La rebelión de los Macabeos es uno de esos apasionantes episodios de la historia que se vuelve clave para facilitar la comprensión de otros momentos históricos similares, e incluso el momento actual. El pueblo judío había sido un pueblo pequeño y sin grandes riquezas, a merced de los grandes imperios de la época, motivo por el cual también Yahvé lo había escogido. La tradición nos cuenta la evolución que desarrolló a lo largo de los siglos, desde la organización tribal en las montañas, al liderazgo de los jueces y la posterior instauración de la monarquía. El período de la monarquía unida del Reino de Israel fue un corto periodo establecido entre el 1030 y el 931 a.C. El primer rey fue Saúl, quien unificó las 12 tribus de Israel en un solo estado. Le sucedió David, que expandió el reino significativamente, y su tercer y último monarca fue Salomón, durante cuyo reinado surge la tradición yahvista. Tras la muerte de Salomón el reino se divide en Reino del Norte (Samaria) y Reino del Sur (Judea). El Reino del Norte fue el primero en caer ante la expansión de Asiria en el 701 a.C., pero más tarde caería también el Reino del Sur frente al imperio de Babilonia (595 a.C.), y a partir de ahí fue una sucesión permanente de imperios a los que estuvieron sometidos: los persas aqueménidas, Alejandro Magno, los Ptlolomeos, los Seléucidas, los Romanos… etc. Será en el período de los Seléucidas en el que tendrá lugar la rebelión de los Macabeos, en la que, bajo la guía de Judas Macabeo, los judíos alzaron sus espadas en defensa de su fe y costumbres. De alguna manera este episodio, además de tener su reflejo en el momento actual, también se reflejará en el período en el que Jesús ejerce su ministerio, ya que los romanos serán otro enemigo político externo similar a los Seléucidas griegos.
Los Macabeos fueron una familia judía que luchó por la independencia religiosa y política de Judea durante el periodo de la dinastía seléucida, particularmente durante las persecuciones llevadas a cabo por el rey Antíoco IV Epífanes en el siglo II a.C. La rebelión macabea comenzó con Matatías, un sacerdote judío del pueblo de Modín, que en un acto de resistencia, mató a un oficial seléucida que trataba de imponer los sacrificios paganos.
Incluso si todas las naciones que viven bajo el gobierno del rey le obedecieran, y hubieran elegido cumplir con sus órdenes, abandonando cada uno la religión de sus padres; de todos modos mis hijos, mis hermanos y yo viviremos de acuerdo al pacto de nuestros padres… No obedeceremos la palabra del rey alejándonos de nuestra religión, ni a la izquierda ni a la derecha (1Mac 2,19-22).
Matatías, junto con sus cinco hijos, se levantó contra las políticas de helenización impuestas por Antíoco IV, que incluyeron la prohibición de prácticas religiosas judías, como la circuncisión, y la profanación del Templo de Jerusalén. Murió poco después de iniciar la rebelión, pero su legado continuó con el liderazgo de sus hijos, principalmente su hijo Judas. Bajo el comando de Judas Macabeo obtuvieron varias victorias decisivas sobre las fuerzas seléucidas. La más famosa de estas victorias fue la recuperación del Templo de Jerusalén en el 164 a.C., que fue consagrado nuevamente después de haber sido profanado por Antíoco IV. Esta victoria es conmemorada por la festividad judía de Hanuka de la que hablaremos más adelante. La dinastía Hasmonea, que surgió como resultado de la revuelta macabea contra el Imperio seléucida, gobernó Judea de manera independiente desde el 140 a.C. hasta la intervención romana en el 63 a.C.
Manuscrito iluminado en el que se representa el momento en que Matatías mata al sacerdote que se disponía a sacrificar a un cerdo en el templo de Jerusalén.
