Hombre-Símbolo


En la Edad Media los médicos se preguntaron de cuántas formas podía morir una persona. Troceado, apuñalado, perforado, sangrando, acosado en todos los lados por diversas armas, la curiosa imagen de El Hombre Herido es una rara pero intrigante presencia en el mundo de los manuscritos médicos medievales. El Hombre Herido es la criatura más sufriente de la creación por una razón muy sencilla: se creó para eso, para sufrir, para soportar todas las penurias imaginables por las mentes medievales. Y sin embargo ahí lo vemos en los códices de los siglos XV y XVI, con expresión resignada, casi casi impávido. Todo ser humano ha sentido alguna vez ser el más desdichado de los seres humanos. Ese es también el verdadero sentido del complejo de Edipo. Resulta curiosa esta representación tan opuesta a la que nos ofrecen hoy los manuales médicos, que anhelan la perfección de los cuerpos y la enfermedad cero. La humanidad se ha lanzado a la carrera destinada a evitar la muerte corporal del individuo. Parece muy tentador, pero como nos recuerda Francoise Doltó, ha llegado la hora en que es otra la muerte que amenaza al hombre civilizado: la del sentido de su vida y de su muerte, del sentido de su deseo, que es comunicación creadora, fuente de alegría viviente.


Para la Inteligencia Artificial el origen de las palabras es una base de datos, para el ser humano el origen de la palabra se conecta con el origen del deseo. Proponemos, por tanto, ahondar en el significado de la palabra humanidad, para ver si más allá del extendido concepto cuantitativo de humanidad como conjunto de seres humanos, podemos también encontrar su relación cualitativa, la que la conecta con el deseo.

La palabra ‘humanidad’ viene del latín humanitas y significa ‘cualidad de humano’. Sus componentes léxicos son: humus (tierra), -anus (sufijo que indica pertenencia, procedencia), más el sufijo -dad (cualidad): la cualidad de pertenecer a la tierra. Muchos mitos de creación explican el origen del hombre como el fruto de un moldeado divino con el barro de la tierra. Entre los griegos es el titán Prometeo el que moldea al primer hombre del barro de la tierra. Así se describe en el resumen en prosa de las Metamorfosis de Ovidio:

Después de la separación de los elementos, Prometeo, hijo de Japeto, formó un hombre de tierra y agua con semejanza a los dioses, dándolo vida con una hacha que, por consejo de Minerva, encendió en los rayos del Sol. (1).

Y así en la traducción del original que hace Ana Pérez Vega de las Metamorfosis:

nacido el hombre fue, sea que a él con divina simiente lo hizo aquel artesano de las cosas, de un mundo mejor el origen, sea que reciente la tierra, y apartada poco antes del alto éter, retenía simientes de su pariente el cielo; a ella, el linaje de Jápeto, mezclada con pluviales ondas, la modeló en la efigie de los que gobiernan todo, los dioses, y aunque inclinados contemplen los demás vivientes la tierra, una boca sublime al hombre dio y el cielo ver le ordenó y a las estrellas levantar erguido su semblante. Así, la que poco antes había sido ruda y sin imagen, la tierra se vistió de las desconocidas figuras, transformada, de los hombres (2).

Pero también es así en los antiguos relatos mesopotámicos, y en el libro del Génesis:

Entonces Yahveh Dios formó al hombre con polvo de la tierra y sopló en su nariz hálito de vida, y el hombre se convirtió en un ser viviente’ (Gén 2, 7).

‘Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo tornarás (Gén 3, 19).

En la Biblia, la tierra está presente al principio y al final del ciclo de la vida del hombre, en el primer capítulo del Génesis se utiliza la palabra ‘adama’, pero en el segundo se utiliza la palabra ‘afar’. Adán está modelado a partir de la tierra, ‘adama’ en hebreo, que remite a la tierra madre, la materia. Adán y Adama forman una especie de pareja en la cual la tierra es la compañera femenina de Adán. En cambio, ‘afar’ es la palabra hebrea que indica la tierra seca, estéril, el polvo del suelo que entra en los pulmones cuando sopla el viento. Afar reduce al hombre a su estricta condición de mineral. Fonéticamente, ‘afar’ también se acerca a ‘efer’, que significa «cenizas». Para el oído, las dos palabras se pronuncian casi de la misma manera. Con ‘adama’, el hombre está conectado al potencial de vida de la tierra. Con ‘efer’, se le reduce a su estricta composición biológica, al plano literal de la realidad.

