A un hombre le pareció una vez en un sueño de vigilia que estaba preñado de la nada, como una mujer lo está de un niño, y en esa nada había nacido Dios. (Maestro Eckhart)
En quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu. (Ef 2,22)
El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y vendremos a él, y haremos con él morada. (Jn 14,20-23).
La Shekinah es una palabra hebrea que significa «morar» o «habitar». Se refiere a la presencia de Dios en el mundo; y allí donde más se concentra son esos lugares de recogimiento como el Tabernáculo, el Templo de Jerusalén, las sinagogas y los hogares o lugares donde se estudia la Torá. Así como la idea de morar, en el judaísmo se utilizó en un principio refiriéndose a la Presencia de Dios en el Tabernáculo y posteriormente al Templo de Jerusalén o las construcciones arquitectónicas como la sinagoga; en el cristianismo dicho simbolismo fue trasladado al cuerpo, de ahí que la combinación de los conceptos "jardín" y "cerrado" conecte las características propias de un espacio arquitectónico con las de un lugar paradisíaco y primordial como el jardín. Por ello, cabe mencionar la relación que podría tener el simbolismo mariano del jardín cerrado como lugar de estudio y recogimiento, con la Shekinah judía, también intermediaria celeste y morada de Dios.
Al igual que la tradición mariana en el cristianismo, la palabra Shekinah no aparece en la Biblia, pero la raíz škn aparece no sólo en el verbo «habitar», sino también en el sustantivo miškān («morada», «tabernáculo»). La promesa de que Dios moraría con la humanidad se remonta a la bendición de Noé:
¡Que Dios extienda el territorio de Jafet ¡Que habite Jafet en los campamentos de Sem y que Canaán sea su esclavo! (Gn 9,27)
El arameo Tg Onkelos traduce este versículo: «Hará que su Shekinah habite en la morada de Sem». Se trató de un esfuerzo interpretativo para tender un puente entre el cielo como lugar de residencia eterna de Dios y la tierra como lugar de su actividad real, especialmente su implicación en la historia de Israel. Muchos pasajes del Pentateuco afirman que el Señor vino a morar entre su pueblo Israel. Primero reveló su nube gloriosa (Ex 13,21), que representaba su presencia y protección en el desierto. La nube se posó en el monte Sinaí y formó un dosel para Moisés mientras comulgaba con Yahvé y recibía los mandamientos (Ex 24,15-18). Así, el Tabernáculo era la garantía de que Israel pudiera ser bendecido por la presencia divina en medio de él:
«Y que hagan un santuario, para que yo habite en medio de ellos. Conforme a todo lo que te muestre sobre el modelo del tabernáculo y todo su mobiliario, así lo harás» (Ex 25,8-9).
Y así como la Shekinah judía está en relación con la regeneración del Templo de Jersusalén, también podríamos decir que el jardín como atributo de María está en relación con el anhelo de regreso al Paraíso original. Tras hacer un pequeño viaje por la columna de fuego y el resplandor de la Shekinah regresamos al motivo del que habíamos partido, el hortus conlusus.
Las referencias a los espejos eran frecuentes en los textos medievales tanto teológicos como literarios, y sus significados han sido abundantemente estudiados. Los escritores medievales se inspiraron principalmente en la famosa metáfora de San Pablo en su Primera Carta a los Corintios 13,12-13:
“Ahora sólo vemos reflejos desconcertantes en un espejo, pero entonces veremoscara a cara. Mi conocimiento ahora es parcial; entonces será completo, como el conocimiento que Dios tiene de mí. En una palabra, hay tres cosas que duran parasiempre: la fe, la esperanza y el amor; pero el mayor de todos es el amor”.
El simbolismo mariano nos guía hacia esa indiferenciación por la cual no somos más que un receptáculo de la luz permitiendo que actúe en nosotros y nos atraviese, sin ser proyectada.
Una vidriera atravesada por la luz sin romperla, sería similar, espiritualmente, a la concepción de María sin la pérdida de su virginidad.
No hay noche que no tenga luz, pero está oculta. El sol brilla también en la noche, pero está oculto. Durante el día brilla y oculta la luz de las estrellas. Del mismo modo actúa la luz divina, que oculta las otras luces. Lo que buscamos en las criaturas es todo noche. Maestro Eckhart, "El fruto de la nada"