El libro de Job: Pl. 16, Has cumplido el juicio de los malvados, 1825. William Blake
Después de hacer un análisis más profundo del texto del libro de Job, ciertamente solo se puede salir renovada en espíritu y pulsión de Vida. No podía ser de otra forma. Los diálogos del Libro de Job invitan al diálogo eterno, contagian de tal manera que hasta se vuelve lógico lo que muchos estudiosos han entendido como carente de función: la aparición de Elihú en el último momento, que ni se le conocía ni nadie le había pedido vela en ese entierro, ¿cómo no van a aparecer personajes inesperados en la trama, que traten a su vez de dar respuestas, si toda la obra es una invitación al diálogo, a la expresión de la palabra viva y apasionada?
Estructura
Son muchas las propuestas de estructura de la obra que han sido planteadas por los diferentes autores. Pero lo que me ha parecido más interesante es la mención que hace Schökel y Sicre de los dos planos contrapuestos que aparecen ya en el prólogo. Se trata de un plano celeste en el que tiene lugar el diálogo entre Dios y Satán, y un plano terrestre en el que se desencadenan toda una serie de diálogos entre los protagonistas. Estos autores, por otro lado, dividen la obra en un prólogo (1-2), tres actos (en los que se intercalan las intervenciones de los amigos con las protestas de Job), un interludio (el capítulo 28 con la intervención de la Sabiduría), un cuarto acto (dividido en 2 por el discurso de Elihú) y un epílogo. Pero esta división no me parece tan interesante como la mención al plano celeste y terrestre que queda patente en el mismo relato que nos introduce a la obra. Sería, por tanto, el propio prólogo el que nos da información acerca de la estructuración que el autor le ha dado a la obra: un plano celeste y un plano terrestre que progresivamente se van acercando entre sí hasta encontrarse. El plano celeste, en el que Dios dialoga con Satán, es el que desencadena el plano terrestre, en el que también tienen lugar varios diálogos entre Job y sus amigos, reflejos de Satán. El sufrimiento aparece como un medio de enseñanza que se origina en el Cielo y que da lugar a la búsqueda incansable, tenaz y a veces lenta, de Job, ayudado por los diálogos con los diferentes participantes. El plano celeste termina encontrándose con el plano terrestre, pues el diálogo final entrecruza a un habitante del Cielo con un habitante de la Tierra: es la teofanía que tiene lugar en los capítulos 38,1 al 42,6. El diálogo final une a Dios y a Job, haciéndonos ver que en realidad, la primera propuesta de Satán, de separar a Job de Dios, termina por provocar una más verdadera unión, que antes era superficial y artificial.
Esta estructura entrelaza la forma con el contenido, pues a través de los reflejos y de las correspondencias entre Cielo y Tierra se nos revela que el sentido del sufrimiento no es otro que el de alejarnos, aparentemente, de Dios, para acercarnos verdaderamente a Él. El propio Job, en sus disertaciones, intuye cual es el origen de todo su sufrimiento:
Pero ahora veo que allá en tu corazón
tenías una intención secreta:
14 me estabas observando, para ver si yo pecaba
y poder condenarme por mi falta (Job 10,13-14).
A mi modo de ver, la obra podría dividirse, simplificando mucho, en tres partes. En primer lugar, los diálogos que tienen lugar en el Cielo (entre Dios y Satán), entremezclados con los sucesos que se desencadenan de manera acelerada y narrados en prosa. Estos sucesos tienen su origen en los diálogos entre Dios y Satán, que son cortos y concretos, pero decisivos en todo el desarrollo que dará lugar al grueso de la obra. En segundo lugar, los diálogos que transcurren en la Tierra, entre Job y los diferentes amigos o personajes que intervienen, caracterizados por ser largos, repetitivos, lentos, incluso dan la sensación de no avanzar, pero que, sin embargo, son imagen viva del recorrido propiamente humano, que necesita de la palabra para entender, y del tiempo para registrar. Todos los discursos de los amigos y las protestas de Job están narradas en poesía, de manera que también esta combinación entre poesía y prosa se convierte en un reflejo del Cielo y de la Tierra. La poesía es el lenguaje que el ser humano utiliza para ascender al Cielo y la narrativa el lenguaje que utiliza Dios con Satán para descender a la Tierra. Por último, el diálogo que finalmente une Cielo y Tierra es el que tiene lugar entre Dios y Job. De modo que, gracias a la tenacidad de Job, y a la unión intrínseca entre historia personal y revelación, Job no solo consigue una respuesta para él, sino también para aquellos que originalmente no tenían intención de hablar con Dios: los amigos que tanto decían conocer a Dios. Siendo lento, Job, sin embargo, alcanza metas mucho más elevadas que aquellos que pretendían ser rápidos y zanjar el asunto sometiéndose sin cuestionar a Dios.