Pero un dato curioso acerca de los dos libros de los Macabeos que recogen estos sucesos en la Biblia, y en los que se relata la rebelión de los judíos contra la "abominación de la desolación", es que no hayan sido considerados canónicos por el judaísmo y sí por el cristianismo. No sabemos si en algún tiempo formaron parte del canon judío palestino, pero sin embargo, sí se encuentran en la versión de los LXX (la Biblia griega o Septuaginta), que refleja el canon judío alejandrino, es decir, el de los judíos helenizados del siglo II a.C. Uno de los motivos por los cuales no han sido aceptados en el canon bíblico judío fue precisamente el hecho de estar escritos en griego. Aunque hoy sabemos que el libro primero de los Macabeos fue escrito en hebreo por un judío palestino, sólo se ha conservado en griego; el segundo es el resumen de una obra en cinco libros escrita en griego por un judío de nombre Jasón de Cirene. En el tiempo inmediato a Jesús, se estima que los judíos de la diáspora superaban ampliamente en número a los judíos que vivían en Judea (Palestina). Mientras que solo dos millones y medio de judíos habitaban la tierra prometida, entre cuatro y seis millones vivían en la diáspora, de la que, Alejandría era el principal conglomerado y polo de actividad. Por tanto, eran más los judíos de habla griega que hebrea. Otro de los motivos que probablemente haya influido en la decisión de no considerar estos libros parte del canon, es el hecho de que inviten a la rebelión. Es de nuevo llamativo que precisamente sean los judíos helenizados los que no han visto tanto problema en considerar sagrado un texto que precisamente invita al enfrentamiento del helenismo. De hecho, en la tradición cristiana, influyó el recelo y la animosidad de los judíos contra estos libros. Parece que no era un pecado tan grande para los cristianos como sí lo era para los judíos, y ciertamente es un tema que se repite en la historia judía, el debate acerca de la conciliación de su fe con la ley de los pueblos paganos en los que vivieron desde el exilio y la primera destrucción del Templo. Así mismo, las ansias de responder en el plano político y militar a los ultrajes contra su religión e identidad cultural, no dejó de estar de alguna manera oculta, también presente. La tradición judía, fruto de este rechazo a la invitación a la rebelión que se describe en los libros de los Macabeos, generó otro libro que transformaba el anhelo combatiente en un relato más espiritual con tintes escatológicos y mesiánicos, se trata del Libro de Daniel, un relato profético escrito en tiempos de los Macabeos pero situado en tiempos del exilio en Babilonia. Es en este libro en donde se consensuó la forma en la que el israelita debía apegarse a la ley de la tierra que habitaba, incluso aunque ésta contradijera a la ley judía. La pregunta, ¿corrompe el poder político a la religión?, fue una polémica recurrente en la mente judía, especialmente en los tiempos de los hasmoneos y Herodes, cuando el poder del rey estaba intrínsecamente vinculado con funciones sacerdotales. A partir de la victoria romana con una nueva profanación del Templo por parte de Pompeyo, y tras la predicación de Jesús, los judíos encontraron que la fe era posible sin su refuerzo por parte de un estado; que lo religioso podía convivir sin un gobierno religioso, y que por ende el judaísmo podía perdurar recluido dentro de un estado pagano, gentil, y siglos más tarde secular. Fruto de estos cuestionamientos internos dentro del judaísmo, se produjo la transformación del judaísmo sacerdotal al judaísmo rabínico, y también además el surgimiento del cristianismo.
