El camino es de ida y vuelta, no hay atajos, los tiempos de subversión en los que vivimos nos invitan a recorrer solo el camino de ida, pero ¿acaso la pregunta que nos mueve a salir de un lugar no es la necesidad de transformar ese lugar?, ¿se camina para llegar o se camina para regresar de otra manera? El camino de Santiago fue en sus orígenes una iniciación, un camino doble, en el cual estaba implícito un cambio, un regresar transformado, el proceso de cambio pasa inevitablemente por el caos, ese es el sacrificio, la muerte sacrificial, el camino es doble porque primero hay que morir y después hay que volver a nacer. El peregrino del siglo XII regresaba, porque no había otra forma de ir a Santiago más que volviendo, el peregrino del siglo XXI va a Santiago y se queda ido, tan importante es el camino de ida como el de regreso. Cuando uno muere no es nada, cuando uno nace tampoco, a partir del caos uno puede empezar a ser de nuevo, empezar a ir concretando ese nuevo nacimiento, y concretar es siempre doloroso.
Nadie regresa de Santiago en el siglo XXI, ahí se queda el peregrino, ido, en un viaje muy romántico y bucólico al que se le ha extirpado su capacidad transformadora. El regreso es una parte fundamental del mito, el héroe asume el monstruo que destruye para traerlo a un nuevo orden, ese no asumir al monstruo es el peligro de quedarse a medias, en un anhelo muy bucólico de alcanzar la luz sin responsabilizarse de los peligros que conlleva esa luz. El mito es siempre el mismo, el ser humano también, y a la vez no, pues también el mito se actualiza, regresa de sí mismo transformado y transformando a quienes lo transitan. Los poetas caminan junto al mito y lo hacen regresar al caos, a esas aguas primordiales de donde debe surgir un hombre nuevo que vuelve a preguntarse de nuevo ¿quién soy?
Hay lugares en la naturaleza en los que las cosas significan más, pues la naturaleza, como el tiempo y como el hombre, está jerarquizada, en este lugar se encuentran estas plantas, estos animales y no otros, hay lugares en los que aparecen cosas verdaderamente excepcionales, en los que suceden cosas que no suceden en otros lugares, el hombre sensible a la naturaleza es capaz de percibirlo, le saca partido a ese maravilloso potencial, pues ante todo la jerarquización de la naturaleza tiene una función de utilidad. Ese acercamiento al espacio sagrado, excepcional, es una cosa, pero otra cosa es lo que hace a un lugar sagrado, lo que sucede dentro de ese lugar. Tenemos la capacidad de sacralizar los tiempos y los espacios, dependiendo de lo que se viva en ese lugar, el rito es el lugar propicio para el encuentro, para la transmisión, para la creación, al ser humano le ha sido concedida la capacidad artística. Un templo no es un templo porque sí, sino por lo que ocurre en su interior, por eso es tan fácil profanar, y por eso hoy todos los templos están profanados por el turismo. Lo que se hace dentro es lo que hace al templo, si no se practica dentro, los lugares mueren, pero, ¿cuales son las prácticas que nos toca recoger como testigos receptores de la tradición que somos? ¿qué prácticas podrían restaurar la función sagrada de estos lugares? Una cosa tenemos clara, ni el entretenimiento ni el turismo hacen a un lugar sagrado. La modernidad ha perdido el interés en el regreso porque el regreso es repetición, de alguna manera, al prescindir del ritual, prescindió también del sentido de la repetición, pues el rito hace de la repetición una posibilidad de transformación, sin esa posibilidad también lo novedoso nos impide salir de lo mismo, lo nuevo se vuelve viejo antes incluso de nacer, porque para nacer es necesario morir primero.
Si acaso es necesario que los templos mueran todavía un poco más, para que en algún momento alguien tome consciencia de esa muerte, para que algún profeta Jeremías tenga a bien lamentarse por su pérdida, alguien debe llorar la muerte del templo, como también la muerte del hombre, ambos representan la capacidad de trascender la naturaleza. La muerte del templo no implica la muerte de Dios, el ser humano creyó que era Dios el que moría porque quiso ser como Dios y en ese intento comenzó a morir lentamente, sin ni siquiera darse cuenta de que siendo Dios, ya nadie podría llorarlo, qué muerte tan lenta y terrible.
Por eso quizás no es baladí recuperar pasajes como el de María Magdalena y su encuentro con el renacido, ella nos enseña a llorar primero y a darnos la vuelta después. Hashivenu es la palabra hebrea para designar este acto esencial de volverse. Seguramente sea la tradición judía quien más pueda enseñarnos acerca de recuperar la capacidad de llorar, pues erróneamente hemos creído que uno no debe regodearse en el llanto, estirando así la insensibilidad que caracteriza nuestro tiempo de autómatas aborregados hasta lugares de los que cada vez es más difícil regresar. La ausencia de dolor se convierte en indolencia, en aburrimiento o desidia, falta de esfuerzo o dedicación para la realización de las tareas necesarias o prescritas.
Hashivenu es un verso hebreo del Libro de las lamentaciones. Tradicionalmente, se recita durante el día más triste del calendario judío con el fin de recordar la destrucción del templo y otras tragedias que se abatieron sobre este pueblo.
Vuélvenos, oh Jehová, a ti, y nos volveremos;
Renueva nuestros días como al principio.
Lam 5:21
Recordar es también recuperar la función del mito, y su función no es entretener, como tampoco la del camino de Santiago ni la de los templos, el entretenimiento es un resultado automático y secundario de su función primera, que es la función transformadora, la función de hacer visible lo invisible, comprensible lo incomprensible. El mito no debería ser separado del rito, pues es el que nos recuerda la estructura jerarquizada del tiempo, existe un tiempo para cada cosa, un tiempo sagrado y un tiempo profano, un séptimo día en que también Dios descansó, porque ese día necesario para el descanso nos recuerda que no todo depende de nosotros, ese día de descanso nos hace recordar la humildad que nos “ata” a Dios, con la que hemos llegado al mundo, pues cuando nacimos fuimos completamente dependientes, el cordón umbilical es también ese hilo que nos conecta con la dependencia. La dependencia es esclavitud, y bendita esclavitud, algunos incluso la han confundido con el paraíso, pero es que solo la consciencia de esclavitud nos permite comenzar a andar el camino, iniciarnos en el recorrido de la libertad.
Por otro lado, creo que tampoco debemos olvidar que la crisis es de la mentalidad occidental racionalista, pero el mundo es muy amplio, y no me cabe la menor duda de que en esos países que la soberbia primermundista tilda de “segundos” o “terceros” hay espíritus que van muy por delante, a los que nadie les dará voz en este primer mundo y mejor que así sea: los últimos serán los primeros en el reino de los Cielos.
Llegué por el dolor a la alegría
Llegué por el dolor a la alegría.
Supe por el dolor que el alma existe.
Por el dolor, allá en mi reino triste,
un misterioso sol amanecía.
Era alegría la mañana fría
y el viento loco y cálido que embiste.
(Alma que verdes primaveras viste
maravillosamente se rompía. )
Así la siento más. Al cielo apunto
y me responde cuando le pregunto
con dolor tras dolor para mi herida.
Y mientras se ilumina mi cabeza
ruego por el que he sido en la tristeza
a las divinidades de la vida.
José Hierro
(De Alegría, 1947)
Referencias:
Muy agradecida a estas dos grandes figuras del trabajo y la divulgación simbólica y sapiencial como son Jaime Buhigas Tallón y Beatriz Calvo Billoria.