Edipo rey, el hijo de la fortuna (1967). Pier Paolo Pasolini
El mito nos habla de nuestros orígenes, nos habla del origen de lo humano en estrecha relación con lo divino, pues lo divino es el lugar de donde procede también la posibilidad de alcanzar los más altos grados de humanidad. Estos grados de humanidad son cualidades que no vienen dadas, sino que se construyen, se forjan a lo largo de un proceso vital que no es sencillo. Así también podemos ver paralelismos con la teoría psicoanalítica, que no por casualidad se sirvió del mito para hablar del origen de lo humano en el individuo. El mito que Freud utilizó es el del Edipo, a partir del cual construyó una matriz simbólica para dar cuenta de cómo se resignifica una experiencia de pérdida en la constitución del deseo. Esa experiencia de pérdida es la misma de la que nos han hablado las grandes tradiciones, en todas ellas existe algo que se ha perdido u ocultado, y lo que en un principio se perdió fue sustituido por otro algo que, en la medida de lo posible debía tomar su lugar, lo cual a su vez se perdió, creando la necesidad de nuevas sustituciones que se entrelazan constantemente. El mito nos habla de lo humano en su relación con la posibilidad universal, el psicoanálisis nos habla de lo humano en su relación con la posibilidad individual.
En el caso de la tradición hebrea, por ejemplo, tras la cautividad de Babilonia, la antigua escritura perdida debió ser sustituida por una readaptación. Por otra parte, durante la destrucción del Templo de Jerusalén y la dispersión del pueblo judío, se perdió la pronunciación verdadera del nombre de Dios. Si bien fue sustituido por otro nombre, el de Adonaï, éste nunca fue considerado como el equivalente real del que ya no se sabía pronunciar. Y es que la transmisión regular de la pronunciación del principal nombre divino estaba vinculada esencialmente a la continuidad del sacerdocio, cuyas funciones sólo podían ser ejercidas en el Templo de Jerusalén. Desaparecido el Templo, la tradición hebrea quedó inevitablemente incompleta. Al igual que la pérdida se produjo en realidad gradualmente y por etapas sucesivas, así también la búsqueda deberá desarrollarse gradualmente, recorriendo en sentido inverso las mismas etapas, es decir, remontando en cierta forma el curso del ciclo histórico de la humanidad. El símbolo es el representante de lo perdido, también para el psicoanálisis el símbolo es lo que, en el fondo, nos permite perder.
De la misma forma en que las tradiciones han hablado de la necesidad de dar cuenta de lo perdido para generar nuevas sustituciones de lo perdido, también el psicoanálisis descifró, en la psique del individuo, que a partir de la pérdida originaria de un objeto, todo objeto es un objeto reencontrado, y esto es lo que construye la dinámica vincular. Esta forma de subjetivación que para Freud era básica, hoy comprobamos que está desapareciendo. Lo que implica decir que Edipo ha muerto es constatar un cambio en el modo de subjetivación que difiere bastante del que existía en la época de Freud. Siguiendo las enseñanzas de Luciano Lutereau, que aborda el tema desde una perspectiva bien lúcida, sintetizaremos algunas de sus propuestas que hemos extraído de esta conferencia.
El Edipo no es una forma de hablar de las conductas, muchas veces se malentiende el contenido del Edipo, reduciéndolo a la cuestión de querer matar al padre para acostarse con la madre. También los hipopótamos muestran una conducta similar y esto no tiene nada que ver con el Edipo del que habló Freud. Lo que establece el amor primario, y la fantasía parricida es una línea de sucesión, es decir, el establecimiento de una cadena entre las generaciones, el proceso de filiación. Por tanto, la matriz simbólica del Edipo permite que alguien se convierta en hijo, que alguien quede nombrado como sucesor. Para Freud resulta obvio que un niño es un hijo, quizás también para muchos hoy esto pueda parecer una obviedad, y sin embargo el modo de subjetivación actual nos demuestra que, psíquicamente, la posición de hijo no necesariamente se alcanza. Otra forma de nombrar el Edipo es decir que somos hijos de un deseo, no somos hijos de nuestros padres, somos hijos de un deseo que además es necesario investigar. Ser hijo no es simplemente haber nacido de alguien, ésta no es condición suficiente, haber nacido de alguien simplemente asegura la condición de cachorro, de progenie, pero no asegura la filiación, no asegura lo humano. Ser hijo implica estar en relación al deseo que nos preexiste, ser más hijo de un deseo que de una persona. Un hijo es alguien que está en posición filiatoria respecto del deseo de otro, respecto del deseo de los padres, y que al mismo tiempo interroga ese deseo del que proviene con algo muy particular, con eso que Freud llamó “teorías sexuales infantiles”.
