Dos San Juan

 

ACERCA DE LOS DOS SAN JUAN (1)

Aunque el verano sea considerado generalmente como una estación alegre y el invierno como una triste, por el hecho de que el primero representa en cierto modo el triunfo de la luz y el segundo el de la oscuridad, los dos solsticios correspondientes tienen sin embargo, en realidad, un carácter exactamente opuesto al indicado; puede parecer que hay en ello una paradoja harto extraña, y empero es muy fácil comprender que sea así desde que se posee algún conocimiento sobre los datos tradicionales acerca del curso del ciclo anual. En efecto, lo que ha alcanzado su máximo no puede ya sino decrecer, y lo que ha llegado a su mínimo no puede, al contrario, sino comenzar a crecer a continuación (2); por eso el solsticio de verano señala el comienzo de la mitad descendente del año, y el solsticio de invierno, inversamente, el de su mitad ascendente; y esto explica también, desde el punto de vista de su significación cósmica, estas palabras de San Juan Bautista, cuyo nacimiento coincide con el solsticio estival: "Él (Cristo, nacido en el solsticio de invierno) conviene que crezca, y yo que disminuya" (3). Sabido es que, en la tradición hindú, la fase ascendente se pone en relación con el deva-yâna, y la fase descendente con el pitr-yâna; por consiguiente, en el Zodíaco, el signo de Cáncer, correspondiente al solsticio de verano, es la "puerta de los hombres", que da acceso al pitr-yâna, y el signo de Capricornio, correspondiente al solsticio de invierno, es la "puerta de los dioses", que da acceso al deva-yâna. En realidad, el período "alegre", es decir, benéfico y favorable, es la mitad ascendente del ciclo anual, y su período "triste", es decir, maléfico o desfavorable, es su mitad descendente; y el mismo carácter pertenece, naturalmente, a la puerta solsticial que abre cada uno de los dos períodos en que se encuentra dividido el año por el sentido mismo del curso solar.

1. Esta idea se encuentra, particularmente, expresada varias veces y en formas diversas en el Tao-te-King; se la refiere más en especial, en la tradición extremo-oriental, a las vicisitudes del yin y el yang.

2. San Juan, III, 30.

3. Esas fiestas se sitúan en realidad un poco después de la fecha exacta de los solsticios, lo que manifiesta de modo aún más nítido su carácter, ya que el descenso y el ascenso han comenzado ya efectivamente; a esto corresponde, en el simbolismo védico, el hecho de que las puertas del Pitri-loka y del Deva-loka se consideran situadas respectivamente, no exactamente al sur y al norte, sino hacia al sudoeste y el nordeste.

Extraído de Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada (Buenos Aires, Eudeba, 1988), de René Guénon.


El 24 de junio (solsticio de verano) se conmemora el nacimiento de San Juan Bautista, que según los evangelistas nació seis meses antes que Jesucristo, siendo el único santo del que se celebra el nacimiento y no la muerte. Es el último de los profetas y el precursor del Nuevo Testamento, prepara el camino para la llegada de Cristo (como Elías lo había hecho en el Antiguo Testamento) y también lo identifica cuando llega. Un asceta que vive y predica en el desierto, va vestido con ropa de pelo de camello y lleva un cinturón de cuero. Se alimenta de miel silvestre y langostas.

Yo soy la voz de alguien que grita en el desierto ‘¡Hagan que el camino de Jehová quede recto!’, tal como dijo el profeta Isaías (Juan 1:19-23).

Si no eres el Cristo ni Elías ni el Profeta, ¿entonces por qué bautizas?, le preguntan intrigados. En respuesta, Juan les dice: Yo bautizo en agua. Hay alguien entre ustedes al que no conocen. Es el que viene detrás de mí (Juan 1:25-27).

Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es aquel de quien yo dije: "Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo." Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel. (Jn 1, 29-34)

San Juan Bautista abre el Nuevo Testamento y San Juan Evangelista lo cierra.

