Santa María la Real de Oseira

Foto extraída de aquí

El Monasterio de Santa María la Real de Oseira, emblema del Císter en Galicia, fue fundado en el siglo XII, originalmente benedictino, se cree que fue en 1441 cuando se acoge a la Orden del Císter, Oseira es una de las 389 abadías que proceden de Claraval, fundada ésta por el propio San Bernardo a principios de siglo. Según cuentan, desde allí vinieron los primeros monjes para ocupar el cenobio que poco a poco fue creciendo en dependencias y extensiones gracias a las donaciones.

Santa María la Real de Oseira se ubica en una zona salvaje de la Sierra Martiñá, conocida como “Ursaria” por la abundancia de osos, y situado en el margen derecho del río Oseira. Como también pudimos comprobar en nuestra visita al monasterio cisterciense de Santa María de Monfero, la toponimia parece avisarnos de que nos encontramos en un lugar en donde habitan o habitaron las fieras, quizás no sea una casualidad que las ubicaciones de la Orden cisterciense sean también especialmente valoradas por estas otras criaturas que han dado nombre al lugar y al río de Oseira. El oso se encuentra hoy en peligro de extinción, y es probable que su situación corra en paralelo a la de la forma de vida monástica, cada día más escasa. Aunque, por otro lado, también debemos decir que desde principios de este siglo el oso vive y se reproduce en las sierras de Ancares y Courel, por más que las administraciones prefieran negarlo, no todo va a ser decadencia. De la misma manera silenciosa, los monjes de este monasterio de Oseira han demostrado una auténtica proeza que les ha valido el reconocimiento con una medalla del premio Europa Nostra por su brillante restauración de los edificios que hoy conforman todo el recinto del monasterio.

Vemos, nada más entrar en el recinto, que se trata de un lugar cargado de simbolismo, la forma de compás del jardín que preside la entrada del monasterio tiene un fuerte componente simbólico que no es exclusivo de la masonería. Los maestros constructores de la Antigüedad fueron también maestros del simbolismo, la escuadra la utilizaron para medir las magnitudes del mundo material, el compás para medir los ángulos, la primera trata sobre la cantidad y el tiempo, el segundo sobre la cualidad y lo eterno. El compás es todo aquello que no tiene principio ni fin, como la libertad, la verdad o el amor (alfa y omega).


En Oseira tenemos una comunidad cisterciense de la Estricta Observancia. El monasterio vive de la hospedería, del albergue de peregrinos, de la tienda, del turismo, de las pastas, de la carne (los monjes han puesto en marcha una pequeña explotación ganadera con vacas frieiresa, una raza autóctona gallega en peligro de extinción) y, por supuesto, del licor Eucaliptine, en sus dos variedades. 

Aprovechando bien las pocas y escasas subvenciones que recibieron, los monjes de la comunidad levantaron poco a poco esta gran mole. Basta ver el prodigio de colocar nuevamente en su sitio la compleja tracería de la bóveda del refectorio, del siglo XVI, por las manos del Padre Juan María, un monje ciertamente genio que hizo numerosas obras de reconstrucción y adaptación del monasterio, ha desempeñado funciones de peón, cantero, albañil, carpintero y hasta de maestro de obras y arquitecto.

  

Estado en el que se encontraba la sala del Refectorio, construida en el 1572, y derruida tras la exclaustración en 1835. Y estado actual de la sala, en cuya restauración participó el arquitecto coruñés Carlos Fernández-Gago Varela. Habiendo solo dinero para restaurar uno de los cuatro tramos, gracias a la tenacidad del Padre Juan María, auténtico maestro de canteros, consiguieron restaurarse los cuatro, tal como los vemos hoy.