El texto bíblico nos ofrece dos relatos diferentes y opuestos acerca del origen del hombre, en donde ya podemos captar una cierta dualidad intrínseca a la propia esencia del ser humano. En el primer capítulos del Génesis se describe la creación de los cielos y la tierra, y al hombre como culminación de ésta.

Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y ejerza dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados, sobre toda la tierra, y sobre todo reptil que se arrastra sobre la tierra. 27 Creó, pues, Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios loA creó; varón y hembra los creó. 28 Y los bendijo Dios y les dijo: Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sojuzgadla; ejerced dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra (Gen 1, 26-28).

Pero si seguimos leyendo, en el segundo capítulo aparece otra versión completamente diferente en la que todavía no había sido creada ninguna planta ni ninguna hierba, ni había hecho Dios aún llover sobre la tierra, cuando insufló el aliento de vida a un trozo de barro hecho de tierra y agua.

4 Estos son los orígenes de los cielos y de la tierra cuando fueron creados, el día que Jehová Dios hizo la tierra y los cielos, 5 y toda planta del campo antes que fuese en la tierra, y toda hierba del campo antes que naciese; porque Jehová Dios aún no había hecho llover sobre la tierra, ni había hombre para que labrase la tierra, 6 sino que subía de la tierra un vapor, el cual regaba toda la faz de la tierra. 7 Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente (Gen 2, 4-7).

En Génesis 1 aparece la palabra hebrea “Elohim” (אֱלֹהִים), que literalmente significa “Dioses”, el cual es el nombre más común para Dios usado en el Antiguo Testamento en hebreo. Pero no solo se hace referencia a la divinidad en plural, también se hace referencia a lo humano en plural, pues al crear al ser humano, se especifica: “varón y hembra los creó”, de manera que la diversidad o pluralidad de sexos parece estar implícita en la creación del Hombre Universal. Tener la imagen o semejanza de Dios significa que fuimos hechos para parecernos a Dios, ninguno de los otros seres que Dios crea está hecho a su imagen y semejanza, sólo el hombre. Pero Adán no se parecía a Dios en el sentido de que Dios tuviera carne y sangre, la imagen y semejanza hace referencia a las cualidades universales, es decir a las espirituales, no a las individuales. El cuerpo de Adán es un reflejo de Dios en cuanto que fue creado con perfecta salud y no estaba sujeto a morir. La imagen y semejanza de Dios, se refiere a la parte inmaterial e inmortal del hombre. Pero en el segundo capítulo del Génesis, a Dios ya no se le llama Elohim, sino que se le identifica como Yahvé (es posible que el primer relato pertenezca a una tradición más antigua). Este segundo relato conecta con el relato de Prometeo y la idea de insuflar aliento vital a la materia. El aliento vital es el aire, la tierra y el agua están presentes en el barro, y además, el fuego, símbolo del espíritu. El mito de la creación del hombre nos recuerda que no es posible lo humano sin los tres componentes a partir de los cuales fue creado el hombre, y que se nos revelan a partir de las tres letras hebreas y sus iniciales que conforman el nombre de Adán: ‘epher’ polvo (materia), ‘dam’ sangre (espíritu) y ‘marah’ hiel (alma), si los tres no están presentes en la misma medida el hombre enferma y muere. ¿El hombre o la tierra? La concepción trina del hombre, como alma cuerpo y espíritu está prácticamente en toda la concepción de las religiones del Mediterráneo. Hay pues una idea clara de lo que es la organización del ser humano, el alma tiene una dimensión corporal y otra dimensión espiritual, con puntos de intersección que se solapan, el alma es por tanto un puente de unión entre cuerpo y espíritu. El fuego vital es la recepción del espíritu.

