Feminismo

 


La incapacidad para diferenciar los planos y los niveles de realidad es la que nos ha llevado a anteponer la ideología a la verdad. Son varios los niveles que se han invertido, trastocando, con ello, la jerarquía cósmica que le corresponden. Aferrarse a palabras tales como feminismo o ecologismo nos impide ver hasta qué punto están siendo utilizadas para ir en contra de lo que dicen defender. Cuando los planos de realidad se invierten, por más que uno se aferre a las palabras para que hagan decir lo contrario a lo que la realidad demuestra, no habrá manera de salir del engaño. En lo que corresponde al plano de lo femenino, creemos que uno de los motivos que ha propiciado su inversión ha tenido que ver, ciertamente, con la liberación de la mujer del ámbito doméstico, el plano material está siempre en estrecha relación con el espiritual. Con independencia de lo políticamente incorrecto que resulte escuchar este tipo de argumentos, no podemos dejarnos llevar por un prejuicio que nos impida ahondar en esta cuestión. Cuando los planos de realidad se confunden surgen las desigualdades, por eso conviene diferenciar entre femenino y mujer, algo que, por no haber estado bien diferenciados, ha provocado que la liberación de la mujer del ámbito doméstico haya conducido a la liberación de lo femenino del ámbito doméstico. Por supuesto, no creemos que la mujer tenga que quedarse en casa y no pueda, por tanto, ganarse la vida y ser independiente, lo que debe quedarse en casa (en la intimidad) es lo femenino, confundir femenino y mujer es un error, más todavía en nuestro tiempo.

Hoy los discursos sociales solucionan cualquier discrepancia etiquetando al otro de tóxico, de peligroso, de fascista o de negacionista. Todo aquel que piense diferente es reducido rápidamente al reducto de lo despreciable. Esas dinámicas que se han generado en nuestra sociedad no se dan por casualidad, sino por una inversión de los planos de realidad. La identificación con la víctima que se ha promovido desde diferentes ámbitos sociales ha hecho de lo social un entorno familiar perverso, pues lo que para un ámbito familiar y reducido es deseable se convierte en perverso si se extrapola a otro ámbito cuyas posibilidades y funciones son diferentes. La importancia de anteponer el Logos, el Verbo o la Razón, es lo que nos da información suficiente como para entender que el contexto puede hacer que una misma palabra signifique cosas diferentes, y por tanto, no es la palabra la que nos da el significado, si no la relación (el Verbo). Dentro de un contexto familiar, apoyar a la víctima, identificarse con ella y despreciar al agresor es completamente necesario para que pueda encontrar fuerza y sostén con el que reestablecer su narcisismo. Sin embargo, esta misma actitud extrapolada al ámbito social se convierte en perversa, porque invita a un regodeo social en la posición de víctima de la que toda persona, naturalmente, desea salir. Cuando se practica la supuesta empatía y la misericordia desde un ámbito en el que es imposible sentir dicha empatía y misericordia se invierten los niveles, pues solo el conocimiento directo, próximo y personal del sufrimiento del otro puede activar reacciones auténticas de compasión y benevolencia, todo lo demás es un rédito narcisista que se gana en el ámbito social para alimentar el propio ego. 

Lo natural en toda víctima es no querer ser víctima, lo antinatural, y por tanto perverso, es sostenerse en ese lugar para ganar reconocimiento social, así como también es perverso utilizar a las víctimas para obtener imagen de marca de salvadores y cuidadores. Un verdadero sostén social a las víctimas no puede ser el de ejercer funciones maternas propias del ámbito íntimo y doméstico. Lo social está precisamente para garantizar aquello que desde el ámbito familiar es más complicado por estar enturbiado por lo emocional. Las reacciones viscerales e instintivas son naturales dentro de contextos más familiares, reducidos y de proximidad, cuando atacan a uno de los tuyos. Por supuesto que también se puede sentir rabia y dolor cuando atacan a un desconocido, pero ese desconocido, por el hecho precisamente de serlo, encarna las cualidades ideales para acoger la imagen que tenemos de nuestro yo interno atacado. Ese desconocido sería más bien un continente ideal en el que volcar nuestro yo herido, más todavía en un contexto de virtualidad permanente en el que nos movemos. Por eso, es peligroso promover en exceso las prácticas de una supuesta empatía con el otro, que no hacen más que reforzar la falsa empatía con uno mismo. Las reacciones viscerales y emocionales extrapoladas al ámbito social son sumamente peligrosas, porque lo que hay ahí, más que misericordia, es anhelo de venganza para hacer justicia con uno mismo, y por tanto no salir del círculo narcisista. Cuando las funciones maternas y paternas se invierten se trastoca también el orden natural que nos invita a descubrir la belleza, la verdad y el amor que están ahí fuera, esperando a ser descubiertas (no están en el regazo de la madre, por mucho que éste haya sido el sostén indispensable de llegada y acogida al mundo). Y lo peor de todo es que, al invertir los ámbitos, se deja incluso de ejercer la función protectora en el ámbito más íntimo, pues suelen ser aquellos que más feministas se nombran quienes más ciegos se vuelven para identificar a machistas o corruptos en sus propias filas (a quienes no solo aplauden, también aúpan), revelando con ello que su interés no es cuidar ni proteger, sino ganar poder (el falo). Es así que no dejan de ponerse en evidencia una y otra vez, permitiendo y alentando la corrupción y el machismo en su propio partido y criticando el ajeno. El hecho de que alguien se diga feminista y no detecte nada raro en la perversión de un compañero de partido que también fue su pareja, al mismo tiempo que utiliza como prueba irrefutable de tal perversión unas denuncias anónimas en Instagram, como mínimo, debería servir para sospechar de lo que significa la palabra feminismo en ese contexto. Y lo que significa es básicamente corrupción y mentira.

