Pelícano



Cada vez que hago una visita a un nuevo templo, resurge la oportunidad de abordar un símbolo que anteriormente había quedado pendiente. La iglesia del monasterio cisterciense de Meira me ha hecho recordar esta imagen del pelícano en la iglesia del monasterio cisterciense de Monfero, y a su vez la relación de esta figura con el simbolismo del jardín.

René Laban nos indica que de alguna manera se puede establecer un paralelismo entre el pelícano, en hebreo Sheknai y la Presencia Divina o, si lo preferimos, el aspecto femenino de Dios, la Shekinah 'la que habita’ o ‘la que reside’. La Shekinah representa el don que Dios dio al género humano después de la destrucción del primer Templo: su Presencia, que a partir de entonces residió con el pueblo de Israel en el exilio. Gracias a la Shekinah la relación entre el cielo y la tierra es posible y con ella la regeneración y la Resurrección. Esto nos invita a considerar el pelícano también como un símbolo de la luz, ya que según René Guénon, la tradición secreta concerniente a la Shekinah tendría alguna relación con la Luz del Mesías.

Los pasajes de la Escritura donde se menciona muy especialmente a la Shekinah son aquellos donde se narra la construcción de un centro espiri­tual: la creación del Tabernáculo, la edifi­cación de los templos de Salomón y Zorobabel. Unos centros como éstos, constituidos en con­diciones regularmente definidas, debían ser en efecto el lugar de la manifestación divina, representado siempre como “LUZ”.

El Proverbio 9, bajo el título general de “Nueva invitación de la sabiduría” dice en su versículo primero:

La sabiduría se ha hecho una casa, ha labrado siete columnas.

Donde la sabiduría sería la Shekinah o el pelícano, y las siete columnas, las siete sefiroth inferiores o las siete virtudes, "hijas del pelicano".

En la parashah Vaiehi, el Zohar nos enseña que:

La Shekinah no descansa en lugar defectuoso o perturbado, sino solamente en un lugar adecuadamente preparado, un lugar de júbilo. Este lugar es precisamente el Templo o, más concretamente, el “lugar muy iluminado y muy regular".

La construcción del templo se refiere entonces al trabajo espiritual, entendido como una edificación. Por tanto, el símbolo de la espiritualidad que nos habita es la piedra. El trabajo es convertir la piedra bruta en piedra pulimentada y cuadrada, símbolo de cuaternidad. En la piedra cuadrada y desnuda, se busca la cuadratura, el equilibrio, la rectitud, la sencillez, pasar de la superficialidad y desorientación a la autenticidad y el sentido. Para ello la disciplina básica es el trabajo y el estudio. La perseverancia en la disciplina rompe el corazón de piedra del hombre. La cuaternidad tiene que ver con la tierra, y suele ser representada como base o sostén del cielo.

Y así como la Shekinah judía está en relación con la regeneración del Templo de Jersusalén, también podríamos decir que el jardín, como atributo de María, está en relación con el anhelo de regreso al Paraíso original.

Pequeño jardín del paraíso. Obra anónima atribuida a un pintor alemán conocido como Maestro del Paraíso de Fráncfort o Maestro del Jardín del Paraíso (1410)


En esta obra, el tema del jardín cerrado es una tipología con entidad propia, no se trata de narrar una escena bíblica, sino de representar un estado espiritual mental. No es casual que se represente siempre, en esta tipología, a la Virgen María en un momento de introspección y de lectura. El estudio y la concentración que simboliza está en estrecha relación con la virginidad intelectual por la cual es posible cuidar un espacio interior que, precisamente por ser cerrado, facilita la apertura mental que da lugar a la pregunta y al cuestionamiento de la realidad.

La construcción del Templo es también un Jardín Cerrado.