No creo que pueda reprochársele nada al psicoanálisis por haber empleado un simbolismo eminentemente fálico. Además de que haya sido un hombre quien creó esta teoría, el término se ajusta perfectamente a las características de la época en que vivió, e incluso a la nuestra. Al poner en relación el significante representativo de un grado alto de placer con un órgano del cuerpo del que precisamente se obtienen grandes dosis de placer, nos invita con ello a no olvidar que cuerpo y significante están estrechamente ligados.
A menudo, en los contextos actuales lo que se suele especificar cuando hablamos del falo, es que éste no quiere decir literalmente pene o clítoris, y sin embargo, ciertamente parece que es necesario recordar que también el sentido literal le corresponde, está presente y no debe ignorarse. A menudo la excesiva teorización filosófica nos hace olvidar lo más básico. Freud no escogió esta palabra por capricho personal, pues el falo ha tenido una significación instalada en la cultura durante siglos que, sin duda, partiendo del órgano sexual y la obtención de placer asociada a éste, ha ido mucho más allá, llegando a generar una exaltación sacra del pene. Las abundantes y numerosas representaciones fálicas en las sociedades antiguas nos dan pistas sobre la importancia cultural y cultual del mismo.
La simbología del falo como portador de vida, placer, fortuna y felicidad se encuentra por todas partes en las religiones de la antigüedad, de la misma manera que también abundan las representaciones de vaginas y de órganos sexuales femeninos. El carácter sagrado de la sexualidad la convierte en símbolo de vida (pequeña muerte y resurrección), este es el trasfondo de las representaciones sexuales en la antigua religiosidad de la que todavía se observan ejemplos claros en la escultura románica. En sus orígenes estas representaciones estuvieron ligadas a los cultos de la vegetación y la agricultura. En la cultura grecorromana, fueron los cultos de la agricultura transformadora, en torno a la vid o al trigo, en donde se desarrollaron el uso de la obscenidad ritual y de la sexualidad exuberante. Por ejemplo, en el culto de Dioniso, con su procesión de seres de sexualidad y potencia desenfrenada, como los sátiros, que persiguen cíclicamente a las ninfas entre los efluvios del vino sagrado. En Atenas, fiestas como las Dionisias rurales, entre otras, contaban con procesiones fálicas. En el caso de Deméter, la procesión que iba camino a Eleusis desde Atenas recibía una lluvia de obscenidades y bromas sexuales al cruzar el puente que unía las dos localidades. De estas prácticas ha quedado una herencia observable en algunas tradiciones como la del entroido de Laza, en Galicia.
El simbolismo sexual tiene un papel muy importante no solo en el culto sino también en el mito, como recoge la figura de la anciana Baubo, que, al hacer un gesto obsceno con sus genitales, logra que sonría Deméter, triste por la pérdida de Perséfone, y que acepte la bebida de cebada. Yambe y Baubo personifican el poder apotropaico de lo obsceno. Las canciones subidas de tono, en métrica yámbica, se cantaban para aliviar la tensión emocional en los misterios eleusinos. Estos versos, de inventiva y sexualidad latente, o las representaciones de las cerámicas áticas, celebran el poder del ámbito de vida cíclica, el pan y el vino, bajo la protección de Deméter y Dioniso. También en los misterios antiguos es posible que abundaran las representaciones «comestibles» de estos órganos, en forma de panes, pasteles o bollos: en los rituales de las arreforias o quizá incluso en Eleusis, en donde las formas de falos y vaginas podían estar relacionadas con las revelaciones divinas. También en la antigua India, otro dios «dionisíaco» de vida, muerte y regeneración es Shiva, representado por el «lingam» o falo cósmico para el culto, colocado dentro de un «ioni», o vagina simbólica.
