La montaña y su símbolo quiso representar, por su parte, el órgano genital masculino, asociado al fuego, a lo ascendente, a lo que busca la verticalidad. Así pues, las transposiciones simbólicas de la montaña y la caverna nos conducen a la antítesis básica, masculino-femenino. Hasta ahí parece que lo simbólico es algo muy bucólico, sobre la caverna iniciática y la montaña sagrada hemos oído hablar infinidad de ocasiones, y todas nos parecen muy sugerentes. Ahora bien, ¿qué significa que el triángulo de la gruta esté invertido y sea más pequeño que el de la montaña? Tales matices no son superfluos en el simbolismo, y a veces ayudan más que los ejemplos demasiado ajenos. Al describir la literalidad de lo que se observa hay más posibilidades de leer en tales detalles la propia experiencia y no la de lo que el mundo ha considerado simbólico. Para ello, las descripciones de René Guénon nos ayudan infinitamente. Tanto la montaña como la gruta son símbolos que hacen alusión a los centros espirituales, son “axiales” o “polares”, por estar alineados al axis mundi, el que nos permite transitar entre el inframundo, la tierra y el cielo. Por este motivo, la caverna debe considerarse situada bajo la montaña o en su interior, de manera que estén ambas sobre el mismo eje, esto refuerza la complementariedad de ambos, y nos hace ver que quien se adentra en la gruta sin estar acompañado de la montaña, es posible que no salga de ahí (ese fue el caso de Nietzsche). De ahí la importancia de un buen guía, solo un verdadero sabio sabe cuándo se puede invitar a alguien a transitar ese lugar peligroso. Nuestra sociedad moderna está muy poco preparada para integrar los aspectos negativos de la realidad, la pulsión de muerte no tiene por qué ser sinónimo de "mal", al revés, cuanto más se la ignora más daño provoca.
Esta misma evolución de la humanidad puede ser equiparable a la del ser individual, pues su recorrido psíquico es similar. Al descubrir la existencia de la gruta, el centro no abandona la montaña, sino que se retira de la cúspide al interior, y tal cambio es como una inversión o reflejo que desplaza el universo celeste conocido al mundo subterráneo, esa "inversión" se encuentra figurada por los esquemas respectivos de la montaña y la caverna, que expresan a la vez su mutua complementariedad. Si ambos triángulos se disponen uno debajo de otro, el segundo puede considerarse como reflejo del primero. Esta relación nos hace ver un símbolo derivado de otro principal, así sucede también con el falo en la teoría psicoanalítica. El falo es el primer significante del deseo y su garante, no hace pareja con el significante femenino porque el agujero es intrínseco al falo, la gruta no puede situarse a su lado. Como bien lo expresa el simbolismo, la gruta solo puede estar o debajo o dentro de la montaña, uno no podría existir sin el otro, porque no son entidades separadas. La inmersión en la gruta nos conduce a un plano de realidad en el que todo lo que habíamos considerado grandioso se vuelve pequeño e insignificante, la castración nos conduce a la angustia ante la posibilidad de perder el falo o al sentimiento de inferioridad por considerarse perdido. Desde que nacemos, estos procesos de simbolización del mundo se dan de manera inconsciente y la forma en la que cada ser humano simboliza estas diferencias se reflejan en la forma de hablar. No es casual, por tanto, que el triángulo invertido sea más pequeño que el triángulo derecho, tal diferencia en las proporciones no es casual, incluso no es casual las dos formas en las que René Guénon nos presenta este símbolo, uno con el triángulo invertido debajo y otro con el triángulo situado en el medio del más grande. Podríamos ver en ello dos fases en el proceso de aceptación de la castración, un primer paso en el que inevitablemente la persona se siente disminuida, inferior, al constatar que no posee el falo, y otro segundo nivel en el que, al integrar la castración ésta pasa a configurar ese vacío interior necesario para vivir y alimentar el significante del deseo que es el falo, el paso de uno a otro nunca es definitivo.
El padre y la madre no son objeto de una valoración distinta antes del descubrimiento de la diferencia de los sexos, o sea de la falta del pene en el femenino. Una joven, a la que tuve hace poco en tratamiento, me comunicó que al descubrir tal diferencia, no extendió la carencia de dicho órgano a todas las mujeres, sino tan sólo a aquellas «que nada valían», y su madre la ratificó en esta opinión.
Sigmund Freud, en El yo y el ello.
