Pongo mi arco en las nubes para señal de mi pacto con la tierra (Gen 9,13).
La primera forma en la que Dios sella un pacto de Alianza con la humanidad es un arcoiris. Este es el símbolo que Dios le da a Noé tras el diluvio universal. El arco se une con el arca con el compromiso de no volver a inundar la tierra de destrucción. Es la transición de la ira a la gracia divina.
Cuando el arco iris esté en las nubes, yo lo veré y me acordaré del pacto eterno que tengo con todo ser viviente en la tierra (Gen 9,16).
De Champeaux nos ofrece un admirable comentario de este texto bíblico que también recoge Rene Guénon y que refleja el agudo sentido de los símbolos:
“El arca de Noé defiende a sus ocupantes contra el peligro de las aguas del abismo inferior, y el arco iris los defiende contra el peligro de las grandes aguas de lo alto. Esos dos arcos tendidos por la misericordia de Dios se juntan por sus extremidades y determinan una especie de gracia permanente que es el huevo del nuevo mundo.”
Resulta curioso que a una altitud suficiente, por ejemplo cuando se viaja en avión, el arcoiris se puede observar como un círculo completo, símbolo de la perfección y completud divinas.
Arca de Noé en el manuscrito Chronicle Roll, c. 1450, ilustración de William Abell
Pero si acudimos a las explicaciones científicas actuales, nos encontramos de nuevo el mismo significado de unión entre el cielo y la tierra, entre masculino y femenino, pues lo que nos dicen es que el arcoiris se genera por la reflexión o la refracción de la luz del sol en el agua dispersa en la atmósfera. Como si de una vidriera gótica natural se tratara, la luz solar se descompone en el cielo cuando atraviesa las gotas de agua, lo cual provoca que un arcoiris pueda ser visible para una persona en un determinado punto e invisible para otra persona desde otro punto, o posición respecto a la lluvia o el sol. La ciencia moderna no contradice a la tradicional, pero lo que nos revela la comprensión tradicional es que la materia, como la letra, se escriben en nuestra mente. Esa comprensión de la materia es diferente a lo que hoy entendemos por materia, pues la razón le ha despojado de su dosis de energía propia, y por eso a menudo se esgrimen motivos como falta de dinero, recursos o tiempo para justificar desde la materia lo que no se puede escuchar en el espíritu.
Pero también el psicoanálisis nos ha revelado que el significante es materia cuyo elemento base es la letra. Para Lacan la letra no es un mero elemento de la escritura, sino una fuerza fundamental que atraviesa el lenguaje y lo desestabiliza, marcando la existencia del sujeto y su relación con lo Real, en el borde entre lo que se conoce y lo que no se puede conocer. De ahí que el significante no tiene, para Lacan, un significado inherente, sino que su valor proviene de su relación con otros significantes y de la estructura que ocupa (sobre esto hemos tratado en otra entrada), igual que las gotas de lluvia atravesadas por la luz dan lugar o no al arcoiris en función del lugar que cada persona ocupe en el espacio.
El significante se traduce en cosas concretas que se materializan en la vida, lo que decimos genera hechos fácticos, genera realidad, o lo que es lo mismo, “en el principio era el Verbo”. Sin el verbo ser, no existiría el ser.
La palabra hebrea para arco iris, "קֶשֶׁת" (qeshet), es también la palabra para un arco de guerra, el arma con la que se disparan flechas en la guerra. Su colocación en el cielo, apuntando lejos de la tierra, puede interpretarse como una señal de que Dios ha dejado su arma de juicio. Una hermosa inversión, en la que el arma de guerra se convierte en símbolo de paz y de alianza. En la literatura profética del Antiguo Testamento, el arcoiris aparece también como un símbolo de la gloria y la presencia de Dios. En la visión del trono divino de Ezequiel, describe una figura radiante rodeada por un resplandor similar a un arcoiris:
Como la apariencia de un arco iris en las nubes en un día lluvioso, así era el resplandor a su alrededor. Esta era la apariencia de la semejanza de la gloria del SEÑOR. Cuando lo vi, caí rostro en tierra, y oí la voz de uno que hablaba (Ez 1, 28).
El arcoiris sirve como un recordatorio de que la gloria de Dios trasciende la comprensión humana y que su presencia es tanto hermosa como abrumadora. El arcoiris también aparece en el Nuevo Testamento, específicamente en el Libro del Apocalipsis, Juan describe una visión del trono celestial:
En ese momento, estaba en el Espíritu, y allí delante de mí había un trono en el cielo con alguien sentado en él. Y el que estaba sentado tenía la apariencia de jaspe y rubí. Un arco iris que brillaba como una esmeralda rodeaba el trono (Ap 4, 2-3).
