Negación /Traición

La negación de San Pedro. Hendrick van Steenwijck - 1600 - 1649

Es probable que Judas haya pasado a la historia como el mayor representante de la traición por haber entregado a Jesús al sumo sacerdote y a los máximos representante del sanedrín, pero sin embargo poco se ha hablado de la traición de Pedro. Judas lleva a cabo una traición más valiente, delante del propio Jesús, lo traiciona a la cara, de manera clara y directa, mediante un beso lo entrega. Después de traicionarlo se arrepiente y reconoce que ha entregado sangre inocente, pero se desespera, no puede soportarlo y se ahorca. Cabía la posibilidad de que sucediese algo similar a un hombre tan apasionado como Pedro, pues un dolor demasiado intenso puede anular la mente o desalentar el corazón hasta extremos verdaderamente abismales. Al igual que Pedro, Judas, después de traicionar a su Maestro, se arrepiente, pero quizás la diferencia entre uno y otro es que Judas no fue quien de soportar la falta, no tolera el error, y esta intolerancia se convierte en un pecado mayor que el primero del que pretendía huir. La tortura de verse a sí mismo como el traidor de Jesús, le hace cometer otro pecado aún peor, el de quitarse su propia vida. Y es que la traición lo que nos revela es que, en el fondo, a quien se traiciona es siempre a uno mismo.

En el caso de Pedro, los acontecimientos se suceden de forma escalonada. Antes de salir a orar en el huerto de los olivos, Jesucristo anuncia la negación de Pedro, conoce a sus discípulos y sabe cómo reaccionarán. “Todos os escandalizaréis de mí esta noche; porque escrito está: Heriré al pastor, y las ovejas serán dispersadas”. Pero Pedro desconoce su propia naturaleza, y responde según la máscara que lo caracteriza, Pedro tiene carácter de líder, es muy impetuoso y se ve a sí mismo como un creyente invencible en comparación con los otros. “Aunque todos se escandalicen, yo no. Y le dijo Jesús: De cierto te digo que tú, hoy, en esta noche, antes que el gallo haya cantado dos veces, me negarás tres veces. Mas él con mayor insistencia decía: Si me fuere necesario morir contigo, no te negaré." Pedro se vuelve ciego a sí mismo, y por tanto también al peligro. En la carta que San Pablo escribe a los Corintios, también nos da ejemplos de pecados en el Antiguo Testamento cometidos a pesar de las muchas bendiciones que Dios les había dado. En 1Cor 10,12 Pablo añade: “Así que, el que piensa estar firme, que tenga cuidado no sea que se caiga.” Si somos ciegos a nosotros mismos, somos ciegos al peligro y por tanto caemos con facilidad. Aparentemente, Pedro es valiente y arrojado, hasta el último momento se ve dispuesto a pelear por su Maestro, capaz de desenvainar la espada y atacar a los sirvientes del sumo sacerdote que vienen a apresar a Jesús. Pero la valentía de Pedro es una máscara, se encuentra en realidad desviada, su reacción violenta a los ataques en realidad no le beneficia, se vuelve en su contra. Pedro no identifica los peligros porque en el fondo los busca, goza con el sufrimiento derivado del conflicto, así es como él puede ser alguien. Y cuando Jesús acude a orar al huerto de Getsemaní, a pesar de que les había dicho que orasen, Pedro se queda dormido, no tiene la misma motivación que para desenvainar la espada. Jesús escoge a sus tres discípulos más cercanos, Santiago, Pedro y Juan; sin embargo los tres se quedan dormidos en el momento de mayor aflicción y tristeza de su Maestro, ni siquiera los más próximos supieron acompañarlo. Aunque el espíritu esté siempre dispuesto para buscar a Dios, la carne se opone. Se opone según esté el estado de ánimo, la tristeza, el cansancio, el enojo, la ira o la frustración son barrearas para el espíritu. Por eso Jesús manda orar. “Vino luego y los halló durmiendo; y dijo a Pedro: Simón, ¿duermes? ¿No has podido velar una hora? Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil. Otra vez fue y oró, diciendo las mismas palabras. Al volver, otra vez los halló durmiendo, porque los ojos de ellos estaban cargados de sueño; y no sabían qué responderle. Vino la tercera vez, y les dijo: Dormid ya, y descansad. Basta, la hora ha venido.”

