Escena primaria


Mi tendencia a la empatía excesiva hizo que de pequeña no quisiera dejar absolutamente nada en el plato para que ningún resto de comida se sintiese abandonado por mí (al menos mi patología sirvió para que estuviera bien alimentada). Mientras comía un gajo de mandarina empatizaba con el resto de los gajos, susurrándoles al oído que pronto llegaría su turno y que no se angustiasen. Por supuesto mi fantasía no era que los despedazaba y los mataba para llevarlos a mejor vida, más bien imaginaba que tan solo estaba ayudándoles a hacer una simple mudanza y que no se sintieran tristes porque pronto les tocaría a ellos. Cuando usaba el tenedor, entonces éste se convertía en una elegante y sofisticada mujer que transportaba sombreros en su cabeza, uno a uno, para realizar, conveniente y delicadamente, la mudanza. Esta mujer-tenedor me tenía fascinada, y lo cierto es que construía unos tocados cada día más sofisticados e imposibles de repetir. La tendencia empática venía ya desde muy pequeña, de esa edad en la que se ponen los cimientos de nuestro edificio y que se construye en muy poquitos años, arquitectura que, por otro lado, llevará el doble o el triple de tiempo deconstruir. A la tierna edad de 4 o 5 años, la cama en la que dormía compartida con mi hermana mayor se quedaba muy pequeña para albergar al rebaño de ositos de peluche que transportaba conmigo y que recolectaba de todos los rincones de la casa, por supuesto, para que ninguno se sintiese abandonado. En este punto me encontraba en un importante dilema, porque tampoco quería invadir el correspondiente espacio que le pertenecía a mi hermana, su mitad de colchón era infranqueable, y eso, los hermanos lo llevábamos a rajatabla, no solo hacíamos un juicio para deliberar a qué juego debíamos jugar, además cortábamos la Comtessa con regla, para que ni uno se llevase un milímetro más de nata, seguramente todos estos recursos se debieron a la ausencia de ley adulta, que de alguna manera nosotros inventábamos. Tuve la suerte de dormir del lado de la cama que no estaba pegado a la pared, y esto, aunque la habitación no fuera muy grande, me permitió adosar a mi mitad de la cama un par de sillas en las que poder acurrucar a todas las criaturas 'peluchiles' encontradas en el hogar. Menos mal que los habitantes peludos de la casa no eran muchos, si llega a ser una familia actual necesitaría no solo un par de sillas, sino cuatro camas más. Quizás, para muchos, esto sea tan solo un simple juego de niños, la realidad es que estos juegos son la base que establecen lo que seremos de mayores. Una de las fantasías originarias es la escena primaria (el coito entre los padres) y se trata de una estructura organizadora de la vida mental. Hoy, en lugar de peluches, en mi bolsa de la playa, transporto libros, y por supuesto no puedo escoger tan solo uno, ya no porque alguno se pueda celar, sino más bien porque ahora soy yo la que está plenamente enganchada. Aunque no los lea, me deleito tan solo con la posibilidad de verlos y tocarlos, ellos se han convertido, ahora, en mi particular refugio.