Sabiduría
Las intervenciones de los amigos de Job van en la línea de las ideas tradicionales: que nadie está libre de pecado, y que Dios castiga al pecador. Y en verdad, todas ellas son acertadas, pero lo que marca la diferencia fundamental con Job es que, saber la teoría no equivale a conocer la práctica. Job intuye una relación de su sufrimiento con una intervención directa de Dios pero, sin embargo, él cree en su inocencia y no puede reconocer la correspondencia que establecen sus amigos entre culpabilidad y castigo. El Dios de Job es un Dios personal, y esto plantea la pregunta de si es, en realidad, el mismo Dios de Israel (del que hablan sus amigos). La intervención de la sabiduría nos da algunas pistas para descifrar este enigma:
Senda que nunca la conoció ave,
Ni ojo de buitre la vio;
8 Nunca la pisaron animales fieros,
Ni león pasó por ella.
9 En el pedernal puso su mano,
Y trastornó de raíz los montes.
10 De los peñascos cortó ríos,
Y sus ojos vieron todo lo preciado.
11 Detuvo los ríos en su nacimiento,
E hizo salir a luz lo escondido.
12 Mas ¿dónde se hallará la sabiduría?
¿Dónde está el lugar de la inteligencia?
13 No conoce su valor el hombre,
Ni se halla en la tierra de los vivientes.
14 El abismo dice: No está en mí;
Y el mar dijo: Ni conmigo.
15 No se dará por oro,
Ni su precio será a peso de plata.
La intervención de la Sabiduría, precisamente antes del cuarto acto en el que se desencadenará la teofanía, es muy significativa, pues nos habla de la función mediadora entre Tierra y Cielo, que es lo propio de la Sabiduría. También la participación de Elihú en los capítulos 32 al 37 que, sin aportar nada nuevo, únicamente parece tener la función de retrasar la respuesta de Dios, nos da una idea de que la palabra de Dios no aparece cuando nosotros queremos, sino cuando verdaderamente hemos recorrido el camino.
El sufrimiento aparece como un medio de enseñanza que se presenta de manera individual, y que invita a ir más allá de la primera conclusión, en ese recorrido que Job transita a través de los diferentes diálogos con sus amigos, va reafirmando su intuición. La intervención de la Sabiduría en esta parte del relato nos habla también de la misma intuición a la que Job está llegando, y es que el sufrimiento nos impulsa a andar un camino que nadie antes recorrió, puesto que solo nosotros lo podemos recorrer. La teoría sobre el Dios de Israel y la teoría sobre el Dios de Job son ambas la misma, lo único que cambia es el camino de la experiencia, que cada uno debe inventar para llegar a él. Esa es también la clave de lo femenino, pues es justo lo que no puede ser comparado ni ser convertido en referente de nada, lo femenino es aquello que nos impulsa a encontrar nuestra propia solución creativa, siempre diferente a la de cualquier otro, siempre singular y particular. Las respuestas de sus amigos hablan desde la teoría, pero Job experimenta en carne propia el dolor de la desposesión, de la pérdida de todo lo que hasta el momento le había dado seguridad y tranquilidad. Y en ese camino descubre que hay algo que nos impulsa a la vida que va más allá de obtener un aplauso o una aceptación ajena que sea la prueba con la que verificar la pertenencia al club de los “buenos”. Job es quien de superar el rechazo de sus amigos, puede soportar ser considerado un perdedor o un renegado social, puesto que la verdadera fuente de la vida es más grande que todo eso. En el plano terrestre, Job es el mayor de los perdedores, pero en el celeste, Job consigue el más alto de los triunfos, que es hacer hablar a Dios. Su camino es progresivo, cuanto más culpable lo quieren hacer sus amigos, más refuerza Job su deseo de hablar directamente con Dios para defender su inocencia. La palabra es la base del recorrido que le permite a Job llegar a Dios.
¿Pero qué pasa cuando Dios acepta el reto de Job y contesta?
La respuesta de Dios se elabora a través de preguntas retóricas e irónicas con las que manifiesta a Job su dominio sobre la creación, el universo, los astros, los fenómenos atmosféricos, los animales, etc.
¿Quién es ese que oscurece el consejo
Con palabras sin sabiduría?
3 Ahora ciñe como varón tus lomos;
Yo te preguntaré, y tú me contestarás.
4 ¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra?
Házmelo saber, si tienes inteligencia.
5 ¿Quién ordenó sus medidas, si lo sabes?
¿O quién extendió sobre ella cordel?
6 ¿Sobre qué están fundadas sus bases?
¿O quién puso su piedra angular,
7 Cuando alababan todas las estrellas del alba,
Y se regocijaban todos los hijos de Dios?