A continuación, cuando llegan a prender a Jesús, Pedro saca la espada y le corta la oreja a uno de los siervos del sumo sacerdote. 
“Entones Simón Pedro, que tenía una espada, la desenvainó, e hirió al siervo del sumo sacerdote, y le cortó la oreja derecha. Y el siervo se llamaba Malco. Jesús entonces dijo a Pedro: Mete tu espada en la vaina; la copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?” 
Pedro, habiendo fallado en cuanto a la oración, ahora no veía otra opción más que la violencia, su única arma era carnal, no espiritual. Pero armas carnales no funcionan contra el enemigo. Sin poder espiritual no podemos hacer frente al enemigo en nuestras vidas. Pablo exhorta a los Efesios: “Tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo.” Cuando llega el día malo ya no hay tiempo, conviene estar preparado. Jesús habla a menudo de la lucha, del combate y la necesidad de la espada pero también a menudo sus discípulos no lo entienden, confunden el plano espiritual con el material y esto les hace vivir engañados.

Y a ellos dijo: Cuando os envié sin bolsa, sin alforja, y sin calzado, ¿os faltó algo? Ellos dijeron: Nada. 36 Y les dijo: Pues ahora, el que tiene bolsa, tómela, y también la alforja; y el que no tiene espada, venda su capa y compre una. 37 Porque os digo que es necesario que se cumpla todavía en mí aquello que está escrito: Y fue contado con los inicuos; porque lo que está escrito de mí, tiene cumplimiento. 38 Entonces ellos dijeron: Señor, aquí hay dos espadas. Y él les dijo: Basta (Lc 22,35-38).

Jesús rechaza la violencia y cura la oreja al herido, a continuación le detienen y todos los discípulos huyen, incluido Pedro, a pesar de todas sus promesas. Se dispersan, pero el Discípulo Amado y Pedro permanecen juntos y hablan con agitación sobre los hechos. Juan debió proponer acudir a la casa de Caifás donde sabían estaba Jesús. Y van allí. ¿Para qué? Ni ellos mismos lo sabían muy bien. Su irreflexión le lleva a ponerse en una situación peligrosa.


Las 3 negaciones de Pedro

Juan marcha a conseguir un permiso para entrar en el atrio del palacio del pontífice, mientras Pedro permanece en la puerta. En lugar de callar es indiscreto y habla con la portera, la cual era curiosa y percibe tanto el nerviosismo y agitación de Pedro como su inconfundible acento galileo. La primera negación es fruto de imprudencia y de irreflexión. Juan habla con la portera y garantiza que su amigo es de fiar. Le abre la puerta al desconocido con una cierta desconfianza, le nota nervioso y huidizo. Pedro está nervioso, no puede ser él mismo porque piensa que la mejor manera de pasar inadvertido es hacer lo que los demás hacen: se acerca al fuego, y allí se produce la segunda tentación. Para aparentar naturalidad se coloca a plena luz ante el fuego, y cuando siente la mirada de la criada que le examina desvía la vista asustado. Aunque estaba percibiendo un peligro, continúa obcecado en su aparentar. Finalmente se produce lo que él no era capaz de aceptar conscientemente, su inconsciente pone en la acción lo que no es capaz de aceptar en la consciencia. 
Pedro se va asustando de un modo poco lógico para un hombre realmente valiente, se desentiende de lo que más entiende, no sabe lo más sabido, hacía sólo unas cuatro horas que había asegurado que estaba dispuesto a morir por Él. Y sin embargo se levanta del grupo, y se esconde en el pórtico que rodea el patio. Le miran y le observan, hasta que otra criada "dijo a los presentes: éste estaba con Jesús el Nazareno", ha conseguido centrar la atención de todos, que miran al desconcertado Simón, e insiste: "éste es uno de ellos"; uno de los presentes le dice directamente: "tú eres de ellos". La respuesta ya no puede ser evasiva. Vuelve a repetirse el dilema anterior, pero más claro e inevitable. Pedro está ya interiormente desmontado, y niega, una vez más, conocer a Jesús y ser discípulo suyo. "No conozco a ese hombre"; es más, no soy discípulo suyo. La magnitud de la negativa es mayor en esta segunda negación. Poco antes, de un gallinero cercano había cantado un gallo, pero Pedro no lo oyó. En el Cuarto Evangelio, el escritor va cambiando una y otra vez de escena y personajes, presenta a un Jesús erguido, majestuoso y firme confesando su misión ante Anás; y en otro plano presenta a Pedro, en la puerta, dialogando con los sirvientes y guardias al lado de una fogata. Mientras uno afirma sin vestigio de duda, el otro se presenta como un anónimo que desconoce su propio ser: no lo soy, a diferencia de Jesús que afirmó durante todo el Evangelio el famoso Ergo Sum (Yo Soy).

