Tradicionalismo y angustia

Egon Schiele y la angustia de la carne

No cabe duda de que René Guénon es un gran maestro metafísico que además nos ha ayudado enormemente a detectar los prejuicios democráticos e igualitarios. Sin embargo no dudamos de que también los prejuicios de la modernidad existen, y si observamos el universo desde un punto de vista metafísico deberíamos reconocer que ningún ciclo cosmológico, por más contrario a la tradición que sea, es innecesario, inútil o carente de conocimiento. 

Quizás este prejuicio del que pudo haber pecado René Guénon le impidió observar más de cerca las complejidades y las características de nuestra época. Para conocer algo hay que amarlo, y el rechazo que indudablemente tenía Guénon a la modernidad es posible que le impidiera conocerla en mayor profundidad. Lo demuestra cuando pasa por alto tan alegremente los problemas de la angustia, pues es éste el principal afecto que define nuestro tiempo. Copiamos a continuación uno de sus textos sobre el tema. 

(René Guenón, “Iniciación y realización espiritual”. Cap. III: La enfermedad de la angustia. Fragmento)

(…) El miedo, y por consiguiente la angustia, que no es más que un caso particular del mismo, es incompatible con el conocimiento, y, si llega a un grado tal que sea verdaderamente invencible, el conocimiento se hará imposible, incluso en ausencia de cualquier otro impedimento inherente a la naturaleza del individuo; así pues, en este sentido se podría hablar, no de una «angustia metafísica», sino por el contrario de una «angustia antimetafísica» que desempeña en cierto modo el papel de un verdadero «guardián del umbral», según la expresión de los hermetistas, y que cierra al hombre el acceso al dominio del conocimiento metafísico.

(…) Podemos decir ahora que aquellos que hablan de «angustia metafísica» muestran con eso, primeramente, su ignorancia total de la metafísica; además, su actitud misma torna esta ignorancia en invencible, tanto más cuanto que la angustia no es un simple sentimiento pasajero de miedo, sino un miedo que ha devenido en cierto modo permanente, instalado en el «psiquismo» mismo del ser, y por eso es por lo que puede considerársele como una verdadera «enfermedad»; mientras no pueda ser superado, constituye propiamente, como todos los demás defectos graves de orden psíquico, una «descualificación» al respecto del conocimiento metafísico.

Por otra parte, el conocimiento es el único remedio definitivo contra la angustia, así como contra el miedo bajo todas sus formas y contra la simple inquietud, puesto que estos sentimientos no son sino consecuencia o productos de la ignorancia, y puesto que a consecuencia del conocimiento, desde que se alcanza, quedan destruidos enteramente en su raíz misma y vueltos en adelante imposibles, mientras que, sin él, incluso si son apartados momentáneamente, siempre pueden reaparecer al hilo de las circunstancias. Si se trata del conocimiento por excelencia, este efecto repercutirá necesariamente en todos los dominios inferiores, y así estos mismos sentimientos desaparecerán también al respecto de las cosas más contingentes; ¿cómo, en efecto, podrían afectar al que, viendo todas las cosas en el principio, sabe que, cualesquiera que sean las apariencias, no son en definitiva más que elementos del orden total? Pasa con eso como con todos los males de los que sufre el mundo moderno: el verdadero remedio no puede venir más que por arriba, es decir, por una restauración de la pura intelectualidad; mientras se busque remediarlos por abajo, es decir, contentándose con oponer unas contingencias a otras contingencias, todo lo que se pretenda hacer será vano e ineficaz.