Los niños interrogan la diferencia sexuada o el nacimiento de los bebés y con esa interrogación producen un saber, es a lo que Freud denominó “teorías sexuales infantiles”. La posición psíquica de hijo busca acceder al conocimiento del deseo del que proviene, mediante una elaboración particular de saber, dicha elaboración se puede observar en algunas expresiones. Por ejemplo, el del caso que trae Luciano sobre un niño que, al preguntarle por el oso de peluche que lleva consigo para quedarse a dormir en casa ajena, responde :“es el oso que mi papá le dió a mi mamá cuando ella se casó”. Una frase bien rara, en la que el padre y el marido quedan elididos. Es suficiente una frase para elaborar una teoría sexual infantil, y si uno escucha, antes que pretender entender, puede captar algunas de esas teorías que los niños elaboran. Ese oso representa para el niño una escena primaria en la que él se puede referenciar para poder quedarse a dormir fuera de su casa. Para Freud un niño que no es sano es un niño que no produce teorías sexuales infantiles, es su único criterio para distinguir lo saludable de lo patológico.
Lo que para Freud era algo dado, es decir, que los niños se pregunten por el deseo de los padres, ya no es lo que sucede hoy. Hoy los niños no están tanto en relación a un deseo, como lo estaban en la época de Freud. Más bien las coordenadas del complejo de Edipo no se actualizan, y el resultado es que los niños de hoy no están suficientemente filiados. Si el niño no ha pasado por el primer tiempo del Edipo, llega a la adolescencia sin poder reactualizar el Edipo. Todo el tiempo entre el primer y el segundo tiempo del Edipo, Freud lo denominó periodo de latencia, y lo consideró un proceso fundamental de mucho trabajo psíquico. En su época podía durar entre 6 y 7 años, hoy vemos que en muchos casos ese proceso ya casi ni se da, dura 2 años, si es que hay, y ya ni hablar de lo que implica la aparición de la pubertad donde no hubo complejo de Edipo. El periodo de latencia está vinculado a la elaboración de las representaciones del yo, es fundamental para la erotización de la defensa psíquica, que es lo que le permite al niño estudiar, pero también para las representaciones de las funciones psicosexuales del yo, es decir, la pregunta por ¿qué soy? Al llegar la pubertad, la pregunta se convierte en ¿qué deseo? No es lo mismo poder preguntarse qué deseo cuando sé qué soy, a que aparezca de pronto un impulso sexual sin ningún tipo de constitución de la elaboración preconsciente de la sexualidad en el yo. Esto es algo muy clínico, se observa en casos de niños de 16 años o más, que tienen una sexualidad muy promiscua, pero que, como no hay un yo, solo se da un impulso sexual liberado, una práctica sexual que no tiene condiciones subjetivantes, y esto se puede asociar a otro elemento muy importante que es la desaparición del enamoramiento. Freud lo dice explícitamente de esta forma: lo único que un adolescente tiene que hacer (ni siquiera dice entre otras cosas), es enamorarse. Porque a través de ese primer amor, va a reactualizar el complejo de Edipo, y en esa reactualización, va a revivir la dependencia temprana y va a poder desinvestir los objetos endogámicos. Pero donde no hay Edipo constituido no hay reactualización del complejo de Edipo, donde no hay reactualización no hay enamoramiento, y donde no hay enamoramiento no hay pasaje de la endogamia a la exogamia, con los problemas que esto trae. ¿Por qué en nuestros tiempos se habla tanto de relaciones tóxicas, de apego evitativo, apego ansioso, etc? Cuando hablamos de relaciones narcisistas, se trata de algo muy concreto, derivado de la no constitución del Edipo temprano y por ende de la no actualización del Edipo en la adolescencia. Esto hace que las personas lleguen a la adolescencia y también a la mediana edad solamente repitiendo patrones infantiles, porque no tienen ninguna instancia de resignificación. Entonces no tienen una capacidad exogámica de amor, lo que hacen es seguir adhiriéndose al objeto como si fuera un objeto primario, por eso las ansiedades tan tremendas de separación que se observan hoy en día. Ansiedades que se derivan de la incapacidad para hacer duelo, pues una de las capacidades que viene derivada del atravesamiento del Edipo es la posibilidad de hacer un duelo. Personas que viven las separaciones como auténticos desgarros. Lo que vemos en la actualidad con las relaciones tóxicas es que las relaciones se han vuelto sumamente precarias, no hay código amoroso, nos manejamos con mucha agresividad, muy inestables, sumamente hirientes y renegatorias. Las formas de sufrimiento hoy en día no tienen que ver con la simbolización de la pérdida (lo que posibilita el Edipo), sino más bien con la simbolización de la ausencia, que no es lo mismo que la pérdida. La dificultad para representar psíquicamente la ausencia del otro está en relación con el complejo de destete, tiene que ver con la simbolización de la ausencia de la madre. En el destete se trata de que la ausencia del otro no sea vivida como un abandono, sino que pueda ser vivida como una forma de presencia, eso da lugar en la infancia a una vivencia muy específica, la de ser un niño capaz de añorar, de extrañar. Para ser alguien capaz de extrañar es preciso contar con la ausencia de una persona vivida como una presencia. Esa relación de simbolización de la ausencia es privilegiada para poder constituir una relación de objeto, y hoy vemos que en muchos casos no está constituida. La investidura libidinal del otro es la investidura de la ausencia del otro. Pero hoy en día vemos a menudo que cuando las personas no pueden estar con quien aman, inmediatamente se sienten abandonadas, o sienten que el otro les está engañando, o se sienten con un menor valor personal. Hay una tendencia a establecer relaciones fusionales, esas personas para las cuales ponerse en pareja es hacer todo con el otro, o también lo que les pasa a esas personas que dicen que no echan de menos al otro.
