Canon bíblico



Una de las características del pensamiento moderno es el rechazo del dogma. Tal rechazo se ha llegado a convertir en un nuevo dogma, y no resulta difícil de comprobar esta afirmación, pues entre dos formulaciones simplistas como pueden ser “yo rechazo cualquier dogmatismo” o “yo defiendo todo dogmatismo” es evidente que la primera está plenamente aceptada, asumida e integrada en la sociedad, mientras que la segunda sería vista como una expresión de fanatismo. Lo cierto es que ambas afirmaciones, en su simpleza propia del lenguaje coloquial, no pueden ser tomadas del todo en serio. La excesiva influencia del pensamiento popular, que se ha caracterizado siempre por el miedo a ir un poco más allá, es la que ha dominado el pensamiento moderno, hasta tal punto que los propios intelectuales no han podido renunciar a estas dosis de populismo con las que llegar a más gente.

El rechazo que la cultura moderna tiene hacia la palabra dogma viene derivada de una comprensión por la cual el dogma es entendido como una doctrina inventada por parte de la iglesia de forma indiscutible e irreformable, que consideran en general equivocada u obsoleta. Este rechazo existe también de forma abundante en el protestantismo relativamente joven y las comunidades eclesiales no denominacionales, para las cuales “no existen dogmas” como tampoco hay “religión". No sucede así con el protestantismo tradicional, que aunque difiere de nosotros en cuales doctrinas admiten como dogmas, reconoce tener dogmas y reconoce al cristianismo como una religión. La dogma-fobia se ha ido expandiendo incluso entre los propios sacerdotes, de tal forma que está inmersa también en el interior de la propia Iglesia Católica.

Pero quizás resulte relevante ahondar en el proceso de creación de los dogmas modernos (la mayoría inconscientes e involuntarios) y los dogmas tradicionales (ampliamente conscientes y reflexionados). Incluso aquellos que afirman no creer en dogmas, lo suelen hacer de forma inconsciente, pues de alguna forma u otra todos tenemos ideas que consideramos ciertas e inmutables, sin las cuales no sería factible vivir. Por tanto, el rechazo automatizado e irreflexivo al dogma no parece tampoco muy posible, tendría más paralelismos con un prejuicio que con una verdad. Quienes afirman con rotundidad que su fe no se basa en dogmas tampoco explican sobre qué se fundamenta, pues si se fundamenta por ejemplo en Cristo, entonces hay que saber ¿quien es Cristo? Si Cristo es considerado el Verbo Encarnado, entonces ya se estará expresando un dogma, si Cristo es considerado la expresión máxima de la comprensión intelectual de Dios, también, pero es evidente que resulta necesario explicar lo que cada cual entiende por Cristo. Sin esta diferenciación hoy nadie podría saber qué se entiende por Cristo. Pero el nivel de relativismo actual ha llegado a poner en duda incluso la propia diferenciación entre hombre y mujer, es así que la percepción subjetiva de cada uno se está convirtiendo en el nuevo dogma individual e intransferible que debe ser respetado pero que imposibilita toda relación y comunicación. El rechazo al dogma no evita su existencia, únicamente favorece que los nuevos dogmas se instalen sin consciencia ni capacidad para identificarlos. San Pablo lo expresa muy bien en su carta a los Efesios cuando dice que no debemos ser como “niños, llevados a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina, a merced de la malicia humana y de la astucia que conduce engañosamente al error” (Efesios 4,5).

El Antiguo Testamento, o Biblia hebrea, se formó a través de los siglos. El primero que empieza a poner por escrito, según relata el propio texto, es Moisés. Abraham habla con Dios, recibe la revelación por parte de Dios, pero en ningún momento se dice que tome nota acerca de lo que le dice. Esto es lo que permite diferenciar el primer gran grupo de escritos, identificado como el Pentateuco o Torá, y que se considera escrito por Moisés. El término Torá es menos legalista, pues a menudo se ha traducido por Ley, y ha llevado a la confusión, pues la Torá de Moisés es mucho más que unas leyes que cumplir, la Torá de Moisés es la voluntad de Dios para el pueblo después de la Alianza, la instrucción de Dios a su pueblo, con el que ha hecho una Alianza. En la Torá de Moisés se pueden distinguir distintas redacciones, no se escribió de un plumazo, sino que es el fruto de varios siglos. Hay varias teorías acerca de la formación de estos libros, por ejemplo Julius Wellhausen nos habla de documentos a partir de los cuales se formó el Pentateuco: documento yahvista, eloista, sacerdotal y deuteronomista. Esta teoría ha sido abandonada, aunque las diferentes ramas tradicionales sí puedan ser observables en el texto, la conclusión ampliamente aceptada en la actualidad es que la redacción del Pentateuco tuvo lugar después del exilio (siglo VI a.C.), en el sentido de que es en ese momento cuando se junta y se conforma, tomando una forma más o menos similar a la actual, recogiendo tradiciones anteriores al exilio y de la época del exilio. También hay teorías radicales que dicen que en el exilio se inventó todo, y que el pueblo de Israel es una invención de ese momento, pero son tesis minoritarias que surgieron como reacción a tesis más maximalistas. La existencia de la monarquía, como la existencia del Reino del Norte y el Reino del Sur con unas tradiciones religiosas comunes que hablan de una Alianza en el Sinaí hoy es reconocida ampliamente, aunque no sabemos qué forma escrita tenía antes del s. VI a.C.

