Maravilloso bordado de Andrea Zanatelli, con el que ilustrar el concepto de cosmovisión
Dentro del particular contexto político e ideológico que hoy tiende a impregnarlo casi todo, hablar de memoria implica casi siempre hablar de dictadura y de fascismo, aunque no sea, por supuesto, el único lugar al que puede conducirnos esta palabra. La historia del ser humano es muchísimo más amplia, hasta tal punto que entre un humano de la época de las cavernas y uno de nuestros tiempos no hay, biológicamente, ninguna diferencia. Nuestras capacidades siguen siendo las mismas, por más tecnología que hayamos desarrollado. Eso sí, en el medio hay muchos siglos de cultura a donde poder remontarnos apelando a la memoria o a la capacidad de recordar, palabra cuyo origen etimológico nos descubre que re-cordar es volver al corazón. La etimología es una de las mejores y más bellas formas de rescatar la memoria, comprender lo que nuestros antepasados querían decir cuando empleaban las mismas palabras que usamos hoy, es como tirar de un hilo de oro que nos va guiando por el camino del corazón. Pero no siempre la palabra memoria nos conduce por ese camino, también lo puede hacer por los caminos del odio y la división. Y es por ello que a veces conviene aclarar a qué nos referimos cuando hablamos de memoria.
El psicoanálisis nos enseña que la memoria no almacena lo que uno ha vivido, sino las interpretaciones subjetivas de lo que se cree haber vivido. Para Lacan la memoria responde más al Otro que al propio sujeto. Poner palabras a este tipo de recuerdos ayuda a diferenciarnos del Otro, a encontrar lo que de propio puede existir en el sujeto. ¿Qué es lo que hace que, a pesar de las particularidades culturales en las que vivimos, no haya nada esencial que nos diferencie de un habitante de las cavernas? Si existieran los viajes en el tiempo ¿podríamos comunicarnos e incluso entendernos con un pintor de la cueva de Altamira? Aunque tampoco es necesario viajar en el tiempo para poner un ejemplo tan irreal, pues igual de utópico podría ser pretender que una persona se entendiese con otra cuya forma de vida es completamente diferente a la suya. ¿Qué es lo que hace de nosotros seres humanos y no caballos? Platón denominó arquetipos a esta esencia de la 'caballidad' o de la 'humanidad' que hace que seamos seres humanos y no peces, por ejemplo. También para esto mismo podríamos citar a Cicerón en el 'Comentario al sueño de Escipion', pues el tipo de memoria al que él hace referencia es la que trata de rescatar la esencia que trasciende las interpretaciones subjetivas.
“Pues si las almas transportaran con ellas hasta el cuerpo el recuerdo de las cosas divinas, de las cuales tenían conocimiento en el cielo, no habría ningún desacuerdo entre los hombres a propósito de la divinidad; pero lo cierto es que todas, al descender, beben el olvido, si bien, unas más, otras menos. En consecuencia, aunque en la tierra la verdad no es evidente para todo el mundo, todo el mundo, sin embargo, tiene una opinión, porque la falta de memoria es el origen de la opinión. Ahora bien, quienes bebieron menos del olvido, descubren mejor la verdad, porque recuerdan fácilmente lo que previamente conocieron allá arriba. He aquí por qué lo que en latín se llama “lectura”, en griego se llama “conocimiento recuperado”, porque cuando estamos aprendiendo la verdad, reconocemos aquellas cosas que naturalmente sabíamos antes de que la afluencia de materia embriagara a las almas cuando llegan a sus cuerpos.”
Para nuestros antepasados griegos, la palabra lectura tuvo unos matices un tanto diferentes de lo que hoy entendemos por lectura. Incluso una palabra como esa, tan legítima y sublime como ella, también hoy está manchada por cuestiones ideológicas. Pero para comprender mejor de donde vienen estos lodos, remontemonos a los siglos del proto cristianismo, a los 3 o 4 primeros siglos de nuestra era, los cuales dieron origen a la tradición cristiana. Nos interesa clarificar las diferencias existentes entre lo que es tradición cristiana y lo que es ideología cristiana, tratar de desmontar muchas ideas y posturas que sustentan errores y prejuicios largamente arrastrados hasta nuestros días. Así como la comprensión de los mitos griegos o hindúes no genera rechazo ni conflictividad entre creyentes y no creyentes, nos encontramos, sin embargo, con muchos prejuicios y barreras ideológicas para la comprensión de la mitología propiamente cristiana, aquella que define específicamente nuestra forma de vida y que esconde la motivación última de muchas de nuestras actividades cotidianas.