Freud dio continuidad a un hilo de significación que había estado presente desde tiempos ancestrales a lo largo de todas las culturas tradicionales, y que fruto de su encuentro con la cultura moderna se vio modificado y reactualizado. Por tanto, lo que hizo fue indagar en las consecuencias derivadas de un puritanismo propio de la época en la que él trabajó. Utilizó la palabra falo para designar a todo aquello que, en lugar de designar a lo que antiguamente se había considerado como representante de fortuna, placer, fecundidad y vida, en su época pasó a ubicarse en la ecuación fálica, por la cual en lugar del falo se podía ubicar el lugar del hijo, el lugar del dinero, el lugar de las joyas, el lugar de la vestimenta, el lugar del éxito, el lugar de la fama y el reconocimiento, es decir todos los modos de representación de algo deseable, imaginarizable. Y a pesar de que en la antigüedad las representaciones del órgano sexual femenino asociado a la significación de riqueza y fecundidad, también fueron muy abundantes, el hecho de que se haya escogido específicamente el falo para designar a todo lo que de deseable ofrece nuestra cultura tiene una razón de ser. Pues hay algo, específicamente vinculado con la significación simbólica del órgano sexual femenino que nuestra cultura desechó, digamos que todos aquellos placeres que derivan de aspectos más "invisibles". El falo representa, en la cultura moderna, esa manera de obtener placer de las cuestiones netamente materiales, económicas, racionales y visibles, mientras que la desaparición del simbolismo de la vagina evidencia la desaparición o por lo menos la significativa reducción de los placeres asociados con todo aquello que está más allá de la realidad cuantificable, comparable y visible, de los placeres que se esconden en los aspectos más ocultos, insignificantes e ilógicos de la naturaleza. Pero sobre la manera específicamente femenina de obtener placer (y que está asociada a la vagina) en comparación con la obtención de placer fálico, también los sabios de la antigüedad se hiceron preguntas. El sabio Tiresias, que adquirió el don de la clarividencia tras quedarse ciego, y que fue varón y luego hembra, admitió que las mujeres obtenían diez veces más placer que los hombres y dio la razón a Zeus que, en su disputa con Hera en el Olimpo, había apostado que la mujer obtenía más placer, mientras que su esposa sostenía lo contrario.
Por desgracia, en nuestros tiempos vemos que muchos de los procesos del cuerpo propiamente femeninos están fuertemente asociados al dolor, cuando la realidad es que ni las reglas ni los partos tendrían por qué ser dolorosos, ya no digamos el acto sexual. Cuando Freud en "Tres ensayos sobre la teoría de la sexualidad", escribió que el placer y el orgasmo femenino de una mujer madura y sana estaba centrado en la vagina, quedaba claro que él era conocedor de este nivel de obtención de placer propiamente femenino más elevado que el del orgasmo clitoridiano. Así, identificó a este último como un tipo de orgasmo propio de una forma de sexualidad más temprana, podría decirse inmadura o infantil, quizás podría haber añadido que esta forma de sexualidad infantil asociada al clítoris, y por ende al falo, es extrapolable a ambos sexos, no sólo a la mujer. El recorrido en la evolución del desarrollo para obtener placer en la mujer es más rico y profundo que en el hombre, y puede llegar a ser infinitamente ampliado. Mientras que el simbolismo del órgano sexual masculino está asociado a lo medible, cuantificable, comparable y finito, el de la mujer lo está a lo infinito, incomparable, incalculable, misterioso y oculto, ambos pueden ser explorados por hombres y mujeres. La relación del simbolismo vaginal con lo infinito e invisible pone en evidencia que hayan sido precisamente estas cuestiones las que el racionalismo capitalista haya desechado y rechazado, siendo el valor fálico el predominante y derivando con ello en una serie de patologías neurotizantes que antes no se daban. En cuanto a lo simbólico no es una cuestión patriarcal, es una cuestión derivada del cambio de paradigma propio de la modernidad.