El orden natural impuso unas limitaciones al ser humano, y esas fueron por ejemplo, que sólo la mujer pudiese engendrar y traer vida al mundo. Dicha limitación obligó al hombre a tratar de compensar su carencia con otras funciones como las de protector o proveedor. Antes de la envidia de pene (la que ha provocado que la mujer quiera también hacer las funciones del hombre) existió la envidia de procreación por parte del hombre hacia la mujer. Hoy, por supuesto, todo esto está entremezclado, pero nos permite entender hasta que punto ha influido el orden económico (frente al natural) a la hora de suprimir las limitaciones aparentes entre hombre y mujer. Con el orden económico no existen ya impedimentos para que ambos puedan ganar dinero por igual y por separado. Al equiparar dinero con felicidad se aumentó también el poder otorgado al falso dios del consumo, el cual ha favorecido la inversión de todas las palabras que hacían alusión a lo sagrado, tales como libertad, belleza, verdad, o amor, hoy susceptibles de ser compradas con dinero o con éxito.

Cuando la función paterna es substituida por la materna, nos encontramos ante la Madre fálica, la que no quiere renunciar al goce de ser todopoderosa e imprescindible para las criaturas desamparadas, vulnerables y débiles que representan sus hijos, o, en este caso, los ciudadanos (la condición de desamparado y débil es imprescindible, por tanto, para poder sostener su rol de heroínas). Por este motivo, escuchamos a gente como Irene Montero definir a la mujer como un ser sometido a la desigualdad que ejerce el hombre sobre ella, es decir, dependiente e inferior, definición que por cierto la deja a ella fuera (debemos suponer entonces que ella es un hombre, y por tanto un agente de violencia). La madre fálica no solo se arroga la función de procreadora única, también la de cuidadora única, la de policía y juez, sus veredictos parecen dejar claro que toda la violencia que sufrimos las mujeres como también los grupos desfavorecidos es culpa de los hombres en general y su tendencia innata asesina o su tendencia fascista. Al echar la culpa exclusivamente al hombre o al patriarcado en general, se consigue un doble beneficio narcisista, el de eludir su parte de responsabilidad en el conflicto y el de hacernos creer, de paso, que en la naturaleza de la mujer no hay nada de la del hombre, y son por tanto seres divinos e iluminados enfrentados a la divinidad oscura y terrible que representa el hombre. No es raro que las teorías junguianas junto con todas las prácticas pseudo espirituales modernas hayan preferido crear una divinidad maligna equiparable a la divinidad luminosa, antes que reconocer la pulsión de muerte en uno mismo. Importa poco que la divinidad luminosa a veces se identifique con la mujer y otras con el hombre. La realidad es que la inversión, y por tanto negación, de lo femenino, ha favorecido la creación del monstruo satánico del que nadie se quiere hacer cargo, siendo una entidad externa ya no compete a nadie más que al otro, nunca a uno mismo. Lo femenino no mediado por lo masculino, se convierte en un caos indeterminado, sin sentido, sin forma, y sin palabras, que arrastra hacia la pulsión de muerte. De igual manera, lo masculino debe ser mediado por lo femenino, pues de lo contrario se vuelve una burocracia vacía, un orden carente de vida, un fariseísmo hipócrita que cumple por cumplir sin capacidad para la compasión ni para entender el mundo.