Por tanto, la redacción actual del Pentateuco se elabora durante el período del exilio y toma forma en la época persa. El gran acontecimiento traumático por excelencia del pueblo judío es el que se produce en el año 587 a.C., hoy esta fecha probablemente no le diga nada a nadie, y sin embargo es el año más decisivo y relevante para la historia de la humanidad occidental. En el simbolismo de esta fecha podemos ver un paralelismo con la comprensión de la caída dentro del propio cristianismo, pues fue precisamente la experiencia del abandono de Dios la que posibilitó el surgimiento de la religión judía que más tarde daría lugar a las otras 2 grandes religiones de occidente. La destrucción del Templo que tuvo lugar en el año 587 a.C. fue la que posibilitó la toma de conciencia acerca de las tradiciones que tenían lugar en dicho Templo. Antes de la destrucción del Templo no había habido necesidad de recopilar y redactar dichas tradiciones, lo cual no significa que no existieran, pero podían haberse perdido igual que se perdieron muchas tradiciones orales de otros pueblos. Con la destrucción del Templo comienza el camino de regreso que origina el anhelo de recuperación del Templo, pero esta vez sin lugar físico al que regresar, el regreso, después del exilio, marca un camino que ya no anhela tanto el lugar físico del templo, si no un camino que empieza a abrirse hacia el corazón. El riesgo de perder la tradición y la cultura del pueblo judío fue precisamente lo que permitió su conservación, la experiencia de la posibilidad de desaparecer, es decir la consciencia de la muerte, fue lo que permitió resurgir en todo su esplendor. Esta experiencia se reflejará en el Nuevo Testamento, el cual tampoco surge de la nada, sino que es la continuidad que ese anhelo (frente a la posibilidad de la muerte) generó. Un deseo que es fruto, precisamente, de la rotura y de la separación de Dios, evidenciada en la experiencia del exilio y en la destrucción del Templo.

Por tanto, el Pentateuco se elabora durante el exilio y toma forma en la época persa, hasta que en el siglo III a.C., en la época helenística, se traduce al griego en Alejandría. Esta traducción nos da una idea de que el texto estaba ya más o menos fijo (aún sabiendo que los textos nunca están del todo fijos) y que resulta complicado establecer una fecha en la que definir esta concreción. Se puede afirmar que el Pentateuco adquiere la consistencia que hoy conocemos en torno a los siglos IV o V a.C. Por supuesto, esta forma de redactar los diferentes libros no tiene nada que ver con la forma actual de elaboración de un texto, por eso resulta a menudo tan difícil de comprender, a ojos modernos, la relevancia de unos escritos elaborados a partir de las experiencias de millones de personas (no solo en el ámbito intelectual, también en el experiencial) frente a la actual elaboración de un libro que solo depende de la imaginación individual de una persona. La Torá de Moisés es el bloque principal para los judíos, considerada la plenitud de la revelación, la Biblia hebrea tiene una estructura de círculos concéntricos, y en el centro está la Torá, luego vienen los libros proféticos (Neviim) y Otros Escritos (Ketuvim), de los cuales aún sabemos menos acerca de su origen.