La cantidad de críticas que le han llovido desde entonces a Freud por estas afirmaciones han sido innumerables, es evidente que no se conocen los aspectos profundos y ocultos de la sexualidad femenina como tampoco las del inconsciente que parece oculto a nuestros ojos y que sin embargo se convierte en el principal motivo de bloqueo de tantas cuestiones físicas. Las evidencias lógicas y visibles no sirven para mucho frente a la evidencia de enriquecimiento, desarrollo y florecimiento que el conocimiento de lo invisible aporta al ser humano. Tampoco nos extraña que las falsas hordas de feminismo moderno se abanderen en la satisfacción clitoridiana, es triste ver a tantas mujeres despreciando su propia sexualidad (se ha llegado incluso a decir que el orgasmo vaginal es una invención misógina!!), elevando y alabando en sus altares al dios/máquina del falo expendedor de orgasmos, como el Satisfyer y otro tipo de engendros similares. Se observa también que el predominio fálico hace que muchas mujeres se coloquen en este lugar objetivizante que las hace ser el falo, y por tanto pueden ser comparables, medibles y sustituibles, lugar que es sin duda el que fomenta las relaciones celotípicas. Una mujer que vive satisfactoriamente su sexualidad no tiene necesidad de compararse ni de hacerse más "elegible" en el mercado del amor.
Pero volviendo a la cuestión psicoanalítica, Lacan introduce la dimensión imaginaria y la simbólica, de manera que en todo lo que tenga que ver con el falo imaginario, hablaríamos de la dimensión representacional del falo. Es decir, todo aquello que se puede representar, imaginar, fantasear, poner en una imagen pictórica que puedo imaginar y justamente por eso está en el plano de lo imaginario. Pero en todo lo que no podemos nombrar ni representar se encontraría la dimensión simbólica del falo, no sabemos decir que es lo que nos produce el deseo, pero algo produce el movimiento del deseo: estudiamos, trabajamos, nos enamoramos, es decir, eso funciona, no podemos nombrarlo, no sabemos que es lo que nos causa, simplemente funciona como significante del deseo y se desliza metonímicamente en la cadena. Cualquier significante que sea tocado por la dimensión del significante fálico va a tomar la connotación de un deseo. Cuando podemos nombrar, "esto es lo que yo quiero" estamos en el plano del falo imaginario. El falo simbólico es simplemente el significante del deseo. En esa medida, todos los elementos que sean tocados por el significante del deseo en el punto donde se imaginarizan, sufren lo que Lacan ubica como una "degradación".
Así también Francoise Doltó diferenció entre dos tipos de castración, una más bien neurotizante por impedir la circulación del deseo, y otra vivificante y estimulante que obliga a renunciar a una fuente primitiva de obtención de placer con la promesa de mayores satisfacciones y placeres maduros más ricos. La castración en el plano imaginario es un impertivo mortificante y anulante del deseo, mientras que la castración en el plano simbólico es dadora de vida.
Lo que designa el significante del deseo es el elemento innombrable. Designa una falta y se remite a lo que aparece bajo la función del velo. Cuando se trata de la función del velo, entonces ya entramos en algo del simbolismo más propiamente vaginal, se trata de ese elemento que vela algo que está por detrás y que no sabemos qué es. Exactamente lo que designa Lacan en ese punto es que siempre está en juego el elemento de lo que no se muestra, lo que está detrás del velo, que es básicamente una falta. Uno va a ver que hay ahí, y allí no hay nada, es una falta que se sustenta, no en la ausencia de pene, sino en la presencia del vacío. Y esto lo designan los ritos de iniciación en las antiguas culturas, en donde está en juego el punto del rito de iniciación que consiste en ir a ver qué hay detrás del velo. Todas las cuestiones esotéricas enlazan con el simbolismo vaginal, pues se vinculan con el conocimiento singular que procede del interior, en donde el vacío adquiere un valor en relación al desconocimiento que está integrado en todo conocimiento y que nos permite ampliarlo de manera infinita, e impulsarnos en el deseo de ampliar los límites de nuestro verdadero ser.
En la Villa de los Misterios en Pompeya, en uno de los frescos se pinta a una chica que levantaba el velo y encontraba lo que había detrás, puesto en una figura que era una especie de ángel y al mismo tiempo un demonio. Se encontraba la figura de lo que no debe mostrarse. El pudor designa lo que no debe mostrarse, es decir, designa la dimensión de un deseo, designa la dimensión del significante de la falta. Eso es lo que se pone en juego a nivel del significante fálico. La excesiva burocratización de las cuestiones sexuales tan propia de nuestra época es una evidencia de los intentos por eliminar la fuerza vivificante y revolucionaria que representa el deseo, esa base sólida deseante del sujeto que se sustenta precisamente en lo que no puede ser dicho, pero sí expresado. Por tanto, entre el significante falo y el significante falta hay un camino que se recorre, así como también el placer femenino puede ser ampliado, hasta el punto en que, con respecto al simbolismo vaginal, ya no cabría hablar de ausencia o falta de pene, sino de presencia de vacío. Ese camino que va del significante imaginario del falo al significante simbólico y finalmente al real, desembocaría en un anudamiento o entrelazamiento de las 3 dimensiones, en las cuales toda sexualidad se enriquece, la de hombres y mujeres.