La respuesta armada del pueblo no podía ser aceptada por el espíritu, y sin embargo el hecho de que fuera conservada por los cristianos permitió guardar la memoria espiritual unida a la material, la que trasciende la indignidad histórica. La rectitud excesiva con la que el pueblo judío se ha juzgado a sí mismo arrastra una herida que ha calado hondo en el pueblo judío, reprimiendo su deseo de violencia frente a los ataques que ha recibido de otros pueblos. De alguna manera, el cristianismo primitivo (que era, en esencia, judaísmo helenizado), mostrando menos rigor y más misericordia con los errores del pueblo judío, sirvió de garante de su derecho a ser perdonado de una culpa que arrastra desde la misma imposibilidad de Moisés a entrar en Tierra Prometida. Los niveles éticos de la tradición judía son de los más elevados del mundo, gracias a ellos, toda nuestra civilización se ha podido sostener en un nivel no tan exigente, y gracias también a este nivel espiritual que lo caracteriza, se dan datos como los que Nial Ferguson describe, pues este autor se pregunta cómo es posible que en el siglo XX, siendo el 0.2 por ciento de la población mundial, los judíos hayan ganado (en datos del 2011) el 22 por ciento de los Premios Nobel, el 38 por ciento de los Óscar a mejor director, el 20 por ciento de los Premios Pulitzer por logros en obras de no ficción y el 13 por ciento de los Premios Grammy a la carrera artística. Con toda seguridad podemos afirmar que la genialidad judía algo tiene que ver con su énfasis tradicional (a través de discusiones, persecuciones y crisis de identidad) en el estudio como sendero de autodescubrimiento, que no solo lo ha sido para ellos, también para los cristianos y musulmanes interesados en conocer su Texto Sagrado. Lo que occidente le debe al pueblo judío es imposible de cuantificar, pero esto no impide que hoy, sometidos como estamos a los relatos uniformizados, hayamos preferido olvidar y negar toda nuestra herencia ética y religiosa que nos ha sustentado durante siglos, para negarle al pueblo judío la misericordia que merece frente a sus nuevos torturadores sionistas, los que también intentan acabar con nuestra civilización.
La tendencia humana a oscilar entre un polo y otro (el del rigor y la misericordia), es algo que se repite a lo largo de los siglos. El excesivo rigor del judaísmo había llevado a una corrupción que posibilitó el surgimiento del cristianismo, caracterizado precisamente por su mayor defensa de la misericordia, al menos en apariencia, pues la realidad es que el cristianismo fue judaísmo helenizado en sus inicios, por tanto sus cimientos son plenamente judíos y rigurosos, motivo por el cual integró el Antiguo Testamento en su canon sagrado, algo que no hizo con ninguna de las otras religiones con las que se encontró, a pesar de que también se nutrió con ellas. Si en los inicios del cristianismo, el excesivo rigor del judaísmo que lo había conducido a la corrupción, fue equilibrado por la misericordia cristiana, hoy sucede a la inversa, la excesiva misericordia que ha conducido a la corrupción al cristianismo, tiene necesidad de ser contrarrestada con rigor. Pero tras los últimos alientos del cristianismo, que llega a su fin en nuestros tiempos, las tendencias polarizadas entre un polo y otro del rigor y la misericordia, transcurren ahora en ámbitos mucho más divididos y fraccionados, hasta el punto de que el trabajo se encuentra ahora en el tejado de cada individuo único.
Helenismo
El proceso de helenización, es decir, la adopción de la cultura griega, sus costumbres, filosofía, arte y religión, ya estaba en marcha en el mundo mediterráneo desde la época de Alejandro Magno. Por otro lado, el pueblo judío ya había sufrido un proceso de transformación interno fruto del encuentro con otra cultura, durante su exilio en Babilonia, tras la destrucción del primer Templo. Este período de enriquecimiento fruto del encuentro con la tradición caldea provocó que muchos judíos prefirieran quedarse en Babilonia, incluso después del decreto de Ciro que les permitía regresar a su tierra. Los que regresaron se vieron obligados a comenzar desde cero. Es por eso, que ya desde la destrucción del primer Templo el pueblo judío se había visto impulsado a reinventarse y a salir reforzado tras la desolación. Pero, aunque otros judíos de la diáspora habían aceptado la helenización sin grandes conflictos, para los que estaban en casa, esto era más difícil de aceptar, pues fueron espectadores directos de cómo Antioco IV, en el año 164 a.C. imponía la prohibición de circuncidarse o la obligación de sacrificar cerdos en el templo, algo del todo intolerable para su tradición.
