En ocasiones, los discursos que en la actualidad se extienden acerca de la diversidad (falsa), consiguen, más que nada, volvernos ciegos a la riqueza tan enorme que existe en la psicología de cada uno y se detienen únicamente en las apariencias externas, consiguiendo con ello aplanar y aplastar la verdadera riqueza interior. De otra manera, pero se sigue perpetuando el rechazo del cuerpo tan propio del último catolicismo corrompido. Las cosas nunca se dan por casualidad, vienen derivadas de algo, y lo que nos enseñó Freud es que a menudo, cuanto más tratamos de huir de una realidad dolorosa sin profundizarla, con más fuerza vuelve a aparecer en nuestras narices.
El caso es que todos estamos hechos a partir de los mismos pocos elementos, algunos los han llamado agua, aire, tierra y fuego, o sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra. Para los pitagóricos, con a penas 4 números ya estaba constituido todo un universo: de puntos (el uno), líneas (el dos), planos (el tres) y volúmenes (el cuatro). En cierta medida, sucede así también con el ser humano, las cosas que nos hacen felices o nos provocan sufrimiento no son muy diferentes aquí o en la China. Y sin embargo las realidades psíquicas se vuelven verdaderamente infinitas, pues la lectura que hace cada persona de su acontecer en el mundo es siempre diferente y singular en cada uno, de la misma forma que no hay un árbol igual a otro. Siguiendo a Platón y a su realidad formada por infinitos y pequeños triángulos, podríamos decir que cada persona (y solo una) se encuentra en el vértice de un triángulo que nunca es el mismo al de otro. La sociedad ha encontrado formas de acercar esas realidades para facilitar la vida en común y también la comunicación pero el caso es que la realidad psíquica sigue un camino diferente y singular. Generar más etiquetas de encasillamiento no amplía la diversidad que de por sí ya es imposible de ampliar, sino que más bien la reducen. Esa es la trampa de las teorías de género modernas, cuantos más grupos de encasillamiento generan más reducen la diversidad. Se detienen en clasificar lo inclasificable, el encuentro con lo real es traumático para todos. También a los pitagóricos les produjo una gran angustia toparse con los números inconmensurables, esos que no se pueden abarcar, ni nombrar, ni escribir, ni pronunciar (como el nombre de Dios). Algunos llegaron incluso a suicidarse ante tal encuentro con lo real.
Podríamos decir que estos números inconmensurables son un equivalente a lo traumático de Freud y que Lacan denominó lo Real, aquello que es imposible de representar, tiene una presencia y existencia propias pero es imposible de decir y de nombrar. Es ese infinito imposible de alcanzar pero que sin embargo se vuelve materializable y concreto si no lo ignoramos. Lo real es el centro del laberinto, por más inalcanzable que sea, nos devuelve a la materialidad más directa.
Lo real es siempre idéntico a sí mismo, vuelve siempre al mismo lugar hasta el punto de confundirse con él, de llevar ese lugar pegado a la suela sin poder dejarlo nunca. De ahí su valor traumático, fuera del tiempo, tal como Freud lo descubrió bajo el velo del fantasma, como algo irreversible en la experiencia subjetiva y sin posibilidad de una realización simbólica, sin una imagen posible que llegue a reproducirlo también de manera fija. No hay fotografía ni escáner posible de lo real. La sexualidad y la muerte siguen siendo los dos ejes de coordenadas mayores con los que el sujeto intenta localizar en el discurso ese agujero negro de su universo particular, aquello que no cesa de no escribirse, de no representarse en él.
Lo Real es ese agujero negro o Absoluto que no se puede nombrar pero del que surgen los infinitos nombres. A veces, las modernas tendencias espirituales nos dan una visión un tanto pueril que se traduce en esa fantasía de “somos todos uno con el mundo” y basta pensar en positivo para transformar el mundo. Y lo peor de esa espiritualidad moderna es que se entremezcla con la psicología para ofrecer a la gente métodos mágicos con los que enfrentar el sufrimiento. El psicoanálisis nunca ha hablado de espiritualidad porque precisamente lo espiritual llega solo, no es el hombre quien lo busca. Pero de nuevo, si nos fijamos en la comprensión tradicional las coordenadas son claras:
El caso es que todos estamos hechos a partir de los mismos pocos elementos, algunos los han llamado agua, aire, tierra y fuego, o sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra. Para los pitagóricos, con a penas 4 números ya estaba constituido todo un universo: de puntos (el uno), líneas (el dos), planos (el tres) y volúmenes (el cuatro). En cierta medida, sucede así también con el ser humano, las cosas que nos hacen felices o nos provocan sufrimiento no son muy diferentes aquí o en la China. Y sin embargo las realidades psíquicas se vuelven verdaderamente infinitas, pues la lectura que hace cada persona de su acontecer en el mundo es siempre diferente y singular en cada uno, de la misma forma que no hay un árbol igual a otro. Siguiendo a Platón y a su realidad formada por infinitos y pequeños triángulos, podríamos decir que cada persona (y solo una) se encuentra en el vértice de un triángulo que nunca es el mismo al de otro. La sociedad ha encontrado formas de acercar esas realidades para facilitar la vida en común y también la comunicación pero el caso es que la realidad psíquica sigue un camino diferente y singular. Generar más etiquetas de encasillamiento no amplía la diversidad que de por sí ya es imposible de ampliar, sino que más bien la reducen. Esa es la trampa de las teorías de género modernas, cuantos más grupos de encasillamiento generan más reducen la diversidad. Se detienen en clasificar lo inclasificable, el encuentro con lo real es traumático para todos. También a los pitagóricos les produjo una gran angustia toparse con los números inconmensurables, esos que no se pueden abarcar, ni nombrar, ni escribir, ni pronunciar (como el nombre de Dios). Algunos llegaron incluso a suicidarse ante tal encuentro con lo real.
Podríamos decir que estos números inconmensurables son un equivalente a lo traumático de Freud y que Lacan denominó lo Real, aquello que es imposible de representar, tiene una presencia y existencia propias pero es imposible de decir y de nombrar. Es ese infinito imposible de alcanzar pero que sin embargo se vuelve materializable y concreto si no lo ignoramos. Lo real es el centro del laberinto, por más inalcanzable que sea, nos devuelve a la materialidad más directa.
Lo real es siempre idéntico a sí mismo, vuelve siempre al mismo lugar hasta el punto de confundirse con él, de llevar ese lugar pegado a la suela sin poder dejarlo nunca. De ahí su valor traumático, fuera del tiempo, tal como Freud lo descubrió bajo el velo del fantasma, como algo irreversible en la experiencia subjetiva y sin posibilidad de una realización simbólica, sin una imagen posible que llegue a reproducirlo también de manera fija. No hay fotografía ni escáner posible de lo real. La sexualidad y la muerte siguen siendo los dos ejes de coordenadas mayores con los que el sujeto intenta localizar en el discurso ese agujero negro de su universo particular, aquello que no cesa de no escribirse, de no representarse en él.
Todo ser humano se constituye a partir de unas determinadas formas de defensa con respecto a lo real. El deseo está muy cerca de lo real, pero está transformado por lo simbólico, por eso a veces, defendiéndonos de lo real nos acabamos defendiendo del deseo. En función de los mecanismos de defensa predominantes en cada uno se establecen las categorías diagnósticas. Lo real genera realidad, pero no es la realidad. De alguna manera también coincide con las definiciones que los perennialistas han hecho de lo Absoluto y lo Relativo:
"Si no se puede comprender el Absoluto es porque su luminosidad es cegadora; por el contrario, si no se puede comprender lo Relativo, es porque su oscuridad no ofrece ningún punto de referencia. Al menos, ello es así cuando consideramos la Relatividad en su apariencia de arbitrariedad, porque ella se hace inteligible en la medida en que comunica el Absoluto, o en la medida en que aparece como emancipación del Absoluto. Comunicar el Absoluto, velándolo, es la razón de ser de lo Relativo."
Lo Real es ese agujero negro o Absoluto que no se puede nombrar pero del que surgen los infinitos nombres. A veces, las modernas tendencias espirituales nos dan una visión un tanto pueril que se traduce en esa fantasía de “somos todos uno con el mundo” y basta pensar en positivo para transformar el mundo. Y lo peor de esa espiritualidad moderna es que se entremezcla con la psicología para ofrecer a la gente métodos mágicos con los que enfrentar el sufrimiento. El psicoanálisis nunca ha hablado de espiritualidad porque precisamente lo espiritual llega solo, no es el hombre quien lo busca. Pero de nuevo, si nos fijamos en la comprensión tradicional las coordenadas son claras:
Tu tarea no es buscar el amor, sino simplemente buscar y encontrar todas las barreras que has construido dentro de ti para protegerte de él.
Rumi
Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora; y no solo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo. Porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es esperanza; porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo? Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos (Rom 8, 20-25).
Nadie ha visto jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros (1Jn 4,12).
También para el cristianismo la fe es una de las 3 virtudes teologales, no depende del hombre, sino que es una gracia divina y llega cuando Dios la otorga. Al igual que la fe, la esperanza y la caridad no se tienen, sino que se reciben, por más que la razón se empeñe en buscarlas, no hay atajos para llegar a ellas.