Las obras de conservación de este gigantesco edificio vivieron una época de gran actividad en la segunda mitad del siglo XX. Desde 1949 hasta 1972 hay una secuencia de 23 proyectos en los que participó el arquitecto Francisco Pons-Sorolla. Había que frenar la destrucción del monasterio y hacerlo habitable; para mantener en pie un edificio histórico nada mejor que darle uso, en Oseira hay uso gracias al empeño de Florencio Cerviño González, obispo de Ourense entre 1922 y 1941, quien a poco de tomar posesión de la diócesis y visitar el monasterio, quiso devolverle la vida y no paró hasta que consiguió instalar en él a un grupo de monjes cistercienses en octubre de 1929. Fue precisamente con la colaboración singular de la comunidad como se ha ido llegando a la casi recuperación y conservación del monasterio. Sirva como ejemplo de hasta qué punto es más importante el uso que las subvenciones, la Vida que la burocracia, habitar un espacio es la mejor fórmula contra su ruina y muerte. Posiblemente sea, después de las catedrales, el monumento arquitectónico más grandioso de los que podemos encontrar en Galicia. La sencillez, la discreción y la constancia empleada por los monjes del Císter en la reconstrucción (en la actualidad son 12), aun ensalza más la obra, si cabe.


En este lugar limítrofe entre las tres provincias de Ourense, Lugo y Pontevedra, todo se vuelve especialmente místico, y tres son también los tipos de mística que confluyen a nuestra memoria atraídas por este lugar: la mística del conocimiento (búsqueda de la verdad), la mística de la acción (búsqueda de la libertad) y la mística del amor (búsqueda de la comunión). La primera de ellas es también la de la humildad, pues el conocimiento de la verdad es sinónimo de humildad, los tres grados del camino de la humildad son precisamente conocer la verdad en uno mismo, conocer la verdad en los demás y conocer la verdad en sí misma. La mística cisterciense es una vía del Amor, ya que considera que el amor incluye a las otras dos dimensiones, aunque hoy se le llame amor más bien a la dependencia emocional, algo ciertamente diferente. Y como dice Raimon Panikkar, lo monástico es un arquetipo de la vida, pues todos tenemos en nuestro interior una dimensión monástica. El monje institucional simboliza y visibiliza esa dimensión presente en todos. Y es justamente la dimensión interior la que aflora al recorrer estos espacios embriagantes, nunca mejor dicho porque sus bóvedas están plagadas de flores.


SALA CAPITULAR

Vamos a detenernos especialmente en una de sus salas: la sala Capitular, la cual creo que no dejaría indiferente a nadie. No he podido más que empezar a buscar información sobre esta maravilla nada más salir. Llama la atención especialmente el énfasis que he notado en muchas publicaciones por recalcar la función "exclusivamente decorativa" de esta sala, por un lado todos coinciden en resaltar su espectacular belleza y por el otro parecen bifurcarse entre los que hablan de un contenido esotérico y alquímico un tanto misterioso y los que ponen todo el empeño en decir que no hay nada más que decoración. Lo curioso es que esta teoría podría ser más aplicable al resto de dependencias más modernas, para las cuales, no parece haber tanto prejuicio en ofrecer algún pequeño apunte sobre sus significados. Según nos cuenta Luis Àlvarez, la sala es de origen románico y fue remodelada a finales del siglo XV por Juan de Castillo, época en la que los significados simbólicos de los elementos constructivos estaba ciertamente a la orden del día.

Por otro lado, si atendemos a las explicaciones simbólicas que nos da Juan María de la Torre, monje de Oseira, en el libro del Comentario al Cantar de los Cantares de San Bernardo, observamos que ciertamente la riqueza simbólica que analiza en esta obra de cabecera de la Orden, es abundante y no escatima precisamente en profundidad. Entendemos que las personas que hayan buceado en este 'tochazo' de libro, puedan tener un interés un tanto más serio en profundizar, frente al morbo que parecen desatar los temas esotéricos y misteriosos que ya han provocado alguna que otra oferta de visita por parte del programa Cuarto Milenio, oferta que por supuesto los monjes han rechazado.