Y es que además de la cristiana, podríamos hacer referencia a la tradición budista, a la tradición judía o a la del islam y en todas deberíamos hablar igualmente de cosmovisión, es decir, la manera de comprender la inmanencia como parte de la trascendencia, y no de ideología, pues el motivo por el cual se hayan confundido y entremezclado con la política ha sido precisamente la escisión entre esoterismo y exoterismo, entre trascendencia e inmanencia.
¿Cuáles son los principios y causas del mundo?
Grabado de Camille Flammarion: L'Atmosphere: Météorologie Populaire (París, 1888).
Grabado de Camille Flammarion: L'Atmosphere: Météorologie Populaire (París, 1888).
Aclararemos primero que la tradición cristiana tiene en su interior diferentes variables, como son la vía católica, la ortodoxa o el protestantismo, a menudo poco conocidas a pesar incluso de todo lo que nos une, pues la figura central para todas ellas es Jesús de Nazaret, maestro y encarnación de Dios en la tierra. La historia de Jesucristo, reflejada en el Nuevo Testamento marca también el comienzo de la historia en Occidente, pues el año de su nacimiento define un antes y un después en el cómputo de los años. El cristianismo no solo se desarrolla dentro de una tradición anterior, mucho más antigua, que es el judaísmo, sino que además, engendrado por el Espíritu Santo y encarnado en la Virgen María, Jesucristo al nacer es recibido por los Reyes Magos de Oriente, representantes de la tradición primordial, en este caso específicamente oriental. Ya desde su nacimiento, Jesús es una figura controvertida, si Dioniso fue el nacido dos veces, Jesucristo es el nacido tres veces, con tres maestros de la tradición perenne que lo reciben, le traen el oro porque lo reconocen como rey, le traen el incienso porque lo reconocen como sacerdote y la mirra, símbolo de incorruptibilidad, porque lo reconocen como profeta. Y es que al hablar de tradición primordial podemos ya intuir que todas las particularidades locales y específicas de cada tradición se entrelazan y complementan entre sí, pues no existe competencia cuando todas hablan de lo mismo. El hecho de que, por ejemplo, el cristianismo haya integrado en su tradición símbolos propios de la tradición celta, como el árbol o el muérdago, no implica competencia sino fusión entre tradiciones que hablan el mismo lenguaje, pues todas las culturas y civilizaciones se han valido de símbolos parecidos para dar a su pueblo una enseñanza común acerca del Gran Misterio.
Es curioso comprobar como hoy en día los mismos que dicen defender la tradición pagana como algo más acorde y fácil de reconciliar con la Ciencia moderna, frente a la "imposición" de la Iglesia Católica, son también los que evangelizan acerca del salvajismo de conservar tradiciones tan paganas como la cultura taurina y el sacrificio de animales. Si hoy en día consideramos salvaje el sacrificio de animales es precisamente por la evolución que supuso el paso natural de la cosmovisión pagana hacia otra de un carácter espiritual más elevado como es la cristiana. Pero si las religiones paganas son herederas de la religión oficial practicada en Grecia y Roma, debemos mencionar también los cultos mistéricos, los cuales pueden conectar mejor con los inicios del cristianismo, pues para acceder a ellos era necesaria una iniciación, por tanto un mayor conocimiento espiritual del que exigía la práctica oficial de la religión en Grecia. Podemos incluso observar como es que a partir de los cultos mistéricos realizados en Grecia, empiezan a aparecer los primeros templos concebidos para alojar a los fieles (tal como hoy los conocemos), y no exclusivamente a la divinidad. A través del mito de Abraham que marca el fundamento del monoteísmo, y de las tres principales religiones de occidente: Judaísmo, Cristianismo e Islam se comprende la evolución de una cosmovisión que no crea algo de la nada, sino que construye a partir de la continuidad.
El Nuevo Testamento no se podría comprender sin sus raíces en los patriarcas judíos del Antiguo Testamento. La figura del mesías empieza a aparecer en la tradición judía a partir de la destrucción del templo de Jerusalén, con la invasión de Nabucodonosor y la posterior diáspora de los judíos. Es en ese momento, a partir del 700 a.C., cuando se empieza a hablar de un mesías que libere y saque al pueblo de la esclavitud. Especialmente a partir del 300 a.C. se intensificará esta idea, cuando el pueblo judío caiga bajo la dominación griega, con Alejandro Magno. Para los cristianos esa figura del Mesías es Jesucristo, sin embargo, los judíos continúan a día de hoy esperando su llegada, para ellos Cristo es tan solo un profeta o un maestro.