Coexisten en el relato del Génesis estos dos conceptos del hombre, por una parte como identidad y unión plena con la divinidad (a su imagen y semejanza) y por otra parte, con una marcada distancia y separación de la divinidad (del uno nace el dos y con el dos la relación, la trinidad) que es el resultado de la ley impuesta por Dios en el jardín de Edén. La condición mortal del hombre aparece en estrecha relación con la ley, pues transgredir la ley dictada por Dios convierte al ser humano en finito.

15 Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase. 16 Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; 17 mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás (Gen 2, 15-17).

Con respecto al capítulo 1 del Génesis, vemos que también hay diferencias en la comprensión de los sexos, en el segundo relato aparece la parte femenina del hombre como complemento de éste, del uno nace el dos (la dualidad), por tanto se especifica la separación y dualidad entre los sexos, los cuales estaban unidos en el primer relato. El significado de la palabra Adán en hebreo podría traducirse como ser humano, que puede ser tanto hombre como mujer, pues nos habla de un genérico. De hecho, los judíos tienen el concepto del Adam Kadmon u hombre primordial, como arquetipo o ideal del ser humano, el hombre entendido como ser genérico, aquello a lo que aspiramos como el culmen de la perfección humana. Por una parte el hombre pleno como colectivo, hecho a imagen y semejanza de Dios, y por otro lado el hombre como un ser distante de la divinidad, individual, y mortal. En hebreo, además, existen otras dos palabras para hombre y mujer, que son las que se utilizan en el capítulo 2 del Génesis. ‘Ish’ e ‘ishshah’ (hombre y mujer) son los dos lados de la totalidad humana. Y todavía hay otras dos palabras para indicar la sexualidad, macho y hembra, que tienen una dimensión más psíquica, no es como el macho y la hembra de una especie animal. El viaje al que nos invita el texto bíblico es un viaje de trascendencia, por el cual si aplicamos ese mismo recorrido a la inversa podríamos trascender lo fisiológico de nuestra condición más animal de macho y hembra, hacia la idea de hombre y mujer, pero si trascendiéramos todavía más, entonces llegaríamos al concepto de Hombre Universal o Adam Kadmon.

La Biblia nos ofrece una comprensión dual del origen del hombre, por una parte su dimensión mortal y por otra su relación con la dimensión universal e inmortal. En el relato de la dimensión individual del hombre aparece el paraíso como un símbolo de ese estado de completud previo al que se aludía en el primer capítulo, una unión con la divinidad o un paraíso que se pierde a partir de la caída, pero de cuyo recuerdo nos queda la relación que se establece con él en el exilio de la vida mortal. La caída es la consciencia de la muerte, de la falta, con ella el ser humano se siente incompleto, necesita un propósito, una meta que alcanzar, una necesidad de crecimiento, de estudio, de logros, etc … Lo que falta, entre otras cosas, es el gran misterio del origen y de la finitud de la vida, y eso ya genera una insatisfacción permanente. La búsqueda de la inmortalidad del ser humano es una constante desde su origen, se encuentra ya en Gilgamesh, el poema mitológico más antiguo que tenemos. La manifestación de la insatisfacción humana aparece después del enfrentamiento del hombre con la muerte, porque acaso si me voy a morir, ¿cómo he de vivir?

La caída es la consciencia de la muerte, esa es la gran falta: “trabajarás con esfuerzo y parirás con dolor”. Con la consciencia de la finitud, se produce también la consciencia de pecado y de esclavitud. Al ser expulsado del paraíso aparece entonces una misión fundamental, la de recuperar el estatus perdido, el de la libertad o el amor a los que el ser humano apunta en el transcurrir de su vida mortal. La clave del ser humano sería la relación entre estas dos realidades que están presentes en los dos relatos de la creación del hombre: el ser humano infinito y el ser humano finito, pues por qué el hombre habría de tener alguna noción de la eternidad si todo en él fuera mortal.