Y qué mejor que introducirnos directamente en el universo simbólico de San Bernardo de la mano de uno de los monjes de Oseira, sus palabras ofrecen una guía mucho más sugerente y pertinente para comprender la poesía de este lugar, mejor que cualquier aproximación histórica o guía turística. Sería bastante estúpido limitarnos a una función meramente decorativa si tenemos en cuenta mínimamente el lugar en el que nos encontramos y sobre todo, si a él le mostramos algo de respeto, pues si a una cosa se dedican especialmente estos monjes es precisamente a no separar lo material de lo espiritual, más bien a religarlos, según las palabras de este monje, el símbolo, "cuanto más embargantemente carnal, más destaca su referencia espiritual, que es su constitutivo real"… y embargantemente carnal es también la sala de las Palmeras. Pero vayamos poco a poco. Sumerjámonos en el simbolismo de San Bernardo primero:

Simbolismo en San Bernardo

Captar el sentido literal de un poema es comprenderlo tal y como se presenta, como poema en su totalidad. La única tarea es percibir su estructuración unitaria a través del ensamblaje de los símbolos. Bernardo se vale en cada línea de la serie de sus sermones sobre el Cantar de transferencias analógicas de denominaciones.

Comenzamos por destacar el valor simbólico de las imágenes para comprender la mentalidad y el dinamismo estético de la obra escrita de Bernardo. El símbolo en cuanto signo revela, en cierto modo, el misterio, protegiéndolo al mismo tiempo de la mirada indiscreta. El símbolo es signo y velo. En cuanto velo, encubre; y en cuanto signo, orienta, designa un camino de acercamiento. Quizá por esto el símbolo parezca paradójico y cree oposiciones; porque lleva la oposición en sí mismo. Por eso aparece en cierto modo ambiguo.

Y precisamente la mentalidad de Bernardo es eminentemente simbólica, como lo indicamos a reglón seguido estudiando el material de estos sermones. Hay símbolos visuales y hay símbolos auditivos. Ambos se amparan en la paternidad bíblica, sobre todo los símbolos visuales. Ese es un mundo en el que Bernardo se mueve muy a gusto y con plena facilidad. De entre todos los símbolos visuales que aparecen en la presente obra Bernardina se pueden establecer varios grupos:

1º. Los símbolos naturales cósmicos: la luz; la luz y las sombras. La luz en contraste con la tenebrosidad y la sombra del valle. A veces el símbolo de la luz y de la sombra aparece claramente metaforizado: la vida es sombra. El símbolo suele también expresar la bipolaridad de la realidad escatológica: el polo nocturno o del diablo y el polo de la clara eternidad. Nadie puede eludir el drama de la lucha. Afrontar la paradoja “luz-tinieblas” es comprometerse en una fe real, que es día y noche, una noche luminosa. Es la clave de la vida del monje, de todo hombre auténtico, toda ella de fe y confiada en la victoria del Sol de Justicia. La lucha contra la sombra es un empeño por liberarse de la ignorancia. En esta lucha se precisa el discernimiento, la luz de un conocimiento pleno. Sólo al fin habrá pleno mediodía.
(...) 

2º. Símbolos del alimento y la bebida: el pan, como primer símbolo que hay que partir y romper; que tiene una corteza dura y una miga suave. Los racimos y el vino, símbolo específico de la transformación del hombre, manifestado en el júbilo espiritual. Inseparable al vino son las viñas, los signos de la invitación efectiva del Señor, que el hombre tiene que cuidar y fomentar.

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3º. Símbolos de estancia: el huerto, la bodega y la alcoba, que apuntan a tres estados internos y progresivos de comunicación con el misterio y cercanía de lo divino. La tienda desplegada, lugar de la creación y de la situación histórica del hombre que obstruye la irrupción de la luz. Bernardo asocia dos símbolos bajo un mismo vocablo. El término pelis se traduce por tienda y piel; piel en cuanto cuerpo o vida histórica personal desplegada a lo largo del tiempo. Tienda y piel son las señales de una situación peregrina; connotan provisionalidad y limitación. Todos llevamos “las pieles de Adán”; pero hay pieles ennegrecidas y pieles hermosas, en función de la belleza última y definitiva. La ciudad, Jerusalén, el lugar de la seguridad, punto de referencia que va guiando los pasos del peregrino, la patria. El lecho, lugar puntual del encuentro en el amor, símbolo a su vez, de la quietud perfecta.

