El libro de Judit


Lucas Cranach: Judit y Holofernes. ca. 1530. Fuente: Wikimedia.


El libro de Judit supone una concepción teológica intermedia entre el libro de los Macabeos y el libro de Daniel, los tres fueron escritos como respuesta a una situación histórica concreta que llevó al límite al pueblo judío, se trata de los conflictos derivados de la imposición de la cultura helenista en el pueblo de Israel. Los problemas del individualismo y del nacionalismo todavía hoy siguen siendo un problema central en nuestra existencia. ¿Cómo hacer para sobrevivir en un mundo que tiende a anular las particularidades del individuo y de los pueblos, sin caer en el separatismo y la individualidad? Esta es la pregunta de base que se encuentra en prácticamente todos los libros del texto bíblico. Sorprende que ningún nacionalismo haya recurrido a este texto para encontrar respuestas (o quizás no).

La situación geo-estratégica de los territorios de Oriente Medio, conectores entre la cultura oriental y la occidental, ya desde sus inicios, ha obligado al pueblo de Israel a enfrentarse constantemente con culturas extranjeras, lo cual le ha impulsado a encontrar diferentes maneras creativas de sobrevivir sin perder su identidad y consiguiendo incluso re-crear su identidad por contraste con éstas y fruto del enriquecimiento mutuo. Fue relativamente fácil con la cultura egipcia, cananea, babilónica... pero la penetración y difusión del helenismo planteó al pueblo judío una de sus mayores crisis históricas. El helenismo representó algo nuevo, sobre todo como irradiación de una cultura atractiva y fascinadora. Algunos autores han diferenciado dos etapas en el desafío que el helenismo introdujo en la cultura judía. En la primera etapa, algunos espíritus críticos supieron volver una mirada inquisitiva y crítica sobre sus propias tradiciones y doctrinas. A esta época podrían pertenecer el libro de Jonás y el Eclesiastés, incluso también el libro de Job, quien, a pesar de no pertenecer al pueblo judío, introduce una comprensión más profunda de su propia fe. Pero esta asimilación pacífica del helenismo queda violentada por la conjunción de dos fuerzas: los excesos de los círculos progresistas y la opresión de un tirano extranjero, Antíoco IV Epífanes, el gran enemigo del pueblo judío, del que hablan los libros de los Macabeos y al que también parece referirse el libro de Judit. Ninguno de estos dos libros fue aceptado por el canon judío como Texto Sagrado, sin embargo el catolicismo sí los incluyó, no así el protestantismo. La barrera entre los peligros de la lucha por la defensa de la cultura y la lucha por la defensa de la fe es muy difusa, y siempre ha motivado grandes conflictos. La revuelta de los Macabeos supuso una respuesta activista, política y armada frente a la invasión de un rey que destruía y prohibía las tradiciones del pueblo judío. Pero, aunque en apariencia esta lucha pudiera parecer un avance en la autonomía del pueblo, a nivel ideológico implicaba un retroceso: pues la imagen de su Dios, que ya se había visto ampliada por los profetas del exilio hacia lo universal (y precisamente como fruto del encuentro con otras culturas) comenzó de nuevo a reducirse a un Dios nacional. Con la lucha por la libertad religiosa aumentó esta disminución hacia una imagen de un Dios encerrado en el Templo, cuya benevolencia se consigue únicamente mediante oración y ayuno. Los autores del libro de Judit quieren romper con esta reducción religiosa, poniendo, en la persona de Judit, oración y ayuno, sí, pero al servicio del discernimiento sobre el proyecto de Dios en la propia vida. Aunque Judit es una mujer de oración y de ayuno, la presencia de su Dios liberador no se limita a una presencia exclusiva en el Templo de Jerusalén, sino que, al atreverse a salir, ella sola, en defensa de todo un pueblo, manifiesta la protección salvífica que Yahvé lleva a cabo a través de las personas. Pero después del éxito y de la envergadura de su tarea, Judit regresa a su casa. Los macabeos, sin embargo, apoyándose en las acciones liberadoras de su familia, reclaman honores y títulos: Simeón se declara finalmente Sumo Sacerdote, y así la religión, por motivo de su lucha liberadora, ahora queda al servicio de sus proyectos políticos. El libro de Judit trata de defender el activismo de resistencia política, al mismo tiempo que trata de evitar que la fe quede al servicio de los proyectos políticos, tarea ciertamente difícil.