En pocas horas, Pedro ha recibido muchos golpes, el miedo le atenaza, le faltan las fuerzas, actúa con imprudencia. No sabe qué hacer. A una caída sigue otra, si no se sabe rectificar a tiempo o huir de la ocasión decididamente. Cuando el proceso de Jesús ante Anás concluyó, el grupo que se agolpa junto a la puerta vuelve al calor del fuego. Y con los soldados vienen los criados del pontífice que habían participado en el prendimiento de Jesús. Uno de ellos era precisamente un pariente de aquel Malco a quien había cortado Pedro la oreja. Se le quedó mirando y volvió a inquirir si no era él uno de los discípulos del procesado: "¿No te vi yo en el huerto con Él?"(Jn). Las dudas no disipadas de los demás renacen y se vuelven contra él con fuerza: "Verdaderamente tú eres de ellos, pues tu habla te descubre"; al argumento de "que eres galileo" se une la afirmación del pariente de Malco. Entonces se produce la tercera negativa y Pedro visiblemente aturdido "comenzó a maldecir y a jurar: yo no conozco a ese hombre"(Mt).

La tercera negativa carece de subterfugios; no es la evasiva de la primera cuando aduce no conocer o no entender; tampoco es el desprecio a "ese hombre" ya con juramento, sino que, esta vez está lleno de maldiciones. "Y enseguida cantó por segunda vez un gallo, y se acordó Pedro de la palabra que Jesús le había dicho: 'antes de que el gallo cante dos veces me negarás tres'. Y recordándolo, lloraba". Cantó el gallo, y Pedro volvió en sí. Jesús sale entonces de la casa de Anás a la de Caifás, y en el revuelo de la salida, sus miradas se cruzan. Jesús le mira con compasión. Pedro se da cuenta de lo que ha hecho y "salió fuera y lloró amargamente"(Mt).

El pecado de Pedro

En cada una de las 3 negaciones de Pedro, él traiciona y se aleja cada vez más, no sólo de Jesús sino también de sí mismo. El pecado de Pedro no fue falta de amor, sino debilidad y presunción. Acude al palacio donde van a juzgar a Jesús por amor, se queda allí por amor, pero era más débil de lo que pensaba. Su negación no es falta de fe, sino debilidad escondida detrás de una máscara de fortaleza, es esta debilidad la que le guiará para hacerse verdaderamente fuerte. Estaba fuera de sí cuando negó al Señor, por eso, cuando vuelve en sí, la amargura inunda su corazón. Al volver en sí comienza una nueva tentación más terrible que las anteriores: la desesperación, la misma que había llevado a Judas a la muerte. Pero la mirada de Jesús lo salva, probablemente recordó otras palabras recientes de su maestro: "Simón, Simón, he aquí que Satanás os ha reclamado para cribaros como el trigo. Pero yo he rogado por ti para que no desfallezca tu fe, y tú cuando te conviertas, confirma en la fe a tus hermanos"(Jn). Ahora entiende los avisos del Señor, la confianza que su Maestro puso en él lo salvaron, pues ahora puede darle sentido a su sufrimiento, lo verdaderamente angustiante, violento y torturante es la falta de sentido. La única salida posible frente a la violencia es el espíritu. 

Traición/negación

Pedro traiciona a su Maestro cuando dice no conocerlo, no saber quién es, niega el vínculo entre ambos, niega su camino, su guía e incumple su fuerte promesa. Pero, además Pedro se traiciona a sí mismo, ya que, por mediación de la negación: no tiene maestro, no tiene grupo de pertenencia y no tiene origen; es decir: queda completamente desvinculado, aislado, de su mundo y de sí mismo. La conciencia de haber roto algo, el sentimiento posterior de desvinculación y las repercusiones que tiene la traición existen no sólo para el traicionado sino también para el traidor. Y es este aislamiento el principal causante de angustia y dolor. Erich Fromm habla sobre la noción de separatidad en uno de sus textos, como la fuente de toda angustia; su resultado es, además de quedar aislado y desvalido, «ser incapaz de aferrar el mundo -las personas y las cosas- activamente». La traición coloca a sus dos protagonistas en esta situación de aislamiento, de separatidad, de angustia, de dolor y de impotencia. Su efecto es explosivo, expansivo, devastador, ya que no se circunscribe a la relación dual en la que se ha jugado la traición, sino que afecta a la vida entera y a nuestro sistema de creencias. Para el traicionado, después de la traición se ponen en juego toda una serie de preguntas que surgen del choque con la ruptura de aquello que consideraba válido. En una relación de pareja, por ejemplo ¿qué es el amor?, ¿podré volver a confiar en alguien?, ¿me quería realmente o no?, ¿es falso todo lo que viví con él?, ¿es buena o es mala persona?, ¿soy yo demasiado ingenuo?, ¿existe la maldad?... Una larga lista de preguntas que excede a la vivencia concreta y desborda en cuestiones mucho más amplias. 