El simbolismo vaginal frente al fálico es también el que nos abre paso al camino del amor, pues lo más específicamente propio y singular que es del ámbito del Uno, no podrá nunca ser comparable ni cuantificable o medible. Lo que nos hace únicos a la mirada del otro está por fuera del ámbito de lo "visible", y pertenece más bien al ojo interior, al que todos los sabios de la antigüedad anhelaban llegar.
A menudo, en los contextos actuales lo que se suele especificar cuando hablamos del falo, es que éste no quiere decir literalmente pene o clítoris, y sin embargo, ciertamente parece que es necesario recordar que también el sentido literal le corresponde, está presente y no debe ignorarse. A menudo la excesiva teorización filosófica nos hace olvidar lo más básico. Freud no escogió esta palabra por capricho personal, pues el falo ha tenido una significación instalada en la cultura durante siglos que, sin duda, partiendo del órgano sexual y la obtención de placer asociada a éste, ha ido mucho más allá, llegando a generar una exaltación sacra del pene. Las abundantes y numerosas representaciones fálicas en las sociedades antiguas nos dan pistas sobre la importancia cultural y cultual del mismo.
La simbología del falo como portador de vida, placer, fortuna y felicidad se encuentra por todas partes en las religiones de la antigüedad, de la misma manera que también abundan las representaciones de vaginas y de órganos sexuales femeninos. El carácter sagrado de la sexualidad la convierte en símbolo de vida (pequeña muerte y resurrección), este es el trasfondo de las representaciones sexuales en la antigua religiosidad de la que todavía se observan ejemplos claros en la escultura románica. En sus orígenes estas representaciones estuvieron ligadas a los cultos de la vegetación y la agricultura. En la cultura grecorromana, fueron los cultos de la agricultura transformadora, en torno a la vid o al trigo, en donde se desarrollaron el uso de la obscenidad ritual y de la sexualidad exuberante. Por ejemplo, en el culto de Dioniso, con su procesión de seres de sexualidad y potencia desenfrenada, como los sátiros, que persiguen cíclicamente a las ninfas entre los efluvios del vino sagrado. En Atenas, fiestas como las Dionisias rurales, entre otras, contaban con procesiones fálicas. En el caso de Deméter, la procesión que iba camino a Eleusis desde Atenas recibía una lluvia de obscenidades y bromas sexuales al cruzar el puente que unía las dos localidades. De estas prácticas ha quedado una herencia observable en algunas tradiciones como la del entroido de Laza, en Galicia.
Figurita de terracota «Baubo», fueron producidas en masa en los entornos griegos y helenísticos, comunes amuletos contra el mal de ojo, las había de varios estilos, si bien lo básico es que siempre exponen la vulva de alguna forma
El simbolismo sexual tiene un papel muy importante no solo en el culto sino también en el mito, como recoge la figura de la anciana Baubo, que, al hacer un gesto obsceno con sus genitales, logra que sonría Deméter, triste por la pérdida de Perséfone, y que acepte la bebida de cebada. Yambe y Baubo personifican el poder apotropaico de lo obsceno. Las canciones subidas de tono, en métrica yámbica, se cantaban para aliviar la tensión emocional en los misterios eleusinos. Estos versos, de inventiva y sexualidad latente, o las representaciones de las cerámicas áticas, celebran el poder del ámbito de vida cíclica, el pan y el vino, bajo la protección de Deméter y Dioniso. También en los misterios antiguos es posible que abundaran las representaciones «comestibles» de estos órganos, en forma de panes, pasteles o bollos: en los rituales de las arreforias o quizá incluso en Eleusis, en donde las formas de falos y vaginas podían estar relacionadas con las revelaciones divinas. También en la antigua India, otro dios «dionisíaco» de vida, muerte y regeneración es Shiva, representado por el «lingam» o falo cósmico para el culto, colocado dentro de un «ioni», o vagina simbólica.
