Pulsión de muerte

La muerte y la doncella - Egon Schiele, 1915

Cuando Freud observó la tendencia humana a ir más allá del principio del placer no hizo otra cosa que traducir a un lenguaje más racional el relato bíblico de la expulsión del paraíso y el tan problemático "pecado original". Pero éste no ha sido un tema en absoluto baladí, son muchas las herejías que ha suscitado y sin ir más lejos los protestantes creen que el pecado original va en contra del libre albedrío. La ortodoxia cristiana fijó la noción de una corrupción fundamental de la naturaleza humana, aunque también diría, para suavizar el asunto, que el bautismo borra el pecado original y devuelve el hombre a Dios, aunque sus consecuencias se traducen en una naturaleza debilitada e inclinada al mal, y que lo llaman al combate espiritual. Quizás ahora podamos entender mejor la importancia de la ortodoxia, especialmente en una religión que se expandió precisamente gracias a su capacidad de adaptación a las diferentes culturas. Pero el peligro de la ortodoxia es que vuelve excesivamente racional justamente aquello que nació para trascender lo imposible de ser expresado desde el plano racional, la ortodoxia corre el peligro de hacer enmudecer la esencia del mensaje, por eso es tan oportuno siempre volver al texto, su valor poético nos invita a reflexionar, a meditar, a trascender, a comprender, a significar, a dar sentido. El relato bíblico es capaz de captar de manera maravillosa algunas realidades verdaderamente complejas y terribles, las cuales requieren de tiempo para llegar a comprender sus verdaderas implicaciones.

Solamente el hombre fue expulsado del paraíso, el resto de las especies, animales y vegetales, siguen todavía en el paraíso. Al ser humano se le concedió el privilegio del lenguaje y con él la consciencia de la muerte y la pérdida del paraíso, lo paradógico del paraíso es que solo existe cuando se pierde.

Mucho se ha criticado el concepto de pecado original, y la historia de la humanidad parece oscilar entre la tendencia a luchar contra él y la tendencia a negar su existencia. Esa lucha fue incluso la que dio nombre al pueblo de Israel, pues fue Jacob quien, a raíz de luchar contra el ángel, recibió el nombre de Israel, que en hebreo significa "el que lucha con Dios". Y ciertamente es la lucha la que nos mantiene vivos, también Jesús lo expresó cuando dijo aquello de:

He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla. ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división”. (Lc 12,49-52)

De la misma manera que el concepto de pecado original fue fruto de grandes divergencias y desencuentros, también el descubrimiento de Freud de la pulsión de muerte aún sigue hoy día siendo lo más controvertido de sus descubrimientos, pues precisamente ese ir contra la vida que denominó pulsión de muerte resultó ser una parte fundamental y necesaria de la Vida. En el paraíso estaban todos los placeres imaginables, pero al ser humano no le llegó con el placer, sino que además gozó con el displacer, no se puede negar que esa es una condición estructural. Muchas tendencias espirituales que rechazaron esta particularidad del ser humano pretendieron luego introducir los conceptos de bien y mal como algo inseparable de la vida, hasta el punto de decir que si el hombre estaba hecho a imagen de Dios, también en Dios mismo se encontraban estas dos tendencias del bien y el mal, llegando a una perversa igualación entre Dios y el hombre. 

Tanto el fruto del árbol del conocimiento como la caja de Pandora equivalen simbólicamente a un regalo de los dioses con el que no hay que identificarse, pues estos dones están relacionados con la mente y no con el ser espiritual, de la misma manera que en el relato del Génesis se diferencia entre el Árbol del Conocimiento y el Árbol de la Vida. Son los atributos otorgados a la consciencia mental los que, como el Árbol del Conocimiento, están bajo prohibición divina, no lo está, sin embargo el Árbol de la Vida, para el cual no hubo ninguna prohibición. Es el símbolo de las potencias de la mente, aquellas resultantes de la tierra y el agua, o como en el mito de Pandora, de los campos y el mar, haciendo alusión al conocimiento que emerge de la materia pero no del espíritu, que es el fuego, al cual solo Prometeo puede acceder. De este regalo divino con el que se identifica el hombre, deviene el ego, anclado a la materia, con el que se identifican casi todos los humanos y, como lo que libera Pandora, la causa de todos los males.