La constatación de la diferencia sexual conlleva en el psiquismo una consideración de menor valor hacia aquellas personas que no tienen el falo, pero no necesariamente estas personas son siempre mujeres, pues la madre queda a salvo de ser considerada inferior al considerar que ella sí tiene el falo, la madre fálica representa el ideal al que un hombre o una mujer, en la etapa fálica, intenta aferrarse para hacer frente a la angustia de castración.
... pero tal diferencia en las proporciones no es cosa excepcional en el simbolismo: así, en la Cábala hebrea, el Macroprosopo o "Gran Rostro" tiene por reflejo el Microprosopo o "Pequeño Rostro". Además, hay en ello, en el caso presente, una razón más particular: hemos recordado, con motivo de la relación entre la caverna y el corazón, el texto de las Upáníshad donde se dice que el Principio, residente en "el centro del ser" es "más pequeño que un grano de arroz, más pequeño que un grano de cebada, más pequeño que un grano de mostaza, más pequeño que un grano de mijo, más pequeño que el germen que está en un grano de mijo", pero también, al mismo tiempo, "más grande que el cielo, más grande que todos estos mundos juntos"[480]; ahora bien: en la relación inversa de los dos símbolos que ahora consideramos, la montaña corresponde a la idea de "grandor" y la caverna (o la cavidad del corazón) a la de "pequeñez". El aspecto del "grandor" se refiere, por otra parte, a la realidad absoluta, y el de la "pequeñez" a las apariencias relativas a la manifestación; es, pues, perfectamente normal que el primero se represente aquí por el símbolo que corresponde a una condición "primordial", y el segundo por el que corresponde a una condición ulterior de "oscurecimiento" y de "envoltura" o repliegue" espiritual.
Al revés de lo que a menudo escuchamos desde muchos ámbitos espirituales modernos, introducirse en la caverna y pasar de las profundidades de la tierra a las alturas más próximas al cielo no supone adquirir una naturaleza divina, más bien todo lo contrario, supone ser más conscientes de nuestra verdadera pequeñez con respecto al mundo y más aún con respecto al conocimiento. La inmersión en la gruta es una ducha fría de humildad que nos hace más humanos y más pequeños, no más divinos.
Si se quiere representar la caverna como situada en el interior mismo (o en el corazón, podría decirse) de la montaña, basta transportar el triángulo inverso al interior del triángulo recto, de modo que sus centros coincidan (fig. 13); el primero debe, pues, ser necesariamente más pequeño para poder contenerse íntegramente en el otro; pero, aparte de esta diferencia, el conjunto de la figura así obtenida es manifiestamente idéntico al símbolo del "sello de Salomón", donde los dos triángulos opuestos representan igualmente dos principios complementarios, en las diversas aplicaciones de que son susceptibles. Por otra parte, si se hacen los lados del triángulo invertido iguales a la mitad de los del triángulo recto (los hemos hecho un poco menores para que los dos triángulos aparezcan enteramente separados, pero, de hecho, es evidente que la entrada de la caverna debe encontrarse en la superficie misma de la montaña, y por lo tanto que el triángulo que la representa debería realmente tocar el perímetro del otro)[482], el triángulo menor dividirá la superficie del mayor en cuatro partes iguales, de las cuales una será el triángulo invertido mismo, mientras que las otras tres serán triángulos rectos; esta última consideración, como la de ciertas relaciones numéricas vinculadas con ella, no tiene, a decir verdad, relación directa con nuestro asunto presente, pero tendremos sin duda ocasión de retomarla en el curso de otros estudios.
… la biología nos muestra además la coexistencia codo a codo de dos concepciones de la relación entre el yo y la sexualidad, igualmente justificadas; según una, el individuo es lo esencial: la sexualidad se considera una de sus actividades, y la satisfacción sexual una de sus necesidades; según la otra concepción, el individuo es un apéndice temporario y pasajero del plasma germinativo, casi inmortal, que le ha sido confiado para la generación.
El "segundo nacimiento", que es propiamente lo que puede llamarse la "regeneración psíquica", se opera en el dominio de las posibilidades sutiles de la individualidad humana; el "tercer nacimiento", al contrario, al efectuarse directamente en el orden espiritual, y no ya en el psíquico, es el acceso al dominio de las posibilidades supraindividuales. El uno es, pues, propiamente un "nacimiento en el cosmos" (proceso al cual corresponde, según lo hemos dicho, en el orden "macrocósmico", el nacimiento del Avatâra) y por consiguiente es lógico que se lo figure como ocurrido íntegramente en el interior de la caverna; pero el otro es un "nacimiento fuera del cosmos" y a esta "salida del cosmos", según la expresión de Hermes[497]debe corresponder, para que el simbolismo sea completo, una salida final de la caverna, la cual contiene solamente las posibilidades incluidas en el "cosmos", las que el iniciado debe precisamente sobrepasar en esta nueva fase del desarrollo de su ser, del cual el "segundo nacimiento" no era en realidad sino el punto de partida.