Un típico ioni (vulva) de piedra, encontrado en el santuario Cat Tiên (en Lam Dong, Vietnam).
Sin ir más lejos, también el pantocrator románico es una especie de "ioni lingam" cristiano.
Románico sexual en la iglesia parroquial de San Martín de Mondoñedo. La representación de la unión sexual como también las figuras obscenas fueron muy habituales en el arte románico.
Tiresias y el supremo placer femenino. El sabio Tiresias transformado por Hera en mujer tras haber matado a la serpiente hembra durante el acto sexual, grabado de Johann Ulrich Kraus c. 1690.
Por desgracia, en nuestros tiempos vemos que muchos de los procesos del cuerpo propiamente femeninos están fuertemente asociados al dolor, cuando la realidad es que ni las reglas ni los partos tendrían por qué ser dolorosos, ya no digamos el acto sexual. Cuando Freud en "Tres ensayos sobre la teoría de la sexualidad", escribió que el placer y el orgasmo femenino de una mujer madura y sana estaba centrado en la vagina, quedaba claro que él era conocedor de este nivel de obtención de placer propiamente femenino más elevado que el del orgasmo clitoridiano. Así, identificó a este último como un tipo de orgasmo propio de una forma de sexualidad más temprana, podría decirse inmadura o infantil, quizás podría haber añadido que esta forma de sexualidad infantil asociada al clítoris, y por ende al falo, es extrapolable a ambos sexos, no sólo a la mujer. El recorrido en la evolución del desarrollo para obtener placer en la mujer es más rico y profundo que en el hombre, y puede llegar a ser infinitamente ampliado. Mientras que el simbolismo del órgano sexual masculino está asociado a lo medible, cuantificable, comparable y finito, el de la mujer lo está a lo infinito, incomparable, incalculable, misterioso y oculto, ambos pueden ser explorados por hombres y mujeres. La relación del simbolismo vaginal con lo infinito e invisible pone en evidencia que hayan sido precisamente estas cuestiones las que el racionalismo capitalista haya desechado y rechazado, siendo el valor fálico el predominante y derivando con ello en una serie de patologías neurotizantes que antes no se daban. En cuanto a lo simbólico no es una cuestión patriarcal, es una cuestión derivada del cambio de paradigma propio de la modernidad.
Bóvedas de crucería de la catedral de Reims
En la antigüedad el simbolismo vaginal se encuentra por todas partes representado, otra cosa es la capacidad de la visión racionalista del mundo moderno para detectarlo, y esa es precisamente su mayor riqueza, que solo se muestra a quien puede verlo.
Vidrieras góticas en la Catedral de León
Una vidriera atravesada por la luz sin romperla, sería similar, espiritualmente, a la
concepción de María sin la pérdida de su virginidad.
Pero volviendo a la cuestión psicoanalítica, Lacan introduce la dimensión imaginaria y la simbólica, de manera que en todo lo que tenga que ver con el falo imaginario, hablaríamos de la dimensión representacional del falo. Es decir, todo aquello que se puede representar, imaginar, fantasear, poner en una imagen pictórica que puedo imaginar y justamente por eso está en el plano de lo imaginario. Pero en todo lo que no podemos nombrar ni representar se encontraría la dimensión simbólica del falo, no sabemos decir que es lo que nos produce el deseo, pero algo produce el movimiento del deseo: estudiamos, trabajamos, nos enamoramos, es decir, eso funciona, no podemos nombrarlo, no sabemos que es lo que nos causa, simplemente funciona como significante del deseo y se desliza metonímicamente en la cadena. Cualquier significante que sea tocado por la dimensión del significante fálico va a tomar la connotación de un deseo. Cuando podemos nombrar, "esto es lo que yo quiero" estamos en el plano del falo imaginario. El falo simbólico es simplemente el significante del deseo. En esa medida, todos los elementos que sean tocados por el significante del deseo en el punto donde se imaginarizan, sufren lo que Lacan ubica como una "degradación".