La teoría de la escena primaria es una teoría elaborada por Freud sobre el origen del sujeto. Refiere al acto sexual entre los padres, observado o fantaseado por el niño, el cual es posible rastrear a través de los sueños y las fantasías actuales del sujeto, pues en la consciencia no suele quedar registro de esto. La curiosidad de los niños hace que deseen espiar el coito de los padres, ya sea con los ojos o "con las orejas", e imaginan muy diversas conclusiones, fue lo que Freud denominó "teorías sexuales infantiles". Estas escenas, que pueden haber sido realmente vislumbradas por el niño y luego reprimidas o sólo imaginadas, ilustran con claridad la gran curiosidad del ser humano por el irresoluble misterio de la vida. El acto sexual entre los padres es interpretado por el niño como un acto violento, en el marco de una relación sadomasoquista. Se podría decir que la escena primaria equivaldría, en la mente de un niño, a una escena del crimen. La puerta de la habitación de los padres se convierte en el primer velo que la fantasía del niño trasvasa mediante la imaginación, y lo que le ofrece ese primer umbral que traspasa, es vivido con violencia. Se trata del primer momento en el que el niño se siente más ajeno a sus padres que nunca, se encuentra realmente fuera de escena, no forma parte del núcleo, y si algo en la relación cotidiana de la pareja ya le había hecho sospechar una unión particular, ahora asiste al desarrollo de un juego carnal que parece violento y “sádico” por parte del padre y pasivo y “masoquista” por parte de la madre. Esta escena provocaría una excitación sexual en el niño que servirá de base a la angustia de castración. La escena primaria es enigmática para el niño, no la puede comprender, y es este no comprender, el que servirá al mismo tiempo como impulsor de su deseo de saber. La curiosidad sexual puede investirse con la dimensión del enigma, pero para que exista un enigma es necesaria la existencia de un saber presentido, aunque no poseído, este saber no poseído es el que da acceso a la pregunta. Mariela Michelena, en su libro 'Saber y no saber. Curiosidad sexual infantil (2006)' refiere cómo el niño quiere mantenerse en la duda. Él quiere saber y no saber a la vez. Ni se conforma con sus creencias, ni se conforma con las explicaciones que encuentra en su entorno. El niño quiere corroborar su propia teoría y a la vez quiere contradecirla. Y se refiere a ello como una paradoja. “¿Cómo se pueden congregar, sin estorbarse, la certeza y la incertidumbre, la pregunta y su respuesta previa, el deseo y el horror de saber? No se trata de una disyuntiva, el curioso no opta. Se trata de una paradoja.”(Michelena, 2006).

Pero los problemas aparecen si hay una dificultad del niño en manifestar su curiosidad y del entorno en satisfacerla de manera adecuada, es por ello que la curiosidad infantil puede derivar en una inhibición o una fuerte aversión como también una forma obsesiva. Es Melanie Klein (1989, 1921) quién relaciona la curiosidad infantil con el sadismo y la posición libidinal sádico-anal que empuja al niño a querer apropiarse de los contenidos del cuerpo, particularmente del de la madre, a la que se supone poseedora del pene y de los bebés (sujeto supuesto saber). Melanie Klein no contempla sólo un enigma hecho de violencia (como Freud), sino que contempla también la posibilidad de que el niño proyecte sus fantasías amorosas. Así, el niño imaginará “al padre poniendo alimento bueno dentro de la madre, la alimenta con su órgano genital porque ella le ha alimentado con sus pechos”. La imagen de una madre fálica es aquella por la cual tanto hombres como mujeres no pueden conciliar que su madre no tiene el falo e intentan negar este hecho para hacer frente a la ansiedad de castración en el caso de los hombres o al complejo de castración en el caso de las mujeres. La mujer fálica y el hombre amo tienen una cosa en común: ambos pretenden poseer el falo imaginario en relación con alguien que busca respuestas definitivas al enigma. La función fálica enmascara lo real, se inscribe como suplencia del saber sobre lo sexual que no existe.

La lógica femenina del no-todo descompleta al "todo sentido" fálico. Lo ilimitado del goce femenino se asienta en una relación no-todo fálica, lo ilimitado de su goce hunde sus raíces en un imposible de decir, y como no tienen que defender ningún órgano, ellas pueden llegar a alcanzar una relación más fluida con el sin sentido.

No he podido comprobar que los niños discernieran en este hecho entre sus padres, por ellos observado, la pieza que les faltaba para solucionar el problema de los hijos; a menudo pareció como si ese nexo fuera desconocido por los niños justamente por su interpretación del acto de amor como violencia. Pero esta concepción impresiona, a su vez, como un retorno de aquel oscuro impulso al quehacer cruel que se anudó a la excitación del pene a raíz de la primera reflexión acerca del enigma de la precedencia de los hijos. Tampoco cabe desconocer la posibilidad de que ese temprano impulso sádico, que estuvo a punto de dejar colegir el coito, emergiera bajo el influjo de unos oscurísimos recuerdos del comercio entre los padres, recuerdos para los cuales el niño había recogido el material, sin valorizarlo entonces, cuando en sus primeros años de vida compartía el dormitorio con aquellos.

'Sobre las teorías sexuales infantiles' (1908) - Freud

Si aún hoy resulta, para muchos, perturbador, escuchar estas teorías freudianas, es fácil comprobar la enorme valentía que tuvo que tener Freud para sostener semejantes teorías en una sociedad caracterizada precisamente por el puritanismo y la hipocresía victoriana, aunque también hay que decir que todavía más puritana e hipócrita es nuestra sociedad actual.