El arca de Noé es también un símbolo del templo, y por ende del cuerpo humano
En la mitología griega también la diosa Iris anuncia el pacto de unión entre los cielos y la tierra al final de la tormenta; es la encargada de hacer llegar los mensajes de los dioses a los seres humanos. Ovidio la relaciona específicamente con el fenómeno cuando de ella nos dice que «viste sus velos de mil colores» y nos habla de «una arqueada curvatura que deja como signo bajo el cielo». Ella es la mensajera más rápida de la que se valen los dioses cuando tienen que enviar sus advertencias y recados a los seres humanos. Viaja a la velocidad del viento de una a otra parte del mundo e incluso del inframundo. Suele llevar una jarra con agua con la que alimenta a las nubes y el caduceo de Hermes, el también emisario divino sagaz e ingenioso que se mueve libremente entre el cielo y la tierra portando los mensajes más secretos (herméticos). Es la diosa Iris también quien hace de intermediaria en el mito de Deméter y Perséfone. Es la primera mediadora que envía Zeus para tratar de calmar a Deméter, atormentada por la tristeza y la ira tras perder a su hija divina y a su hijo mortal adoptivo. Iris trata de convencer a Deméter para que reponga sobre la tierra la fertilidad y los frutos del campo. De esta particular conexión ha quedado constancia además en el idioma gallego, que designa al arco iris como "arco da vella" (arco de la vieja). Se trata del símbolo del pacto al que finalmente llega Deméter con Zeus para permitir que su hija Perséfone regrese a su lado periódicamente tras 6 meses en el inframundo y que la tierra recupere así su verdor.
En el “entroido” gallego (una de las tradiciones más antiguas, cuyos orígenes se remontan a un pasado ancestral prehistórico) aparece el personaje de una vieja vestida de negro y con la cabeza cubierta por un paño y un bebé entre sus brazos. El trabajo de la investigadora Lidia Mariño habla del paralelismo y la posible relación entre esta figura del carnaval y la diosa atávica Deméter, representante de la materia y de las fuerzas ctónicas.
En el “entroido” gallego (una de las tradiciones más antiguas, cuyos orígenes se remontan a un pasado ancestral prehistórico) aparece el personaje de una vieja vestida de negro y con la cabeza cubierta por un paño y un bebé entre sus brazos. El trabajo de la investigadora Lidia Mariño habla del paralelismo y la posible relación entre esta figura del carnaval y la diosa atávica Deméter, representante de la materia y de las fuerzas ctónicas.
También las danzas de arcos que sobreviven en Galicia en diferentes pueblos son un registro del simbolismo tradicional del arco como conector entre la materia y la luz
Pero si nos fijamos en la manera de comprender la materia desde la visión tradicional del mundo, podemos observar que conecta además con los descubrimientos que la ciencia moderna ha hecho recientemente. En el estado condensado de la materia se dan algunas particularidades curiosas, que ya los alquimistas intuyeron. Einstein y Satyendra Nath Bose predijeron la existencia del Condensado de Bose-Einstein, un estado de la materia que se forma cuando los átomos se enfrían a temperaturas extremadamente bajas, cerca del cero absoluto. Este estado, considerado el quinto estado de la materia, es diferente de los sólidos, líquidos, gases y plasmas. En el condensado de Bose-Einstein, los átomos se comportan como una sola entidad, debido a que la mayoría de ellos están en el estado de mínima energía. Lo curioso de este estado de la materia es que todos los átomos funcionan al unísono y que, a pesar de sufrir una bajada grande de temperatura, presentan un gran movimiento. En el estado condensado de la materia, los átomos funcionan como siendo uno pero estando separados, lo cual es similar a la definición de sujeto que hace el psicoanálisis, o a la definición de Dios, de Raimon Panikar (Dios es aquello que rompiendo tu aislamiento, respeta tu soledad). Esta descripción del estado condensado de la materia conecta muy bien también con la definición de deseo, pues éste en un principio, como el estado condensado de la materia, es evanescente, no se puede ver ni encerrar en un tubo de ensayo, son ondas muy cargadas energéticamente, como efectos lumínicos. Para que ese deseo se transforme, y cambie de estado condensado a estado sólido (solve et coagula) es imprescindible que los afectos y los pensamientos funcionen como uno solo, es decir, es imprescindible que deje de haber conflicto entre el querer consciente y el deseo inconsciente y que lo que habita en nosotros empiece a funcionar como uno sólo.
El estado condensado de la materia aparece en el rayo, y en las auroras boreales, o en la forma de una llama, elementos que en efecto están cargados de simbolismo en la visión tradicional del mundo. De esta comprensión que los antiguos intuyeron sobre la materia ha derivado el desarrollo de una enorme riqueza mitológica que se traduce en los relatos que dan explicación también a la vida material y espiritual del ser humano, no son cuentos inventados, sino que son fruto de una vivencia de la materia en el cuerpo. Estos relatos son los mismos que a través de los tiempos, las geografías, las religiones y los espacios, se mantienen iguales a sí mismos, solo cambian las palabras y las formas de expresarlos, pero la esencia es en todos la misma.
El arcoiris y la Alianza de Noé en una copia en rollo del Compendium historiae in genealogia Christi de Pedro de Poitier, segunda mitad del siglo XIII
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