Así también Francoise Doltó diferenció entre dos tipos de castración, una más bien neurotizante por impedir la circulación del deseo, y otra vivificante y estimulante que obliga a renunciar a una fuente primitiva de obtención de placer con la promesa de mayores satisfacciones y placeres maduros más ricos. La castración en el plano imaginario es un impertivo mortificante y anulante del deseo, mientras que la castración en el plano simbólico es dadora de vida.
Lo que designa el significante del deseo es el elemento innombrable. Designa una falta y se remite a lo que aparece bajo la función del velo. Cuando se trata de la función del velo, entonces ya entramos en algo del simbolismo más propiamente vaginal, se trata de ese elemento que vela algo que está por detrás y que no sabemos qué es. Exactamente lo que designa Lacan en ese punto es que siempre está en juego el elemento de lo que no se muestra, lo que está detrás del velo, que es básicamente una falta. Uno va a ver que hay ahí, y allí no hay nada, es una falta que se sustenta, no en la ausencia de pene, sino en la presencia del vacío. Y esto lo designan los ritos de iniciación en las antiguas culturas, en donde está en juego el punto del rito de iniciación que consiste en ir a ver qué hay detrás del velo. Todas las cuestiones esotéricas enlazan con el simbolismo vaginal, pues se vinculan con el conocimiento singular que procede del interior, en donde el vacío adquiere un valor en relación al desconocimiento que está integrado en todo conocimiento y que nos permite ampliarlo de manera infinita, e impulsarnos en el deseo de ampliar los límites de nuestro verdadero ser.
La interpretación más habitual de los frescos de la Villa de los Misterios en Pompeya (construida en el s. II a.C.) es que se trata de la iniciación de una mujer en un culto especial a Dioniso o un culto órfico, un culto mistérico que requería ritos específicos y rituales para convertirse en miembro. Las imágenes son muy elocuentes: un niño leyendo el ritual bajo la supervisión de una matrona, una joven que lleva una bandeja con ofrendas, un grupo de señoras en una celebración sacramental, un sileno que toca una lira mientras una jovencita ofrece su seno a una cabra, otro viejo sileno ofrece bebidas a un pequeño sátiro mientras otro más joven le alcanza una máscara teatral, entre muchas otras. También se representan las bodas de Dioniso y Ariadna.
En la Villa de los Misterios en Pompeya, en uno de los frescos se pinta a una chica que levantaba el velo y encontraba lo que había detrás, puesto en una figura que era una especie de ángel y al mismo tiempo un demonio. Se encontraba la figura de lo que no debe mostrarse. El pudor designa lo que no debe mostrarse, es decir, designa la dimensión de un deseo, designa la dimensión del significante de la falta. Eso es lo que se pone en juego a nivel del significante fálico. La excesiva burocratización de las cuestiones sexuales tan propia de nuestra época es una evidencia de los intentos por eliminar la fuerza vivificante y revolucionaria que representa el deseo, esa base sólida deseante del sujeto que se sustenta precisamente en lo que no puede ser dicho, pero sí expresado. Por tanto, entre el significante falo y el significante falta hay un camino que se recorre, así como también el placer femenino puede ser ampliado, hasta el punto en que, con respecto al simbolismo vaginal, ya no cabría hablar de ausencia o falta de pene, sino de presencia de vacío. Ese camino que va del significante imaginario del falo al significante simbólico y finalmente al real, desembocaría en un anudamiento o entrelazamiento de las 3 dimensiones, en las cuales toda sexualidad se enriquece, la de hombres y mujeres.
El simbolismo vaginal frente al fálico es también el que nos abre paso al camino del amor, pues lo más específicamente propio y singular que es del ámbito del Uno, no podrá nunca ser comparable ni cuantificable o medible. Lo que nos hace únicos a la mirada del otro está por fuera del ámbito de lo "visible", y pertenece más bien al ojo interior, al que todos los sabios de la antigüedad anhelaban llegar.