Los primeros que vieron y convivieron con Jesucristo fueron judíos con un marcado sentido mesiánico, para ellos no hubo dudas con respecto a Jesucristo, los problemas comenzaron en los siglos posteriores, entre los ya propiamente denominados cristianos. La vida pública de Jesucristo durante 3 años es la que da lugar al Evangelio, el cual no es solo un género literario completamente nuevo, también es un género total, cerrado, pues sería ya una profanación escribir un Evangelio. A partir de la conversión de Pablo de Tarso en Damasco, será cuando comienza la evangelización y con ella la enorme expansión que se producirá en el cristianismo. Una diferencia fundamental con el judaísmo es que éste último requiere de la pertenencia a un linaje, es decir tener sangre judía, mientras que el cristianismo exige únicamente ser iniciado. La predicación del mensaje cristiano tuvo lugar en un momento en el que la fusión del espíritu griego (que comprendía la lengua y la cultura) con la vida oriental promovieron un intercambio cultural propio del helenismo, entre filosofía y religión que marcó, a pesar de las diferencias particulares, una marea unificante. El cristianismo es fruto del encuentro entre el pensamiento hebreo y el griego.
Como ya hemos mencionado en otros artículos, René Guénon nos dice que el dominio propio del Cristianismo parece haber sido exclusivamente esotérico o iniciático, siguiendo las pistas que nos ofrecen tanto el carácter excepcional de ser una tradición sin lengua sagrada, como también por ser una tradición sin ley. Además de no encontrar en el Evangelio ninguna prescripción considerada como ley, la frase “Dad al César lo que es del César” parece implicar la aceptación de una legislación exterior, aquella que existía en el momento. Por tanto, el cristianismo se vio obligado a desarrollar un exoterismo (religión) que en sus inicios no poseía.
Siguiendo a Guénon podemos hacer una distinción fundamental a partir del Concilio de Nicea en el 325, con el emperador Constantino: el paso del Cristianismo esotérico al Cristianismo exotérico. Hasta el siglo III o IV, las primeras comunidades cristianas, los apóstoles (ungidos por el propio Jesús) o seguidores de Cristo conservan un conocimiento y una serie de ritos de iniciación, como el bautismo y la eucaristía, que hasta el siglo III son perseguidos por el Imperio Romano, de hecho Cristo es ajusticiado por un contubernio romano-hebraico, son los fariseos (judíos) los que bajo el dominio romano lo llevan a juzgar ante Poncio Pilato.
Será en la Edad Media en donde la religión empieza a tener una función clave para tratar de religar (exotéricamente) la unidad perdida que se encontraba en el núcleo esotérico de sus inicios. Las grandes disquisiciones acerca de qué es Cristo marcan el debate cristológico propio de la Edad Media, en el que los grandes Padres de la Iglesia discuten sobre la naturaleza de Cristo, la naturaleza del alma, y la naturaleza de María, la cual será considerada madre de Dios tanto para los católicos como para los ortodoxos. María será la gran mediadora, ella es la que se aparece, la que tiene un sinfín de advocaciones, su marcado carácter divino marca una diferencia con respecto a los protestantes, para quienes únicamente es la madre de Jesús. Aunque hoy nos parezcan absurdos, los debates esotéricos acerca de lo que es la inmanencia y lo que es la trascendencia fueron claves para comprender la complejidad de una cosmovisión hoy substituida por la ideología.
Descubrir en la figura de Cristo la presencia de una divinidad mayor implica que jamás podremos reducir un misterio a algo público. La posterior separación entre el misterio esotérico y la necesidad de unas normas exteriores como son las de la religión y por tanto el exoterismo, son las que han ido acercando la religión a la ideología, pues cuando se rompe el vínculo de unión entre lo inmanente como parte de lo trascendente, es cuando nacen las ideologías. El verdadero creyente sabe que su verdad es parte de la totalidad, y que solo nos ha sido revelada una parte.
La ideología se torna fanatismo con mucha facilidad, lo cual es una marca de nuestros tiempos. Es con el inicio de la modernidad cuando el cristianismo empieza a convertirse en una moda, las tradiciones se convierten exotéricamente en fachadas, se exacerban ciertas enseñanzas que edulcoran y sentimentalizan un contenido al que, por suerte, aún podemos volver mediante la lectura de sus textos sagrados.
Muchas de las ideas expresadas en este artículo reproducen las expresadas por Sebastián Porrini y Diego Ortega en: