Dejarse tocar


El efecto del símbolo es siempre el movimiento, ese del que nos deja constancia Hermes, mensajero de los Dioses, enérgico y diligente para cruzar fronteras en su papel de guía entre el reino de los dioses y el de los hombres, líder de las ninfas y las gracias, patrón de los pastores e inventor de la lira, el alfabeto o las zampoñas que utilizaban para llamar a sus rebaños. Los romanos lo llamaron Mercurio, con sus sandalias aladas, ágil y ligero, siempre presto a salir corriendo, a colarse entre las rendijas de lo permitido, a buscar e indagar curiosamente en todo lo considerado intocable, siempre de un lado para otro. El dios Hermes estuvo también muy presente en el panteón celta, de cuya herencia ha quedado en Galicia ese maravilloso gusto por la encrucijada y por los personajes psicopompos que plagan nuestra mitología como también nuestros cruces de caminos, poesía en piedra que inunda nuestro territorio y que nos recuerda que e
l símbolo te toca y al instante se desplaza, como también lo hace el significado, dejarse tocar es también dejarse transportar por él, pues ningún significado se deja encerrar ni deja de ser susceptible de ser transformado, pues cuando llega ya se está yendo.

Escultura en piedra caliza de una deidad celta de tres cabezas, a menudo interpretada como Mercurio y que se cree que representa a Lugus. La tendencia de los celtas a imaginar a los dioses en tríadas parece conectar muy bien con el concepto de Trinidad cristiana, pero también enlaza con la tradición del Hermes psicopompo o conector entre el cielo la tierra y el inframundo.

El dios griego Hermes es uno de los dioses más fascinantes y versátiles de la filosofía griega .Los griegos le rendían culto en cruces de caminos mediante estatuas llamadas hermai, pilares con su rostro y atributos. Su influencia perduró en Roma bajo el nombre de Mercurio, adoptando su papel de dios del comercio y la elocuencia. Y de una legendaria combinación helenística del dios griego Hermes y el dios egipcio Thot surgieron los atributos del tres veces grande Hermes Trismegisto que dio lugar a la tradición filosófica del hermetismo.


No existe ningún conocimiento que sea finito o cerrado, de lo que se deduce que dar por entendido algo a menudo es lo que impide entender, lo que impide que entren nuevos significados para enriquecernos, pues el objetivo no es dar por cerrado un conocimiento, sino permitir que siga creciendo. El conocimiento tiene una función primordial y es que actúe en nosotros para transformarnos, cuando se le deja actuar se va pronto hacia otro lugar y deja de ser lo que creíamos que era. Así también lo expresa Lacan cuando dice:

Si usted ha comprendido seguramente está equivocado.

No podemos saber nada sobre nosotros si no es a través del otro, esa es una de las grandes enseñanzas del psicoanálisis que de nuevo conectan con la misma predicación de Jesús. Las palabras que nos tocan son precisamente las que nos resistimos a escuchar, las que no nos tocan son las que aceptamos con más facilidad, porque reproducen lo que nuestra mente, con anterioridad, quería escuchar. En ese punto no hay movimiento posible, pues usamos las palabras del otro para reafirmar nuestra propia imagen. La palabra que toca es la que tarda en llegar, la que recibimos después de un tiempo y ante la cual solo cabe decir "y yo no la había escuchado". El tiempo en que registramos es diferente del tiempo en que vivimos. Tardamos en registrar, y a veces el recuerdo no es suficiente para registrar, son necesarios sueños, síntomas, actos fallidos, todo lo que el recuerdo no puede registrar impacta en el cuerpo. El deseo no está adelante, viene desde atrás, ser capaces de amar hoy es reconocer que alguien nos amó ayer. Así lo expresa también Bernardo de Claraval cuando dice que solo amamos a Dios porque «Él nos amó primero».

Hoy traemos otros ejemplos maravillosos de cómo Jesús se dejaba tocar por la palabra del otro, aunque a menudo nos han trasladado sobre él una imagen de maestro o de gurú que todo lo sabe, de lo cual podemos deducir que si es esto lo que nuestro mundo ve en Jesús es probablemente porque así entiende también a sus líderes, a sus referentes, a sus amos, como portadores de una palabra estática, que no transforma y que sólo sirve para reafirmar la imagen y el grupo de pertenencia. Lo cierto es que si escuchamos con atención el texto sagrado comprobamos que la más grande virtud de Jesús fue precisamente dejarse tocar por el conocimiento de la palabra en movimiento, la palabra del otro. Cuantas veces vemos en el Evangelio a Jesús pasar por encima de todo prejuicio y estereotipo, incluso por encima de su propio estereotipo de hombre justo y bueno. Hoy traemos un pasaje en el que además de superar prejuicios nos enseña lo que es el verdadero feminismo. 
Se trata de la parábola de la mujer cananea, una mujer de origen pagano que seguramente sería considerada ruin o indigna por el contexto judío de la época, quienes se consideraban el pueblo elegido de Dios. Y antes de que caigamos también en estereotipos modernos de considerar "rechazados" solo a aquellos que otros rechazan y nunca precisamente a quienes nosotros rechazamos, evitemos pensar en estereotipos de lo que se considera "rechazado" pues también ese sector ha encontrado en nuestra sociedad un rol muy bien considerado a partir del cual obtener una satisfacción narcisista en el lugar de víctima, esta característica no estaba todavía en la sociedad de Jesús.

La fe de la mujer cananea

21 Saliendo Jesús de allí, se fue a la región de Tiro y de Sidón. 22 Y he aquí una mujer cananea que había salido de aquella región clamaba, diciéndole: ¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio. 23 Pero Jesús no le respondió palabra. Entonces acercándose sus discípulos, le rogaron, diciendo: Despídela, pues da voces tras nosotros. 24 Él respondiendo, dijo: No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel. 25 Entonces ella vino y se postró ante él, diciendo: ¡Señor, socórreme! 26 Respondiendo él, dijo: No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos. 27 Y ella dijo: Sí, Señor; pero aun los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos. 28 Entonces respondiendo Jesús, dijo: Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres. Y su hija fue sanada desde aquella hora.

 

Análisis

Jesús había tratado de demostrar su poder a los líderes judíos, pero a pesar de todas sus demostraciones muchos de ellos permanecían hostiles a su ministerio. Jesús no era un ser de luz, angelical y puro, no se consideraba a sí mismo al margen de prejuicios y estereotipos de su época. En esta parábola, Mateo nos informa de que sale de tierras galileas y va a las regiones costeras de la antigua tierra de Fenicia, territorio de los gentiles. No sabemos si acude allí en busca de paz o porque el rechazo de los judíos produjo en él ese movimiento, al fin y al cabo también el rechazo genera una energía digna de ser aprovechada, antes que permitir que se estanque en el psiquismo de la autodestrucción, bien sabemos que Jesús no se caracterizó por huir del sufrimiento, sino que lo enfrentó con la más grande de las valentías. Jesús se acerca a territorio gentil, pero no se introduce en él; está en territorio pagano, aunque su mente continúa en territorio judío. Por quien desea ser aceptado Jesús es por los judíos, en su cabeza todavía está la pretensión de hacer que lo escuchen precisamente quienes no quieren escucharle, y de pronto aparece una mujer cananea que lo descoloca, que lo toca profundamente, y le da una lección. Al revés de lo que se cree, no es Jesús el maestro, sino la mujer cananea.

Cuando la mujer se dirige a él, Jesús no responde al momento, pero tampoco la despide. En un tono fuerte, Jesús le indica que él sólo ha sido enviado a “las ovejas perdidas de la casa de Israel.” Está confuso, su primera respuesta deja ver que un prejuicio lo estaba consumiendo, cree que su misión se reduce al pueblo judío y el hecho de expresarlo posibilita la discusión teológica que el evangelio de Mateo introduce acerca de quiénes son las "ovejas perdidas de la casa de Israel". ¿A quiénes debe incluir el ministerio de Jesús? ¿El mensaje de salvación es sólo para los judíos? Jesús nunca se planteó una misión entre los gentiles durante este viaje o durante su ministerio terrenal:
A estos doce envió Jesús, y les dio instrucciones, diciendo: Por camino de gentiles no vayáis, y en ciudad de samaritanos no entréis, 6 sino id antes a las ovejas perdidas de la casa de Israel (Mt 10,5-6).
Pero sus actos y sus palabras dejan claro que se dejó transformar por las palabras de esta mujer.

