Cantares

 


Lo que, en el Cantar de los Cantares, pudiera parecer sencilla observación de los elementos naturales por una persona sencilla, es en realidad estudio meticuloso hecho por un artista. En el marco geográfico en que se desarrolla el Cantar no existen las variedades de perfumes de que en él se hace mención. Ni tampoco los metales y las piedras preciosas. El nogal no es un árbol de origen palestino. De no ser el Cantar, la Biblia lo ignora. Ha sido, a partir de su mención en el Cantar, que le han nacido leyendas pintorescas y funciones simbólicas que giran en torno al templo, al paraíso y, por supuesto, al campo sexual.

Al huerto de los nogales descendí, a ver los frutos del valle, para ver si brotaban las vides, si florecían los granados (Cant 6, 11).

La sencillez en sus expresiones esconde un profundo amor/conocimiento de la naturaleza que no se detiene en lo más cercano y conocido, sino que vive como igual de próximas todas las variantes topográficas de cualidades diferentes, montes, valles, campo abierto o huertos cultivados. Los fenómenos de orden astronómico, de los que depende el clima y el ritmo de la vida de los diversos reinos, la misma parte muerta de la naturaleza con sus piedras y metales, el reino vegetal con sus árboles, sus plantas y sus flores, la fauna con sus variedades de animales domésticos y libres, los manjares y bebidas con que el hombre se alimenta y se regala. No hay apenas una región en todo el marco geográfico, ni una forma de paisaje, ni un reino de seres naturales, que no este representado en el Cantar con múltiples y prestigiosos ejemplares. Más que conocer, el autor está completamente sumergido en él y como acariciándolo a través de sus personajes.

El autor del Cantar no hubiera, sin embargo, leído tan profundo en los elementos naturales, si no se hubiera acercado a ellos desde el hombre, desde lo más elevado de la condición humana. En el Cantar las cosas naturales tienen sentidos superpuestos a lo que su nombre significa. No hay en la naturaleza nada estático, está toda ella en la actitud de algo que acontece. Vibra con el temblor de lo que renace y se abre. No es, por lo tanto, su color, ni su pura belleza visual, sino sus cualidades, sus tensiones, su capacidad evocadora, lo que hace del lenguaje del Cantar algo tan extraordinario.

No existe en el Cantar ni emoción nacionalista ni preocupación política. Las dos capitales célebres del norte y del sur, Tirsa y Jerusalén, gozan en el Cantar de idéntico prestigio. El amplísimo marco geográfico, desde el Mediterráneo hasta el desierto transjordano y desde el Líbano hasta el desierto sur, no implica connotación de ningún orden. El Cantar no se pregunta si todo ello pertenece o no a su nación. Porque su verdadera nación trasciende los límites geográficos.