4º. Símbolos de animales: la tórtola, el ave que representa el trabajo de transformación que, por ser estrictamente personal, es un quehacer solitario. 

(...)  

 5º. Símbolos corporales y de actitudes humanas: son sin duda los más usados por Bernardo, que lleva a cabo una verdadera anatomía transferencia.

El beso es el símbolo más embargante; expresa la unidad en el amor y se aplica siempre a dos personas complementarias, el esposo y la esposa, el Verbo y el alma; Cristo y la Iglesia, la divinidad y la humanidad. El beso implica siempre un trasvase de uno en el otro con un intento de elevación transformante de la parte inferior a la altura superior; significa en sí mismo la efusión del Espíritu de Dios, la comunicación de la luz del conocimiento y del fuego del amor. Los labios, como instrumento por antonomasia del beso, significan la capacidad de dar y de recibir amor. La boca, órgano de la comunicación profunda que, unida al beso, “beso de la boca”, refiere la entrega mutua de dos personas; por la boca se transmite una enseñanza, y por ella el alimento penetra en el interior.

Los pechos, además de su función estética y de ser el signo de la íntima suavidad, encierran en su turgenscencia, expresión delicada del amor, la leche, esa vida peculiar de la persona concreta que se da en el acto íntimo de amar. Pechos y seno son símbolos convergentes. Por eso Bernardo alude al seno de Dios, a los senos o pechos del esposo, la expresión concierne a la divinidad andrógina.

Órganos complementarios para realizar el acto del amor son los brazos, y más específicamente el izquierdo y el derecho, esto es, la confianza, que excluye todo miedo, y el deseo. El cuello, parte atractiva y capaz de embellecimiento. Los ojos, situados en la parte superior del cuerpo; denotan el control y la armonía en el conjunto de la persona. La cópula, como el acto característico marital y concreto de la unión por el amor; es el símbolo más profundo, basado en la raíz misma de lo carnal. El símbolo, cuanto más embargantemente carnal, más destaca su referencia espiritual, que es su constitutivo real. Por eso la cópula es siempre, para Bernardo, la copula spiritualis, el acto de la belleza suprema. El sueño, símbolo de la prolongación de ese acto de intimidad concreto que es la cópula. El sueño se designa siempre por sus efectos: gozo, quietud, suavidad.
(...) 
El símbolo deslinda en cierto modo las fronteras de lo carnal y de lo espiritual, e introduce en lo carnal un espíritu de tal modo que infunde a lo carnal mismo profundidad y belleza, convirtiéndose por ello en vehículo transmisor de la realidad espiritual, por otra parte, incapaz de comunicarse directamente fuera de su símbolo correspondiente. 
(...)

7º. Símbolos de idoneidad. Con dos grupos de símbolos complementarios y paralelos entre sí se puede concluir este ligero recorrido simbólico: curvatura y rectitud; negrura y blancura. Curvatura y negrura apuntan a deformidad; rectitud y blancura o candor evocan belleza. Son símbolos referenciales de la situación dinámica y progresiva del hombre en función de su reestructuración profunda y divina en el amor. Porque Dios mismo es la rectitud y la blancura o candor refulgente de una gloria indescriptible. Porque ha hecho al hombre partícipe de esta misma realidad en virtud de la creación, y luego de la redención.



Algunas de las palabras que dan cuerpo al simbolismo de San Bernardo parecen estar en esta sala muy presentes: curvatura y rectitud, tinieblas y luz, noche luminosa, inferior y superior, gozo, quietud, suavidad, árboles del paraíso, corteza dura y miga suave, divinidad andrógina, todos ellos parecen florecer aquí sutilmente. Además, traemos también algunas de las consideraciones extraídas del estudio de Ana Valtierra Lacalle sobre la adaptación medieval de la iconografía antigua de la palmera, que nos ayudan a comprender el profundo simbolismo de esta sala.