René Guénon se equivoca al decir que la angustia es un caso particular de miedo, si así fuera sería absurdo la necesidad de usar otra palabra para describirla, tampoco es un miedo devenido permanente, su intento de pasar por alto las diferencias entre uno y otra revelan el rechazo que probablemente le generaba este tema. Desde luego tiene razón al decir que la angustia es incompatible con el conocimiento, y por eso mismo es necesario conocerla y entenderla, los principales obstáculos al conocimiento tienen además un fundamento inconsciente. Cuando dice que la solución a la angustia pasa por una restauración desde arriba, nunca desde abajo, da a entender que el conocimiento del inconsciente es inútil, idea que ya en otras ocasiones ha dejado entrever. Sin embargo, nuestra realidad nos confirma una y otra vez que la neurosis, como la psicosis y la perversión, son grandes obstáculos al conocimiento, pues son estructuras psicológicas con las que el ser humano filtra la realidad. A veces se cree que el problema está en la perversión (la maldad consciente) que domina nuestro mundo y sin embargo el principal problema es la neurosis de quien se cree bueno e inconscientemente actúa con maldad, ese es el peor de los males, pues pocas veces sentirá la necesidad de cambiar, se aferrará a lo que su consciente y su razón le dictan sin darse cuenta de su falsedad perversa, desoyendo la verdad que el inconsciente le indica. Conocer el inconsciente no solo ayuda a superar estos obstáculos a quienes tengan mayores dificultades patológicas, además es imprescindible también para cualquier persona de nuestro mundo.

Jesucristo, un sabio sin duda superior a René Guénon, dejó dicho claramente: “dejad que los niños se acerquen a mi”. Esta frase nos hace ver que el acceso al conocimiento simbólico no necesita de una preparación intelectual reservada a una élite, el acceso al conocimiento elevado consiste más bien en limpiar de obstáculos el camino, y la inconsciencia es uno de los obstáculos más difíciles que, por ejemplo, para un niño no es todavía un impedimento, pues no carga con tanta represión ni prejuicios como los de un adulto. 

Las Escrituras nos recuerdan también que Jesucristo no escogió a sus discípulos por lo sabios que eran, más bien por su capacidad para reconocerse pecadores e ignorantes, la verdad solo puede ser encontrada a través de la mentira, de igual manera que el texto sagrado nos enseña que la libertad solo puede ser encontrada a través de la esclavitud. Por eso una consciencia de esclavitud, por pequeña que sea, es en el fondo mayor libertad que una aparente libertad total.

Quizás René Guénon se dejó dominar por el principal obstáculo de nuestro tiempo, el cual podría resumirse en la frase: “Sálvese quien pueda y como pueda de la angustia!”. 

Conocida desde siempre, la angustia no ha esperado al psicoanálisis para ser pensada. La angustia ha estado presente desde siempre en el ser hablante, no ha cambiado con los tiempos, lo que sí ha cambiado con el tiempo son sus amarras. Una hermosa expresión de Lacan que se refiere tanto a los cambios que se han producido en la propia teoría psicoanalítica con relación a la angustia, como a los distintos modos en que esta puede ser, concebida o abordada, por lo que Freud llamaba la civilización.

Cada civilización tiene su manera de concebir y de tratar la angustia. La manera de la civilización contemporánea es un “sálvese quien pueda”. La angustia se presenta hoy más al desnudo que nunca, no nos cabe duda de que hacer frente a este problema pueda ser una de las razones de ser del descenso de ciclo característico de nuestra época. 

En el lenguaje psiquiátrico actual se la califica también, en su caso más extremo, de “ataque de pánico”, lo que puede llevar a confundirla con el miedo, algo que el psicoanálisis distinguió claramente. El miedo no es la angustia, no tienen el mismo objeto, el miedo se dirige a un objeto de la realidad mientras que el objeto que angustia es Real. Real y realidad están claramente diferenciados en la enseñanza de Jacques Lacan, mientras que la realidad es equivalente al fantasma, cuando hablamos de Real, nos referimos a algo que escapa a la representación, ya sea ésta imaginaria o simbólica. La angustia está referida al resto de la operación por la que el ser humano entra en el lenguaje. Un resto irrepresentable, hecho de goce pulsional.

Algunas de las características más relevantes de nuestra época son la precariedad y la incertidumbre, a todos los niveles y en todas las relaciones, tanto una como otra favorecen las coyunturas de angustia. La precariedad y la incertidumbre actual no se dan solamente en el plano laboral y económico, también en el emocional o en la inseguridad frente a los nuevos modos de la barbarie, el salvajismo de las guerras o los atentados terroristas por ejemplo, generan un tipo de angustia postraumática, pero generan también otro tipo de angustia pre-traumática, la del ciudadano que sabe que en cualquier momento puede ocurrir, pero no sabe cuando.

