Templo sagrado

 



El espacio y el tiempo humanos están signados por la continuidad, alternancia de noches y días, alegría y dolor, estaciones y ritmos vitales es lo propio de la naturaleza y de las cosas que vive el hombre. Pero la experiencia de lo divino proviene de fuera del mundo humano, rompe la continuidad para generar una discontinuidad. El dolor, de hecho, es una cosa profana, pero que aislando a la persona, la introduce en una interioridad en la que lo sacro se revela. La irrupción de la hierofanía proviene de lo alto. H. Pfeiffer hace una distinción entre lo sacro originario y lo sacro secundario, siendo el primero la experiencia viva de lo sagrado y el secundario un derivado de la misma, que sirve al hombre para recordar que todo orden no puede venir de la continuidad, sino de la discontinuidad creada por la hierofanía. Sin el sacro originario pierde fuerza y sentido el sacro secundario y se vuelve completamente arbitraria la distinción entre sagrado y profano, porque se ha perdido la esencia. La arquitectura sagrada busca perpetuar la experiencia hierofánica, busca crear un espacio de silencio donde el alma humana pueda escuchar. Crear ambientes internos separados del ruido del mundo exterior, es ahí donde el hombre puede empezar a intuir la distinción entre mundo interior y mundo exterior. Esta distinción pertenece a la estructura de lo sacro. La estructura de lo sacro pone el acento en la discontinuidad, que justamente expresa lo esencial de lo sagrado, esa discontinuidad viene definida por el número 3, la trinidad o relación.

“El cuarto elemento de la estructura de lo sacro subraya la cifra tres en cuanto imagen de la interrupción a través de la hierofanía: una cosa intermedia como interrupción de dos cosas laterales que la acompañan, como lo hacen los dos ángeles adorantes y la hostia
consagrada en el ostensorio o en el tabernáculo.”

H. Pfeiffer