Simbolismo de las palmeras

La palmera es un motivo oriental que se transmitió en el ámbito del Mediterráneo vinculada a hechos divinos, a menudo identificada con el árbol de la vida. En Mesopotamia fue, a nivel funcional, un elemento indispensable: todo se aprovechaba de ella (frutos, madera, hojas), y servía para todos los elementos de la vida cotidiana (alimento, construcción, vestimentas). De esta apreciación utilitaria, el imaginario mesopotámico hizo una construcción simbólica, mitificándolo como árbol de la vida, símbolo de fecundidad y fertilidad. Nuevamente, vemos como la utilidad y la función han estado, desde sus más remotos orígenes, en estrecha relación con el símbolo, a partir de la descripción de sus grandes utilidades y funciones se desprende también su función simbólica. La palmera es el árbol más representado en Asia Occidental y del que derivan la mayoría de los árboles sagrados. 


Uia ad caelum: subir por la palmera.
La palmera adquirió una importante simbología también en el cristianismo como vía para ascender al cielo. Se compara la vida del justo con una palmera porque la parte inferior de este árbol es áspera, mientras que la superior, con sus frutos, hermosa. Así, la vida del justo en el mundo está llena de tribulaciones, pero que luego serán compensadas al alcanzar el Paraíso. Es el camino en sí mismo. La ascensión por la palmera es también similar al simbolismo de la escalera, ejemplifica el camino del buen cristiano, así es como se presentaba en los sermones medievales, donde incluso se iba especificando lo que nos iríamos encontrando en cada una de sus ramas según fuéramos subiendo, hasta alcanzar a Cristo. Es la imagen que nos transmite de manera sublime el Beato de Liébana, en el códice del Monasterio de San Salvador de Tábara (Zamora).


Según nos dice Carlos Miranda García-Tejedor sobre esta ilustración, el hombre que trepa sería el cuerpo y el hombre que lo ayuda a ascender, el alma; la cuerda sería el símbolo de la Santísima Trinidad y la palmera de Cristo. La forma de la palmera sigue un modelo musulmán, igual que el tema de la cosecha de sus frutos, basado también en motivos islámicos que presentan escenas similares, como la recolección de dátiles.

Según una antigua tradición, la cualidad resistente de la palmera hacía que al ponerle un gran peso sobre el árbol, este no cediese hacia abajo, sino que se encorvase hacia el lado contrario. Esta imagen es justamente la que podemos apreciar en la sala de las Palmeras de Oseira, unas palmeras que, aún retorciéndose en su aparente debilidad, sostienen los cielos más deslumbrantes. Tal como lo describe Luis Álvarez, "los fustes de las columnas no presentan el característico sistema helicoidal del momento (el gótico helicoidal), sino una anómala disritmia; cada fuste quiebra las estrías con un movimiento distinto, cuatro en total, lo que brinda a la sala una inquietante fisonomía por los efectos ópticos que genera", si no fuera porque la psicodelia tardó unos cuantos años en llegar, podríamos decir que tiene un cierto aire psicodélico. La dinámica de los fustes es diferente dependiendo del ángulo desde el que se mire, nada es igual si uno modifica la perspectiva desde donde mira, el bosque de palmeras móviles de Oseira parece querer decirnos que la realidad no es aquello que se nos muestra con toda su extensión ante nuestros cinco sentidos, sino aquello a lo que nosotros prestamos atención. El resto del cuadro queda totalmente desenfocado. Esta atención selectiva y esa toma de perspectiva suele ser además un acto inconsciente por parte de nuestro cerebro. La cantidad de estímulos que recibimos en cada momento es tan alta que sería imposible, inútil y un desperdicio de energía procesar todo conscientemente. Eso que vemos, que realmente es solo una pequeña parte de todo el conjunto, es lo que nosotros entendemos como realidad, nuestra capacidad de trascendencia comienza por esa multiplicidad de realidades, tantas como personas. Pero la palmera no se doblega ante nada, solo ante Cristo, lo cual se usó como parangón ejemplificador de la vida del buen cristiano o del justo. Según un relato narrado en el Pseudo Mateo, basta una orden de Cristo para que su copa se incline para ofrecer sus frutos. Sin embargo, ya se había inclinado ante otro dios, Apolo, que al igual que Cristo fue asimilado a la luz:

De repente, la palma de Delfos se inclina dulcemente,
¿no lo ves? y el canto hermoso del cisne se difunde en el aire.
¡Abrid, cerrojos de las puertas!
¡Girad, llaves! El dios no está lejos.
Y ustedes, jóvenes, prepárense para el canto y la danza.
Apolo no se revela a todos, sino solo a aquel que es virtuoso.
Aquel que lo ve, es feliz, y aquel que no, es desdichado.