Pero también el traidor queda en un estado de aislamiento, lo que está presente en el traidor pero no en el traicionado es la negación. En el momento mismo de la traición queda negado su pasado, pues el traidor actúa independientemente de las promesas hechas y los compromisos asumidos. Y queda negado el presente, pues algo del mundo que configuraba al traidor se pierde. Por otra lado, también cabría decir que traicionar al yo aparente es en realidad ser más fiel a uno mismo. Quizás, con la traición a su maestro, lo que hace Pedro es permitirse ser más fiel a su verdadera naturaleza, separada ya de su máscara de valiente. Una de las razones por las que nuestra liberación es tan difícil es porque implica una traición, una traición hacia el amo y hacia lo que hay del amo dentro de nosotros, esta última es la más difícil y lo que Lacan denominó el gran Otro. Y fue también Lacan quien dijo que la única traición es ceder en el deseo. Jesucristo rechazó la violencia no sólo con la palabra, sino con una acción que devolvió al agredido al estado anterior a la agresión, sin embargo no rechazó la traición, pues acogió el resultado derivado de ella. A través de la traición Pedro se convierte verdaderamente.

La negación como recurso psicológico

La negación es uno de los mecanismos de defensa que usamos para bloquear algunos contenidos inconscientes, se define como el mecanismo mediante el cual la persona rechaza reconocer algún aspecto doloroso de la realidad externa o de la experiencia subjetiva que es aparente para los otros. Es decir, consiste en enfrentarse a los conflictos negando su relevancia o incluso su existencia, de tal manera que se evitan o rechazan aspectos de la realidad considerados desagradables. Además, la negación se muestra implícitamente también en los otros métodos tales como la represión, mediante la cual bloqueamos inconscientemente deseos, pensamientos o experiencias amenazadoras para impedir que lleguen a la conciencia; la racionalización, que consiste en ocultar las verdaderas motivaciones de los propios pensamientos, acciones o sentimientos a través de la elaboración de explicaciones tranquilizadoras, pero incorrectas; o la proyección, en la que se atribuyen de manera falsa los propios sentimientos, impulsos o pensamientos inaceptables a otra persona. Todos ellos surgen de manera automática, son inconscientes y su objetivo es, ante los diferentes conflictos psicológicos, reducir la ansiedad y el malestar ante agentes estresantes internos y/o externos.

El motivo principal por el que surge esta estrategia es la dificultad para integrar el elemento que causa el malestar, ya que lleva consigo la reconstrucción de una parte de nosotros mismos. Necesitamos aceptar la muerte de una parte de nosotros mismos para renacer modificados. Este proceso se da en Pedro en paralelo a la muerte de su Maestro, ambos renacerán renovados.

En este sentido conviene hablar también de una de las traiciones primordiales, la de los padres hacia los hijos. Se escucha a menudo la frase «nunca me dijo que me quería», una forma clásica de reproche, que curiosamente, se escucha frecuentemente dirigida hacia el padre. Como crítica no parece estar a la altura de la ardua tarea que puede suponer ser padre, impresiona que no haber dicho «te quiero» sea un error a pagar prácticamente de por vida. Pero detrás de tal reproche se esconde más bien un «no me ama»; «no respondió a mis preguntas», «no me escuchó», «no me vio», «no me orientó», «no me habló», «no estuvo», etc. Los motivos por los cuales el padre no está pueden ser diversos: que esté anulado por la madre, que sea todavía más hijo que padre, que vea al hijo únicamente a través de su propio narcisismo, o por mera incapacidad. La cuestión es, citando a Erich Fromm, que «si bien el padre no representa el mundo natural (esto le corresponde a la madre), significa el otro polo de la existencia humana; el mundo del pensamiento, de las cosas hechas por el hombre, de la ley y el orden, de la disciplina, los viajes y la aventura. El padre es el que enseña al niño, el que le muestra el camino hacia el mundo». Y si este padre no está, el hijo se queda en la estacada.