El 27 de diciembre (solsticio de invierno) la Iglesia conmemora a San Juan Evangelista, el más místico y poético de los cuatro, Juan utiliza un lenguaje simbólico de gran altura teológica, por ello se le representa con un águila, un animal considerado como ‘el ojo que todo lo ve’ capaz de mirar al sol directamente y de ascender por encima de las nubes, imagen de la luz espiritual, la profundidad y el fuego. Es considerado en muchas ocasiones como 'el divino' o 'el discípulo amado de Jesús', su estilo literario está plagado de significaciones relacionadas con la renovación espiritual. El patriarca ecuménico de Constantinopla, Atenágoras afirmó: «Juan se encuentra en el origen de nuestra más elevada espiritualidad. Como él, los "silenciosos" conocen ese misterioso intercambio de corazones, invocan la presencia de Juan y su corazón se enciende»

No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo. 8 El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu. (S. Juan 3:7-8)

Uno de sus elementos iconográficos es la caldera de aceite hirviendo, el martirio que sufrió en tiempos del emperador romano Domiciano y del que salió rejuvenecido. Otro elemento de la iconografía de San Juan es la copa o vaso del que sale una serpiente, originado por la tradición cristiana que cuenta como el sumo sacerdote del templo de Diana en Éfeso le ofreció una copa envenenada que bebió después de bendecirla no causándole ningún mal.

Es San Juan Evangelista quien recoge en su evangelio las palabras de Juan el Bautista según las cuales Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, que se convertirán en un signo de gran importancia litúrgica, ya que en todas las misas, tras el recuerdo de la Cena de Jesús (de la "consagración"), se repite: Cordero de Dios... Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo ¡dichosos los llamados a la Cena del Señor!

Por tanto, a través de los dos San Juan se reunificaría un simbolismo dual presente en el cordero: el del sacrificio y misericordia propios del Viejo Testamento y el de la gracia y alabanza propios del Nuevo Testamento.


Sabido es, por lo demás, que en el cristianismo las fiestas de los dos San Juan están en relación directa con los dos solsticios (3), y, cosa muy notable, aunque nunca la hayamos visto indicada en ninguna parte, lo que acabamos de recordar está expresado en cierta manera por el doble sentido del nombre mismo de "Juan" (4). En efecto, la palabra hebrea hanán tiene a la vez el sentido de "benevolencia" y "misericordia" y el de "alabanza" (es por lo menos curioso comprobar que, en nuestra misma lengua, palabras como "gracia (s)" tienen exactamente esa doble significación); por consiguiente, el nombre Yahanán [o, más bien, Yehohanán] puede significar "misericordia de Dios" y también "alabanza a Dios". Y es fácil advertir que el primero de estos dos sentidos parece convenir muy particularmente a San Juan Bautista, y el segundo a San Juan Evangelista; por lo demás, puede decirse que la misericordia es evidentemente "descendente" y la alabanza, "ascendente", lo que nos reconduce a su respectiva relación con las dos mitades del ciclo anual (5).

3. Esas fiestas se sitúan en realidad un poco después de la fecha exacta de los solsticios, lo que manifiesta de modo aún más nítido su carácter, ya que el descenso y el ascenso han comenzado ya efectivamente; a esto corresponde, en el simbolismo védico, el hecho de que las puertas del Pitri-loka y del Deva-loka se consideran situadas respectivamente, no exactamente al sur y al norte, sino hacia al sudoeste y el nordeste.

4. Queremos referirnos aquí al significado etimológico de ese nombre en hebreo; en cuanto a la vinculación entre Juan y Jano, aunque debe entenderse que es una asimilación fónica sin ninguna relación, evidentemente, con la etimología, no por eso es menos importante desde el punto de vista simbólico, ya que, en efecto, las fiestas de los dos San Juan han sustituido realmente a las de Jano, en los respectivos solsticios de verano e invierno.