Calímaco a Apolo 


Plutarco comparaba al resto de árboles de hoja perenne con las ciudades: aunque siempre tengan hojas o personas es porque se regeneran continuamente, nacen y mueren y unos sustituyen a otros. En cambio, creía que en la palmera permanecían siempre, es decir no necesitaban renovarse porque no se marchitaban jamás. Por todas estas connotaciones, la palmera fue asociada con el ave Fénix, que se regenera de sus cenizas y no muere jamás. Esta conexión vino dada, como ya señalaron Hubaux y Leroy por el juego de palabras establecido entre los vocablos que denominan el árbol y la planta. Ambos se denominan φοῖνιξ (phoînix). Plinio nos habla de unas palmeras en los alrededores de Alejandría que mueren y renacen de sí mismas igual que el Fénix, creyendo que el ave toma el nombre de este tipo de palmera fabulosa. Todas estas ideas tienen una importancia capital en la Edad Media por su asociación al alma y a la resurrección, tema que ya recogió San Agustín. En la Edad Media se usó de manera variada, tanto de forma completa (palmera) como la parte por el todo (palma). Se asimiló a Cristo, la Virgen y la Iglesia. Es el símbolo por antonomasia de los mártires, pero también símbolo del árbol del Paraíso, elegido por Cristo, y una vía en sí misma para llegar al cielo. No es una iconografía nueva, sino una brillante adaptación de unas ideas y una iconografía que existía desde hacía siglos en el ámbito del Mediterráneo.


Simbolismo alquímico

No podemos dejar de destacar el simbolismo regenerador que esta sala, a modo de útero espiritual le ha dado a todo el recinto monástico, pues es indudable la capacidad que ha demostrado este monasterio de resurgir de sus cenizas y de inmortalidad que parece sostenerse sin doblegarse a lo largo del tiempo. Así lo describe también Luis Álvarez: "el Fénix de piedra, este simbolismo del ave Fénix puede aplicarse con absoluta idoneidad al gigante de Oseira, que, renacido de sus ruinas dos veces, una tras el incendio de 1551 y otra después de la trágica desamortización de Mendizábal, plasma la imagen de la mítica ave con perfecta afinidad". En latín phoenix significa fenicio, palmera y “de color púrpura rojo”. Parece que de la palabra griega para palmera derivaron las de “fenicio” y “púrpura” por ser la invención de este pigmento atribuida precisamente a los fenicios. De ahí la aplicación del color rojo o púrpura a las alas de este pájaro fabuloso. En la mitología griega, el ave Fénix era conocida como Phoenicoperus, con forma y tamaño aproximadamente iguales al águila, fuertes garras y afilado pico, como ésta. Su plumaje era una combinación de rojo anaranjado y amarillo incandescente, tal como los colores que aparecen en el momento de la aurora, previa a la salida del sol. Algunas leyendas cuentan que era una de las aves que habitaban en el Paraíso, pero que cuando Adán y Eva fueron expulsados del lugar, una chispa perdida, salida de la espada del ángel que realizaba el operativo, cayó sobre el nido de Fénix, y el ave pereció quemada, pero resurgió de sus cenizas, lo cual le fue permitido porque no había comido los frutos del árbol prohibido. A partir de ese momento se hizo inmortal para morir calcinada y resurgir cada 500 años. Muchas culturas incorporaron la idea del ave Fénix y la idea de la muerte por acción del fuego como una excelente forma de purificación, sin ir más lejos las almas del purgatorio que tan a menudo se representan en Galicia resurgiendo del fuego evocan esta idea del fuego purificador. Entre los egipcios, el ave Fénix estaba representada por el sol, puesto que éste moría al final del día consumido en su propio horno y renacía cada mañana, una eterna regeneración diaria.