La precariedad se hace presente en las relaciones sociales, hoy los lazos sociales son poco duraderos, precarios, por estar fundados solamente en el síntoma. Hay una queja que se escucha hoy, acerca de lo poco que duran las relaciones. Precariedad e incertidumbre son nuevas coyunturas propicias para la angustia.

En la época de Freud, la época victoriana, un sujeto podía rebelarse contra los lazos sociales establecidos, contra la rigidez de las normas sociales, pero hoy el problema no es este sino más bien el contrario. Los grandes ideales que en algún momento del siglo XX pudieron servir para hacer lazo social hoy ya no sirven, hoy los individuos se ven obligados a inventar y a crear sus propios lazos. 

El hombre moderno está solo sin otra causa que sí mismo, angustias ligadas al fracaso, pero también al éxito y a la necesidad de mantenerlo. El sujeto moderno es un sujeto desengañado, a este desengaño ha contribuido de modo fundamental la ciencia con sus avances, pues hasta lo que antes era imprescindible para tener un hijo, hoy ya no lo es. Las nuevas formas de reproducción han hecho estallar al padre, que se ha convertido en un semblante más, uno entre otros. Al mismo tiempo nuevos semblantes surgen, se extienden y proliferan hasta el punto de que pareciera que todo es semblante, pero si todo es semblante, entonces ¿dónde está lo real?, ¿qué es lo real?, todos los supuestos métodos que la modernidad utiliza para huir de la angustia la llevan de lleno a encontrarse todavía más de frente con ella. 

Para el psicoanálisis el concepto de real es distinto al de la medicina o la ciencia, es un real no universalizable ni medible con un patrón que sirva para todos, por ser distinto para cada sujeto, lo real es el agujero a través del cual todavía es posible hacer frente al reino de la cantidad y la mentira. Ese real se aloja en el síntoma. No olvidemos que Lacan decía que el síntoma es lo más real que cada uno tiene, el real que habita el síntoma es el de una satisfacción paradójica, paradójica porque el sujeto se aferra a su síntoma y al mismo tiempo la satisfacción que en él se realiza es experimentada como displacer.

El hombre hipermoderno reivindica su derecho a gozar a su manera, reivindica el derecho al goce como uno más de los derechos humanos, a pesar de lo cual el sujeto hipermoderno no está ni más contento, ni más satisfecho.

Asistimos por una parte a la pluralización y globalización de las formas de goce y por otra a la extensión cada vez mayor de lo que Lacan llamó “la sed de la falta de goce”, promovida y extendida en la sociedad de consumo por un nuevo imperativo: el “nunca es suficiente”. Preso en el discurso capitalista, el hombre moderno no puede salir de un circuito gobernado por la tiranía del objeto. Un circuito, el de la oferta y la demanda que excluye el deseo y en el cual los sujetos se desorientan en esta galería mercantil y virtual en la que se ha convertido el mundo.

No podemos, por tanto, volvernos ciegos a los problemas de la angustia, la cual se presenta cada día más al desnudo. 


Lo real, para el ser parlante, es que se pierde en alguna parte. Pero, ¿dónde? Ahí es donde Freud hizo hincapié: se pierde en la relación sexual. Es increíble que nadie se planteara esto antes que Freud ya que se trata de la vida misma de los seres parlantes. Que nos perdemos en las relaciones sexuales es algo evidente, incontestable, ha sido así desde siempre y hasta cierto punto, al fin y al cabo, sigue siendo así. Si Freud centró las cosas en la sexualidad es porque en la sexualidad el ser parlante balbucea... Porque se da cuenta de que hay una cosa que se repite en su vida y siempre es la misma, y que esa es su verdadera esencia. ¿Qué es esa cosa que se repite? Una cierta manera de gozar.

Jacques Lacan / Conferencia en Louvain 1972 / frg