5. Recordaremos también, vinculándola más especialmente a las ideas de "tristeza" y "alegría" que indicábamos en el texto, la figura "folklórica" francesa, tan conocida, pero sin duda generalmente no comprendida muy bien, de "Juan que llora y Juan que ríe", que es en el fondo una representación equivalente a la de los dos rostros de Jano; "Juan que llora" es el que implora la misericordia de Dios, es decir, San Juan Bautista; y "Juan que ríe" es el que le dirige alabanzas, es decir, San Juan Evangelista.

 

[...]

 

Por otra parte, según el simbolismo masónico, el trabajo iniciático se cumple “de mediodía a medianoche”, lo que no es menos exacto si se considera el trabajo como una marcha efectuada de la “puerta de los hombres” a la “puerta de los dioses”; la objeción que se podría estar tentado de hacer, en razón del carácter “descendente” de este período, se resuelve por una aplicación del “sentido inverso” de la analogía, como se verá más adelante. En el día, la mitad ascendente es de medianoche a mediodía, la mitad descendente de mediodía a medianoche: medianoche corresponde al invierno y al norte, mediodía al verano y al sur; la mañana corresponde a la primavera y al este (lado de la salida del sol), la tarde al otoño y al oeste (lado de la puesta del sol). Así, las fases del día, como las del mes, pero en escala aún más reducida, representan analógicamente las del año; ocurre lo mismo, de modo más general, para un ciclo cualquiera, que, cualquiera fuere su extensión, se divide siempre naturalmente según la misma ley cuaternaria.

Tal simbolismo se encuentra igualmente entre los los griegos. También entre los latinos, donde está esencialmente vinculado con el simbolismo de Jano. Jano, en el aspecto de que ahora se trata, es propiamente el ianitor [‘portero’] que abre y cierra las puertas (ianuae) del ciclo anual, con las llaves que son uno de sus principales atributos; y recordaremos a este respecto que la llave es un símbolo “axial”. En efecto, Jano [Ianus] ha dado su nombre al mes de enero (ianuarius), que es el primero, aquel por el cual se abre el año cuando comienza, normalmente, en el solsticio de invierno; además, cosa aún más neta, la fiesta de Jano, en Roma, era celebrada en los dos solsticios por los Collegia Fabrorum. Como las puertas solsticiales dan acceso a las dos mitades, ascendente y descendente, del ciclo zodiacal, que en ellas tienen sus puntos de partida respectivos, Jano, a quien hemos visto aparecer como el “Señor del triple tiempo” (designación que se aplica también a Çiva en la tradición hindú), es también, por lo dicho, el “Señor de las dos vías”, esas dos vías, de derecha y de izquierda, que los pitagóricos representaban con la letra Y, y que son, en el fondo, idénticas al deva-yána y al pitr-yâna respectivamente. Por lo demás, Jano presidía los Collegia Fabrorum, depositarios de las iniciaciones que, como en todas las civilizaciones tradicionales, estaban vinculadas con el ejercicio de las artesanías; y es muy notable que esto, lejos de desaparecer con la antigua civilización romana, se haya continuado sin interrupción en el propio cristianismo, y que de ello, por extraño que parezca a quienes ignoran ciertas “transmisiones”, pueden aún encontrarse vestigios en nuestros mismos días.

Extraído de Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada (Buenos Aires, Eudeba, 1988), de René Guénon.

 


Jano bifronte, capilla de Saint-Vulphy, siglo XVI, Rue (Francia)
 

  

Retablo de los santos Juanes, Maestro de Santa Coloma de Queralt, c. 1356


El cielo hizo el agua para Juan-que-llora e hizo el vino para Juan-que-ríe.

Antoine Désaugiers

 

 ¡Ay! ¡Cuántas veces al reír se llora! ¡Nadie en lo alegre de la risa fíe, porque en los seres que el dolor devora el alma llora cuando el rostro ríe!

Juan de Dios Peza