Siguiendo el rastro del Grial





Si nuestra bandera luce aún a día de hoy el Grial como símbolo de un pueblo, es seguramente debido al esplendor cultural y humanista que se dio en el siglo XII y del cual Galicia fue un centro importante. Durante este período se produjo una ampliación y apertura de la cultura que pocas veces se ha vuelto a repetir. El Grial es el símbolo por excelencia del encuentro entre las culturas árabes, celtas, griegas, judías, cristianas y musulmanas. Algo que hoy se ha vuelto impensable, pues ni siquiera el encuentro con la más cercana, que es el cristianismo, se plantea como posibilidad, lo cual se traduce en que el resto de acercamientos a otras tradiciones sean a menudo poco auténticos y más bien cercanos al postureo. Traemos algunos recortes extraídos de un texto de un monje cisterciense, y que habíamos guardado después de nuestra visita al monasterio de Santa María de Carracedo. Hoy recobran intensidad gracias al estudio del simbolismo del Grial que nos ha devuelto al esplendor francés del que Galicia se vió plenamente contaminada.

El fenómeno cisterciense es una expresión de la conciencia que estaba emergiendo en el siglo XII, en concreto, es una expresión de “los incipientes movimientos renovadores que animan los ambientes del siglo XI y comienzos del XII”. Ya que, en este periodo, “fenómenos críticos y espirituales propugnarán una libertad ajena al poder. Los primeros cistercienses alimentarán en principio este ideal”.

De estos movimientos de renovación surgirá una nueva cultura: “Un mundo fascinante… alcanzó en el siglo XII su máximo esplendor… un impulso creador… recorría Europa”. En Francia es donde esta nueva cultura cuajó con más fuerza, en especial en la parte meridional, la zona del Languedoc. “El Languedoc mostrará una civilización resueltamente abierta, propagada a toda Europa gracias a los trobairitz y trovadores, leídos y traducidos, donde la mujer ve por fin reconocido su lugar, donde la violencia se verá desbancada por unas costumbres refinadas, pensadas y cultivadas para todos los ámbitos”.

Esta nueva cultura es el fruto de una ampliación de la conciencia occidental, lograda en gran medida por el contacto con otras culturas, en especial, con el Islam. Así nos dice María Tabuyo que “si por un lado es clara la influencia de la poesía árabe española en la poesía trovadoresca, también se han de tener en cuenta los elementos celtas, gnósticos y orientales en la formación de la cultura del siglo XII.

Se puede afirmar que “Europa asiste a una de las más extraordinarias confluencias espirituales de su historia, es una Europa abierta, cruce de caminos… donde se recrea una cultura plural, árabe y griega, cristiana, judía y musulmana, en la que España desempeña un papel fundamental”.

El humanismo del siglo XII sería incluso más profundo que el renacentista posterior porque es un humanismo “que rehúsa sacrificar ningún valor espiritual y humano”.

Y es que, en este primer humanismo, aun revalorizando todo lo humano y secular, no se olvida la dimensión de profundidad de la realidad. Como dice Gilson “para un pensador de este tiempo, conocer y explicar una cosa consiste siempre en mostrar que esa cosa no es lo que parece ser; que es el símbolo o el signo de una realidad más profunda; que anuncia o significa otra cosa”. En el fenómeno cisterciense se pueden detectar los rasgos característicos de la modernidad (autonomía frente a una Iglesia autoritaria y revalorización de la secularidad). De hecho ambas dimensiones son las dos motivaciones principales de la reforma cisterciense como señala J. M. de la Torre: “a pesar de todo lo que cualquiera quisiera objetar y probar, no es la mejor observancia de la Regla de San Benito el objetivo primordial de las renovaciones monásticas en el seno de la familia benedictina… Si quisiéramos sintetizar el objetivo dinámico reformista lo centraríamos sin titubeos en el binomio pobreza fecunda-libertad”.

En el caso del Cister, está muy unida a una revalorización del cuerpo y de la naturaleza, cuya manifestación característica es la necesidad del trabajo manual en el campo, como modo de enraizarse y ordenar las realidades más prosaicas, único camino para poder ir elevándose a las más espirituales, sin autoengañarse. Así, por ejemplo, Guillermo de saint thierry dice: “Ha de hacerse algún trabajo manual… no para deleitar el ánimo… sino para que conserve y mantenga la afición por los esfuerzos espirituales".

A diferencia del humanismo renacentista, el humanismo cisterciense no es un humanismo eminentemente mental, es un “humanismo corporal”, que considera, como dice un conocido psicólogo contemporáneo, que “la espiritualidad de una persona no es una cuestión únicamente de la mente sino de todo su ser”.

Los cisterciense intuyen que “la fe está arraigada en los profundos procesos biológicos del cuerpo”. Y que, por ello, “la gente que tiene verdadera fe… es una con su cuerpo, y a través de su cuerpo, con la vida y con el universo”. La modernidad de lo cisterciense se encuentra en esta revalorización de lo secular, pero no es un secularismo, tiene motivaciones espirituales. Es expresión de una visión no dualista de la realidad, propia de toda experiencia mística, que está en la base del fenómeno cisterciense. No hay que dejarse confundir por el lenguaje empleado (dualista) propio de la época, sino por las actitudes profundas e, inconscientes en ocasiones, que este lenguaje oculta para hacerse aceptable a la mentalidad mayoritaria.

 




Texto: https://cister.es.tl/
Fotos: monasterio de Santa María de Carracedo