En este sentido la posible influencia del libro falsamente atribuido a Tomás de Aquino, Aurora Consurgens, en el simbolismo de esta sala, adquiere todo su fundamento. La perspectiva filosófica aproxima la sala al pensamiento platónico. Aparece en la clave central el andrógino bifronte, colocado en orientación Este‑Oeste, es decir, la contemplación (salida del sol) y la acción pragmática (el ocaso, las tinieblas). Toda la sala se centraliza en torno a este medallón del que surgen 8 radios, el 8 es también el número de la intermediación crística entre el Cielo y la Tierra. El medallón del andrógino representa la cumbre de la creación, el hombre Universal o el Adám Kadmon de la cábala, la reunificación de los opuestos, lo ilimitado y lo limitado en la unión trascendente, el Verbo y el alma, el esposo y la esposa, el tiempo y la eternidad, la jerarquía platónica de las ideas supremas... Jean Hani nos dice que Adam, el hombre primordial y universal, según los antiguos sabios de Alejandría, al descomponer su nombre nos daría los cuatro puntos cardinales: A=anatolé (oriente), D= dysmé (occidente), A=arctos (norte), M=mesembría (mediodía). 

También los números de la tetratkys pitagórica parecen estar presentes en el número de caras representadas en la bóveda de esta sala, 1+2+3+4=10.

Un rostro
Dos
Tres rostros, uno enfadado, otro sensual y un tercero mostrando atención, algunos lo han interpretado, siguiendo a Platón, como las tres facultades del alma humana: intelectiva, irascible y concupiscible.

Y cuatro rostros

Sin duda, me fui de esta sala frustrada por no poder colocarme en cada milímetro de la sala para captar todos sus posibles ángulos (y las fotos que he encontrado en internet no son suficientes), se despliega ante nosotros un universo infinito que nos invita a regresar cuanto antes.


La representación de Hermes en uno de los medallones nos da alguna pista para interpretar su contenido alquímico.



Parece innegable ya la relación del diseño de la sala y el texto de la Aurora Consurgens que entre canto y canto amoroso referencia la transformación de la Materia.

Dí a la Sabiduría: ¡Tú eres mi hermana! y concede el nombre de amiga a la prudencia. Reflexionar sobre las palabras de la Sabiduría es un acto perfectamente natural, un acto sutil que la lleva a la perfección. Aquel que le consagre sus vigilias se encontrará bajo su protección. Jamás se marchita ni perece, clara es para quienes poseen la inteligencia y resulta fácil a cuantos la conocen, pues va en busca de quienes son dignos de ella: en todos sus caminos se les aparece jocosa advirtiéndoles de su providencia. Su principio es la naturaleza más auténtica, aquella naturaleza que ignora el engaño (Capítulo 1).
...

Seguí su rastro desde el principio, y en mi caminar ignoraba que era la madre de todas las ciencias y que me precedió. Innumerables dignidades me ha concedido, la he aprendido sin forzarla y os la comunicaré sin precipitación y sin disimular la verdad. Es para todos un tesoro inagotable que ha sido velado por sus descubridores, y que exclama gozosa: Jerusalén, alégrate. Todos los que me amáis uníos, entrad en júbilo, pues el Señor Dios ha tenido piedad de los pobres. Senior también ha dicho: Es una piedra sobre la que el sabio pone los ojos, y que debes evitar echar a los escombros. Pues este elixir expulsa la miseria y para el hombre, después de Dios, es lo más precioso (Capítulo 2).

