Simbolismo cosmológico

Las concepciones teológicas cristianas han llevado al arte sagrado cristiano a ser capaz de llegar a todos los rincones del planeta, uniendo así lo particular con lo universal-católico. Rosetón en la iglesia del monasterio de Samos.

En sus inicios, el cristianismo no tuvo un simbolismo cosmológico, al menos directamente. La visión cristiana no cubre este aspecto y no tiene lenguaje cosmológico, puesto que es puramente espiritual, Cristo es el valor más alto de esta espiritualidad, y todo lo demás secundario. El cristianismo se mantuvo en consonancia con la tradición judía, que ya había marcado una diferenciación notable con respecto a las religiones naturales de su entorno, al alejar a Dios de los fenómenos naturales y también de la superstición e idolatría que esto conllevaba. Pero, en sus medios de expansión, el cristianismo se encontró, desde el principio, con tradiciones religiosas que utilizaban, precisamente, el lenguaje cosmológico; las religiones antiguas de la Cuenca del Mediterráneo y del Cercano Oriente eran “religiones cósmicas” y, en gran parte, solares, forma habitual de las grandes religiones llamadas “naturales”. El cristianismo no tenía ninguna razón para rechazar los elementos de estas tradiciones capaces de ayudar a la vida religiosa que quería instaurar. El cristianismo asumió, desde el comienzo, la herencia de los gremios de artesanos, sobre todo de los constructores, que utilizaban, por la propia naturaleza de sus trabajos, un simbolismo cosmológico necesariamente vinculado al de las antiguas religiones. No es de extrañar, pues, que se encuentren los temas de ese simbolismo con los propiamente cristianos, con los cuales se armonizaron perfectamente por el hecho de su conformidad a las normas sagradas universales. La clave de integración entre judaísmo y helenismo, supuso, para el cristianismo el hecho de mantenerse fiel a su esencia monoteísta y anti-idolátrica del judaísmo (el cual no desarrolló tanto el arte sagrado precisamente por su rechazo de la idolatría) al mismo tiempo que fue capaz de integrar en su interior las artes simbólicas sagradas heredadas de otras tradiciones, alcanzando así, cotas verdaderamente elevadas en su arte sagrado, a pesar de que ello también supuso mayores peligros de corrupción. Si el cristianismo integró este simbolismo cosmológico en su interior es porque es un camino válido para llegar a Cristo, hoy de hecho comprobamos como es de gran ayuda en el anhelo de espiritualidad que vive nuestra sociedad, sin embargo, también observamos como muchas veces se queda en la mitad del camino, sin llegar a su verdadera trascendencia, que es Cristo.

Quizás sea esta una de las claves para entender la enorme expansión del cristianismo, pues precisamente por haber introducido la novedad de que es Dios quien se acerca al hombre, consiguió alejarlo todavía más de lo que ya lo había alejado la tradición judía. Y al alejar a Dios de la naturaleza consiguió agrandar más el espacio para acoger en su seno a todas las tradiciones religiosas con las que se encontró y que utilizaban el lenguaje del simbolismo cósmico. El carácter “católico” del cristianismo es el que lo ha hecho afirmar la existencia de una Revelación primitiva que, a pesar de las degeneraciones sucesivas, persistió en estado esporádico en todas las tradiciones religiosas: la tradición primordial (edénica) que se encuentra en el origen de toda tradición. La capacidad eterna del cristianismo lo pone en relación incluso con un cristianismo precristiano. Es así que adquirió la capacidad para conectar con ese centro primordial del que emergieron todas las religiones, y al conectar con su centro, pudo asimilarlas rescatando su valor sagrado. El cristianismo adoptó el simbolismo cósmico de las tradiciones paganas, con independencia de su origen y procedencia, pues bajo la primacía de Cristo, como único principio rector, tanto los signos zodiacales como los ritos de las cosechas podían ser integrados, al mismo tiempo que se les colocaba en un lugar secundario y se trataba de minimizar la idolatría que conlleva la creencia en su poder mágico y esotérico que a menudo ha originado tanta superstición. La competencia entre estos falsos ídolos y la divinidad ha sido una lucha permanente por parte del pueblo judío, también del cristianismo, aunque es evidente que la idolatría ha ganado la batalla en numerosas ocasiones, pues la libertad también es un don de Dios. El problema de esto es que, el hecho de que muchos integrantes de la religión cristiana se hayan dejado llevar por la idolatría (el caso de Galicia es un ejemplo claro, en donde los santos y las "ánimas" han tenido, a menudo, más devoción y valor que Cristo) ha provocado que se haya malinterpretado y desfigurado el verdadero trasfondo teológico cristiano. Esas derivas idolátricas hoy ven su máxima expresión en el mundo globalizado, independizado ya de la religión, demostrándose así que no era un error de la concepción cristiana, puesto que con religión o sin ella, el pecado de la idolatría está en la base de la conducta humana universal.


Monasterio de Samos