Este no estar del padre puede ser, sin más, la primera traición: él no cumple su promesa y entrega a un hijo que, en muchos casos, jamás tomó. Una promesa quizás nunca verbalizada pero que está implícita: «Puesto que te he engendrado, seré tu padre». Quizás la entrega sea a una madre demasiado asfixiante y además también a una sociedad enloquecedora, pues la sociedad nos dirá que somos libres, aunque además para ello tienes que casarte, tener hijos, comprarte un móvil, una segunda residencia, el iPad, tener un trabajo seguro y divertirte (como se te diga, claro). Además la sociedad nos ordena cumplir las normas y no solo porque te castigará la ley, sino porque también el grupo social te despreciará. Es decir, si aceptas las normas dejas de ser libre, con lo cual recibes como castigo perder la libertad, y si no las aceptas serás también castigado. Enloquecedor. Se le condena a uno si lo hace y también si no lo hace, con el agregado de que no debe enterarse de que esto es así, es decir, a traición.

Yo no soy así

Sólo con observar unos minutos a un niño, uno se da cuenta de todo lo que ha perdido: la capacidad de asombro, la ausencia de vergüenza, la confianza, el placer por el juego, la curiosidad, la inocencia, la ingenuidad, la sensibilidad, el vivir al margen del tiempo. Y
cualquiera podría decir “bueno, es ley de vida, uno no puede ser siempre un niño” y es así, pero es necesario marcar una diferencia entre ser siempre un niño y renunciar a todas las cualidades del niño.

La adolescencia es uno de los momentos de máxima búsqueda de la diferenciación, de la singularización, suelen ser en muchos casos también los momentos de la máxima negación y, por ende, de máxima traición. Con la irrupción de la genitalidad y con el incesante anhelo de encajar y de parecer mayor, empiezan a ser negadas las cualidades del niño. El adolescente las evalúa como inservibles para la tarea que se le presenta: ¿ingenuo?, ¿inocente?, ¿sensible? — Yo no soy así, lo cual más bien querría decir: o dejo de serlo o no salgo vivo de aquí. Es interesante estudiar este proceso a la luz del concepto de negación en Freud, en el que “un contenido de representación o de pensamiento reprimido puede irrumpir en la conciencia a condición de que se deje negar y [donde] se ve cómo la función intelectual se separa [...] del proceso afectivo”. 
La negación niega, intelectualmente, lo que fue afirmado primordialmente, afectivamente. La negación es entonces una facultad para lo racionsl que permite la irrupción en la conciencia del aspecto representativo involucrado en la represión, evitando así, las consecuencias de su aspecto afectivo. Es decir, aquello que formó parte de mí y que posteriormente fue reprimido puede aparecer en la conciencia a condición de que sea negado: yo no soy sensible, o no soy celoso, yo no soy así. En realidad lo soy pero la única forma que tengo de decirlo es negándolo. La superación de la diferencia propia de la destructividad estaría dada por el acceso a la contradicción.
Pero el adolescente todavía cree en la lealtad, en la vinculación, en el amor, en los referentes, etc. Su deseo de inclusión en un grupo, los códigos que respeta de forma inamovible, la confianza en el líder, entre muchas otras, son cualidades que denotan que todavía hay vida en él. Pero en el caso del adolescente, como en el caso de Pedro, la negación será cada vez mayor: primero niego lo que he sido, luego niego lo que me he preguntado y después niego haber estado vivo. Te negarás tres veces, y, después, lloró amargamente.

Nietzsche, en “Así habló Zaratustra”, presenta las tres transformaciones del espíritu: como el espíritu se transforma en camello, y el camello en león, y el león, finalmente, en niño. El camello lleva la carga más pesada y sólo puede correr a su desierto. “Pero en lo más solitario del desierto tiene lugar la segunda transformación: El espíritu aquí se transforma en león, desea capturar la libertad y ser señor en su propio desierto”. Y lo consigue mediante un no sagrado, un no al tú debes y al que responde con un yo quiero. “Pero decidme, hermanos míos, ¿qué puede hacer el niño que ni siquiera el león ha podido hacer? ¿Por qué el león rapaz tiene que convertirse todavía en niño? El niño es inocencia y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que gira por sí misma, un primer movimiento, un sí sagrado. Si, para el juego de la creación, hermanos míos, se requiere de una afirmación sagrada: el espíritu quiere ahora su voluntad, el que perdió el mundo gana ahora su mundo.”


Referencias:

Te negarás tres veces, la verdadera traición - María del Mar Martín