Cuando uno se enamora pierde imagen, al revés de lo que a menudo se cree desde los vínculos hipermodernos, que confunden el enamoramiento con la idea de potenciar su propia imagen. Creen que el amor les reforzará su imagen pero en un vínculo de amor el narcisismo sufre enormemente porque el deseo se impone en el vínculo y el deseo es incómodo. Ese deseo pone en juego la locura, y la locura todo lo cura, algo que Narciso no soporta, porque él quiere mantenerse virgen a la locura, la locura supone para Narciso la ruptura de unidad del sujeto. El deseo nos coloca en una cierta posición pasiva, porque padecemos su forma apasionada de manifestarse.
El loco es el que no tendría unidad en su subjetividad, en realidad nadie la tiene, pero algunos se engañan más que otros. La inspiración artística es una ruptura de la unidad, así es como pensaban los griegos la locura sagrada, el dejarse atravesar por las musas para que uno pueda ser canal, la inspiración es como la flecha de eros que atraviesa la completud imaginaria de la unidad aparente. La locura mística, la locura erótica, la locura profética, todas son formas de dejarse atravesar que hoy la lógica narcisista imperante tiende a bloquear. Estas locuras fueron en la antigüedad consideradas sagradas, y no enfermedades, pero hoy en día es al revés, y quizás la única locura que debería considerarse enfermedad es precisamente la de Narciso, la de no querer cambiar, no querer transformar ni dejarse atravesar, la locura de quietud. La paradoja de la unidad es que es necesario romperla para que eros pueda circular y religar lo separado, por ello sin separación no hay unidad, sin la caída del paraíso de completud y unidad no hay anhelo de recuperación del paraíso. Cuando nacemos se rompe la unidad, cuando comemos se rompe la unidad, cuando aprendemos se rompe la unidad, cuando tenemos sexo se rompe la unidad, cuando morimos se rompe la unidad. La vida conlleva intrínsecamente la locura, es decir la ruptura de la unidad. No hay vida sin locura, en la virginidad de Narciso negándose a recibir la flecha de Eros y negándose a aceptar todas las propuestas eróticas que recibe, tampoco hay vida. Esa negación y resistencia no es voluntaria, sino que proviene de un yo demasiado cerrado para dejarse afectar por algo del no yo, de lo que pulsa en el inconsciente por hacerse escuchar. Hay una fuerza arcaica y conservadora que trata de mantener todo en un mismo orden, frente a las fuerzas caóticas del cosmos. La lógica narcisista nos hace creer que es preferible mantener un paraíso mortífero de quietud antes que adentrarnos en el vacío de la pérdida de control de la caída. Esa lógica sacrifica la vida para sostener el ideal de vida, lo imaginario. E igual que hay dos tipos de traición, dos tipos de culpa, dos tipos de soledad o dos tipos de amor, también hay dos tipos de locura.
Hay algo de la vida que supone ansiedad, miedo y culpa, quien piense de sí mismo que ha vencido al miedo es que está muerto. Hay una locura que es intrínseca a la vida, y que es susceptible de transformarse en amor, y hay otra locura que va contra la vida, que más bien se convierte en violencia y enfermedad. Ser quien de soportar el rechazo nos ayuda a salir de ese falso paraíso de unidad y control. Indudablemente recibiremos grandes dosis de odio y rechazo por ello, de ahí la ansiedad que genera, pero no hay otro camino si perseguimos la libertad y el amor. No integrar el rechazo es lo que nos mantiene siempre en el mismo lugar, la capacidad de hacer duelo es lo que transforma. En las relaciones de hoy se ve a menudo la incapacidad de hacer duelo, y eso demuestra la deserotización de los vínculos y el uso masturbatorio de la otra persona. El primer amor protege pero el deseo desprotege, porque no hay garantía en los vínculos, no hay un “le devolvemos su dinero si no queda satisfecho”, y el deseo es lo que nos impulsa a salir del primer amor protector en busca de un amor superior, un amor que es libertad. En la endogamia no hay traición, en la exogamia hay siempre un pequeño componente de traición. Pues es necesario traicionar al primer amor y atravesar la culpa derivada de ello. El primer amor protector nos devuelve una y otra vez al goce de lo real. Pero qué diferencias hay entre lo real del amor y el amor real. Lo real del amor nos lleva a un goce del Otro que se mueve entre el polo de lo imaginario y lo real. Pero el amor real nos conduce, a partir del lenguaje, a un Otro goce que no es fálico, y el hecho de que sea un goce fuera del lenguaje, no quiere decir que con el lenguaje no se pueda llegar allí con alguna resonancia. Hay que atravesar la amenaza del desamparo para llegar a un amor real, es el desamparo de Ariadna, despreciada por Teseo, y el coste de la libertad. El amor real es el que está fuera del saber inconsciente y sus fantasmas, es integrar real, simbólico e imaginario.
En palabras de JuanCarlos Indart
"El amor real es la resonancia de un decir, pero no un decir cualquiera. No todo decir produce esa resonancia, esa resonancia, si por contingencia la produce un decir, resulta acontecimiento, nos dice Lacan. El síntoma va a ser definido por Lacan como acontecimiento de cuerpo, y el amor real es acontecimiento de cuerpo y resonancia de un decir.
En la extensión, tener la ocurrencia de un decir que pueda producir como en una especie de chiste, algo que se transmita de uno en uno, con un efecto de goce de la vida, de goce en el cuerpo, y que produzca un verdadero momento de refugio frente al acoso del Uno, del valor de cambio, del plus de gozar y la significación fálica, eso si puede ser política propiamente psicoanalítica.
No es necesario recluirla en las condiciones estrictas del dispositivo analítico. Es lo que estaría en juego si funcionase adecuadamente lo que llamamos transferencia de trabajo. La hay cuando alguien desde el no-todo, desde un goce en el cuerpo y pagando el precio de una reducción de goce fálico, logra renovar por poco que sea el saber recibido y mediante su ejercicio, darle lugar así al propio estilo. Eso sí que sería algo que me parece plausible a considerar como el punto de extensión de la política del psicoanálisis más allá del consultorio..."