El falo en psicoanálisis



El falo es el primer significante del deseo, es su garante y el que posibilita que multiplicidad de objetos sean sexualmente equivalentes, sirve de garante en la primera etapa de la vida, porque en los primeros años de vida, un niño no puede comprender todavía nada acerca de lo invisible, el falo funciona como significante visible a partir del cual referenciarse. Es el lenguaje el que otorga un ser, el que hace existir un ser. En ese devenir del ser en sus inicios, el niño/a comienza a entrar en el lenguaje nombrando lo que ve. Todo arranca en la materia, el deseo se expresa siempre a través de la materia. Esa materia se traduce en escritura psíquica en la mente del bebé o del niño.

Decirle a una niña que los niños tienen pene y las niñas vagina, no le dice nada, porque a ella lo que le interesa es lo que ve: el falo que tienen los niños y que a ella le falta. El significante «vagina» le entra por un oído y le sale por el otro; lo que cuenta para ella es lo que observa, de nada le sirven los cuentos racionales. Los genitales femeninos a esta edad son ignorados, de la misma manera que la explicación de la semillita del papá en la mamá como la de la cigüeña, ambas historias son para los niños un cuento chino, pues no le sirven para nada en el trabajo de subjetivación que realizan en este momento de su vida.

La libido está en funcionamiento desde que nacemos, el ser humano entra en el lenguaje a través de las distintas simbolizaciones que se van dando en la fase oral, anal y fálica. La fase fálica hace referencia a la primacía de los genitales exteriores en el momento en el que el niño subjetiva la diferencia sexual. Durante la fase fálica (3 a 5 años) los genitales de ambos sexos no desempeñan ningún papel, por tanto la única referencia que tiene el niño es visual. “Los genitales femeninos permanecen por largo tiempo ignorados” (Freud, 1940), y solo interesa, a niños y niñas, el genital masculino, ya que es el que pueden observar claramente.

El significante con el que se marca la diferencia sexual en niños y niñas es el falo, por su significación de “lo tiene” o “no lo tiene”. Niños y niñas parten de la «premisa universal del pene», es decir, de la suposición de la presencia del genital masculino en todos los seres humanos. Ellas subjetivan la diferencia pensando que les falta el falo, es decir, que a ellas o no les dieron uno, o se lo quitaron, o no les creció, lo cual no necesariamente es negativo si tienen en su entorno mujeres referentes que no vivan esto como una condena.

Freud no distinguía entre el falo como referente simbólico y el pene como realidad anatómica, aunque ciertamente sí que matizó la diferencia fundamental de que el falo hace referencia al pene erecto, es decir a la potencia, por lo que el falo estaría en permanente erección, mientras que el pene no. El tener o no tener es la manera en que se subjetiviza la diferencia sexual, que se expresará, a lo largo de la vida en múltiples formas relacionadas con el tener (un coche, una casa, una mujer, un hijo, etc…). Pero del tener hay que evolucionar hacia el ser y la posibilidad simbólica de la pérdida de potencia se convierte en la principal causa de conflictos.

El polémico «falo» no es más que el significante que marca que hay algo de lo que el otro carece y que el sujeto cree poder tener. De hecho, el tenerlo o no tenerlo no es ninguna ventaja por sí misma. Para los hombres, tener el falo puede significar la angustia de perderlo, pero para las mujeres, no tenerlo puede significar la angustia de sentirse incompletas o inferiores. Para eso, la angustia es muy igualitaria, no hace discriminaciones.

El significante falo como garante del deseo puede ser normal y necesario en los niños, pero ya no en los adultos, pues si en la vida sexual del adulto el quehacer es el falo, se convertirá en una vida autoerótica e individualista.

La sociedad de consumo ha alargado enormemente el circuito del camino que debiera desembocar en la desmentida natural de que nadie tiene el falo. La cultura del consumo se ha nutrido de esta necesidad infantil sostenida en la carencia posible de ser colmada. El niño necesita creer que la carencia puede ser colmada para impulsar su crecimiento, sin embargo, en un adulto es al revés.

Devenir adultos, simbólicamente, es reconocer estar castrados, fálicamente. Por eso, lo femenino se convierte en la marca de un sujeto deseante singular, que ha aprendido a hacer algo con la falta. Creer en la posibilidad de colmar la falta es negar lo que nos constituye como sujetos deseantes y singulares, tanto a hombres como mujeres. Y esto delata una sociedad que no ha introyectado la voz del padre. Un devenir sin escrúpulos, o la falta de devenir.

Asumir la castración es lo verdaderamente complejo, tanto para hombres como para mujeres, porque lo que evidencia el falo es que no hace pareja con ningún otro significante, y que no se puede llegar a saber qué cosa podría colmar u ocupar el lugar vacío o semivacío que el falo encubre o vela. Es como si faltara el significante que permitiría identificar al Otro, no podemos saber qué es lo que el otro desea (tanto hombres como mujeres) ni cómo podríamos completarlo, porque precisamente esta fantasía de completud es una ilusión. El falo es el significante que nos conduce a duelar lo femenino. Devenir mujer, como devenir hombre, es una operación simbólica que se da por la renuncia del falo, es decir, dejar de ser un niño/a, y ser quien de comprender el mundo más allá de lo visible. Esto, que desde la explicación racional parece sencillo, es una operación simbólica de la psique no determinada por la voluntad ni lo racional. La misoginia, que en muchos casos se origina en los procesos psíquicos de subjetivación de la diferencia sexual, y que está presente por igual en hombres y mujeres, no es algo que pueda superarse a base de consignas racionales o ideológicas. Ese camino no conduce a una superación real del rechazo de lo femenino, más bien lo utiliza para ganar algún tipo de beneficio en el ámbito del tener (reconocimiento, valor social, puestos en las instituciones, carrera política, etc), es decir, el fálico.

Lo que nos parece fascinante es cómo el mito ha sido capaz de seguir recogiendo no solo la realidad de su momento, sino también la actual. En la descripción del árbol del Bien y el Mal y el árbol de la Vida ya estaban escondidos todos estos conflictos:

«El árbol de la ciencia del Bien y del Mal representa la Potencia manifestadora o cosmogónica, luego exteriorizadora, con el conocimiento aislador y contrastante que la exteriorización exige; y el árbol de la Vida representa por el contrario la Potencia reintegradora, luego interiorizadora, con el conocimiento participativo o unitivo que la interiorización exige.»
Frithjof Schuon 

Dios únicamente estableció la prohibición con respecto al árbol del Conocimiento, nunca prohibió nada acerca del árbol de la Vida. Además, cuenta la leyenda que la madera de la que procedía la cruz del martirio de Cristo procedía precisamente del árbol del Conocimiento del bien y del mal.