A este volumen lo hemos bautizado Aurora en su despertar por cuatro razones. La aurora es, sin duda, la hora de oro. Asimismo, la ciencia reserva para un fin dorado una hora a los buenos laborantes. La aurora, además, ocupa entre la noche y el día una posición intermedia enrojeciendo con una doble tinta roja y amarilla. Del mismo modo la ciencia dona tintas amarilla y roja, que son intermediarias entre el negro y el blanco. En tercer lugar, durante la aurora, los enfermos notan un alivio, un respiro en sus sufrimientos nocturnos, así como también, durante la aurora de la ciencia, los malos olores y los vapores nocivos que afectan el espíritu del laborante se eclipsan y declinan. El Salmo ya lo dice: En el atardecer la visita de las lágrimas, en el amanecer de los gritos de júbilo. En cuarto y último lugar, se ha dicho que la aurora es el fin de la noche, o mejor aún, la madre del sol. Del mismo modo en el culmen de la coloración roja, nuestra aurora es el fin de toda tiniebla, la expulsión de la noche, esa longevidad hivernal en medio de la que tropieza el caminante si no presta atención. Está escrito: Y la noche revela a la noche la ciencia, y el día al día profiere la palabra, y la noche como el día en sus deleites ilumina (Capítulo 4).

Los filósofos lo dicen así: ¡Sepárale el alma antes de devolvérsela, pues la corrupción del uno es la generación del otro. Sepárale el humor que corrompe antes de alimentarla del humor que le es natural! Este es el camino de la perfección y de la vida (Capítulo 7).
¡Colocad al macho sobre la hembra y lo caliente sobre lo frío! En segundo lugar: el espíritu extingue el fuego intenso al amenazar con su propio incendio. El profeta a este respecto dice: Un fuego se enciende en la sinagoga: una llama quema sobre la tierra a los renegados; el espíritu apaga a este fuego en nombre del equilibrio que lo engendra: en realidad el ardor es producto de un equilibrio. Caled Minor: ¡Apagad el fuego del uno con la frigidez del otro! Avicena: Lo primero que se libera es el fuego, y este fuego libera una virtud ígnea que es más dulce y más digna que la de cualquier otro elemento. En tercer lugar: el espíritu reblandece, licúa la dureza de la tierra, disolviendo las partes más densas y más compactas, como está escrito: La llama del Espíritu Santo funde. Y el profeta: Él enviará su palabra fundente, su espíritu soplará y las aguas fluirán. En el libro de la quintaesencia leemos que el aire abrirá los poros de la tierra para adquirir la virtud del fuego y del agua. En otro lugar se dice: La mujer disuelve al hombre y el hombre fija a la mujer; del mismo modo el espíritu disuelve al cuerpo y lo ablanda, mientras que el cuerpo confiere dureza al espíritu. En cuarto lugar: después de haber ahuyentado las tinieblas el espíritu ilumina, tal y como dice el himno: ¡Disipa las terribles tinieblas de nuestro espíritu e ilumina nuestros sentidos! Y el profeta: Les guió toda la noche con un fulgor de fuego, y la noche resplandeció como el día. En cuanto a Senior: Blanqueará toda negrura y enrojecerá toda blancura, pues el agua blanquea y el fuego ilumina (Capítulo 9).

Allí donde el pecado se ha multiplicado, la gracia ha superabundado. Así como todos mueren en Adán, así todos revivirán en Cristo, pues habiendo la muerte venido de un hombre, es por un hombre, Jesús, que llega la resurrección de los muertos. Adán y sus hijos han tomado su principio de los elementos corruptibles por lo que necesariamente el compuesto se corrompe; el segundo Adán se llama hombre filosófico nacido de los elementos puros para pasar a la eternidad: lo que consiste en una esencia simple y pura, permanece eternamente (Capítulo 11).

Miniaturas alquímicas de la Aurora Consurgens, del  s. XV. Extraídas de la revista ArsGravis


Tan solo nos hemos detenido en una de las salas y ya la extensión de esta entrada se nos ha ido un poco de las manos, desde luego el contenido simbólico es una fuente inagotable en este lugar, pero también los ejemplos de vida integrada con el ecosistema que esta Orden representa, el símbolo no solo entendido como una vía hacia lo trascendente, también como una vía hacia lo más pragmáticamente material (un camino de ida y vuelta), el símbolo en su máxima expresión: una forma de vida sostenible. Esperamos poder seguir ampliando estos contenidos en próximas entradas. 



Referencias