El símbolo de la crucifixión de Cristo, en su esencia espiritual, es lo mismo que el símbolo de la montaña y la gruta, en ambos se alude a la integración de la Ley simbólica, la que Freud denominó ley de la castración.
La cueva, símbolo de lo femenino, oculto e invisible y la montaña, de lo masculino, visible y referencial, no pueden separarse, de ahí que las iglesias cristianas se construyeran sobre criptas, espacios arquitectónicos subterráneos para enterrar a los fallecidos. La conexión entre la tumba y la cuna del niño Jesús, como también entre la barca y la tumba está presente en todo el simbolismo cristiano, especialmente representado en Galicia por el mito del Apóstol y su viaje en una barca-tumba. El mar es un equivalente de las profundidades de la tierra, y también de la muerte, la que es necesario atravesar para renacer en el segundo o el tercer nacimiento, aquel que nos permite nacer en el espíritu. En términos psicoanalíticos, alcanzar los grados más elevados a los que el destino de la pulsión puede llegar. La palabra "pulsión" deriva del latín tardío pulsio (acción de repeler o empujar), que a su vez proviene del verbo pulsare (empujar). El sufijo -sión indica "acción y efecto". Esta necesidad de empujar es también la propia del parto, la cualidad materna de empujar a la pulsión a lo más elevado de sus posibilidades es la que se representa en el simbolismo mariano. No es raro, por tanto, que la Virgen María haya dado a luz a Jesús en el interior de una gruta.
El término pulsión, adoptado por el psicoanálisis, pasó a significar un impulso o tendencia instintivo que conecta lo biológico con lo psíquico y lo espiritual. No tiene una base puramente biológica pero conecta cuerpo (tierra), mente y espíritu (cielo).
El símbolo de la tierra y de la roca conectan con el de la cripta, pues ésta no es más que una cámara de roca, generalmente bajo el suelo de una iglesia. Etimológicamente, la palabra «cripta» (del latín crypta y a su vez del griego kryptē) significa «esconder», lo cual indica bien su significado. Las primeras criptas o grutas sagradas fueron excavadas en la roca, para esconder a los ojos de los profanos las tumbas de los mártires; más tarde, sobre estos hipogeos venerados por los primeros cristianos, se levantaran las capillas y las iglesias; las criptas conservan a menudo el culto y la piedad a los santos, enterrados y venerados en lugares donde se levantaron iglesias. Se encuentran típicamente bajo el ábside como en la iglesia del monasterio de Carboeiro, pero ocasionalmente se encuentran bajo las alas o las naves laterales. Se conocen desde los primeros tiempos del cristianismo, las criptas fueron usadas y extendidas por Europa occidental bajo el Imperio de Carlomagno, son más comunes en el temprano medieval occidental. Después del siglo X decae la necesidad de crear criptas cuando la Iglesia permite conservar las reliquias en el nivel principal de la iglesia. En el gótico rara vez son construidas. Esta práctica es, sin duda, heredera de la influencia helenista en el cristianismo, pues los judíos tienen un gran rechazo a los muertos y hasta consideran impuros a los defuntos.
La gruta es también el hábitat y marco específico de la serpiente asociada a la mujer, que nos transporta a tiempos y espacios míticos ancestrales y originarios, antes de que el ser humano conociese el arte de construir. Pero la evolución en el tiempo nos hace viajar también a la evolución en el hábitat, de manera que el simbolismo de la cueva se va trasladando a los nuevos espacios arquitectónicos, signo de mayor grado de civilización. En el caso de Galicia, los castros y yacimientos arqueológicos se convierten en substitutos de la cueva, en el ideario de los habitantes de la aldea, para quienes estos espacios representan un vínculo con los personajes mitológicos llegados desde lo profundo. La mujer-serpiente, en la mitología gallega, es un símbolo equivalente al de la moura, habitante simbólico de los castros. Las antiguas creencias populares también refieren la presencia de la serpiente vinculada a santos o a difuntos que adoptan esta forma. Fue, por tanto, un símbolo que perduró a través de los siglos, adaptándose y mudando de piel en el transcurso del tiempo.
De este lugar profundo en su dimensión temporal y espacial se deriva también el hecho de que a la mujer-serpiente se le relacione con tesoros ocultos y representaciones de riqueza. La serpiente-moura puede aparecer, o bien como un animal monstruoso que atemoriza o invade una determinada zona, hasta que es eliminado por la comunidad o por un héroe individual, o bien como la celosa guardiana de un tesoro oculto que persigue y castiga o espanta a todos aquellos que intenten apoderarse de él. Se trata del mismo combate espiritual que a menudo se simboliza con la lucha entre el héroe y el dragón, o también la misma profecía del Génesis 3,15 que recoge la promesa de que la descendencia de la mujer herirá la cabeza de la serpiente, conectando a Eva con María.
La relación entre el aspecto negativo y mortífero de la serpiente con el aspecto dador de tesoros y riquezas viene dado por el rito de “desencantamiento”, por el cual la serpiente se convierte en mujer, y la cueva en montaña, transmutándose en forma manifiestamente positiva y cargada de tesoros. Es así, que el símbolo de la cueva, donde habita la serpiente, va unido intrínsecamente (en la tradición sagrada) con el de la montaña, así lo vemos representado en infinidad de iconos ortodoxos, en donde queda muy claro el poder simbólico de esta unión inseparable. En el simbolismo del templo cristiano, la cueva está representada por las criptas, de manera que la montaña sería, sin lugar a dudas, la misma iglesia.