En este proceso de helenización se dió la fusión de la cultura europea clásica y la asiática oriental, que dio lugar, entre otras cosas, al cristianismo, y reflejada en el segundo libro de los Macabeos (4,13):
La extremada maldad del impío y falso sumo sacerdote Jasón hizo que por todas partes se propagara la manera griega de vivir, y que aumentara el deseo de imitar lo extranjero.
Todo indica que ese proceso se dio sin conflictos entre la conquista de Alejandro Magno y el reinado de Antíoco IV Epifanes, pero a partir de entonces se dieron una serie de rebeliones y movimientos de masas que no sólo evidenciaron los conflictos con los griegos, también entre los propios judíos que estaban helenizados en Palestina.
Y aunque los Macabeos habían comenzado su rebelión contra la helenización impuesta por Antíoco IV, algunos de los reyes y líderes del período de la dinastía Hasmonea1 adoptaron actitudes favorables hacia la cultura helénica, lo que fue visto como una contradicción por parte de los sectores más ortodoxos de la población judía. El impulso hacia la helenización bajo los hasmoneos no fue un proceso unificado ni pacífico. Los helenistas veían con buenos ojos las ventajas que la adopción de la cultura griega podría ofrecer, como el acceso a la educación, la filosofía y la ciencia helénicas, y la integración con las potencias del mundo mediterráneo. Sin embargo, los tradicionalistas, que se oponían a este proceso, consideraban que cualquier acercamiento a la cultura griega era una traición a la pureza de la religión y la identidad judía. Así surgieron facciones religiosas y políticas dentro de la sociedad judía, tales como los fariseos, los saduceos, los esenios y los zelotes, cada uno con su propia interpretación de la ley judía y su relación con la cultura helénica. Dichos grupos serán el caldo de cultivo en el que surge la predicación de Jesús.
La contradicción inherente entre el deseo de los hasmoneos de expandir y consolidar el poder mediante la helenización, y su origen en la lucha contra la helenización, se convirtió en un problema grave para la dinastía. Los sectores más radicales de la oposición a la helenización, como los fariseos y esenios, temían que los valores griegos fueran una amenaza para la integridad religiosa de Israel. La Dinastía Hasmonea, a pesar de sus éxitos iniciales, no pudo sostenerse por mucho tiempo debido a las luchas internas y la presión externa de Roma. Finalmente, estalla una guerra civil entre dos hermanos hasmoneos, Aristóbulo II e Hircano II. Fue Hircano II, que se encontraba en una posición más débil en la guerra, el que solicitó la ayuda de Roma, una poderosa fuerza militar que comenzaba a expandirse por todo el mundo. Aparece Pompeyo en escena, que en ese momento estaba expandiendo el poder romano en la región. Tratando de consolidar la influencia romana en el Levante y aprovechando la debilidad de los hasmoneos, intervino militarmente en Judea en el año 63 a.C. Primero marchó hacia Jerusalén y, tras un sitio, logró tomar la ciudad y entrar en el Templo, profanando el lugar Santo de los Santos. En el proceso, Aristóbulo II fue capturado y llevado a Roma como prisionero, mientras que Hircano II fue restaurado en el poder, pero como sumo sacerdote sin el control total del reino, que pasó a ser un estado cliente de Roma. La intervención romana marcó el fin de la independencia política de Judea y el inicio de la influencia romana directa en la región, que perduraría hasta la época del dominio imperial. Y aunque la helenización tuvo un impacto profundo en la cultura y la religión judía durante el período hasmoneo, el judaísmo continuó evolucionando en una dirección que reflejaba tanto su tradición ancestral como las realidades de un mundo helenístico y, eventualmente, romano.