Luciano nos hace reflexionar también acerca de la posición de madre y de lo que esta posición involucra psíquicamente. Pues no es suficiente tener un hijo para estar en la posición de madre, así como un niño puede no ser un hijo, que la persona haya parido no es garantía de que esté en una posición materna. Es necesario escuchar si se pone en juego algo de la posición materna, y eso se escucha en el lenguaje. De la misma manera, también hay personas que, a pesar de haber tenido relaciones de años, han pasado por ellas sin establecer un vínculo, la única forma de saber si hubo vínculo o no en esas parejas es ver si se constata un duelo. Si no hay ningún pasaje por la elaboración de la pérdida, uno puede haber tenido una relación sin que se haya constituido una relación de objeto psíquico. Alguien puede decir, “estuve 10 años con una persona” y eso no significa que haya habido un vínculo de objeto psíquico. El Edipo es el último eslabón en la elaboración de un objeto psíquico, ya no solamente simbolizado a partir de la ausencia (lo que produce el complejo de destete), o diferenciado del yo (complejo del control de esfínteres) sino también como objeto perdido. Al utilizar la palabra complejo, Freud hace referencia a su sentido original, la de conjunto o amalgama, de varios componentes, pues la relación del hijo con los padres no es simple, consiste en la amalgama de sentimientos opuestos y contradictorios: amor y rabia. El puritanismo tan fuerte que hoy vivimos trata de ignorar los aspectos negativos de las relaciones, reduciendolas a procesos muy simplistas y renegatorios de todo lo que no sea amor. Además de amor y rabia, en la relación con los padres también interviene la sexualidad, en forma de curiosidad, y deseo. Esta curiosidad, es en sí misma deseo, deseo de saber.
Freud partía de un modelo epistemológico en el cual todo esto estaba dado. Produjo una teoría donde suponía que había un mundo en el que las personas tenían ciertos rendimientos psíquicos asegurados. La dificultad para el duelo Freud la encuentra por el lado de la melancolía, pero ya es un grado de complejidad mayor. El Edipo no es la historia del niño que se quiere casar con la madre y ve al padre como un rival, sino que es el recorrido para la constitución del objeto psíquico.
Toda la teoría freudiana está constituida en torno a la representación y el afecto. Freud confía en un aparato psíquico capaz de producir, capaz de elaborar, para él un sueño es un trabajo psíquico, un duelo o un chiste también. Representar es un trabajo psíquico, y ¿qué es lo que queda cuando no es posible contar con ese trabajo psíquico? En muchos casos actuales, lo que se ve son personas que dicen “estoy mal”, pero sin saber a qué se debe, es una adherencia a estados afectivos que son sumamente pesados, puesto que son afectos sin representación, muy difíciles de elaborar. El auge de la psicología cognitivo conductual probablemente sirva para este tipo de subjetividad, con una pobrísima capacidad de representación.
Freud desarrolla su obra a partir de una teoría del aparato psíquico, pero nosotros, hoy, no podemos dar por sentado que las personas tengan aparato psíquico, de hecho muchas personas no tienen aparato psíquico, hasta qué punto el grado de deshumanización en el que nos encontramos ha tenido que ver con el aumento de la tecnología no lo sabemos, pero es probable que ambos procesos hayan ido de la mano. El sujeto actual no puede, como dice la psicología cognitiva, regular sus emociones, es un sujeto desregulado emocionalmente. Son esos casos de personas que tienen altos niveles de consumismo, de impulsividad, altos niveles de ansiedad, lo cual no es angustia, pues la angustia es un afecto profundo, el sujeto angustiado es alguien interpelado por su deseo, la ansiedad por el contrario es el nombre actual de la excitación autoerótica.