Celos




Introducirse en el conocimiento del inconsciente es como usar una lupa en el laboratorio, uno empieza a ver en detalle cosas que antes eran borrosas, esta mirada no puede sostenerse demasiado tiempo porque es dolorosa, pero tampoco podemos descuidarla mucho tiempo, porque el dolor tiene sus propios cauces invisibles. Hay que estar cada poco regresando a ese saber que creíamos sabido pero que de nuevo se revela no-saber, con un nuevo dolor que desconocíamos.

La rivalidad fraternal se origina en la infancia, con independencia de tener hermanos o no. La suerte de tener hermanos es que esa rivalidad puede ser experimentada más conscientemente, aún con el dolor que esto conlleva.

Los celos reflejan una lucha interna muy angustiosa para no ser excluido del amor maternal. Detrás de ellos hay siempre una ofensa narcisista y una incapacidad para renunciar a esa dosis de amor maternal que exigimos inconscientemente, sobre todo si no hemos hecho el duelo por ese amor primordial que es el de la madre. Los celos y la envidia están presentes en todas las relaciones, negarlos no ayuda a superarlos sino que cuanto más puedan ser expresados en palabras (sin atacar al otro) más posibilidad habrá de entenderlos. Uno no siente celos de un hombre o una mujer, son siempre celos de la madre, son primordiales, por más modernidad que uno quiera aparentar, los celos no son racionales, hunden sus raíces en la afectividad infantil procedente del complejo de Edipo o de la rivalidad fraternal.

Hay un carácter bisexual en los celos que pone de manifiesto una doble reacción, en la que se experimenta dolor por la pérdida de la pareja y odio por el rival, al mismo tiempo que tristeza por el rival (amado inconscientemente) y odio contra la pareja infiel. Hay incluso sentimientos de identificación con la pareja infiel.


Sobre el goce de los celos escribe Luciano Lutereau y Verónica Buchanan en este post del que he copiado el texto y al que invito a subscribirse:


https://open.substack.com/pub/lutereaubuchanan/p/el-goce-de-los-celos?utm_source=share&utm_medium=android&r=6cwkut



Queridos amigos y colegas,

Les compartimos una reflexión que nace de lo trabajado la semana pasada en el último encuentro del taller “Hombres y mujeres según Lacan”.

En psicoanálisis se distinguen distintos tipos de celos. Por un lado, cabe considerar los celos que Freud llama “de competencia”, cuyo fundamento suele ser algún duelo, esto es, la pérdida de un objeto de amor, asociado a la herida narcisista que implica esta última. En resumidas cuentas, el yo no acepta dejar de ser amado. Y el trasfondo de esta dificultad radica en una posición infantil referida al complejo de Edipo y el complejo fraterno: el rival actual encarna la figura del hermano (real o imaginario) que, en la infancia, habría desplazado al yo respecto del amor exclusivo de la madre.

Una inferencia puede desprenderse de esta actitud: el otro ocupaba entonces un lugar específico para el deseo, vale decir, la madre respecto de la cual el sujeto se ubicaba como objeto. Por lo tanto, este duelo actualiza una posición que remite a la demanda de ser amado de la cual todo neurótico debería aprender a deshacerse (o, al menos, no padecer) en un análisis.

Ahora bien, una segunda inflexión del planteo freudiano es de particular importancia en la descripción de los celos:

“En el hombre, además del dolor por la mujer amada y el odio hacia los rivales, adquiere eficacia de refuerzo también un duelo por el hombre al que se ama inconscientemente y un odio hacia la mujer como rival frente a aquel.”

En este punto, podría pensarse que Freud está introduciendo el paradigma de la homosexualidad latente (que, a su vez, sería el centro de la noción de los celos paranoicos); no obstante, ese “duelo por un hombre” cuyo correlato es la rivalidad con la mujer implica (como afirma a continuación) “trasladarse inconscientemente a la posición de la mujer infiel”, es decir, suponer un goce de la mujer al que el hombre quisiera acceder (y lo hace, a través de la fantasía de cómo goza ella).

Esta ardiente suposición está siempre presente en las expresiones con que se comunican los celos: “No puedo dejar de hacerme la cabeza”, “Seguro que ella debe estar gozando mientras…”. De este modo, los celos ofrecen una segunda coordenada, además del enquistamiento en la demanda narcisista: un interés en un goce supuesto, y con una consistencia plena y atormentadora para el celoso.

Asimismo, esta indicación autoriza a plantear la pregunta por los celos en las mujeres, ya que en la afirmación anterior Freud afirma la cuestión para los hombres. No obstante, antes que plantear la cuestión en términos de “género”, podría decirse que Freud deslinda una forma de interrogar el goce que se le supone a La Mujer (cuya existencia se fantasea) desde la perspectiva fálica, esto es, un goce que no estaría afectado por la castración; por lo tanto, no sería extraño (y, de hecho no lo es, especialmente en la histeria, que organiza su sufrimiento en función de la Otra) encontrar mujeres que también fantaseen con el goce de las amantes de sus parejas.

Por último, debería reconocerse que los celos histerizan al hombre, más allá de todas las infatuaciones de un hombre celoso. Por eso suele ocurrir que esta posición no produzca efectos de seducción en una mujer. Como respuesta a su deseo celoso, un hombre podría intentar celar a una mujer y pavonearse con otra mujer frente a su amada. ¿Por qué en estos casos los efectos suelen ser más bien estrepitosos? Ocurre que el recurso a una posición de objeto, es una actitud que en el hombre siempre sienta con alguna ridiculez, dado que desde este punto de vista el hombre se disputa con la mujer el lugar de causa del deseo (como si ser deseado fuera lo mismo que causar un deseo).

Producir celos puede ser una estrategia de seducción femenina, mientras que para el hombre es un fracaso anticipado.