Hanuka
Lo que celebró Jesús en su época, el 25 de Diciembre, no fue, seguramente, su cumpleaños, sino más bien la fiesta de Hanuka o dedicación del templo. Una fiesta judía que aún hoy tiene vigencia y que cae alrededor de las fiestas cristianas de Navidad. El término hanuka significa, en hebreo, dedicación, y viene de la raíz hanak, que significa, entre otras cosas, dedicar, consagrar, inaugurar. Janucá o Hanuka es la denominación de la Fiesta de las Luces. Januquiot (en plural) es la lámpara o lucerna, que tiene nueve candelarias o luces, que se encienden una cada día, durante 8 días, más una lucernaria en el medio que es símbolo del origen del resto de las luces. No se debe confundir con la Menorá, símbolo ancestral hebreo, dicho candelabro de siete brazos estaba custodiado en el Templo de Jerusalén, junto al Arca de la Alianza y la mesa ritual de los panes de presentación. La Menorá es un símbolo sagrado que se ha perpetuado en el candelabro de 9 luces de Janucá, al parecer se hizo con este número de lucernarias para diferenciarlo del original y único, la Menorá del Templo de Jerusalén.
Esta fiesta se remonta a los libros de los Macabeos de los que hemos venido hablando, conmemora el proceso de re-dedicación del templo, el milagro del aceite, y la victoria del pequeñísimo ejército de los Macabeos, sobre el gran ejército griego de los Seleúcidas (heredero de aquel invencible de Alejandro Magno) en el año 165 a.C. Cuenta la tradición que cuando los judíos entraron en el Templo profanado, la lámpara sagrada estaba apagada y solo quedaba una vasija de aceite puro, insuficiente para cubrir los 8 días necesarios para su fabricación. Pero el milagro divino se produjo cuando esa pequeña cantidad ardió milagrosamente durante los ocho días y mantuvo así la luz encendida del Templo nuevamente consagrado. Se refleja en estos dos eventos, el simbolismo de lo pequeño venciendo a lo grande, de lo débil superando a la fuerza destructora de la idolatría. En los 8 días de fiesta, cada familia judía tiene que encender una luz del candelabro para recordar el milagro, en el noveno brazo está la luz que enciende el resto de las luces, la luz de las luces, que para el cristianismo será Jesucristo. De ahí que esta festividad tenga su reflejo en la de la Candelaria, que se celebra encendiendo velas o lámparas en las casas y comiendo manjares fritos en aceite. La festividad de Hanuka dura ocho días a partir del 25 del mes hebreo de kislev (que suele caer entre noviembre y diciembre).
Nodeja de ser curioso que el propio nombre del rey Antioco IV Epifanes, el que profana el templo, haga alusión a la epifanía, o manifestación de Dios. Este rey había querido ser una epifanía de Dios, había pretendido ocupar el lugar de Dios, un pecado que aparece numerosas veces a lo largo de la historia, y también en nuestra historia personal. Pretendiendo convertirse en la manifestación misma de Zeus, se puso en el lugar de Dios, y evidenció así su locura. Por esto los judíos habían cambiado una letra de su nombre, y en lugar de Epifanes lo llamaban Epimanes, que quiere decir loco. Quien quiera hacerse Dios se vuelve un loco, lo cual no deja de ser una oportunidad con la que hacer brillar con más fuerza la manifestación verdadera de Dios.
Cuando Antíoco robó la menorá, el símbolo de la presencia o la morada de Dios, desapareció. Las 7 luces de la Menorá eran consideradas los 7 ojos de Dios, pero en lugar de ellos, Antíoco puso sobre el altar un ídolo, lo que el Libro de Daniel describe como la "abominación de la desolación". También en nuestros días se intenta meter un culto idolátrico en el lugar más santo que es ahora la persona humana.
