Árbol de la Vida



El falo, como representante del deseo, viene siempre acompañado de un gran despliegue de juegos de luces y colores que deslumbran a todo aquel que se deja arrastrar por la mentira. En el fondo, poco importa el poder que se obtiene a través del falo o la seguridad arrebatadora que ello transmite. Importa poco lo fálico que se crean algunos o lo mucho que abracen su condición de castrados. La verdad detrás del falo es que todos somos lo mismo y todos tenemos lo mismo, únicamente la metáfora a la que nos acogemos sirve para disimular lo que ya sabemos, que la ausencia del falo mueve el mundo, y que lo perseguiremos aún sabiendo que se trata de una estéril empresa. Algunos creen que para obtenerlo necesitan demostrar que el otro no lo tiene, y son esos los que viven en el tormento y el engaño, pues por paradójico que resulte, quien cree poder obtenerlo es quien menos puede disfrutarlo. Asumir la castración es el acceso simbólico a la verdad liberadora de que como no hay posibilidad de tenerlo, hay falo para todos, y de que solo quien vive en el engaño de que es posible obtenerlo se vuelve miserable y necesita pisar al otro para demostrarse a sí mismo que tiene algo imposible de tener. Más allá del falo está la vida, y si Dios no estableció prohibición ninguna con respecto al árbol de la Vida es porque para llegar a él es necesario atravesar los peligros de la identificación al falo, y pocos son los valientes que lo consiguen.