Esa conexión entre lo visible y lo invisible, entre lo finito y lo infinito o lo expresable y lo inexpresable es la esencia misma del símbolo, cuyo mayor representante en la tierra es el hombre. Se dice habitualmente que el símbolo reúne lo inferior con lo superior, pero además tiene también la cualidad de permanecer eternamente abierto y eternamente cerrado al mismo tiempo. El símbolo no desprecia la incredulidad, la negación ni el drama humano porque los reconoce como parte del camino a la sabiduría. Inmersos como estamos en un mundo que persigue tanto las ideas disruptivas e innovadoras, como el impacto de lo absolutamente original (desoyendo el significado más profundo que nos revela la etimología de esta palabra) y sin embargo no existe todavía nada más atrevido y a la vez más respetuoso que el símbolo, pues nunca te enseñará algo que no quieras saber, es así que por más que la IA nos ofrezca los datos crudos y desnudos de la información al detalle de cualquier materia, ésta no será asimilada si nuestra capacidad simbólica no lo permite, si nuestro deseo de saber no va de la mano de nuestra necesidad de saber. El símbolo encierra una realidad que sólo puede conocer aquel que la ha experimentado. De ahí esta reflexión de Louis Cattiaux en el Mensaje Reencontrado II, 44: “Cuando el símbolo es una realidad, es imposible descubrirlo sin la Ayuda de Dios”. Esta realidad que no puede ser reconocida, sino mediante la reunión con su otra mitad substancial y representada por la ayuda de Dios (el deseo), es el secreto del Hombre esencial, que al ser exiliado del paraíso ha sido también impulsado a buscar su otra mitad divina. Ese impulso es el deseo mismo, origen de toda pregunta y de todo anhelo de conocimiento. Con frecuencia en las Escrituras encontramos las siguientes advertencias: «¡Que aquel que pueda coger, que coja!», o, «¡Que aquel que tenga oídos, que oiga!», etc. ¿Cuáles son estos sentidos? Tener ojos para ver no significa que se tenga deseo de ver. Los sentidos purificados por el deseo son los que nos permiten oír, ver y captar las cosas de Dios, frente a los sentidos del hombre exiliado que son groseros y burdos. El ídolo del que hablan las Escrituras se refiere al hombre carnal que no puede oír, ni ver, ni asir la vida. Por ejemplo, en el Salmo 115, 4-8, está dicho: «Sus ídolos son plata y oro, obra de la mano del hombre. Boca tienen y no hablan, ojos tienen y no ven, oídos tienen y no oyen, olfato tienen y no huelen, manos tienen y no palpan, pies tienen y no andan, y no echan voz de su garganta; semejantes a ellos serán los que los hacen, todo el que en ellos confía». Encontramos en el libro de Ezequiel 8, 3 algo interesante sobre el ídolo: «Y vi la figura de una mano extendida que me agarró por los cabellos; el espíritu me levantó en vilo entre la tierra y el cielo y me llevó a Jerusalén, mediante una visión divina, hasta la entrada de la puerta interior que mira al norte, donde está instalado el ídolo que provoca los celos del Señor». Este ídolo, apegado más a la imagen que a la semejanza de Dios, es el hombre, y está en la entrada del templo porque no es quien de acceder al interior, pues no ha comprendido que la imagen de Dios hace alusión a su eternidad y no a su apariencia carnal; sus figuras y ritos provocan constantemente la cólera de Dios. Y esto ocurre precisamente porque, tal como lo expresa el Salmo 115 el hombre-ídolo tiene ojos y no ve, oídos y no oye, boca y no dice las cosas de Dios.

El símbolo es, por tanto, una realidad sensible dividida que debe ser reunificada para convertirse en “signo de reconocimiento”, no en un ídolo inútil. La reunificación no se produce por acumulación de información procedente de una base de datos, la reunificación se da por la fuerza del deseo, fuente creadora de vida y origen de todo ser humano.





Notas

(1) Claude Le Ragois, Resumen en prosa de las Metamorfosis de Ovidio

https://es.wikisource.org/wiki/Res%C3%BAmen_en_prosa_de_las_metam%C3%B3rfosis_de_Ovidio


(2) Ovidio Nasón, Publio, Metamorfosis / Ovidio; traducción de Ana Pérez Vega

https://www.cer

vantesvirtual.com/obra/metamorfosis--0/