede prepararse para el peligro y éste desborda al psiquismo, se produce así la ruptura de la protección antiestímulo. Las investigaciones a partir de la clínica, de Breuer y Freud en 1895, reconocen en el origen de lo traumático un lugar para el terror. Lo que observaron en la clínica fue este dar cuenta del "más allá del principio del placer", constatado en la situación de desvalimiento y desamparo propia del terror. La angustia aparece previniendo la situación traumática de desvalimiento, la espera y la expectativa de este desamparo es sentida como angustia. El psiquismo está dotado de barreras antiestímulo frente a las excitaciones que vienen del exterior, cuando estas barreras son agujereadas se produce la situación traumática. 

La angustia es la última protección del sujeto para no ser invadido por el terror y sufrir las consecuencias de lo traumático. Lo traumático es el encuentro, siempre fallido, con lo real. Lo que hace de lo real su cualidad esencialmente traumática es la imposibilidad y la resistencia a la simbolización. Lo real requiere de mediación, solos no podemos, pero esta mediación no es posible a través del discurso ni el adoctrinamiento, esta mediación solo puede realizarse por quien haya tenido la experiencia de enfrentarse a ese vacío, es un conocimiento que solo se adquiere con la experiencia. Por eso se puede reconocer facilmente que el discurso feminista actual (que reproducía por ejemplo Errejón) es vacío, porque no está acompañado de la experiencia, y es falso porque no persigue la solución del problema, sino que es un discurso con el que obtener un beneficio político (narcisista). El discurso, frente al lenguaje, se vuelve un impedimento. 

Cada sujeto tiene una forma única y personal de enfrentarse al vacío de lo real que se traduce en el carácter, los recursos que el psiquismo emplea para hacer frente a lo traumático de lo real son lo que van constituyendo la personalidad, la rigidiz de la personalidad viene derivada precisamente de estas barreras y muros que construimos para evitar el encuentro con lo traumático. Flexibilizar estos muros es una tarea lenta y compleja que no depende precisamente de la voluntad ni del empeño o el ahínco en la tarea.

Frente a lo real, la hostilidad tranquiliza, porque al menos el odio del otro te reconoce como objeto, es por eso que la violencia, la destrucción y la guerra son lugares a menudo preferibles al vacío de lo real. El fantasma de colocarse en un lugar de maltrato lo que provee es una significación estable. El fantasma proporciona un marco, dentro del principio del placer, de una significación estable, donde el sujeto se sitúa siempre como objeto, aunque sea maltratado por el otro, pero donde al menos puede reencontrarse una y otra vez en el mismo lugar. Sin embargo, la angustia pone en jaque ese lugar fantasmático masoquista, y se produce un vacío, ese vacío es en ocasiones mucho más insoportable que el del maltrato, por eso el odio y la hostilidad son lugares más habituales, por ser más soportables que el encuentro con el vacío, ese que se traduce en una experiencia terrible.

Es así como podemos entender también la comprensión de Rudolf Otto acerca de lo divino o sagrado como fascinante y tremendo a la vez, la vivencia de Dios a través del numen, precisamente aquello que es luminoso y oscuro a un tiempo. Y, en efecto, en la religión Dios aparece flanqueado y flaqueado por el diablo y su poder sombrío, mientras que en la propia Biblia la divinidad comparece como santa y terrible, así lo demuestra la experiencia de Moisés en el Sinaí. Una conjunción de esplendor y estupor acompaña la presencia de Dios, el esplendor de su luz cegadora y el estupor de su oscura terribilidad.

En ocasiones se olvida lo traumático de este encuentro con lo real y no se entiende hasta que punto los mecanismos que construye cada psiquismo, por absurdos que nos parezcan a los demás, son precisamente métodos para evitar el encuentro con este vacío insoportable. Los relatos puritanos que la Iglesia católica inició y que ahora se perpetúan en los discursos ideologizantes que invaden hasta los libros de texto de los niños en los colegios, fomentan precismante el fanatismo, la rigidez y la incomprensión. No hay una única manera de defenderse de lo real, y si muchas mujeres soportan situaciones de maltrato es precisamente porque enfrentar el vacío que supone salir de ahí es muchísimo más insoportable, como también lo es para un maltratador, el hecho de que muchos se suiciden demuestra lo tomados que están por algo que supera su propia voluntad. También Judas se suicidó, pues el mal no se aguanta a sí mismo. Tanto el que hace daño a otro como el que se hace daño a sí mismo tolerando el maltrato, se encuentra tomado por el mal.

La constatación, en muchas ocasiones, de que el remedio es peor que la enfermedad, da sentido a la función de la enfermedad, también hoy día mayoritariamente despreciada y renegada. Por supuesto, no se trata de hacer una defensa de la violencia ni de la enfermedad, porque ciertamente son lugares de los que hay que huir, pero para huir de ellos es necesario conocerlos y desde luego no infantilizarlos ni exponerlos a la palestra de los linchamientos públicos, pues nadie está libre de ellos.

Si el encuentro con lo real es lo que nos conforma como objetos, también el encuentro con lo real es lo que nos ayuda a salir de la objetivización para conformarnos como sujetos. Para volver a nacer es necesario morir a esa primera construcción que nos ha conformado, eso sólo es posible en el agujero de lo real, donde nada significa y nada tiene sentido. 


Recogemos a continuación unas palabras del Dr. José María Álvarez sobre la melancolía. 

En «Duelo y melancolía» (1914), Freud intuyó con perspicacia que el melancólico exhibía con notoria desvergüenza el autorreproche, el síntoma más llamativo. Pero lo interpretó al revés, esto es, como una acusación o reproche a otro «al que amó, ama o amaría». ¿Se puede situar ese reproche a la figura amada en un lugar pretérito de la historia familiar? ¿Ese lugar es en origen un vacío, un silencio, una ruptura en la cadena de transmisión generacional producido por algo en relación con lo traumático? ¿Un lugar de identificación masiva a un objeto perdido, a un duelo imposible, a una pérdida cuando no corresponde? ¿La función del autorreproche consiste en denunciar y mantener vivo en la memoria algo pendiente, alguna deuda por saldar que reclama una palabra o un sacrificio?

El autorreproche, visto así, es una forma de gozar muy característica del melancólico. Aunque aparentemente se confiesa culpable, inconscientemente apunta a otro lugar, a otro ascendiente, a una tragedia sin resolver, a un secreto que ocupa todo el inconsciente familiar. Se trata de un sufrimiento masoquista, sí, pero un sufrimiento que daña de forma sádica a las personas que lo rodean.

¿Hay alguna similitud o contraste de este tipo de funcionamiento con la función del delirio en la paranoia? Según señaló S. Tisseron, lo que en la primera generación no se dice, en la segunda no se nombra y en la tercera no se piensa; al contrario, se actúa o encarna. En las familias muy endogámicas, las de nuestros abuelos y padres, las de la España rural y pobre, con un narcisismo familiar muy marcado, la elaboración de las pérdidas se complica. Los traumas, en cambio, por sí solos pueden herir de muerte al sistema familiar. Sea por el primer motivo o por el segundo, o quizás por los dos, las pérdidas no se duelen y se melancolizan. ¿Un duelo no dicho, silenciado en la primera generación puede melancolizar a las siguientes generaciones? El autorreproche pone una palabra donde antes no la hubo, señalando el suceso silenciado y traumático, acusándose y conectando la culpa al ser, cual chivo expiatorio, pero compartiéndola con el otro de manera desvergonzada. El melancólico tiene la certeza de que es culpable. Pero también la tiene de que el Otro le ha condenado.