La identificación a la materia impide reconocer el goce como una perturbación del cuerpo, el psicoanálisis comprendió que el goce es lo que va contra la vida, es lo más Real precisamente por ser lo que está fuera del lenguaje. Podríamos equiparar el goce a la expulsión del paraíso o a la destrucción del templo de Jerusalén, ambos eventos simbolizan un proceso esencial en la estructura del ser humano que no puede ser ignorado, la noción de pecado original ha sido seguramente tan problemática como la noción de pulsión de muerte freudiana, y es que a menudo en ámbitos espirituales modernos nos encontramos un cierto rechazo a lo imperfecto del cuerpo, una tendencia a negar lo que no funciona correctamente. Pero sin embargo "vida" (eros / deseo) y "contra la vida" (thanatos / goce) arman una dialéctica, no es o uno o lo otro, no es blanco o negro. Lo que vemos que invade hoy los discursos mayoritarios es la idea de alcanzar un bienestar absoluto, como también se trasluce en la ideología de género la idea de pretender acabar con la violencia, como si eso fuera posible. Se quiere abolir la parte del goce que va contra la vida, pero lo paradógico es que ese ir contra la vida forma parte de la vida y no se puede suprimir, solo se puede transformar, cuando pretendemos abolirlo lo que sucede es justamente lo contrario, sucede todo lo que pretendíamos evitar aboliéndolo. El goce es algo estructural, pertenece al ser humano, ignorar la pulsión de muerte nos conduce todavía más a la muerte. Cuanto más se restringe uno para evitar el goce, más termina después por excederse.

El discurso capitalista nos empuja a la creencia de que es posible apresar ese estado de incorrupción y perfección absolutas, de alcanzar ese objeto perdido que en algún momemto tuvimos. Y cuanto más lo perseguimos más nos encontramos con el goce, el cual va estar siempre bajo el modo de un semblante, de una apariencia, pues al ser lo más real, está fuera del lenguaje y se nos escapará siempre, solo lo podremos ver en sus vestimentas. El goce es la gallina de los huevos de oro del capitalismo, pues consigue que sea el propio sujeto quien se objetivice a sí mismo, sin necesidad de obligarlo. 

Lacan decía, «el análisis más que ninguna otra praxis, está orientado hacia lo que, en la experiencia, es el hueso de lo real.» La dirección de la cura apunta a que el sujeto construya su propia respuesta ante su particular manera de gozar, su particular manera de ir contra la vida. Como dijo Sartre “se trata de saber hacer con lo que hicieron de nosotros”. De ese modo, se restituye la responsabilidad del sujeto en lo que le pasa y se ubica su posición, desde la cual contribuye él mismo, de alguna manera, a su padecimiento.

La “Jerusalén celeste” guarda relación con el “Paraíso terrestre” (objeto perdido para siempre). Es interesante señalar este simbolismo particularmente reflejo entre el “Paraíso terrestre” que es representado de forma circular, pero que sin embargo se le denomina terrestre (es decir cuadrado) y la “Jerusalén celestial” que es representada de forma cuadrada y sin embargo se le denomina celestial. Esa Jerusalén celestial alude a la única forma posible de recuperación del paraíso, la cual no es una recuperación del estado u objeto perdido, sino una transformación, el mundo corporal no será aniquilado (por eso se asienta en un cuadrado), sino transformado, y aparecen por tanto un “cielo nuevo” y una “tierra nueva”. El centro se hace manifiesto y el fin de un mundo se vislumbra como el fin de una ilusión.