En la época de Jesús, el Pentateuco es reconocido por todos los grupos judíos, los fariseos, esenios, zelotes, apocalípticos, enóquicos… etc. Acerca de los profetas, no está del todo claro si era una colección claramente delimitada, y del resto de escritos igual. Se puede considerar que la Biblia hebrea que conocemos hoy es medieval, es decir, un códice que contiene 24 libros en un orden determinado, eso solamente se produjo en la Edad Media. Por tanto, la Biblia hebrea es una realidad medieval, lo cual no quiere decir que se haya escrito en esta época, sino que en la Edad Media toma esa forma. En lo que respecta al Nuevo Testamento, el periodo de tiempo es más reducido, por lo tanto resulta más fácil delimitarlo. Jesús vive en el primer siglo de nuestra era, el primero que empieza a escribir sobre él es Pablo, en la primera carta a los Tesalonicenses en el año 50, y lo último que se escribe del Nuevo Testamento podría ser el Apocalipsis, año 100, aunque también podrían ser las cartas pastorales hacia el año 100, o también la Segunda Carta de Pedro que algunos la ponen en el 120. Por tanto se trata de un período de menos de un siglo. Además, el Nuevo Testamento está en una sola lengua, está escrito en griego, cosa que no es así en el Antiguo, pues hay partes escritas en hebreo, en arameo y también en griego (al menos en el Antiguo Testamento cristiano). Parece que el canon del Nuevo Testamento debería ser más simple, pues tenemos un periodo de tiempo más reducido, una sola lengua, y no hay tantas diferencias, pues los judíos no tienen Nuevo Testamento, pero armenios, ortodoxos, católicos, protestantes, todos tienen un Nuevo Testamento formado por 27 libros: los 4 Evangelios, los Hechos de los Apóstoles, las 14 cartas de San Pablo, las 7 cartas generales, y el Apocalipsis. Las controversias clásicas entre católicos y protestantes se refieren casi todas al Antiguo Testamento, no al Nuevo.

Pero, sin embargo, en el siglo XX esto ha explotado, la sociedad se ha secularizado, y ya no se trata de discutir entre católicos y protestantes, sino entre creyentes y no creyentes. Se han descubierto, además, muchos textos apócrifos que evidencian una literatura cristiana que no forma parte del Nuevo Testamento, como son el Evangelio de Tomás, el de Judas, el de María Magdalena, Evangelio según los Hebreos, según Felipe, los hechos de Pedro y de Pablo, los hechos de Andrés, el Apocalipsis de Pedro y un montón más. Quizás el Evangelio de Tomás es el que más dudas ha generado, por ser el más antiguo, hay quien lo considera del año 60 d.C. pero otros lo consideran ya del siglo II. Todo esto ha planteado la duda acerca de por qué este canon de 27 libros y no otro, quién es el que ha impuesto esta decisión y a qué se debe. La época postmoderna se ha caracterizado por poner en duda a la autoridad, lo cual ha llevado a mirar con sospecha el establecimiento de este canon. El descubrimiento de la biblioteca de Nag Hammadi puso sobre la mesa la evidencia que demostró un cristianismo muy diverso, lo cual parece encajar con la aparente defensa moderna de la diversidad, aunque dicha diversidad por supuesto ya era conocida desde los inicios (las propias cartas de San Pablo la recogen), y fue precisamente la que instó y posibilitó diferenciar entre lo que se considera sagrado y lo que no.

La autoridad del canon se definió solamente en el Concilio de Florencia en el siglo XV y en el de Trento, en el año 1546, por tanto hemos vivido 15 siglos sin una definición solemne del canon, en realidad porque no había grandes discusiones. La Iglesia únicamente define los dogmas cuando se pone en discusión algún punto. De hecho, el primer testimonio de una colección de libros cristianos ha llegado a nuestros días a través del gnóstico Marción de Sinope, un teólogo dualista que en el 144 expuso sus doctrinas antes los presbíteros de Roma, lo cual le valió la excomunión. Marción era radicalmente antijudío: rechazó la totalidad del Antiguo Testamento y reescribió once de los libros que hoy conforman el Nuevo Testamento para propagar su doctrina. Este compendio de once libros junto al rechazo de todos los demás constituye el primer esbozo de un canon bíblico. En contraposición a Marción, varios autores eclesiásticos elaboraron sus propias listas de libros admitidos. A partir del año 367 se multiplican los testimonios coincidentes con el canon bíblico actual: tanto en el decreto del papa Dámaso I (382), como el concilio de Hipona (393), los sínodos de Cartago (397 y 419), y la traducción Vulgata al latín (382-405) van sellando el canon de la Biblia durante más de mil años.