La fiesta de Hanuka celebra la liberación de Israel y la dedicación del templo y su restauración, por ello tiene una fuerte connotación mesiánica, no en vano, este evento traumático propició el desarrollo de los relatos escatológicos que culminaron en el Apocalipsis. En la liturgia judía son 3 las fiestas de liberación, la de Pascua (que conmemora la liberación de Egipto), la de Hanuka y la de Purin que conmemora la liberación del pueblo gracias a la reina Esther. Tres son también los signos que en la liturgia cristiana se recogen de estas fiestas, el pan ácimo de la Pascua, el vino de Purim y el aceite, de Hanuka. El término Mesías significa Ungido y se traduce en griego como Christós, por tanto, esta fiesta de Hanuka está unida doblemente a la liberación terrenal y a la mesiánica, de la cual, la unción con aceite de la menorá es un símbolo. El milagro de la luz es también el del Mesías que resplandecerá en los días de mayor fracaso. Cuanto más oscura es la tiniebla que nos invade, más resplandece, por tanto, la luz mesiánica.
Judas y sus hermanos dijeron entonces: «Ahora que nuestros enemigos han sido derrotados, vayamos a purificar y a consagrar el templo.» 37 Todo el ejército se reunió y subió al monte Sión. 38 Allí vieron el templo en ruinas, el altar profanado, las puertas incendiadas; en los atrios crecía la maleza, como en el bosque o en el monte; las habitaciones estaban destruidas. 39 Entonces se rasgaron la ropa, dieron muestras de intenso dolor, se cubrieron de ceniza 40 y se inclinaron hasta tocar el suelo con la frente. Luego, al toque de las trompetas, clamaron a Dios. (Mac 4,36)
El 25 de kislev del año 164 a.C., exactamente el día que el templo había sido profanado por Antíoco, lo consagraron de nuevo e instituyeron la fiesta de la dedicación del templo, para recordar el gran milagro. Además, establecieron que la fiesta se celebrara con alegría, con ramas de palma y tirsos en las manos. Hanuka es una celebración llena de alegría, en la liturgia judía se lee el salmo 30, y está prohibido hacer discursos fúnebres.
Convertiste mi lamento en danza;
me quitaste la ropa de luto
y me vestiste de alegría,
12 para que te cante y te glorifique
y no me quede callado.
¡Señor mi Dios, siempre te daré gracias! (Salmo 30,11-12)
La peregrina gallega Egeria en el siglo IV ofrece un maravilloso testimonio de la fiesta que ella llama de las enseñas, pues es el nombre con el que se designa a la fiesta de Hanuka en la Biblia de los LXX. Pero esta fiesta pasa también a los cristianos, que habían unido espontáneamente la fiesta de la dedicación del templo a la dedicación del Santo Sepulcro. Los judíos cristianos habían transferido numerosas costumbres que se referían al templo, aplicándolas al Santo Sepulcro, que se había convertido, para ellos, en el centro del mundo, el lugar donde la luz ha triunfado sobre las tinieblas. Para los primeros cristianos, Jesucristo se había convertido en el Nuevo Templo. Egeria cuenta que las liturgias del Santo Sepulcro se celebraban durante 8 días, exactamente como Hanuka. Todavía hoy, la iglesia bizantina, celebra durante 8 días la fiesta de la dedicación de la iglesia del Santo Sepulcro, y la exaltación de la santa cruz, otro símbolo equivalente al candelabro. En el tiempo de Jesús, la fiesta de Hanuka simbolizaba la luz que resplandece en los tiempos de crisis, probablemente era una fiesta muy popular, además también en esa época un ejército pagano, fuerte y arrogante como el de Antíoco, había sometido Tierra Santa. Esta fuerza militar romana, igual que la otra, también había pisoteado y profanado el templo, la morada de Dios. Sabemos que en el año 63 a.C. Pompeyo había profanado el templo y su lugar Santo. En tiempo de Jesús, la legio cretensis, establecida en Tierra Santa, tenía como símbolo un jabalí, el animal impuro por excelencia para los judíos, y que recordaba a los cerdos que habían sido sacrificados en el templo por Antíoco IV. Jesús mismo había vivido esta fiesta, como sabemos por el Evangelio de Juan (Jn 10,22). En otro pasaje de Juan, se narra el episodio de la purificación del templo que realizó Jesús (Jn 2,13-21), y que también se narra en los evangelios sinópticos. Jesús consagra de nuevo el templo, lo purifica porque expulsa a los mercaderes fuera y ordena no hacer de la casa del padre un mercado, un negocio. Usar a Dios para nuestro interés es, en el fondo, una profanación del templo. Podemos decir que Jesús consagra de nuevo el templo, pero no desde el nivel político y militar (como el de los Macabeos y zelotes) sino en el sentido profundamente espiritual.
