Apocalipsis/revelación/tradición



El término "revelación» debe su origen al griego apokalyptein, que significa quitar el velo, hacer manifiesto, y se refiere al acto de hacer algo conocido que estaba oculto. Sin embargo, los relatos apocalípticos se caracterizan más bien por su carácter encriptado y oculto, más que descubrir pareciera que cubren. Si acudimos a la etimología vemos que la palabra griega se compone del prefijo apo- (separar, alejar), el verbo kalyptein (estorbar, esconder) que se relaciona con la raíz kel- (cubrir, ocultar) y el sufijo -sis (acción). Tanto las acciones de separar como de cubrir nos dan una idea de algo invisible, más que de hacer algo visible o mostrarlo. El último libro de la Biblia, el Apocalipsis, también popularizó la connotación de eventos finales y misteriosos. La revelación posee su propia naturaleza que hay que respetar. En efecto, «revelar», si por una parte indica levantar el velo, por otra parte señala también que es indispensable volver a poner el velo sobre lo que se había desvelado. La dialéctica del desvelar y del velar es constitutiva de la revelación cristiana, si no se quiere perder el carácter sobrenatural de su contenido.

Hoy este carácter sobrenatural se tiende a despreciar y negar, pues predomina una tendencia exhibicionista que hace de la transparencia y del mostrarlo todo un valor en alta estima. Esta tendencia al exhibicionismo va de la mano de la pulsión de muerte y del predominio de las tendencias melancólicas en nuestro tiempo. Pues la melancolía es una herida abierta, un goce desbordante sin vergüenza, se trata de un horror que es necesario velar, podríamos decir también que es necesario un dique, que, como en la revelación, se destruye y se vuelve a construir. El arte es una forma de velar ese horror, como dijo Lacan "una relación bien experimentada con el horror favorece la relación con lo bello para velarlo". 
El agujero negro de lo real necesita de bordes, necesita de límites, los propios que el cuerpo nos ofrece para llegar al mundo. El cuerpo es ése límite que nos da acceso a la Vida. Llegamos a este mundo llorando, el primer límite con el que el alma tiene que someterse a la Ley es el cuerpo, y la primera reacción es negarse a aceptar tal limitación. Por eso el misterio de la encarnación es mucho más complejo de lo que parece, se puede pasar una vida entera sin llegar a encarnarse plenamente, puesto que la verdadera encarnación se produce a través del lenguaje, de ahí la Revelación bíblica que dice que el Verbo se hizo carne. También el psicoanálisis supo ver que el cuerpo era capaz de responder a la palabra. Cuando la palabra no logra encarnarse entonces el cuerpo trata de empujar al decir y la principal dificultad que tiene es su inaccesibilidad, el cuerpo es de alguna manera un punto ciego.

Pero volviendo a la revelación, es posible verificar una historia o una economía de la revelación, que tiene su origen en la creación y culmina en el acontecimiento de Cristo.

1. La primera revelación, que se expresa a través de la naturaleza, puede llamarse revelación cósmica o natural. Se refiere al acto creativo de Dios, que permite ya un conocimiento de sí como de un Dios que ama. A través de esta revelación, se puede llegar a conocer a Dios (Rom 1,20); por tanto, todo lo creado se convierte en expresión viva de Dios, escenario en el que el hombre comprueba cómo Dios sale del silencio de su misterio.

2. Hay una segunda revelación llamada histórica. Se refiere a la historia de salvación, desde la llamada de Abrahán con la promesa de una tierra y de un pueblo, a la esclavitud en Egipto, la alianza y el don de la Torá, la deportación y las más variadas vicisitudes del pueblo se convierten en «palabras » con las que Israel comprende quién es Dios y qué relación lo une a él. La historia de este pueblo, como también nuestra propia historia, constituye el horizonte ineliminable de toda posible comprensión de la revelación.

3. La tercera expresión de la revelación es la profética o apocalíptica. Esta revelación pasa a través de la mediación personal de algunos hombres llamados a expresar las palabras mismas de Yahvé; escuchar o rechazar su palabra coincide con escuchar o rechazar a Dios. La revelación profética recorre las grandes etapas de la historia de Israel, como la alianza, la Torá y la fidelidad a Yahveh, pero las inserta en una perspectiva más profunda y más espiritual, para que nadie se quede en una relación puramente formal.

La revelación sigue siendo el misterio central, no sólo de la fe cristiana, sino de la historia de la humanidad, ya que constituye la exigencia esencial que encuentra al hombre abierto a entrar en una relación con lo divino. Pero, además la Iglesia ha reflexionado siempre sobre el misterio de la revelación; esto ha hecho que en las diversas épocas históricas haya explicitado algunos de sus aspectos, que permitían tener una visión más global del misterio. En el período patrístico, la revelación comienza a ser llamada también «traditio», «regula fidei» o «regula evangelii», para indicar que es la Palabra de Dios la que guía la vida de la comunidad.

Por tanto el concepto de tradición está unido al de revelación, y por tanto también al de misterio. No hay tradición sin misterio, sin necesidad de velar y revelar.