La mujer cananea llama a Jesús con un título mesiánico: “Señor, Hijo de David” lo cual ilustra ya de primeras la buena disposición de los gentiles para confesar la mesianidad que negaban los judíos. La mujer solicita compasión, hace del problema de su hija el suyo propio, sin importarle lo que piensen de ella. Su hija es “gravemente atormentada por un demonio”. Los discípulos parecen estar disgustados por la forma en que llamaba la atención pública gritando detrás de ellos. Por eso solicitan a Jesús que la despida, esta forma verbal en el texto griego implica dejarla ir después de concederle lo que le pide. La mujer insiste y clama decididamente por la misericordia de Jesús: y se postró ante él, diciendo: ¡Señor, socórreme!. La respuesta de Jesús, nuevamente es fuerte. Trae a colación un diálogo de sabiduría que afirma que a los gentiles (los llama “perros,” traducción del original griego kynariois) no les corresponde lo que por razón del pacto ha sido destinado al pueblo de Israel. Mateo no indica que la mujer se haya ofendido por la implicación de ser un perro gentil, demuestra estar por encima de la tentación de caer en el victimismo, y responde a este dicho de sabiduría con otro. Opone un insulto a otro insulto, o hace, como en este caso, que el insulto se convierta en un cumplido. Utiliza las palabras de Jesús hábilmente para su propio beneficio: “Sí Señor; pero aun los perros comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos.”

En ese mismo momento Jesús es tocado por sus palabras y transformado: “¡Mujer, grande es tu fe! Hágase contigo como quieres” (v. 28). Ello provocó la sanación de su hija desde aquel momento, del mismo modo que sucedió con el criado del centurión según la narrativa de Mt 8,5-13. No es Jesús quien la salva, al revés, es ella quien salva a Jesús, así como también nos legó el evangelio de Mateo:

Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque cualquiera que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se abrirá. (Mt 7, 7-8)

Jesús no hace nada por esta mujer que no hubiera hecho ya ella misma, porque pedir algo desde lo más verdadero de nuestro corazón (sin esperar que sean otros quienes nos lo den) es empezar a ser quien de recibirlo. Jesús reconoce la valentía de esta mujer y su perseverancia, es la única vez que dice de alguien “grande es tu fe”. Más bien a sus discípulos les decía constantemente “hombres de poca fe” (8,26), como también a Pedro le dice “hombre de poca fe” (14,31). La mujer cananea es ejemplo de la fe perfecta, la mujer cananea, a pesar de que incomodaba a sus discípulos, es ejemplo de fe y esperanza, y es quien de dialogar con Jesús. La mujer cananea es modelo de las comunidades cristianas.

Existen encuentros en la vida que transforman la existencia. Lo más seguro es que Jesús nunca olvidó a aquella mujer cananea que le enseñó, que le ayudó a superar prejuicios y a rechazar la prepotencia. La conducta de aquella mujer pagana ayudó a Jesús a dar un paso importante en el cumplimiento de su proyecto, le ayudó a entrar en comunión con el cielo, le ayudó a descubrir la voluntad de Dios en los acontecimientos de la vida, en las personas con cuerpo y rostro que nos encontramos. Son esos encuentros, a veces con las personas menos esperadas, los que nos transforman y nos hacen más humanos. Es un maravilloso ejemplo de la riqueza de la existencia humana que acompañada de la firmeza y la fe está siempre disponible para hacer de nosotros mejores personas.

A menudo, la prepotencia de nuestra sociedad moderna considera que Jesús nos enseñó que tenemos que ayudar a los desfavorecidos, a los rechazados y a los renegados, y sin embargo deja fuera la posibilidad de dejarnos tocar por la palabra del otro antes que lanzarnos a salvarlo.