Por otro lado, en la tradición judía, es la mujer la que se encarga de encender el candelabro del templo el sábado, pues los rabinos dicen que así como la mujer fue la primera en quitar la luz del mundo por el pecado, así también ella será la primera en devolver la luz al mundo, esto en el cristianismo tiene su continuación en la figura de la Virgen María, considerada la Nueva Eva. La belleza de la menorá es comparada con la belleza de la mujer
y las siete luces del candelabro se comparan con los justos que iluminan como estrellas a los hombres.
La Biblia habla de la Menorá, o candelabro, en tres niveles: uno en el Antiguo Testamento, uno en los Profetas y otro en el Nuevo Testamento. A Moisés se le ordenó construir un candelero de oro puro con siete brazos y colocarlo en el Lugar Santo del Tabernáculo (Éx 25,31-40). Los sacerdotes estaban obligados a cuidar y mantener encendida la luz de la Menorá. Estaba colocada en el interior del Santuario frente a la mesa de los doce panes que los sacerdotes colocaban todos los días. La luz de la Menorá encendida junto a los panes representaba la unión de la materia y el espíritu. Era un símbolo de la presencia, o morada (shekinah) de Dios en el Templo. Rashi (uno de los mayores comentaristas de la Torá) explica que la llama del candelabro no era en sí encendida por los sacerdotes, sino que surgía de la Menorá, Dios la hacía surgir como símbolo de su presencia.
En el segundo nivel, el profeta Zacarías tuvo una visión de una Menorá mística, con dos olivos, uno a cada lado, símbolo del aceite necesario para encenderla y de la esperanza mesiánica.
»Cuando vean la plomada en las manos de Zorobabel, se alegrarán los que menospreciaron los días de los modestos comienzos. ¡Estos son los siete ojos del Señor que recorren toda la tierra!».
11 Entonces pregunté al ángel: «¿Qué significan estos dos olivos a la derecha y a la izquierda del candelabro?». 12 Y también pregunté: «¿Qué significan estas dos ramas de olivo junto a los dos tubos de oro por los que fluye el aceite dorado?».
13 El ángel me preguntó: «¿Acaso no sabes lo que significan?». Entonces respondí: «No, señor mío». 14 Así que el ángel me explicó: «Estos son los dos ungidos que están al servicio del Señor de toda la tierra».
El tercer nivel se encuentra en el libro de Apocalipsis en el que Juan tiene una visión sobrenatural de Cristo en una forma glorificada, parado en medio de 7 candeleros, que representan las 7 iglesias o congregaciones de Asia Menor (Ap 1:12, 20), que son simbólicas de todos los tipos y ramas que forman la ecclesia internacional. La visión de Juan muestra a personas de toda tribu, lengua y nación siendo glorificadas por el poder de Dios. Las siete lámparas, símbolo de los ojos del señor, de su vista plena e infinita, se convierten en el Apocalipsis en símbolo de la plenitud del espíritu de Dios en todas las naciones, la luz del mundo.
Los "siete espíritus de Dios" en el libro del Apocalipsis son, pues, una referencia al Espíritu Santo en la perfección de su múltiple ministerio. Isaías 11:2 también hace referencia al Espíritu Santo usando una descripción séptuple: "Y reposará sobre él el Espíritu del Señor(1); espíritu de sabiduría(2) y de inteligencia(3), espíritu de consejo(4) y de poder(5), espíritu de conocimiento(6) y de temor del Señor(7)".
Uno de los 7 ángeles derramando uno de los 7 espíritus de la lámpara sobre el mar