A mitad del camino de la vida,
en una selva oscura me encontraba
porque mi ruta había extraviado.
¡Cuán dura cosa es decir cuál era
esta salvaje selva, áspera y fuerte
que me vuelve el temor al pensamiento!
Ese linde viene dado por dos formas opuestas de comprender el amor, en la primera se anhela recibir amor, en la segunda se anhela ser quien de dar amor, esta última es además también el requisito para convertirse en padre o madre y que curiosamente está muy entrelazada con la capacidad de recibir, pues una cosa es querer recibir y otra tener la capacidad para recibir. En las relaciones entre padres e hijos sanas se da precisamente este equilibrio, pues no se trata de tener hijos para que lo amen a uno, por el contrario, se trata de ser quien de amar a los hijos para que ellos, llegado el momento, puedan también aprender a dar amor sin reclamar a cambio reconocimiento, gratitud o un homenaje. Nunca existe una relación ideal, ni de padres ni de hijos, pero el ideal, como también la pregunta, es lo que nos marca el sentido de nuestro camino, aunque sepamos que nunca se alcanza, es el deseo que nunca puede ser llenado, y que por eso nos mantiene vivos hasta el final.
Al amor solo se puede responder o con deuda o con traición. En el relato bíblico del buen samaritano, que además ha sido tan ampliamente tergiversado, se comprende muy bien que la deuda no está para hacer del amor una moneda de cambio. Toda la falsa filantropía que plaga a sus anchas por nuestro mundo se ha nutrido de una perversa interpretación de este pasaje.
Ni esclavos ni dependientes. El samaritano, que en los tiempos de Jesús era el prototipo de "malo" (un equivalente al "facha" de nuestros tiempos), ayuda al hombre y lo deja libre, se retira y continúa su camino. Si el que ha sido caritativo se considera acreedor de aquel a quien ayudó, si espera su agradecimiento, demuestra que trataba de comprar a alguien y que, por tanto, no era "samaritano". El verdadero samaritano no amará durante toda su vida al hombre que ha socorrido, al cabo de un km se habrá olvidado de él. Según este relato hemos de reconocernos deudores de quienes nos han ayudado (solos no sobreviviríamos) pero esa deuda que podemos tener con el conocido o el desconocido sólo se puede saldar haciendo lo mismo con otros. No es al samaritano a quien se manifiesta el agradecimiento. Se piensa en lo que él ha hecho por nosotros (se recuerda) y se actúa de la misma forma. No hay ni culpabilidad ni dependencia en esta historia, pero sí la hay en las interpretaciones que se han hecho de ella, culpabilidad y dependencia que, decaída la religión propiamente teísta, se perpetúa a través de las religiones no teístas propias de nuestros tiempos. Quizás la religión sea algo inherente al ser humano, no puede no existir, por eso, la menos mala de las religiones es aquella que al menos se basa en la trascendencia y no en el consumo.