Luz de luz

La divina geometría, Jaime Buhigas

Esa, en apariencia, sencilla y elemental frase que se repite en el credo católico, "Dios de Dios, luz de luz", nos da una idea de que solo se llega a la noción de unidad a partir de la dualidad, o mejor dicho paridad, pues son dos elementos iguales (no opuestos), los que se dividen en mitosis.

El principio no puede existir sin la manifestación. La creación se pone en marcha a partir de un segundo punto nacido del primero, el dos surge del uno que se divide, como la llama de una vela que engendra otra llama. La unidad solo se puede dividir, nunca multiplicar. Pero esos dos puntos en el espacio, automáticamente generan un tercero que ya es diferente, y que es la relación entre ambos. Gracias a esta relación se genera la línea recta, que une los dos puntos y que además genera una primera unidad de medida. La recta, si seguimos su trazado, tanto por uno de sus extremos como por el otro, nos conduce al infinito (el caos) y a la división del mundo entre bien y mal, culpables e inocentes, día y noche, etc... Sólo existe una recta, y nada más que una, que pase por dos puntos dados. Pero si nos detenemos en el segmento que se crea a partir de los dos puntos, A y B, entonces podremos usar esa distancia para medir todo lo que haya de aparecer. No podemos saber qué significa 3 si a continuación no le añadimos una unidad de medida (cm., codos, años, etc…). El dos en el mundo de los puntos genera el uno en el mundo de las distancias lineales. Ese tercer elemento es, de otro modo, una unidad. Desde el inicio de la creación existen dos formas de realidad, una es la realidad de los elementos, compuesta por cantidades de puntos y otra segunda realidad cuyos elementos son precisamente las relaciones entre los puntos, los vínculos. Esto da lugar al mundo de la cantidad y al mundo de la cualidad.


 
En esta figura de la que surge la vesica piscis sagrada, podemos observar que con tan solo una distancia (un vínculo) hemos hallado 4 puntos. Sin previo aviso, y sublimando la rigurosa ley de utilizar sólo la unidad de distancia, ha aparecido una nueva distancia, la que une C y D, que a simple vista ya se aprecia que es diferente a la unidad de la que partimos (AB). El valor numérico de esa distancia corresponde a un número inconmensurable, es decir, un número con infinitos decimales que se suceden sin ningún orden ni patrón repetitivo. Dada su complejidad para su notación los matemáticos han preferido denominarlo √3. Resulta curioso que a través de la geometría ese valor numérico es una distancia concreta, muy fácil de representar, pero sin embargo, al escribirlo con cifras, resulta imposible. Lo que para el mundo de la cantidad resulta imposible, para el mundo de la cualidad es un ejercicio tan sencillo como dos circunferencias que comparten un radio.

No podemos ignorar que la cuantificación pareciera ser el valor absoluto para estos tiempos modernos en los que vivimos. Todo se debe de poder medir, registrar o caer en el olvido, el desprecio y la descalificación (el número de “me-gustas” en redes sociales es una prueba de esto). El entendimiento del número como aspecto cualitativo del mundo se convirtió, a partir del racionalismo y el materialismo, en una noción de cifra, la cual ha visto desarrollada una des sus máximas expresiones con la IA, compuesta exclusivamente por datos, los cuales se han convertido prácticamente en el equivalente del oro de las civilizaciones pasadas. El aspecto cuantitativo, en nuestro mundo, es aquel por el cual el valor de una obra no se define por la emoción y la belleza sino por la cantidad de dinero, rentabilidad o "me-gustas" que genere. El hombre moderno cuenta, y cuenta, almacena, rescata, organiza ventas, presentaciones donde el éxito se mide por el número de obras expuestas, el número de asistentes, de metros cuadrados, de rentabilidad generada en el mercado, no entiende el valor de una obra que no vende, perdona la miseria que, según él, sufrió el artista en vida pero no tolera el anonimato que pudiera desear el artesano.

De esta tendencia a lo cuantitativo frente a lo cualitativo en la psique humana también nos ha dejado constancia el psicoanálisis. Se ha desarrollado en los últimos años una tendencia general en la que podemos observar que la neurosis ha dejado de ser mayoría, los casos mayoritarios de neurosis a partir de los cuales desarrolló Freud su teoría a principios del siglo pasado han dejado de ser la norma. En la actualidad, la psicosis es la normalidad, y esto nos da cuenta de una limitación mayor en los procesos de vinculación, es decir, en los procesos cualitativos.

La dificultad para vincularse es una de las características propias de nuestra época, derivada del aspecto industrial, repetitivo, tecnológico y lucrativo de nuestro tiempo, el cual tomó paulatinamente el lugar de lo artesanal, único, lúdico y sagrado. Podremos convenir en que han sido muchos los beneficios de ese tipo de sociedad que claramente disfrutamos, sin embargo, mirar con mayor profundidad nos invita a tomar consciencia, a poner en relación, a buscar una mirada cualitativa frente a la tan manida cuantitativa que nos aboca a pensar si antes era mejor o peor. Mirar cualitativamente nos invita a considerar si realmente ese mundo que la sociedad nos impone es el que nos toca vivir o, por el contrario, existen otros mundos posibles.




Esta figura está formada por un triángulo inscrito en un círculo en el que se lee «Dios es trino y uno y todo en todo (o, en todos)», (Deus est trinus et unus et omnia in omnibus.) cuatro querubines ocupan los cuatro ángulos de la imagen y en la parte inferior representando las cuatro direcciones, es decir el universo completo. Una sentencia afirma la unidad de la trinidad e igualmente la división ternaria de la unidad: «Dios es uno en trinidad y trino en unidad», (Deus est unus in trinitate et trinus in unitate) En los tres vértices del triángulo, tres círculos con los nombres del PADRE, HIJO y ESPÍRITU SANTO unidos a un círculo central en el que se lee DIOS. En los conductos está escrito ES, mientras que en los lados del triángulo figura NO ES y la invocación: SANTO, SANTO, SANTO, aparece en el exterior.



 El icono intenta conjugar en una sola imagen dos aspectos del Salvador: su misericordia y su justicia. La parte derecha de su Rostro refleja la misericordia y la dulzura de Dios. La parte izquierda su justicia y su santa ira. Además, la pintura responde a valores hondamente arraigadas desde la filosofía griega, sobre el significado del circulo y la relación 1/3. La razón 1/3 corresponde a una concepción ideal de la realidad como unidad y trinidad, y al concepto del círculo como forma perfecta en la filosofía platónica. En el rostro hay una dimensión inicial, que es el largo de la nariz, que determina las dimensiones finales de la figura, pues sirve de radio para tres círculos concéntricos que determinan los límites del rostro, los cabellos y el halo. Por tanto, el rostro se construye en torno a tres círculos concéntricos, que tienen radios crecientes a partir del centro, fijado entre los ojos. El primer círculo representa el alma. Contiene los ojos, grandes, cuya mirada se dirige hacia el espectador y la nariz, delgada con aletas vibrantes bajo el movimiento del soplo del Espíritu. El segundo círculo abarca los cabellos y el volumen de la cabeza, comprende la parte sensual del rostro, la sede de la sabiduría. Representa el cuerpo y la naturaleza humana de la que el personaje representado se ha investido durante su vida. La boca es generalmente pequeña de forma geométrica. El tercer círculo se extiende hasta abarcar el nimbo, que se conoce también como “aureola”, símbolo de la gloria de Dios, normalmente dorada.