El relato de Judit se inserta en un período abstracto de la historia de Israel en el que existe un peligro enorme representado por un ejército invasor que se va a lanzar contra el pueblo, y antes de llegar a Israel se encuentra con una pequeña ciudad que el libro llama Betulia. En ese lugar, el general jefe de las tropas, Holofernes, recibe a Judit, que con la gracia de Dios, se atreve a entrar en sus aposentos y cortarle la cabeza, a partir de este gesto de mostrar la cabeza del general abatido, consigue, ella sola, que todo un ejército se retire. A partir de su astucia, inteligencia y piedad, consigue vencer a todo un ejército con la propia espada del general. 
—¡Tú eres él orgullo de Jerusalén, lana mayor gloria de Israel, él más grande honor de nuestra nación! 10 Con tu mano hiciste todo esto; has hecho un grano bien a Israel; él Señor te ha mostrado su favor. ¡Qué él Señor todopoderoso te bendiga eternamente!
Y todo él pueblo añadió: —¡Amén! (Jdt 15, 9-11)

Durante los azares de la rebelión de los Macabeos, el autor anónimo del libro de Judit compone una historia (probablemente hacia finales del s. II a.C.) que sirva para animar a la resistencia, aunque buscando una base teológica que justifique dicha invitación a la rebelión. Para ello construye una historia conocida y a la vez nueva, sonará a cosa vieja pero tendrá una clave de lectura en el momento actual. La acumulación de datos precisos le sirve para enmascarar la referencia peligrosa a los hechos del presente; los lectores de la época entendían fácilmente ese guiño malicioso, que suena ya en el nombre de la protagonista («La Judía»). El libro de Judit utiliza el nombre de Nabucodonosor como si fuera el jefe de los asirios, cuando en realidad lo fue de los babilonios. Es evidente que los lectores del libro conocían a la perfección quien era Nabucodonosor, pues fue precisamente su ejército quien primero había destruido el Templo en el año 586 a.C. y provocado el exilio del pueblo en Babilonia. Esa primera destrucción del templo ya había invitado a los profetas del exilio a encontrar soluciones que trascendieran las ansias políticas de lucha, las tesis de Jeremías que impulsaban a dejarse someter por el invasor nunca habían sido de fácil asimilación. El libro de Judit nos traslada en el tiempo, y de forma fantasiosa, al exilio en Babilonia, de la misma forma que también lo hace el libro de Daniel (aunque este de manera diferente), un recurso literario que tiene una función decisiva: el pasado todavía es presente, y puede volver a repetirse. El peligro de la profanación del templo es revivido en la época de los Macabeos, pero, mientras el libro de Judit introduce muy levemente una visión apocalíptica de los hechos, el libro de Daniel ofrecerá una visión plenamente mesiánica y apocalíptica, que se distancia, definitivamente, de las ansias de respuesta bélica y resistencia activista. Seguramente éste haya sido el verdadero motivo por el cual el canon judío sí aceptó el libro de Daniel y no el libro de Judit o el libro de los Macabeos. Por otro lado, el relato del libro de Judit, leído fuera del contexto histórico de la revuelta de los Macabeos al que alude, podría tener otros matices más alegóricos y no tan literales, la comprensión exegética judía por la cual ningún pasaje pierde su "peshat" (nivel literal), sería, por tanto, la que habría impedido aceptar este texto como Sagrado, mientras que las normas exegéticas cristianas menos rígidas, y el hecho de que no se vinculase con ninguna historia real del pueblo, facilitó que si fuera incluido como sagrado, también los judíos que vivían en Alejandría (no afectados por los conflictos violentos de la rebelión de los Macabeos) lo habían aceptado sin problema, es así que aparece traducido en la versión griega de los Setenta.

Los Macabeos fueron una familia judía que luchó por la independencia religiosa y política de Judea durante el periodo de la dinastía seléucida, particularmente durante las persecuciones llevadas a cabo por el rey Antíoco IV Epífanes en el siglo II a.C. La rebelión macabea comenzó con Matatías, un sacerdote judío del pueblo de Modín, que en un acto de resistencia, mató a un oficial seléucida que trataba de imponer los sacrificios paganos. Matatías, junto con sus cinco hijos, se levantó contra las políticas de helenización impuestas por Antíoco IV, que incluyeron la prohibición de prácticas religiosas judías, como la circuncisión, y la profanación del Templo de Jerusalén. Murió poco después de iniciar la rebelión, pero su legado continuó con el liderazgo de sus hijos, principalmente su hijo Judas. Bajo el comando de Judas Macabeo obtuvieron varias victorias decisivas sobre las fuerzas seléucidas. La más famosa de estas victorias fue la recuperación del Templo de Jerusalén en el 164 a.C., que fue consagrado nuevamente después de haber sido profanado por Antíoco IV. Esta victoria es conmemorada por la festividad judía de Hanuka. La dinastía Hasmonea, que surgió como resultado de la revuelta macabea contra el Imperio seléucida, gobernó Judea de manera independiente desde el 140 a.C. hasta la intervención romana en el 63 a.C.