Aquí, naturalmente, ciertas relaciones se encontrarán modificadas: la caverna vuelve a ser un "sepulcro", no ya esta vez en razón exclusivamente de su situación "subterránea", sino porque el "cosmos" íntegro es en cierto modo el "sepulcro" del cual el ser debe salir ahora; el "tercer nacimiento" está precedido necesariamente de la "segunda muerte"; que no es ya la muerte al mundo profano, sino verdaderamente la "muerte al cosmos" (y también "en el cosmos"), y por eso el nacimiento "extracósmico" se asimila siempre a una "resurrección"[498]. Para que pueda ocurrir tal "resurrección", que es al mismo tiempo la salida de la caverna, es necesario que sea retirada la piedra que cierra la abertura del "sepulcro" (es decir, de la caverna misma); veremos en seguida cómo puede traducirse esto en ciertos casos en el simbolismo ritual. Por otra parte, cuando lo que está fuera de la caverna representaba solamente el mundo profano o las "tinieblas exteriores", la caverna aparecía como el único lugar iluminado, y, por lo demás, iluminado forzosamente desde el interior; ninguna luz, en efecto, podía entonces venirle de afuera. Ahora, puesto que hay que tener en cuenta las posibilidades "extracósmicas", la caverna, pese a tal iluminación, se hace relativamente oscura, por relación, no diremos a lo que está simplemente fuera de ella, sino más precisamente a lo que está por sobre ella, allende su bóveda, pues esto es lo que representa al dominio "extracósmico". Podría entonces, según este nuevo punto de vista, considerarse la iluminación interior como el mero reflejo de una luz que penetra a través del "techo del mundo", por la "puerta solar", que es el "ojo" de la bóveda cósmica o la abertura superior de la caverna. En el orden microcósmico esta abertura corresponde al Brahma-randhra [el séptimo chakra], es decir, al punto de contacto del individuo con el "séptimo rayo" del sol espiritual[499]punto cuya "localización" según las correspondencias orgánicas se encuentra en la coronilla[500]y que se figura también por la abertura superior del athanor hermético[501]Agreguemos a este respecto que el "huevo filosófico", el cual desempeña manifiestamente el papel de "Huevo del Mundo", está encerrado en el interior del athanor, pero que éste mismo puede ser asimilado al "cosmos", y ello en la doble aplicación, "macrocósmica" y "microcósmica"; la caverna, pues, podrá también identificarse simbólicamente a la vez con el "huevo filosófico" y con el athanor, según que la referencia sea, si así quiere decirse, a grados de desarrollo diferentes en el proceso iniciático, pero, en todo caso, sin que su significación fundamental se altere en modo alguno.
Podríamos además añadir algo que ha marcado considerablemente la manera en la que el mundo moderno entiende la muerte, pues al pasar del entorno rural al urbano surgió algo que antes no existía, y es la basura. El mundo moderno inventó el concepto de ecología derivado de la culpa por la generación de basura, y lo peor es que con ello desarrolló un sentimiento de superioridad respecto a quienes nunca antes habían necesitado la idea de ecología para respetar a la naturaleza. En la naturaleza nada es basura, porque todas las células muertas son el germen de las nuevas células que se renuevan. A raíz de la psicosis de desinfección desatada en la pandemia pudimos comprobar como esos extremos de sinsentido a los que nuestra sociedad llegó tuvieron una estrecha relación con el rechazo de la muerte, entendida, ya no solo como parte, sino como alimento, de la vida. La visión, mayoritariamente extendida como dogma, de que son los gérmenes los causantes de la enfermedad se contrapone a otra visión, estigmatizada como superstición, que habla de la teoría del terreno, o el medio ambiente, un ecosistema humano que facilita o dificulta las condiciones necesarias para que se desarrolle la enfermedad, entendida ésta como un proceso de adaptación, no como un agente externo que viene a destruirnos. El primero de los enfoques es ese del que nos hemos nutrido a lo largo de nuestra vida (al menos en España) y que nos hace pensar en términos bélicos acerca de un enemigo que se encuentra al acecho y dispuesto a atacarnos, esta idea nos hace creer que cuanto menos expuestos estemos a esos agentes provocadores de enfermedad (los virus) más seguros estaremos, o de que las enfermedades se combaten a base de artillería farmacológica. Se trata de una guerra contra un enemigo exterior que no es otro que la propia vida.