8 ¿Quién encerró con puertas el mar,
Cuando se derramaba saliéndose de su seno,
9 Cuando puse yo nubes por vestidura suya,
Y por su faja oscuridad,
10 Y establecí sobre él mi decreto,
Le puse puertas y cerrojo,
11 Y dije: Hasta aquí llegarás, y no
pasarás adelante,
Y ahí parará el orgullo de tus olas?
12 ¿Has mandado tú a la mañana en tus días?
¿Has mostrado al alba su lugar,
13 Para que ocupe los fines de la tierra,
Y para que sean sacudidos de ella los impíos? (Job 38, 2-13).
El deseo de Job de escuchar de Dios una declaración de inocencia no aparece por ninguna parte, ¿por qué no aparece? Porque en efecto Job ya no necesita una retribución, una aprobación externa que lo valide, ese es su gran logro. La creación misma se convierte en la respuesta, que es el testimonio que da Dios sobre sí mismo. Job comprende que su destino, como el de toda la creación, están seguros en el misterio que lo envuelve. El misterio de la creación es también el misterio de lo humano, sostenido en una aparente contradicción que en efecto nos lleva a concluir que Job no era culpable y que al mismo tiempo nadie es inocente. Son también las palabras de Jesús cuando le dice al joven rico:
¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino solo uno, Dios.
Job reconoce hasta qué punto, cuando creía saber algo de Dios, era cuando menos sabía. Y ahora, porque sabe más, puede reconocerse ignorante.
Oye, te ruego, y hablaré;
Te preguntaré, y tú me enseñarás.
5 De oídas te había oído;
Mas ahora mis ojos te ven.
6 Por tanto me aborrezco,
Y me arrepiento en polvo y ceniza (Job 42, 4-6).
Pero también Dios tiene unas palabras para los amigos de Job:
Jehová dijo a Elifaz temanita: Mi ira se encendió contra ti y tus dos compañeros; porque no habéis hablado de mí lo recto, como mi siervo Job. 8 Ahora, pues, tomaos siete becerros y siete carneros, e id a mi siervo Job, y ofreced holocausto por vosotros, y mi siervo Job orará por vosotros; porque de cierto a él atenderé para no trataros afrentosamente, por cuanto no habéis hablado de mí con rectitud, como mi siervo Job (Job 42, 7-9).
Si Dios sale vencedor de la apuesta que hizo con Satán es gracias a la defensa que hace Job de su inocencia, puesto que el misterio de Dios no es algo ajeno al misterio del hombre. Defensa que no hicieron los amigos y motivo por el cual Dios los reprende. Job, al defender su integridad, defiende también el honor de Dios, así también no existe una manera de cuidar del otro sin cuidarse a uno mismo. Otra de las tendencias de lo femenino patológico es precisamente la de pretender salvar al otro como único medio para ganar puntos ante Dios. Los falsos cuidados, como la falsa filantropía, que es en el fondo aprovecharse de la debilidad ajena para mantener el rol de superior.
Por último, mencionar la intervención misteriosa de Elihú, que aparece después de que todos hayan tenido oportunidad de exponer sus argumentos. Elihú es joven, frente a los ancianos sabios que han participado hasta el momento, su discurso no aporta nada nuevo, pero sin embargo se introduce en el relato sin nadie habernos dado información sobre él anteriormente. A pesar de no aportar nada nuevo, Elihú necesita hacer suyas las ideas que antes los ancianos habían expresado. Elihú es la constatación de que, a pesar de representar la ignorancia frente a la sabiduría del anciano, no hay barreras para impedir que el deseo de saber haga su propio camino.
Yo soy joven, y vosotros ancianos;
Por tanto, he tenido miedo, y he temido declararos mi opinión.
7 Yo decía: Los días hablarán,
Y la muchedumbre de años declarará sabiduría.
8 Ciertamente espíritu hay en el hombre,
Y el soplo del Omnipotente le hace que entienda.
9 No son los sabios los de mucha edad,
Ni los ancianos entienden el derecho.
10 Por tanto, yo dije: Escuchadme;
Declararé yo también mi sabiduría.
Por otro lado, el hecho de que añada muy poco a los temas que ya han sido desgranados por los amigos de Job, es precisamente lo que le da utilidad y sentido al discurso de Elihú en la obra. Podríamos decir que el discurso de Elihú representa esa tendencia humana a volver sobre lo ya dicho, y lo ya conocido, el joven necesita hacer suyo el camino que el anciano ya ha recorrido previamente. Pero igualmente, el discurso de Elihú, que precede a la teofanía, también representa el instinto de aferrarse a lo ya conocido, antes que encontrarse con el vacío de lo desconocido. Cuántas veces el ser humano tiene que volver a atrás, porque está más cómodo justificándose en lo conocido antes que abrirse a la posibilidad de encontrar algo nuevo. La antesala de la teofanía es dar un paso atrás, ante el temor a abrirse al misterio y al vacío de lo desconocido.