El problema de lo femenino es que lleva en su interior la posibilidad de ser considerado sin valor. Y este sin valor se transmite precisamente a través de las madres, esa es su principal paradoja. La modernidad ha puesto el foco en los hombres como portadores de ese rechazo. Sin embargo, es al revés, la transmisión del "no vales nada" se da de manera directa y automática a través de la madre. Lo que Lacan denominó "lalengua" es todo aquello que precede al lenguaje, hecha de carne, de afectos, de emociones, balbuceos, signos, gestos, murmullos, un conglomerado que aún no responde a las leyes del lenguaje, pero que será la materia prima sobre la que esas leyes se aplicarán. Es la lengua del cuerpo, la que alimenta los primeros intercambios vitales y también la que inscribe al sujeto en el campo del lenguaje.
Es la madre la que lleva al hijo el milagro de la palabra, a través de su voz y de sus manos, esa densidad trasciende la estructura puramente gramatical. Es una lengua hecha de cuerpo. Un lactante se ve a sí mismo en la mirada del Otro, se ve como la madre lo ve: digno de ser amado o no, deseable o no. Si para un niño, ser digno de amor depende de la mirada positiva de la madre, para una madre, la posibilidad de amar a su hijo depende, en gran medida, de sus vínculos con la madre. El rostro de una madre contiene el de su propia madre. Es la forma más radical de la herencia, de la que no somos plenamente dueños. Si la mirada de la madre no acoge al niño, no se vuelve hacia él bajo un reconocimiento que consolide su identidad -"Tú eres eso"-, entonces también el mundo será impenetrable, rígido, frío, ausente, indiferente, muerto, para el niño. La cerrazón del rostro de la madre mantiene cerrado el rostro del mundo.
Si una madre no rechaza su feminidad y se siente plenamente valiosa en su condición de "castrada", así lo transmitirá a sus hijos, en su capacidad de acogerlos, de recibirlos y de reconocerlos. Su mirada no será una mirada de indiferencia y será una mirada de apertura al mundo, que hará de puente entre el necesario sostén que ella proporciona en el origen de la vida, y la necesaria autonomía que el hijo/a desea. Todo el rechazo que alguien pueda encontrar en el mundo será insignificante para quien lleva en su interior esa fuerza indestructible que da el valor del vacío transmitido por la mirada materna.
La madre fálica es la que no actúa con lo que le falta, sino con lo que tiene; es la que da al niño lo que tiene. El pecho es el objeto que ofrece la madre y del que el niño depende hasta el extremo de percibirlo, en los primeros momentos de su vida, como una parte de su propio cuerpo. El pecho se convierte en un símbolo dual, por un lado es satisfacción de necesidades básicas y por otro es signo de la presencia del Otro, es signo del deseo de sentirse deseado. El seno-objeto es el de la satisfacción de la necesidad, pero el seno-signo es un signo de amor. El regalo del seno-signo derrota simbólicamente la dimensión del seno-objeto. El niño no desea recibir alimento adecuado en el momento adecuado, sino que desea recibir alimento de alguien que disfruta alimentándolo. El niño desarrolla la capacidad para percibir, mejor que nadie, el valor del amor. Él da por sentado lo apropiado de sus cuidados, la correcta temperatura del agua en el que lo bañan, etc. Pero lo que no puede dar por sentado es el placer de la madre en vestirlo, bañarlo o alimentarlo. Si este placer está presente, entonces es como si el sol resplandeciera, si no lo está, entonces el mundo será, para el niño, oscuridad e inutilidad.
Este es también el motivo por el que a veces, los aparentes cuidados, pueden llegar a convertirse en la mayor de las torturas. En un estudio que hace René Fitz sobre la "privación primaria" en el primer año de vida a niños que perdieron a sus padres durante la Segunda Guerra Mundial, observa que, pese a ser tratados con la mayor solicitud posible, desarrollaban síntomas muy graves (depresión, insomnio, autismo, marasmo, anorexia) e incluso, en casos extremos, llegaban a dejarse morir de hambre. Es un ejemplo dramático de cómo la satisfacción de necesidades no coincide, en absoluto, con el reconocimiento del deseo.
Mientras la madre del seno ofrece lo que tiene, la madre del signo está recorrida por la carencia, no la esconde, no la oculta, no la elimina, no la considera sin valor, sino que la entrega. Entregar la propia carencia, la propia insuficiencia y vulnerabilidad, tiene el mismo inestimable valor que el de ofrecer las manos y el rostro. Es lo que Lacan definió como la más alta y precisa definición del amor: amar es dar al Otro lo que no se tiene.
El regalo del amor trasciende el nivel del objeto, pues nunca es regalo de algo que se posee, sino obsequio de lo que no tenemos, de lo que nos falta radicalmente a todos. El valor de esa falta es el valor que muchas mujeres han despreciado en sí mismas, y por más que pretendan valorar a sus hijos, prescindiendo del valor de dicha falta, no será nunca posible. La inconsciencia del "no vales nada" se transmite, quieran o no, y emergerá, de una forma u otra, hasta salir a la luz, si es necesario incluso a través de los peores síntomas.