El libro de Judit presenta, de manera novelada, una reflexión en retrospectiva acerca del significado religioso que la revuelta macabea habría tenido en la historia del pueblo de Israel, tratando, a su vez, de redefinir la antigua y sacrosanta tradición bíblica. Presenta, por tanto, una curiosa paradoja, pues queriendo hacer una defensa activista de la cultura de Israel, se acerca, más bien, a la visión heroica propiamente griega. 
El libro de Judit presenta una abundante fraseología tradicional, que sumerge al lector en un lenguaje familiar y lo vincula además con la estructura de liberación del Éxodo, pero hay un pequeño detalle que lo diferencia, dentro de la abundancia de motivos plenamente tradicionales en el libro de Judit, sorprende, especialmente, que el pueblo no haya pecado, este aparente detalle secundario no es superfluo. Aún teniendo la intención principal de potenciar las tradiciones judías, es posible que ni el autor haya sido plenamente consciente de hasta qué punto estaba también él imbuido de la influencia helenista, lo cual se observa en el predomino de la visión heroica de la figura de Judit, como salvadora de un pueblo que está libre de pecado y únicamente es víctima de las atrocidades que un invasor-extranjero pretende acometer sobre él. Una visión que, de hecho, se puede observar en todas las concepciones nacionalistas actuales: la idea de que el pueblo pequeño es incorrupto, libre de pecado y víctima por el hecho de ser pequeño, frente a una cultura dominadora, grande y perversa que trata de reducir a escombros al pequeño. Según este planteamiento, cualquier invitación al activismo político estaría justificado. Es precisamente lo que trata de hacer el libro de Judit, aunque de una manera muy sutil y velada, pues en lugar de una guerrilla de hombres sublevados, introduce el perfil menos sospechoso de una mujer viuda y sin hijos. No resulta raro, tampoco, que la dinastía Hasmonea que gobernó Israel tras la sublevación de los Macabeos, a pesar de que habían comenzado su rebelión contra la helenización impuesta por Antíoco IV, terminara por adoptar muchas actitudes favorables a la cultura helénica. Esta misma hipocresía presente en el perfil de quien, defendiendo una supuesta causa justa, acaba acercándose más a lo que pretendía rechazar con la protesta, se puede observar también hoy en el movimiento feminista, protagonizado en su gran mayoría por mujeres que, como Judit, pretenden ser "fuertes" e "invencibles" a costa de rechazar su propia feminidad y la del otro, dicho rechazo en sí mismas las lleva precisamente a valorar más lo fuerte que lo débil (lo masculino frente a lo femenino) y a proyectar en el otro el conflicto que no pueden resolver internamente. Son los mismos conflictos que también plantea el nacionalismo, revelando que quizás, lo que hay de fondo sean otras cuestiones que no tienen tanto que ver con la supuesta causa justa que dicen defender. 

En las palabras que Judit dirige a los ancianos (8, 12-27), está lo que el autor quiere enseñar a sus contemporáneos. En ellas Judit corrige la visión tradicional de los ancianos. Éstos no solamente representaban la autoridad, sino que de ellos se esperaban soluciones sabias en las calamidades del pueblo. Los ancianos creen ingenuamente que la resistencia que proponen consiste sólo en esperar una intervención espectacular, extraordinaria: esperan que en el plazo fijado por ellos, Dios enviará la lluvia (8, 31). Judit corrige esa manera de pensar, subrayando que este tipo de resistencia es una forma de tentar a Dios y, por tanto, un pecado. La resistencia se tiene que dar emprendiendo acciones concretas, y eso es precisamente lo que ella va a hacer. Pero también las palabras de Judit son una forma de alertar a la otra corriente, a la que propone la sumisión y la entrega pacífica.

Judit trata de romper el dilema entre entrega o resistencia, orientando la resistencia pero corrigiéndola: hay que resistir confiando no en una intervención milagrosa por parte de Dios, sino poniendo los medios que tiene a su alcance al servicio de la acción divina y de la comunidad: su belleza y su libertad, pues siendo viuda no depende de un marido y también su sagacidad y astucia. Resistir no equivale, por tanto, a esperar intervenciones extraordinarias que muy difícilmente se van a dar. Resistir implica emprender la marcha con lo poco que se tiene, pero con la firme esperanza de que es más que suficiente para enfrentar cualquier fuerza hostil al proyecto de Dios. 
Pero, si bien Job ya había tenido que enfrentar los peligros de caer en el masoquismo, y los había superado, alcanzando una comprensión de Dios menos dependiente del concepto de retribución, también en el caso de Judit aparece la necesidad de superar los peligros de caer en el sadismo, aunque ciertamente Judit no los supera. El único que consigue expresar en clave teológica el conflicto de la revuelta de los Macabeos es el libro de Daniel.