Es así que el canon solo ve necesidad de definirse en los momentos en los que entra en contradicción con otras formas de entender dicho canon. Es decir, es fruto de un largo consenso a lo largo de los siglos. Los Evangelios apócrifos recogen muchas cosas que también coinciden con la tradición oral cristiana aceptada, por ejemplo los padres de la Virgen María, Joaquín y Ana, están en un evangelio apócrifo y la Iglesia los ha aceptado, pues la devoción a San Joaquín y Santa Ana (sobre todo a Santa Ana) es muy amplia y aceptada. Pero la respuesta que da el erudito bíblico estadounidense Craig A. Evans, cuando le preguntan por qué la Iglesia no aceptó los libros apócrifos, él responde: “léelos y entenderás por qué.” Todavía no he podido leer al completo alguno de estos libros, solo algunas partes pequeñas extraídas de lecturas de análisis que hacen sobre estos textos, por ejemplo Juan Carlos Ossandón nos habla de algunas particularidades muy vistosas de estos textos, que incluyen contenidos muy populares y llenos de milagros, como por ejemplo un relato de la infancia del niño Jesús, en la que le hacen una broma, y él manda un rayo a un niño que lo estaba molestando, y después lo resucita porque se le pasa el enfado, es decir, una religiosidad más o menos popular o simpática, pero que nada tiene que ver con el mensaje profundo del cristianismo.

El canon bíblico cristiano se fue definiendo poco a poco por la autoridad de los Apóstoles, es decir, los herederos directos de las enseñanzas de Jesús. San Agustín también se pregunta por el canon, y el habla del criterio sociológico, es decir, si un libro ha sido leído en muchas partes durante mucho tiempo se considera que ha pasado el filtro, y que los propios cristianos reconocen su fe en ese libro. O si un libo estuvo de moda durante un tiempo y después dejó de tener interés, es también otra forma de filtrar. O si un libro se lee solo en una Iglesia, por ejemplo el caso de la Iglesia etiópica que sigue leyendo libros que ninguna otra iglesia lee, tiene un canon de ochenta y tantos libros, pero ese canon no ha salido de ahí. Esto lo dice San Agustín en el siglo IV, en el que ha pasado suficiente tiempo para empezar a discernirlo. Pero en el siglo II Ireneo de Lyon escribe acerca de muchos textos apócrifos, demuestra que conoce el evangelio de Tomás, el de Valentín, el de los egipcios, el de los hebreos, y aún así, acepta solo 4 Evangelios, ni uno más ni uno menos, y lo dice en el año 180. San Agustín tenía el factor del tiempo que le ayudaba, hacía de filtro, pero San Ireneo ya tenía clarísimo que eran esos cuatro Evangelios, aún conociendo el resto. Además Ireneo dice que si te quedas solo con un Evangelio tampoco puedes ser considerado cristiano, por ejemplo si te quedas sólo con San Mateo y rechazas los demás.

Ireneo tiene claro que solo puede haber estos 4 Evangelios, ha viajado mucho, conoce todos los textos, y llega a una conclusión clara. Pero Eusebio de Cesarea nos cuenta, por ejemplo, que Serapión, Obispo de Antioquia en el siglo II, dice que unos fieles le habían pedido (nos reproduce la carta) permiso para leer el Evangelio de Pedro, y éste les da permiso, no tiene una idea de canon cerrado todavía, pero cuando lo lee, entonces dice que no puede ser considerado de Pedro. En contraposición a Ireneo, sin embargo Serapión es más lento, no ve problema en aceptar nuevos textos, aunque también se da cuenta de que no encaja con la doctrina y la enseñanza recibida. Ese criterio le permite ir diferenciando, pues para él todavía no es claro que haya sólo 4 Evangelios.

Todas estas cuestiones nos hacen ver hasta que punto tanto el canon hebreo como el canon bíblico cristiano ha sido fruto de la experiencia y la lectura de millones de personas. Es así que el canon bíblico puede ser considerado, sin lugar a dudas, como el fruto de la más amplia y verdadera diversidad, la que es capaz de abrirse camino a través de los siglos.
Las diferencias con respecto al dogma actual de la diversidad, quizás podrían establecerse en la necesidad de definir un límite con respecto a la compatibilidad, es decir, hay diferencias compatibles y hay diferencias incompatibles, que no deben ser ignoradas. Por ejemplo, el Evangelio de Tomás es incompatible con el resto, no tiene Pasión, Muerte y Resurrección, es un Evangelio intelectualista, que prioriza la salvación a través del conocimiento sobre la fe, lo cual es incompatible con la comprensión cristiana que entiende que la oscuridad de la fe es al mismo tiempo luminosidad para la inteligencia. Por otro lado, el Evangelio de Mateo y el de Juan son muy distintos, pero son compatibles. Divisiones y diferencias habrá siempre, son justamente las diferencias las que nos ponen ante la necesidad de la incómoda tarea de establecer algún límite. Sin ese límite es posible que se mantengan fantasías como las de seguir viviendo en el Paraíso del Edén, una fantasía que, por desgracia, no tiene ningún sostén en la realidad.